martes. 30.04.2024
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Fotograma de la película 'La zona de interés'.

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'La zona de interés' es una película que creo modestamente que debiera conocerse, entenderse, divulgarse a tope, no creerse que es algo pasado sino más bien vincularla a esa onda cada vez menos subterránea de lo que nos está pasando; en definitiva, creo que esta película debiera llegar e impactar al más amplio espectro de gente en el mundo.

Me temo, no obstante, que mis deseos no los secunde la realidad, como de costumbre, pues ya he visto en Facebook a algún tonto valorar la película con un par de emoticones que son sendos zurullos, y a más de uno confesar que le resultó insoportable y que abandonó la sala antes de que acabara. Y es que la película ni respeta ni aplica las técnicas y trucos cinematográficos convencionales que les gustan a la gente. Por no tener no tiene para entretener ni una miajita de sexo o de violencia al uso.

¿Qué claves reúne, entonces, que la hacen tan recomendable e impactante? Es, a mi juicio, y evitando destriparla, una gran película porque se basa en los dos grandes factores que han hecho del buen cine, como de la buena literatura, un arte de vanguardia: 1) Hacer de la metáfora y el simbolismo un método narrativo mas sugerente y reflexivo para el espectador que el guion novelesco habitual, 2) Buscar un efecto moralizante y, por qué no, hasta militante en la gente cuando el tema lo merece como es el caso. El planteamiento, que no guion, es casi folletinesco: una familia alemana de clase media, el matrimonio, los niños, la abuela, realmente ejemplar en su cohesión interna, en las relaciones de cariño paterno-filiales, el papá que duerme al niño con un fragmento de “Hansel y Gretel” y un beso, el diálogo franco entre el marido y la esposa sobre los proyectos laborales de éste, los perros caseros, el dulce celo de la madre no sea cosa que algún crío pueda ahogarse en el río próximo a la casa… En fin, el paraíso en forma y fondo.

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El paraíso se troca en explícito e invisible infierno cuando el padre ejemplar, de voz dulce y pausada, resulta que es la primera o la segunda autoridad del campo de exterminio de Auschwitz, que con solo nombrarlo evocamos el mal absoluto que supuso en la Historia de la Humanidad el Holocausto nazi contra seis millones de seres humanos sin más razón que ser judíos en la más amplia acepción de la palabra.

Ni el campo ni los implementos del exterminio, ni los exterminados, se muestran al espectador. No hace falta si éste tiene una cierta edad y una base cultural y humanista mínima. Algunos flashes de apenas fracciones de segundo agreden el ánimo de quien, quienes, nos cuesta digerir el contraste diabólico entre el paraíso y el infierno, separados por apenas una tapia con algo de alambre por encima. Flashes ínfimos como el pitido de un tren en la madrugada, algo de humo a lo lejos, la inspección rutinaria que no repara en dos hornos que están en reposo, la señora de la limpieza que va a lo suyo y al fondo hay una auténtica montaña de zapatos, bolsos o maletas, los ladridos lejanos de un perro pastor -alemán, por supuesto-, algunos alaridos humanos casi inaudibles…

Hay también flashes algo más extensos y elaborados referidos todos a las inquietudes “laborales” del padre y esposo ejemplar, de sus colegas de los otros campos de exterminio, que ponen en común, en salas de reunión luminosas y limpísimas, las formas de optimizar productividad y costes en los procesos industriales basados en el gas y en la temperatura y duración de la conversión a cenizas de los millones -de seres humanos, añado- previamente gaseados.

De entre esos flashes el más emotivo y esperanzador es el de la abuela de la familia ejemplar que una buena noche desaparece y deja una nota que la hija se limita a tirar con un gesto de fastidio y reproche hacia la abuela desagradecida que, aunque sólo fuera por edad y memoria, sabía que había que huir de aquel “paraíso”. Me traspuso a “Cabaret”, el filme antifascista en envoltorio de musical estrenado hace 52 años, cuando otro abuelo anónimo se lleva las manos a la cabeza con amargura y gesto de derrota e impotencia mientras jóvenes nazis uniformados cantan “El futuro nos pertenece” y poco a poco se van sumando todas, absolutamente todas, las personas que estaban en aquel parque público una dulce tarde de verano. El anciano, que ni canta ni pronuncia palabra alguna, afirmaba con los ojos y la cabeza, “han vuelto, otra vez, imparables, y la gente los recibe y son su eco cómplice y entusiasta …”.

La productividad, el ahorro de costes, la eficiencia, el orden y la disciplina organizativa y de gestión, ¿señas de identidad de la Alemania nazi sólo, o de la Alemania eterna?

Esos interrogantes son la antesala de un dilema abismal y aterrador: ¿Cómo es posible que los gestores y ejecutores del mal absoluto que fue el nazismo y el Holocausto fueran seres humanos asépticos, “normales”, eficaces, cálidos, incluso, con los suyos?, ¿cuánto le cabe y cuán contradictorio y horrible a la condición humana?, ¿es ilimitada la capacidad de indiferencia, aparente al menos, ignorancia real o supuesta y adaptación al mal absoluto de una gran parte de la sociedad alemana de la época?

Yo, viejo y derrotado como la abuela de “La zona de interés” o el anciano de “Cabaret”, hace ya tiempo que no me pregunto si pueden volver y que afirmo seriamente que van volviendo de modo cada vez más visible y explícito; basta con querer verlos y no mirar a otras zonas más cómodas.

El mal absoluto está volviendo en formatos y envoltorios de camuflaje que poco tienen que ver con los años 20 y 30 del pasado siglo

Lo que ocurre es que el mal absoluto está volviendo en formatos y envoltorios de camuflaje que poco tienen que ver con los años 20 y 30 del pasado siglo. Ahora, los espasmos nazis y fascistas son como cuquis, guays, le dan al rock y arrasan en las redes, se enojan si se les llama por su nombre y admiten, a lo sumo, lo de extrema derecha frente a la derechita mariquita y democrática, se erigen en adalides de la “libertad” y de las constituciones en vigor, como coartadas tácticas con las que arropar su odio contra los más pobres y desvalidos -no son productivos-, su servilismo nauseabundo a los grandes poderes económicos y empresariales, que aceptan la Democracia mientras conviene pero sin renunciar a tener engrasado un “plan B”, sus faros de referencia son luminosos exponentes del mal absoluto potencial en activo: Trump, Putin, Netanyahu, Meloni, Orban, Bukele, Maduro, Milei, o Alice Neidel, líder de “Alternativa por Alemania”, partido nazi confeso que algunas encuestas sitúan como segunda fuerza a nivel nacional.

Ojalá que a la altura de las mil palabras que ya van escritas se entienda por qué ponía tanto énfasis al inicio de este artículo en que “La zona de interés” se vea y se entienda en todas partes por todo el mundo.

En ese sentido me parece especialmente conveniente que “La zona de interés” la vean Netanyahu y su gobierno de extremistas sionistas y sus jefes militares cuando, tras ordenar y ejecutar los bombardeos contra seres indefensos en Gaza o asesinar a pacíficos habitantes de Cisjordania, acunen a sus hijos o nietos contándoles el cuento de Moisés separando las aguas, por ejemplo. Asimismo, es muy importante que una buena parte de la sociedad israelí se empape de esta película pues deben saber que el terror genocida que sus autoridades aplican a los palestinos es la causa de que ellos vivan en estado permanente de terror en una sociedad militarizada y asfixiante en la que la “seguridad nacional” es el concepto que se impone y aplasta todas las facetas de sus vidas. Le digo esto a la sociedad israelí, como alguien debió decírselo a la sociedad alemana en la época del mal absoluto, para que prevean y eviten el efecto boomerang.

Que así sea.

'La zona de interés' no es algo del pasado