miércoles. 24.04.2024

Observaciones preliminares

La vida de Sartre fue y es, en muchos aspectos, —no solo en los teóricos— muy interesante. Antes de embarcarnos más a fondo en su pensamiento y analizar algunas de sus ideas principales sería deseable exponer algunas cosas relevantes acerca de este filósofo tan controversial, tan técnico y, al mismo tiempo, tan mundano. Jean Paul Sartre, filósofo, novelista y dramaturgo, nació en París (Francia) el 21 de junio del año 1905. Sus padres eran Anne-Marie Schweitzer, quien era de estirpe alemana, y Jean-Baptiste Sartre, oficial de la marina francesa. Su padre falleció de una fiebre furibunda cuando Sartre no había cumplido ni quince meses, su madre tuvo que hacerse cargo de él, con la ayuda de su abuelo Charles Schweitzer, quien lo introdujo en el campo de la literatura clásica.

Cuando Sartre aún era un neófito en el mundo filosófico, estuvo muy atraído por la filosofía de Bergson- un filósofo anti intelectual, casi partidario del irracionalismo-al cual le tenía un gran respeto y que ciertamente influyó en él. Posteriormente, en Berlín, de 1934 hasta 1935, amplió sus criterios filosóficos estudiando muy rigurosamente la Fenomenología, corriente que en ese tiempo era extremadamente popular, y cuyo mayor representante fue Edmund Husserl. Bajo su influencia escribió su conocidísimo ensayo La transcendencia del ego que, por cierto, fue su primer trabajo estrictamente filosófico. Si bien escribió ese ensayo muy influido por él, sería preciso poner de relieve lo siguiente:

«A diferencia de La imaginación, de Lo imaginario y de un Bosquejo de la teoría de las emociones, en La trascendencia del ego hay una crítica manifiesta a su maestro. En lugar de apoyar a Husserl y su fenomenología trascendental, el francés rechaza dicha postura y desarrolla una nueva fenomenología» (Morales, 2017).

En tiempos de la Segunda Guerra Mundial, se enroló y participó en el movimiento francés de resistencia, específicamente en la unidad de meteorología en Nancy. Infortunadamente, en junio de 1839, fue hecho prisionero de guerra por los alemanes por un breve periodo; en el campo de los prisioneros, Sartre aprovechó el tiempo libre y releyó ávidamente la obra Ser y Tiempo de Martín Heidegger y, para tonificar su lectura tomó una serie de notas, de aquellas germinó y surgió su obra portentosa: El Ser y la Nada, obra que publicaría en 1944 y que fue evidentemente, como sostiene el profesor Tomás Abraham,  «un diálogo crítico y riguroso con la tradición filosófica». Inmediatamente después de la faena de la guerra, se dedicó a enseñar como profesor, pero después de un efímero período renunció y se consagró secularmente a realizar lo que mejor sabía hacer: escribir. Gracias a sus enormes dotes y atributos como escritor, — fue galardonado con el Premio Nobel, pero en octubre de 1965 lo rechazó.

Simone de Beauvoir, sin duda, fue un pilar fundamental en la vida de Sartre. La conoció en la École Normale Supérieure entre 1924 y 1929. Vivió con ella toda su vida. No era una relación común y corriente, era, por decirlo así, abierta, cosa que era vista por los religiosos gazmoños como de una inmoralidad aterradora. Él sostenía que ella era su amor necesario, y que cualquier otra amante que se cruzara en su calzada era accidental. Ella, gracias a su desaforada inteligencia, fue de enorme ayuda para que Sartre lograra catapultarse a la cúspide más alta del mundo filosófico. Se dice que Sartre, a pesar de ser un coloso del pensamiento siempre tomó muy en serio la opinión de su mujer nunca publicó una obra sin haber sido leída, criticada y aprobada por ella (Stumpf, 1993).

Escribió muchas historias cortas, en las que exponía de manera muy escueta los temas fundamentales de su filosofía—temas complejísimos y recomendados sólo para filósofos— mundanamente. Toda su obra giró en torno a un concepto: la libertad; «la libertad humana es el tema fundamental de su pensamiento. Lo trata de alguna forma u otra en sus obras de teatro y en sus novelas» (McNabb, 2020). Pero también escribió de manera muy compleja, esto se pone de manifiesto en su obra capital: El ser y la Nada, a pesar de que es su obra más técnica y filosófica, es El Existencialismo es un Humanismo su trabajo más leído y comentado, obra que fue publicada en 1946. En dicho trabajo explicó de manera muy didáctica y sucinta, sin perder la brillantez por supuesto, la doctrina existencialista en términos, inteligibles, mundanos.

Pues bien, Sartre es considerado como el máximo representante del existencialismo francés. Y ello no es gratuito, pues hizo en vida todos los méritos intelectuales requeridos para quedar entre los grandes de ese movimiento y, por lo mismo, entre los colosos del pensamiento filosófico. Como es de esperar de un existencialista, propuso una antropología vitalista.

Existen más o menos tres modos, por así decirlo, de existencialismo: el religioso, representado por Kierkegaard, Dostoievski, Unamuno, Jaspear y Gabriel Marcel; el agnóstico, cuya máxima figura es Camus; y el ateo, representado por él y Heidegger. Este último se distanció de él en la carta sobre el humanismo.

Ahora bien, el pensamiento encriptado y sumamente técnico de Sartre se podría resumir de la siguiente manera: su filosofía es una oposición férrea a toda forma de metafísica de esencias, ya que, a su parecer, como lo expuso de forma lúcida en sus trabajos estrictamente filosóficos, la existencia antecede a la esencia, a saber, a la determinación, definición o negación, y, si esto es así, entonces estamos condenados a ser libres, pues no queda otra opción, si es que se quiere vivir humanamente.

Por otro lado, existe un prejuicio bastante generalizado de que Sartre no fue un filósofo competente y original, sino más bien un simple literato, aunque su genio no se agotó en esa actividad. Bertrand Russell, sin complicarse demasiado, lo etiquetó de ser un filósofo muy oscuro. Para Johannes Hirschberger, un filósofo conservador católico, «es, sin duda, más literato que filósofo» (1967, pág. 438). Es comprensible que él no se sienta a gusto con su filosofía ya que Sartre refutó muy ingeniosamente a toda la tradición metafísica, a Aristóteles y a su amado Platón. Es más, resulta completamente irónico que, a un pensador tan complejo como Sartre, sólo le dedicara de mala gana cinco párrafos en su historia de la filosofía. En la última oración del último párrafo de los que le dedicó dice: «la posición de Sartre tiene sus raíces en el pasado, no significa una creación original filosófica —como si la filosofía se tratara siempre, invariablemente, de creaciones originales— y vive sólo de su radicalismo y del estilo literario en que está vertida» (1967, pág. 439).

Influencias

Pues bien, el pensamiento filosófico de Sartre fue influido y nutrido por tres grandes genios del universo filosófico: Husserl, Heidegger y Marx. Para el filósofo Samuel Enoch Stumpf la filosofía de Sartre es una especie de mezcla de la filosofía de aquellos (Stumpf, 1993, pág. 564).

Es verdad que su sistema filosófico, hasta cierto punto, es derivado de las formas de pensar de éstos tres grandes filósofos. Esto, en todo caso, no quiere decir que se limitó a la pura repetición mecánica, en ningún momento quedó como lo pretenden hacer creer muchos filósofos religiosos, alienado por los supuestos teóricos de estos pensadores. Mas bien Sartre tomó de éstos lo que era beneficioso, pero criticó los puntos en los que a su criterio estaban errados. Es evidente que «si Sartre estuviera completamente de acuerdo con lo que hicieron los dos (Husserl y Heidegger), obviamente no tendríamos El ser y la nada» (McNabb, 2020). Estos filósofos ya aludidos comparten algo en común: su interés por mostrar el papel activo del hombre para forjar su propio destino (Stumpf, 1993). Marx propone que el ser humano es acción, actividad y trabajo. Gracias a esa acción es que el hombre modifica la naturaleza y sólo esa actividad puede cambiar al ser complejo, (el para-sí), un cambio subjetivo no altera en absoluto la realidad óntica de las cosas. Husserl asimismo se enfoca en el individuo.

En su nueva filosofía, que él llama «fenomenología», sostiene que una genuina filosofía debe buscar su fundamentación exclusivamente en el ser humano (Stumpf, 1993). Heidegger influyó profundamente a Sartre, su monumento teórico, Ser y Tiempo, lo demuestra, obra que se basa principalmente en las categorías de Søren Kierkegaard y Husserl. En dicho trabajo sostuvo que la comprensión básica de la pregunta por el ser se alcanza con mayor éxito por el análisis existencial de la persona. Heidegger, estaba principalmente enfocado con el ser y la existencia de la persona, pero sólo como medio para la comprensión del ser. A Sartre le preocupaba más que todo la existencia individual. Sartre sostuvo que el principio fundamental y crítico que rige el ideario existencialista de que la existencia precede a la esencia es un principio crítico que no sólo desafía el mundo filosófico contemporáneo, del presente, sino que además éste alcanza hasta Platón y Aristóteles que sostuvieron infundadamente que la esencia es lo primero y que después aflora o emana la existencia. Este principio, diría Sartre, debería ser el punto de partida para cualquier ulterior ejercicio plenamente filosófico.

Sartre como filósofo peligroso e incómodo

Una de las tareas ineludibles del verdadero filósofo es cuestionar fundadamente el orden establecido. Sócrates, como cumplió al pie de la letra tal faena, la de cuestionar fundadamente al Estado y a su razón hegemónica, era visto como un peligro inminente para las estructuras de poder de la sociedad ateniense. Spinoza, como sabemos, fue capaz de exponer sus doctrinas a pesar de todo lo que esto implicaría: «dado el odio desproporcionado que le tenían a Baruch Spinoza, la clase baja y alta, por sus ideas, se vio relegado a vivir toda su vida, exiliado, en la pobreza y la miseria, sobrevivió puliendo espejuelos, muy pobre, pero fiel y obstinado en el más alto grado con los principios que profesaba» (Salmerón, 2020). Platón, considerado por muchos como un conservador, es otro ejemplo de filósofo peligroso e incómodo. Tres veces intentó que sus ideales fueran puestos en práctica en Siracusa y en las tres veces puso en grave riesgo su vida, en uno de los viajes cuando estaba de regreso, fue capturado y vendido por unos piratas como esclavo, de no haber sido por un amigo suyo que lo reconoció entre los confinados y pagó su rescate, quizá hubiese quedado de cautivo el resto de sus días. A pesar de lo heterodoxas e iconoclastas que puedan parecer al ser humano de este tiempo las doctrinas suyas en relación con el Estado y la propiedad privada, las defendió con gran rigor y pasión intelectuales; asimismo creyó noblemente, a pesar del descontento que pudieron suponer tales ideas a los dirigentes y teóricos políticos de su tiempo, profundamente en ellas. Los filósofos no son, — o no deberían ser, esos que creen que saben todo, y por lo mismo no saben nada, ya que no se puede saber todo, esos que desconocen totalmente el mundo filosófico y que de él sólo tienen una caricatura grotesca, ramplona, mal hecha, sujetos que viven alejados del mundo de lo real e inmersos en abstracciones inútiles; son, por el contrario, los sujetos más prácticos y aterrizados.

El pensamiento filosófico de Sartre, como el de Sócrates y Spinoza, se consideraba por los conservadores de su tiempo enemigos del cambio, como peligroso. Es bien sabido que su obra de teatro A puertas cerradas fue censurada en Inglaterra (McNabb, 2020). En la Unión Soviética, territorio propicio para el dogma, sobre todo con Stalin, prohibieron su obra Las manos Sucias (McNabb, 2020). El papa Pío XII, conservador en el más alto nivel y amante del principio de identidad, puso, para congraciarse con la ortodoxia católica, todas sus obras en el índice de libros prohibidos.

Si bien la censura puede parecer como algo totalmente infortunado, también es señal de que se está tocando fibras sensibles y cumpliendo con el deber socrático, en ese sentido es algo positivo. Tanto era la tensión que él suscitaba que el comisario cultural de Stalin llegó a decir que Sartre era una «hiena dactilógrafa y un chacal con bolígrafo» (McNabb, 2020). Gabriel Marcel, un católico extremadamente conservador, con un gran dolor cristiano afirmaba que Sartre «patentemente corrompía a la juventud» (McNabb, 2020), que además era “un blasfemo sistemático» (McNabb, 2020) y, por otro lado, que era «el sepulturero de occidente» (McNabb, 2020). Se opuso ferozmente a la guerra de su país en Argelia, por lo que una horda de soldados veteranos efectuó una manifestación, con unas intenciones poco piadosas o magnánimas, en las calles de París, proclamaban a grandes voces una consigna muy lacónica pero letal: «¡fusilen a Sartre!». Después de ese perjuicio en su contra, los reaccionarios no satisfechos con los resultados, detonaron dos veces bombas en su casa en la que vivía con su madre, y otra vez en las oficinas de su revista Le Temps Moderne (McNabb, 2020).

Sartre fue un filósofo peligroso porque trató no sólo de predicar sus principios, sino que además encarnarlos y vivirlos plenamente, fue capaz de desafiar las certezas y creencias más respetadas y tomadas como indiscutibles de su época, y eso no lo ayudaba a ganar puntos con los conservadores. Su filosofía, cuando realmente dominaba y era influyente, fue incómoda no sólo para las clases altas, sino que también para las clases bajas. Y todavía lo sigue siendo, quizá por eso a muchos no les parece interesante su pensamiento; ¿quién que ofrezca libertad puede ser querido por la mayoría?

La filosofía de Sartre irrumpió en su época interpelando a todo mundo; era peligrosa e incómoda no sólo para los que estaban en las instancias del poder, la clase dominante, sino que además molestaba a las clases menesterosas por una sencilla razón: ponía énfasis en la libertad radical del ser humano y en su capacidad de forjar, a pesar de todas las adversidades que puedan impedir su plena objetivación, su propio destino. En relación con el tema de la libertad en la filosofía de Sartre el filósofo Darin McNabb sostiene lo siguiente:

«…para los que detentan poder político y económico, es una idea peligrosa porque implica que las horrendas injusticias del mundo no son inevitables, sino que resultan de las elecciones de seres humanos, de individuos como tú y yo, por lo que tenemos la libertad, el poder y la responsabilidad de cambiar las cosas, de hacer un mundo mejor. Y es peligroso para el individuo porque le priva de todas las excusas que usa para no cambiar las cosas, para no responsabilizarse y hacerse cargo de su libertad y las condiciones de su existencia» (McNabb, 2020).

Los que controlan el poder en general anhelan que los dominados digan que sí a todas sus políticas a pesar de que aquellas los vayan a esquilmar. Sin embargo, «la libertad humana consiste en la capacidad de decir no» (McNabb, 2020). Quien esté convencido de que tiene la libertad suficiente para decir que no a los perversos proyectos políticos y sí a su propio proyecto resulta ser un sujeto muy peligroso para la clase dominante en el poder.

Algunas ideas incómodas de Sartre

Fundamentalmente el hombre, según Sartre, es libre. Por lo tanto, siguiendo las consecuencias de su pensamiento, se puede determinar los siguientes puntos: la existencia precede a la esencia, el ser humano tiene que crearse a sí mismo, está irremediablemente condenado a ser libre, comparte una condición humana universal y la existencia no es necesaria sino accidental. Reflexionemos, pues, sobre estos puntos más en detalle.

La existencia precede a la esencia

Sartre muy ingeniosamente invierte el sentido de la relación, primero para él se da la existencia luego la esencia. Es evidente que no podemos explicar la naturaleza del hombre de la misma forma que describimos la de un artículo de manufactura. Desde el comienzo manifiesta abiertamente su hostilidad a la noción tradicional encarnada de esencia. Como no hay Dios, la esencia no está dada de antemano, el ser humano ocupa el lugar de Dios, él, en el sentido que está solo en el mundo y dirige su vida según sus propios criterios, es Dios. Por lo mismo no es una filosofía quietista, es dinámica; el ser humano tiene —o está obligado si quiere alcanzar la categoría de sujeto— que crear mediante sus actos libres su propia esencia, su definición.

Para Sartre es fundamental la negación explícita de Dios, pues de ello dependerá la visión general que se tenga sobre el ser humano. La negación de Dios implica la negación de la naturaleza, el hombre, inicialmente como toda otra cosa es, pero no tiene naturaleza. Si se piensa en Dios como una suerte de creador se está presuponiendo como cierta la hipótesis, infundada, a juicio de Sartre, de que existe de ante mano una naturaleza humana cuya condición de posibilidad descansa en último término en la subjetividad de Dios; pero si esto fuera cierto entonces no habría libertad, los hombres y mujeres estarían determinados, tendrían una esencia, o dicho en palabras más fáciles: la negación irrumpiría desde la exterioridad y, por lo mismo, estarían negados, y no sería la nada creadora la que introduciría la negación en el mundo. El hombre no está definido de antemano, porque no hay otro definidor fuera de sí, no hay otra conciencia libre que lo afirme o más precisamente que lo niegue. Definir al hombre desde afuera es negarlo. Si Dios existe entonces el ser humano quedaría reducido a una mera existencia cosmológica, digamos, como una cosa producto de la negación primera. Por ejemplo, el que realiza una mesa tiene con anterioridad la idea puntual de la mesa, aquella queda determinada, porque toda determinación, como dice Baruch Spinoza, es una negación, por el que la construyó y no tiene libertad.

Si bien filósofos anteriores a él, tales como Diderot, Voltaire y Kant suprimieron de sus respectivas filosofías la hipótesis infundada de Dios, no fueron capaces de llegar hasta las últimas consecuencias, pues mantuvieron, rasgo característico de los teístas, la noción de que el ser humano posee una naturaleza humana, naturaleza universal y presente en cada hombre (Stumpf, 1993, pág. 565). En fin, a pesar de su ateísmo se mantuvieron bajo el mismo régimen teórico teísta. Éstos, según Sartre, sostenían más o menos lo siguiente:

«El hombre es poseedor de una naturaleza humana; esta naturaleza humana, que es el concepto humano, se encuentra en todos los hombres, lo que significa que cada hombre es un ejemplo particular de un concepto universal, el hombre; en Kant resulta de esta universalidad que tanto el hombre de los bosques, el hombre de la naturaleza, como el burgués, están sujetos a la misma definición y poseen las mismas cualidades básicas. Así pues, aquí también la esencia del hombre precede a esa existencia histórica que encontramos en la naturaleza» (Sartre, 1946).

Ellos argüían que todos los hombres, sin importar su condición social, tenían la misma esencia, el mismo concepto universal. Es decir, todo hombre y mujer era el resultado de la objetivación de la subjetividad de Dios, un mero pensamiento objetivado de Dios. Para Sartre, todo esto era impreciso, pues negociaba con la libertad. Es por eso que el que más ha puesto en jaque al mundo cristiano es Sartre, su ataque sobre todo a sus doctrinas morales —pues para Sartre la doctrina moral cristiana era inmoral— fue mortífero; este, comparado con las divas del ateísmo contemporáneo, es un ateo serio. La negación de Dios es de capital importancia no porque refute las doctrinas cristianas, falaces en el más alto grado, eso es frívolo; la importancia real de esto radica en lo siguiente: en que si no hay Dios no hay por lo mismo naturaleza dada ya que no habría nadie para conceptuarla; el ser humano si ha de ser libre no puede ser definido de antemano como una mesa o un coche que es definido por el que lo construye. Sartre dice que:

«El existencialismo ateo que yo represento es más coherente. Declara que, si Dios no existe, hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre, o como dice Heidegger, la realidad humana» (Sartre, 1946).

Al comienzo, al igual que una piedra o un árbol, solo existe, es posteriormente, cuando adquiere conciencia de sus actos en el mundo, que comienza el hombre a darse su propia esencia. Que la existencia preceda a la esencia significa ante todo que el hombre, la conciencia libre, primero existe, confronta y emerge en el mundo (Stumpf, 1993, pág. 565) y, posteriormente, gracias a su operar consciente comienza a darse su propia esencia. Al principio, cuando el ser humano aún vive en la nebulosa inconsciente, solo es, es una mera realidad cosmológica. Lo que a Sartre realmente le interesa es demostrar que el ser humano es eso que él mismo hace de sí mismo. Esta postura sartreana, como cualquier otra humana, puede ser puesta en crisis.

El ser humano tiene que crearse a sí mismo

Una reacción normal al principio fundamental que da sentido y unidad al existencialismo sartreano, sobre todo desde el terreno objetivista, es que es demasiado subjetivista (Stumpf, 1993, pág. 565). No hay que apresurarse. Lo que Sartre quiere dar a entender —en un lenguaje un poco complicado sino se conoce bien su sistema categorial— con esto es bastante simple: el ser humano, por insignificante y limitado que sea, tiene más dignidad que una roca, un árbol o una mesa. Lo que le dota de dignidad es la posesión de una vida subjetiva (Stumpf, 1993, pág. 565). El hombre es algo que se mueve hacia un fin, hacia un futuro atiborrado de posibilidades y es, la mayor parte de veces, consciente de ello. Sartre, se dio cuenta que es más fácil ser una mera cosa que ser un sujeto, la mayoría le teme a la libertad porque vivirla plenamente implica definirse individualmente.

Para explicar mejor ésta problemática puso bastante énfasis en dos modos de ser; esto conduce a su conocidísima doctrina: el ser en-sí y el ser para-sí. El hombre comparte estas dos formas de ser: en cuanto a ser en-sí, es al igual que una roca y, en cuanto a para-sí, es un sujeto consciente, lo que lo diferencia de la piedra. Ser consciente es pararse siempre antes del futuro, es un estar en el mundo consciente y no un mero estar cosmológico, la importancia de poner la existencia antes que la esencia no sólo muestra que el hombre puede crearse a sí mismo, sino que además es responsable de sí y del otro, su accionar sí puede afectar positiva o negativamente al otro. El ser humano, además, es un proyecto en construcción, no algo terminado o, en palabras más simples, una realidad maciza. Si, como suponen gratuitamente los teólogos católicos y el pensamiento cristiano en general, la esencia fuera algo dado y entregado, no podría ser responsable el ser humano de su accionar en el mundo. Sobre la responsabilidad nos dice Sartre: que «cuando decimos que el hombre es responsable de sí mismo, no queremos decir que el hombre es responsable de su estricta individualidad, sino que es responsable de todos los hombres». En relación con el subjetivismo sostiene lo siguiente:

«Hay dos sentidos de la palabra subjetivismo, y nuestros adversarios juegan con los dos sentidos. Subjetivismo, por una parte, quiere decir elección del sujeto individual por sí mismo, y por otra, imposibilidad para el hombre de sobrepasar la subjetividad humana. El segundo sentido es el sentido profundo del existencialismo» (Sartre, 1946).

La roca, como una realidad maciza e idéntica a sí misma, no puede ser responsable, pues no es libre, el ser humano sí puede, ya que es una conciencia libre, traslúcida. Lo que parecía ser a primera vista, juzgando apresurada y someramente, un subjetivismo de inmoralidad aterradora resulta ser una ética asentada en la responsabilidad individual (Stumpf, 1993, pág. 565). Todos compartimos ciertas limitaciones, así que el accionar individual sí importa pues afectará directa o indirectamente al otro. Sartre nos advierte que:

«…nuestra responsabilidad es mucho mayor de lo que podríamos suponer, porque compromete a la humanidad entera. Si soy obrero — nos dice—, y elijo adherirme a un sindicato cristiano en lugar de ser comunista; si por esta adhesión quiero indicar que la resignación es en el fondo la solución que conviene al hombre, que el reino del hombre no está en la tierra, no comprometo solamente mi caso: quiero ser un resignado para todos; en consecuencia, mi proceder ha comprometido a la humanidad entera» (Sartre, 1946).

Se está siempre en una situación, en relación con otros, en un mundo de intersubjetividad. Eligiendo acertada o erradamente en el proceso de hacerse a sí mismo el hombre compromete no sólo su existencia, sino que además a la ajena; su elección lo afectará no sólo a sí mismo, sino que, a todo el mundo, por ello tiene que actuar con la mayor responsabilidad posible. Esto suena análogo al imperativo categórico de Kant, pero él no quiere apelar a leyes universales para que dirijan el decidir moral humano (Stumpf, 1993, pág. 566). El acto de elegir como conciencia libre genera angustia porque implica responsabilidad y la gente en general le teme excesivamente a la responsabilidad, son otros los que eligen por ellos y los moldean.

No elegir y construirse en este mundo, es, se admita o no, un acto de mala fe, concepto muy trabajado por el Sartre existencialista radical. Según Sartre: «la mala fe es evidentemente una mentira, porque disimula la total libertad del compromiso» (Sartre, 1946), es, además, «el que miente y se excusa declarando: todo el mundo no procede así, es alguien que no está bien con su conciencia, porque el hecho de mentir implica un valor universal atribuido a la mentira» (Sartre, 1946). La mala fe es una suerte de auto-engaño, es hacerse el indiferente al hecho de que se es un para-sí y un en-sí; además es justificar nuestras decisiones por las decisiones de otros (Ellacuría, 1966, pág. 103), aquellas son nuestras; y es no lograr transcender el carácter de en-sí; es, técnicamente dicho, vivir cosmológica y no ontológicamente, finalmente es mentirse a sí mismo y negarse a construir libremente el proyecto personal.

Condenados a ser libres

El ser humano, lo acepte o no, está solo, no hay Dios, está abandonado, ya que la existencia del hombre precede a su esencia. Según Sartre:

«Así, no tenemos ni detrás ni delante de nosotros, en el dominio luminoso de los valores, justificaciones o excusas. Estamos solos, sin excusas. Es lo que expresaré diciendo que el hombre está condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace» (Sartre, 1946).

Aparte de su existencia, no hay nada (Stumpf, 1993, pág. 566); hay sólo presente. La verdadera naturaleza del presente es revelada en lo que existe (Stumpf, 1993, pág. 566). Lo que no está en el presente no existe (Stumpf, 1993, pág. 566). Las cosas son como aparecen, ya que sin la conciencia libre humana no tienen esencia. Como no hay Dios, no hay un sistema objetivo de valores; las esencias constituidas son meras quimeras. Por esa razón, el determinismo es una simple ilusión. El ser humano está, por su condición de ser un para-sí, condenado a ser libre; la conciencia, cuya estructura básica no puede ser afectada por el tiempo y por ninguna otra cosa externa (McCumber, 2011, pág. 256), es radicalmente libre, no aceptarlo es caer en mala fe. Es libre ya que en el instante que él se vuelve consciente de sí mismo, él es responsable por todo lo que haga. Rechaza enérgicamente el análisis de Freud sobre el comportamiento de la persona humana porque a su juicio aquello representó una excusa en forma de determinismo psicológico (Stumpf, 1993, pág. 567). El individuo es responsable de sus pasiones, no hay una entidad metafísica o un diablo fuera de sí que lo haga actuar de alguna forma determinada. El sujeto tiene, si quiere vivir auténticamente, que asumir el vértigo que engendra el ejercicio pleno de la libertad, la libertad no es algo liviano, para nada, es una carga pesada que necesariamente todo individuo libre tiene que cargar, pero paradójicamente no hay nadie forzándolo hacerlo. No hay una guía garantizada ni establecida. Para Sartre no existe un sistema de valores a priori, no hay nada bueno o malo en sí. Heidegger dice que la ansiedad es el resultado de darse cuenta de la finitud, es cuando el hombre contempla objetivamente la posibilidad más real de todas: su propia muerte. Todo el ser dice Heidegger está en relación con la nada no sólo el hombre. Categorías como «culpa», «ansiedad», «soledad» y «desesperación» describen bien la limitación humana, eso es la experiencia de una conciencia libre que no se limita a una mera existencia vacua sino profunda. Para Sartre el hombre es el resultado de todas sus acciones libres, no es que el hombre sea cobarde, él, mediante sus actos libres, se va haciendo pávido.

La condición universal humana

Es verdad que no hay una naturaleza, pero hay, en todo caso, una condición humana. Sartre sostiene que:

«Además, si es imposible encontrar en cada hombre una esencia universal que constituya la naturaleza humana, existe, sin embargo, una universalidad humana de condición. No es un azar que los pensadores de hoy día hablen más fácilmente de la condición del hombre que de su naturaleza. Por condición entienden, con más o menos claridad, el conjunto de los límites a priori que bosquejan su situación fundamental en el universo» (Sartre, 1946).

Él no acepta un esquema subjetivista como paradigma de verdad. Descubrirse a uno mismo en el acto del pensar consciente es descubrir la condición de todos los hombres y mujeres (Stumpf, 1993, pág. 567). Estamos todos ligados, juntos, en un mundo de intersubjetividad. El ser humano está en el mundo con los otros, aquí debe vivir, elegir y decidir (Stumpf, 1993, pág. 567). Lo que haga, aunque parezca que no, incide ya sea directa o indirectamente en la configuración del otro y tiene que ser responsable porque su operar, por ínfimo que sea, afectará, en alguna forma u otra, a todos. Tiene que crear sus propios valores morales ya que no están determinados. No puede sostener que su comportamiento poco humano, pues si no acepta su condición de ser para-sí vive como cosa, es debido a su estado emocional, ideología o cualquier otra cosa; aceptar una doctrina determinista es un autoengaño. Inventar los valores significa que no hay significado o sentido en la vida antes que el acto de la voluntad (Stumpf, 1993, pág. 569). Pensar que somos víctimas de fuerzas extrañas y misteriosas y no aceptar nuestra responsabilidad sobre el estado objetivo en el que nuestra vida se ve enfrascada es un acto de mala fe. El hombre es como cualquier otra cosa, un ser allí, pero a diferencia de las cosas el hombre posee conciencia. Tiene conciencia del mundo que lo trasciende, es el otro que él. En este nivel el mundo es experimentado como algo sólido y macizo; es algo indiferenciado, es decir, que todavía no ha sido recortado epistemológicamente en cosas individuales o particulares. La realidad es como una masa monstruosa toda desordenada y desnuda. Es el ser humano que la dota de sentido y unidad. El mundo de las explicaciones y los razonamientos lógicos no es, en efecto, el mundo de la existencia. Aquel es caos, desorden.

La existencia es contingente no necesaria

La existencia es pura casualidad, ha devenido por chance y no por necesidad. La existencia en efecto se manifiesta, pero nosotros no podemos deducirla como dice la Náusea «las cosas son en su totalidad lo que parecen, y detrás de ellas…No hay nada». El mundo es increado, sin razón, el ser en sí es gratuito por toda la eternidad, el significado que las cosas adquieren en el mundo descansa en las decisiones y elecciones que tomemos (Stumpf, 1993, pág. 569). En la Náusea dice magistralmente que «todo lo que existe nace sin razón, se prolonga por debilidad y muere por casualidad». Nada está definido completamente, el significado de las cosas puede cambiar si los hombres y mujeres así lo deciden, la mesa puede ser usada perfectamente para cenar o escribir una carta. Su definición no es absoluta ni externa a la subjetividad humana.

La función de la conciencia

La función de la conciencia, que no es un objeto dado una vez y para siempre, para Sartre es doble: por un lado, define la cosa específica en el mundo y la dota de significado, por el otro la conciencia la trasciende, pone una distancia entre sí misma y los objetos y personas y en ese sentido posee una libertad de esos objetos (Stumpf, 1993, pág. 569). El éxito o el fracaso del hombre en el mundo, dependerá de la clase de proyecto que elija realizar. Lo que será estribará de cómo su conciencia lidie con el mundo. El mundo no puede afectar mecánica y totalmente las elecciones conscientes de un hombre libre. El hombre y la mujer están condenados a ser libres. Por sus elecciones se hacen, no se crean desde la nada, más de una serie de elecciones y decisiones. Hay ciertas limitaciones, las cuales no niega Sartre, como por ejemplo nacer en el seno de una familia de bajos recursos o formar parte de los grupos socialmente excluidos. Estas condiciones, es evidente que pueden afectar la libertad de una persona, pero ésta no está totalmente determinada por aquellas.

El acercamiento de Sartre al marxismo, lo obligó, de alguna forma, a replantear o modificar algunas hipótesis fundamentales de su sistema.  De esta manera, aceptó la importancia de Marx y suscribió con él en muchos puntos, pero en ningún momento abandonó completamente los supuestos teóricos del existencialismo. Tratemos, pues, de abordar esta cuestión, aunque sea a vista de avión comercial.

Sartre, Marx y el existencialismo

En 1950 Sartre se acercó al marxismo. Tanto le impresionó Marx, que Sartre lo llegó a considerar como el filósofo de nuestro tiempo. Sin embargo, fue consciente de la enorme contradicción entre su existencialismo y el materialismo dialéctico de aquél (Stumpf, 1993, pág. 570). Hablando sobre el materialismo nos dice:

«En segundo lugar, esta teoría (se refería al existencialismo) es la única que da una dignidad al hombre, la única que no lo convierte en un objeto. Todo materialismo tiene por efecto tratar a todos los hombres, incluido uno mismo, como objetos, es decir, como un conjunto de reacciones determinadas, que en nada se distingue del conjunto de cualidades y [46] fenómenos que constituyen una mesa o una silla o una piedra. Nosotros queremos constituir precisamente el reino humano como un conjunto de valores distintos del reino material» (Sartre, 1946).

Nunca fue marxista completamente porque esa filosofía «no puede ser reconciliada con el existencialismo sartreano» (Copleston, 1994). Ello lo hubiera llevado a abandonar completamente su obra más potente: El Ser y la Nada, obra en la que hizo tanto énfasis en la libertad (Stumpf, 1993, pág. 570). Sartre sostenía que la fuente de todo significado es el para-sí, es el que constituye al mundo, para el marxismo es la realidad material la que constituye al sujeto. Sus filosofías son incompatibles: por un lado, Sartre sostenía que es la conciencia humana la que con su operar consciente va construyendo la historia y le va confiriendo sentido al mundo, por el otro, el materialismo dialéctico considera que es la infraestructura la que determina a la superestructura, en ese sentido toda actividad espiritual o ideológica es el resultado de la infraestructura o la estructura económica, ésta está determinada. La libertad para esta cosmovisión es meramente ilusoria; los hombre y mujeres son simples medios, vehículos, en los cuales ciertos procesos históricos se montan y se realizan a sí mismos. El marxismo sostuvo que «la historia es un proceso que en su despliegue va produciendo los fundamentos materiales y de la estructura social y económica» (Stumpf, 1993, pág. 570); y este proceso porta de antemano dentro de sí las condiciones y las razones para su propio despliegue (Stumpf, 1993, pág. 570). El hombre en vez de dotar de significado a la naturaleza, la descubre en el contexto histórico como resultado del proceso científico (Stumpf, 1993, pág. 570). Es por ese motivo, porque se oponía vehementemente a toda forma de determinismo, que repudió la teoría del inconsciente de Freud por ser una mecánica causación irracional al comportamiento humano (Stumpf, 1993, pág. 570).

En la Crítica de la razón dialéctica, un libro de una complejidad increíble, —es evidente que sólo un hombre como Sartre podía realizar tal faena—, se enfoca específicamente en el contexto histórico y social en el que el hombre se encuentra y que tiene un efecto en su comportamiento (Stumpf, 1993, pág. 570). Sostuvo que Marx fue el mejor en describir cómo las estructuras sociales y económicas se desarrollan e influyen en las decisiones humanas (Stumpf, 1993, pág. 570). Al final, tuvo que aceptar cómo la libertad humana se ve sitiada y limitada constantemente por circunstancias tales como el lugar de nacimiento, estatus social, el historial familiar y muchas otras circunstancias. Después de leer a Marx, Sartre abandonó el concepto de mala fe, no lo desechó completamente pero sí perdió centralidad en sus coordenadas intelectuales. También, revisó su optimismo en relación con el concepto de libertad, aceptó que hubo cambios en el interior de su sistema teórico (Stumpf, 1993, pág. 570). Pero a pesar de todas las limitaciones que enfrenta la libertad humana, creyó sinceramente en que la libertad, a pesar de todo existe, aunque sea de manera limitada. Sartre trató de reconciliar y aproximar el marxismo con el existencialismo ya que el defecto de Marx para él consistía básicamente en no haber puesto la suficiente atención en el sujeto y no haber sido capaz de reconocer a la persona real; la totalidad social es un conjunto de libertades y no reconocerlas en su individualidad es una falta a juicio de Sartre.

A modo de conclusión

Sartre como hemos visto fue un filósofo peligroso e incómodo. La razón de su peligrosidad siempre fue haber puesto énfasis en la libertad. No sólo se dedicó, como muchos filósofos academicistas, a predicarla por todo el mundo, sino a vivirla plenamente. Sus ideas resultaron incómodas, en su época y generaron la suficiente tensión para poder determinar que sí cumplió con su deber socrático. Sería, pues, desde mi punto de vista, necio no volver a su pensamiento. Sartre como filósofo y humano dejó una estela muy profunda en su época, es, pues, deseable que todos nosotros vivamos plenamente como sujetos libres para que al final de nuestros días nuestras huellas queden bien marcadas en la historia.

Bibliografía

Copleston, F. (1994).History of Philosophy volume IX.New York: Dauble Day.

Ellacuría, I. (1966). Historia de la Filosofía, (Sartre El Humanismo Existencialista Ateo).  Obtenido de Centro de Documentación Virtual Ignacio Ellacuría, S.J.: http://www.uca.edu.sv/centro-documentacion-virtual/wp-content/uploads/2015/03/C03-c11-.pdf

Hirschberger, J. (1967). Historia de la filosofía vol.2. Barcelona: Herder.

McNabb, D. (6 de mayo de 2020). El ser y la nada, pt. 1/8. Obtenido de LA FONDA FILOSÓFICA: https://www.lafondafilosofica.com/el-ser-y-la-nada-pt-1/

McCumber, J. (2011). Time and Philosophy: A History of Continental Thought.California: Acumen.

Morales, A. E. ( 2017). Sartre y la trascendencia del ego: la preparación de una filosofía existencial a la luz de una “ontología fenomenológica”.

Salmerón, V. (08 de septiembre de 2020). Crítica de la razón ex revolucionaria salvadoreña. Obtenido de Irrupción Filosófica: https://lingorab.blogspot.com/2020/09/critica-de-la-razon-revolucionaria_8.html

Sartre, J. P. (1946). El existencialismo es un humanismo. Obtenido de ucm.es: https://www.ucm.es/data/cont/docs/241-2015-06-16-Sartre%20%20El_existencialismo_es_un_humanismo.pdf

Stumpf, S. E. (1993). Elements of Philosophy an Introduction. New York: McGraw-Hill.

Sartre: un filósofo peligroso e incómodo