lunes. 06.05.2024

Pablo D. Santonja | @DatoSantonja

Tengo a Darío Adanti como alguien culto y con ideas divergentes al resto. Alguien que puede marcar la diferencia con un punto de vista diferente, y con reflexiones que te dejan pensando. Hace mucho tiempo, disfruté de un show, casi de los primeros de Mongolia, en el teatro Luchana, del cual salimos todos absortos y encantados porque nos encontramos con un guión provocador, bruto (ya en aquel entonces Edu Galán decía lo de “Esto no es el Hormiguero”), donde el humor que presenciaban era político y mordaz mostrando un punto de vista del que nadie se atrevía a hablar. 

El domingo fuimos al espectáculo “Mongolia” y tras sus montajes habituales muy Terry Guilliam, exagerados y políticos, entramos en una sección sobre los límites del humor, el debate de la ética de los chistes y todo ese discurso que gusta llevar por bandera. Lo que podría haber sido un resumen trabajado y sesudo, que hiciera pensar al público, como lo hizo la obra “Disparen al Humorista” de Adanti, se convirtió en una hora de improperios, provocaciones sin sentido y chistes deliberadamente de mal gusto para afianzar su posición de “tengo derecho a reírme de todo y de todos”.

Ya no pueden parar, y deberán seguir riéndose de discapacitados, de activistas, de la sociedad que siente y sufre por este tipo de abusos verbales

Lo ideal sería dejarte llevar por el calentón y el guante lanzado y correr a Twitter para ponerlos verdes. Y como bien decía Adanti durante su monólogo: “si no te gusta, cambia de canal”. Pues justo la forma de marketing actual de Mongolia se debe basar en eso: decir una concatenación de improperios que bien pueden hacerte reír o bien pueden hacerte saltar. De todas formas, que hablen de uno, aunque sea mal. 

En su monólogo defendía el derecho a meterse con todos y todo por el hecho de ser “sudaca” (dicho por él), bajito, extranjero y una serie de adjetivos que no voy a enumerar aquí. Lo que yo veía era un pobre hombre enrabietado al estilo “Iznogud”, al querer ser el califa en lugar del Califa, hablando de su derecho de tomarnos a todos por tontos y creer que decía algo inteligente mientras encadenaba palabrotas e insultos. Un “boomer” que defendía chistes que se reía de sacerdotes abusadores, de atentados con víctimas mortales, de minorías étnicas, simplemente por su derecho a la libertad de expresión. A mi entender no hay mucha diferencia entre eso y Arévalo haciendo chistes de “mariquitas y gangosos”, los cuales este hombre condena con fiereza.

Creo, no tengo pruebas, pero creo que de tantas polémicas encadenadas hacia el periódico Mongolia, solo han sabido huir hacia adelante, porque pedir disculpas o acotar su campo objetivo implicaría reconocer que se han pasado de la raya. Implicaría reconocer que “no todo vale”, y su discurso se desmoronaría. Actualmente, son el monstruo que se devora a sí mismo. Ya no pueden parar, y deberán seguir riéndose de discapacitados, de activistas, de la sociedad que siente y sufre por este tipo de abusos verbales. ¿Cómo se sentiría un espectador cuya familia se haya visto truncada por el atentado de Barcelona de las Ramblas? ¿Cómo se sentirían los padres de un menor que llevan años luchando contra una parálisis cerebral? 

El humor debe ser vertical, de abajo hacia arriba, poniendo el foco en aquellos que nos oprimen, y nos hacen vivir peor, no en las minorías

No, la época actual no funciona así. Efectivamente el humor debe ser vertical, de abajo hacia arriba, poniendo el foco en aquellos que nos oprimen, y nos hacen vivir peor, no en las minorías. Efectivamente, el contexto lo es todo para hacer humor. No es lo mismo la complicidad que puedes tener con tu círculo más cercano para hablar con sinceridad y cierta malicia sobre cosas que os afectan y que se va a entender por el contexto; que coger un micro y empezar a saltar las burradas que te vengan a la cabeza solo para salir en algún hilo de twitter, hablando de tu trabajo de forma gratuita. 

Estoy seguro que el artista / escritor / dibujante  debe ser analítico con la época actual en la que vive, y amoldarse y hacer crítica desde la realidad de la sociedad. El poder de tener un micrófono delante es muy grande. Podría haber sido una crítica inteligente y fresca sobre la época política actual, sobre las desigualdades sociales, sobre un sistema político y económico que deja vendido y al descubierto a millones de personas. Pero no, dejaron eso al lado para hacer una reflexión vacía mientras difaman contra todo y todos, buscando el aplauso fácil y con demagogia barata que te lleva a que el espectador menos exigente diga cada diez segundos un “Qué razón tiene, qué razón”. No se han fijado en que si te ríes de un chiste sobre el 11-M, eres igual de cómplice que la persona que lo cuenta ante el daño causado y las sensibilidades heridas. 

He estado un tiempo pensando en si hacer este artículo o no, pues hablar mal de ellos sería la línea fácil, pero no quería dejarme esta reflexión por dentro. Sin más, salimos del teatro en shock, analizando cada frase, consternados por el hecho de no entender en qué momento se perdieron. Solo espero que se den cuenta del altavoz mediático que representan, o finalmente, terminarán por devorarse. 

Mongolia: el monstruo que se devora a sí mismo