sábado. 20.04.2024

¿De verdad lo vas a comprar? Ya sabes lo que se dice de ese barco y si piensas en el precio que te ofrece, parece que hasta el dueño se lo ha creído y ya ha tirado la toalla.

Mira, se lo mismo que se ha contado en todos los puertos y canales de todo el norte; se que la historia de este barco es extraña, pero también se  otras cosas de las que nadie habla. ¿Las quieres saber?  Pues apunta: no ha fallado una entrega en sus  veinte años de vida; jamás ha tenido un accidente, no ha rozado una compuerta ni una esclusa y lo que es más curioso y que a ti te costará aceptar: este barco tiene suerte.

¿Te extraña? He consultado su libro de bitácora y me he tomado la molestia de comprobar las anotaciones de todas sus singladuras en mar abierto, muchos días de navegación, por cierto. ¿Y sabes una cosa? Este barco, que se ha  movido durante meses, muchos meses en  las mareas del mar del norte, jamás ha tenido mala mar. Ni un sólo día. Y he comprobado todos y cada uno de ellos sin fallo ninguno. Parece como si las borrascas se abrieran y a su paso el mar se calmara. He comparado estos registros con los registros de barcos amigos que se cruzaron o coincidieron y hay decenas, centenares de notas reseñando extrañas calmas muy cortas, de unas 4 o 5 horas; justo las que este barco necesitó para cruzar su rumbo y seguir la derrota anotada en su cuaderno. Eso, que es un hecho, no lo cuenta nadie porque nadie se ha tomado la molestia de investigar, como yo lo he hecho, la vida de este barco del que todo el mundo dice muchas tonterías.

¿Tonterías? ¿Llamas tonterías a decenas de mujeres vagando sus desvaríos sin saber de ellas mismas, sin reconocer a nadie y hablando como sirenas borrachas en las noches de mareas vivas? ¿Tonterías que todas aquellas cuyos nombres tuvieran una letra, una sola letra igual a las que formaron los quince nombres - quince en veinte años - de esta barcaza hayan salido de la vida de sus armadores? Ni sus mujeres, hijas, hermanas o madres han podido ganar la oscura amenaza de este bote. Unas se volvieron locas, otras se fueron sin dar una sóla explicación, otras trataron de suicidarse y todas ellas odiaron dos cosas por encima de todo: al barco y a su propio nombre. Son casi doscientas las que se pueden contar y pocas, apenas treinta, siguen vivas como fantasmas sin nombre huyendo del mar, del agua y los canales.

La suerte de la que hablas es la perdición de los ambiciosos y la gente con seso lo sabe y lo rechaza, prefieren afrontar las galernas que Dios les mande que la calma del infierno. No quiero saber nada más, este barco está maldito y no quiero tener trato alguno con él.

Pocos días después se cerraba el trato y el barco cambió de nombre una vez más antes de que su propietario se lo enseñara a su mujer ofreciéndole el homenaje de ver su propio  nombre recién escrito sobre la inmaculada pintura del barco. El matrimonio miraba ese nombre y ella, feliz, agradecía el esfuerzo de su marido y la promesa por fin cumplida. 

A los pocos meses, el armador encontró a su mujer colgada de una verga del mástil tras poner punto final a una depresión furiosa que se había consolidado en una demencia atronadora que Mery pregonaba por los muelles, gritando sueños absurdos relacionados con su barco.

Todo el puerto pudo ver la dantesca escena de Mery colgando por fin en silencio y todo el puerto acudió al entierro a pesar de las protestas del pastor que no quería enterrarla en sagrado.

Günter se encerró en sus fletes, en las cargas y en las  mareas hasta que un día revolucionó la tranquila vida de la villa al pasear, tranquilamente por los muelles, con una bella mujer cogida de la cintura.

Llegaron al amarre en el que el Mery aguardaba su próxima salida y Günter le explicaba a su amante la paciencia que había tenido y lo bien que había salido su plan. 

¿Has visto? Poniéndole el nombre de Mery, por fin somos libres y ya nadie podrá separarnos. 

Volvió la cabeza y para su sorpresa vio el rostro de ella anegado en llanto mientras sus ojos expresaban todo el pánico que es capaz de soportar una persona. Como un autómata movía su dedo para señalar la proa del barco donde una mano invisible borraba el antiguo nombre para escribir uno nuevo: Anna-Dora. Lo último que la amante de Günter pudo contar antes de morir fue que nunca había usado su segundo nombre: Dora. Lo odiaba como odiaba a la hermana de su padre, la misma que había maltratado a su madre hasta lograr su marcha. Se fue cuando ella tenía seis años y nunca supo de ella, solo las mentiras que su tía Dora le contaba tratando de suplantar un cariño imposible.

Hoy el barco permanece amarrado y no tiene dueño. El registro dice que desde 1963 pertenece a Günter Spaans, pero son muchos en el puerto de Amsterdam, su actual amarre, los que saben que el barco es la casa de su nieto, el mismo que nunca se ha casado y cuya familia carece de mujeres a las que el barco pueda robarles el nombre y la vida.  

¿De verdad lo vas a comprar?