jueves. 28.03.2024

Si no cambian radicalmente las políticas que se vienen practicando, no seremos capaces de subir al país a ese vagón de la cuarta revolución industrial

En los últimos años se viene estableciendo el consenso sobre la irremediable llegada de la cuarta revolución industrial. La industria 4.0, la digitalización de los procesos de producción, la robotización, el internet de las cosas, nuevos términos que venimos acuñando en un proceso de “modernización” de otro que va quedando relegado a un segundo plano: el cambio de modelo productivo.

En nuestro país se han escrito ríos de tinta sobre este tema, se hacen conferencias y charlas a doquier, sobre una base imprescindible: incorporarnos al proceso de transformación, subiéndonos a un vagón de un tren que puede dejar a millones de personas en una situación de desventaja socio-laboral, en función de cómo la implementación de un nuevo paradigma en la producción y comercialización de bienes y servicios vaya acompañada de políticas que permitan instrumentos de cohesión social entre países y entre clases sociales.

En clave de síntesis, los elementos más recurridos del debate son:

  • La necesaria sociedad del conocimiento y las inversiones en educación y formación.
  • Infraestructuras físicas y digitales para atraer inversiones de la nueva industria.
  • Instrumentos de financiación público-privados para la investigación, desarrollo e innovación.
  • Marco de relaciones laborales que permita acompañar a un proceso de transformación tecnológica como el anunciado. 
  • Reglas fiscales que permitan compaginar los incrementos de productividad con menos trabajadores y el necesario reparto de beneficios y reinversión para la creación de nuevos nichos de empleo.
  • Definición del modelo de reordenación de horarios y jornadas de trabajo y de vida.

Y es aquí donde se abre la primera pregunta, ¿qué industria queremos? A la vista de lo relatado por expertos, catedráticos, empresarios, consultores y gente del bien pensar, parece ser que el país quiere una industria vanguardista en la transformación tecnológica, en la innovación digital, en la industria 4.0. Así lo concluyen decenas de estudios y cientos de artículos en los últimos tiempos. ¿Pero es coherente el deseo con aquello que venimos haciendo?

Si hablamos del conocimiento, podemos decir, sin entrar en un baile de cifras (yo no soy de esa gente de tan bien pensar), que los jóvenes en este país sufren en la actualidad las políticas educativas con mayores recortes presupuestarios de la democracia, que cada vez es más costoso el acceso a la educación universitaria, que la inversión en investigación no alcanza ni el 1% de los presupuestos generales del Estado y que nuestros jóvenes están emigrando a otros países, sufriendo un éxodo de conocimiento y formación y una descapitalización intelectual.

Si hablamos de las políticas económicas favorecedoras de la industrialización, nos encontramos con que las inversiones en infraestructuras públicas han disminuido en el cerco del techo del déficit presupuestario; que los recursos se han destinado a incrementar la deuda y a rescatar al sistema financiero; que, en paralelo, en estos años de crisis se ha perdido más del 5% del PIB industrial; que los créditos a las pymes se siguen apalancado en las cuentas bancarias de resultados, impidiendo una redimensión del tamaño empresarial; que la terciarización de la economía española avanza a pasos agigantados, potenciando los sectores de servicios, muchos de ellos de bajo valor añadido.

Qué decir de las políticas fiscales, que están incrementando la desigualdad social, más cuando conviven con los recortes de gasto público y que, además, no sirven de estímulo a un crecimiento económico que potencie sectores industriales que vayan adoptando los factores de un cambio de modelo que incorpore la revolución industrial que tanto se anhela.

Para rematar, un mercado laboral que castiga la experiencia y conocimiento, fomentando un modelo de precariedad basado en la temporalidad contractual y las jornadas a tiempo parcial, incentivando inversiones basadas en la mano de obra intensiva y en la escasa inversión tecnológica e industrial.

En estas condiciones, sabiendo la industria que queremos, ¿qué hacemos para conseguirla?, ¿qué industria tendremos? Si no cambian radicalmente las políticas que se vienen practicando, no seremos capaces de subir al país a ese vagón de la cuarta revolución industrial y sufriremos durante décadas las consecuencias de una economía que multiplicará las desigualdades sociales y el aumento de la pobreza económica, intelectual, social y emocional.

¿Qué se viene haciendo en la buena dirección? Avances tímidos pero importantes por lo que significan, en una industria devaluada en los últimos años por la pérdida de tejido productivo, una industria que viene sufriendo un incremento importante de externalización de procesos productivos y servicios, buscando la productividad de las cuentas de resultados en la precarización de los salarios de empresas contratistas y subcontratistas para competir en una selva de bajos costes laborales. Algunos de estos tímidos avances, vienen de la mano de la negociación colectiva entre agentes sociales, sindicatos, y económicos, patronales y empresas.

Los acuerdos alcanzados en la regulación de la subcontratación de las contratistas de Movistar es un síntoma de firme voluntad para frenar la devaluación y precarización del sector de las telecomunicaciones y dar un giro de 180 grados a uno de los servicios más importantes de un sector que es fundamental para la necesaria transformación digital y la industrialización del país. Terminar con un modelo de explotación laboral permite garantizar procesos de consolidación de la experiencia y el conocimiento de los trabajadores del sector, así como medidas de inversión en formación para su adaptación a la transformación tecnológica. El acuerdo no solo ha evitado la cronificación de la  precarización salarial y laboral, también orienta a que la competencia entre empresas de instalación y montaje de la red de telecomunicaciones tenga que basarse en la búsqueda de factores de competitividad y en instrumentos de inversión y transformación de su modelo de negocio, que empujará a la necesaria actualización y digitalización de un sector que debe ser palanca de transformación industrial y del cambio de modelo productivo.

No se puede pretender tener una industria de última generación y un mercado laboral del siglo XIX

Otro ejemplo es el reciente acuerdo de convenio de Seat. Un convenio que acuerda regular las condiciones mínimas de trabajo para todas las empresas que trabajen y operen en el parque de proveedores y contratas y subcontratas de la empresa principal. El convenio establece como condiciones mínimas las definidas en los convenios sectoriales de referencia de cada rama de actividad afectada. Esto significa dar un mensaje nítido al sector del auto: que la productividad basada en la mano de obra no es el camino para la incorporación de un nuevo paradigma industrial en la gestión de la movilidad de las personas que debe asumir el sector de automóviles en pocos años; que es la inversión en nuevas tecnologías lo que dará un valor añadido a las empresas que deben operar en el proceso productivo de los vehículos.

No cabe duda que el sector del auto en nuestro país es fundamental para el desarrollo de una industria vanguardista como la que se pretende. En sí mismo, este sector siempre lo ha sido. Por eso, acuerdos como el de Seat reorientan la política de los fabricantes de los últimos años en la mejora de la competitividad a través de un incremento de la productividad en el factor de la mano de obra, y apuestan por otra política que define un marco laboral en criterios de homogeneidad para potenciar la formación, la experiencia, el conocimiento, la inversión y la digitalización de los procesos de industrialización en las empresas.

Cuando la comunidad industrial habla de generar las condiciones para la reindustrialización del país y la transformación tecnológica que consolide un cambio de modelo productivo, debe hacerlo desde la coherencia en sus propias actuaciones. Debemos exigir políticas industriales, pero no debemos de ir en dirección contraria cuando hablamos de las condiciones de las personas que deben participar de los procesos industriales. No se puede pretender tener una industria de última generación y un mercado laboral del siglo XIX.

Desde el sindicato tenemos claro la industria que queremos y haremos todo lo posible, como con estos ejemplos de intervención a través de la negociación colectiva, para no equivocarnos y que la industria que tendremos sea la industria que queremos.


Javier Pacheco Serradilla | Secretario general de CCOO de Industria de Catalunya

¿Qué industria queremos? ¿Qué industria tendremos?