viernes. 19.04.2024
obama

Barack Obama fue un fenómeno político difícil de discutir y seguramente será también un fenómeno editorial jugosamente lucrativo. Las memorias del primer presidente afroamericano de la historia tienen asegurado uno de los primeros puestos en el ranking de best sellers de la temporada. Y con motivos. Había interés por conocer la autovaloración que el líder más mediático de Estados Unidos hacía de su ascenso y recorrido por la Casa Blanca. El resultado, como su presidencia, es agridulce.

Las memorias no son el mejor instrumento para tener un conocimiento riguroso de la historia, ni de sus protagonistas. Suelen ser justificativas, tramposas, complacientes y, en el mejor de los casos contradictorias. Las de Obama no son una excepción.

Se ha publicado el primer volumen, que abarca desde los orígenes de su compromiso político (en realidad, antes que eso: su periodo formativo) hasta la mitad de su primer mandato en la Casa Blanca. Podemos diseccionar la obra en tres planos: el de las ideas que el protagonista defendía a lo largo de ese periodo, el de las acciones de gobierno (no siempre coincidentes con las anteriores, como el propio autor admite) y el de su vida íntima, personal y familiar. Obama combina los tres planos con acierto narrativo. Utiliza los acontecimientos privados en algunos casos para desengrasar la árida exposición de los problemas y actuaciones políticas; en otros momentos, para humanizarlos, para hacer ver que la política, pese a la idea que tiene el gran público, es un empeño fieramente humano y no solamente el producto de una maquinaria desalmada.

Obama, contrariamente a otros políticos contemporáneos, ha preferido huir de la sencillez o la simplificación cuando aborda los distintos asuntos de su agenda política. Expone todos los temas en toda su complejidad, ofreciendo datos y opciones con un nivel de detalle que a veces podría resultar excesivo para un lector poco avisado. En esto contrasta mucho con las memorias de Hillary Clinton, por ejemplo, mucho más superficiales y auto justificativas.

Barack Obama tiene la valentía de reconocer que casi nunca hizo lo que le hubiera gustado hacer

Ya sea la insuficiente respuesta a la crisis financiera de 2008, la fallida reforma sanitaria o la fracasada resolución de las guerras heredadas de la administración Bush, Barack Obama tiene la valentía de reconocer que casi nunca hizo lo que le hubiera gustado hacer o lo que el pueblo norteamericano y la comunidad internacional más necesitaba, para avanzar hacia un mundo más justo y seguro.

Pero ese ejercicio de aparente honestidad intelectual presenta trampas bastante visibles. El expresidente construye un relato que suena muchas veces a exoneración, cuando deja palpable su frustración por el obstruccionismo republicano, a pesar de que su enorme capital político inicial y una mayoría afín en el legislativo le hubieran permitido una acción ejecutiva más firme y decidida.  Con el ala izquierda de su partido, que esperaba de él un compromiso más transformador, se muestra muchas veces condescendiente.

No es que Obama suene vindicativo o agresivo con sus oponentes internos o externos. Rara vez lo es. El tono conciliador del relato le lleva a ser en exceso elegante o a tirar del manual de la corrección política, exagerando la comprensión de algunas de las posturas más opuestas a las suyas, no sin quejarse amargamente de su negatividad.

memorias obamaAtrapado a veces en esa contradicción por él mismo buscada entre lo que le hubiera gustado hacer y lo que se vio obligado a decidir, suele salir de ella señalando que siempre es mejor avanzar siquiera a pequeños o incluso mínimos pasos que mantenerse estancado en la queja o la denuncia de los problemas que impiden un futuro mejor. En otras palabras, la metodología de un posibilista como él. O de un reformista, aunque poco o nada haya cambiado en su país y en el mundo como efecto de su legado. Ese mundo a mitad de camino entre el prometido y el inevitable constituye una suerte de Obamalandia.

En el plano privado, el relato de Obama se hace más difícil de digerir. Es muy convencional en la narración de sus relaciones de pareja y familiares, muy en la línea del conservadurismo norteamericano, aunque la suya sea una óptica liberal. Resulta un poco empalagosa la referencia al tiempo que no pudo dedicar a sus hijas pequeñas desde que tomó la decisión de iniciar un ascenso continuo por la afilada escalera política norteamericana. Vista su ambición (comprensible en cualquier político, hombre de negocios o profesional) resulta poco creíble su continua invocación a la realización de sus ideales. Como su misma esposa le reprocha cuando, nada más obtenido un puesto, le participa sus planes de aspirar a uno más alto en la jerarquía de poder. “¿Es que nunca va a ser suficiente, Barack?”, le dice Michelle.

Obama deja un primer volumen de memorias cuyo mayor interés reside en la utilidad del material de referencia para historiadores y analistas políticos sobre la toma de decisiones en un periodo importante (como casi todos) e inédito (como pocos otros) de la reciente historia americana. Para el gran público, las anécdotas o la letra pequeña con la que el autor intenta aligerar la densidad y extensión de su reflexión pueden resultar escasas o, en cierto modo, un tanto cándidas. Para quienes nos ocupamos del asunto con pasión y dedicación, curados de antemano de cualquier tentación mitificadora, las memorias de Obama constituyen una lectura muy recomendable.

“Una tierra prometida”, el primer volumen de las memorias de Barack Obama