jueves. 18.04.2024
para la biblioteca
Imagen: Carmen Barrios

1.

El polvo del desierto envuelve el humo, ya precario, que rodea lo que queda de la biblioteca de las Mujeres de Gulistán. Algunos muros agujereados por las bombas resisten con el esqueleto, todavía en pie, de las estanterías carcomidas por el fuego, un fuego de odio que ha devorado tesoros como torrentes de palabras leídas o todavía por leer. Palabras que han quedado suspendidas en el polvo del desierto, y que si se fija bien la mirada se puede ver como fluyen despacio y densamente hacia otras conciencias inesperadas. La biblioteca se alzaba cerca de un cruce de caminos, en una pequeña aldea próxima a Alepo, una ciudad reducida casi a escombros porque sobre ella se ha cebado la ira del dios oscuro de la guerra.

Gulistán, la bibliotecaria, pertenece a una estirpe milenaria de conservadoras de libros, de saberes, de frases, leyendas y palabras para nombrar, mujeres de la tierra que fueron guardando y ampliando con sus pesquisas de hormigas laboriosas los fondos de una biblioteca única, que concentraba en este enclave del nacimiento de la civilización, del lejano Oriente Próximo, un tesoro relacionado con la existencia de mujeres con voz propia. Los libros que albergaba la biblioteca de Gulistán estaban escritos por mujeres, incluso había tablillas de tiempos inmemoriales en las que se narraban cuentos y leyendas que se habían recreado de boca en boca desde los lejanísimos días de las cuevas de las cavernas, que habían pasado desde las madres a las hijas en una sucesión interminable de voces de mujeres que fueron trenzando con su memoria el ovillo de nuestra historia.

Gulistán, repito su nombre, “Tierra de Rosas”, Gulistán, Tierra de Rosas, así se llama, así te nombran. Responde a la voz de un antiguo legajo persa de hace más de setecientos años, un libro bello compuesto por poemas y relatos. Gulistán, Tierra de Rosas, la nombra un libro.

He sabido del desastre de la Biblioteca de Gulistán a través de un amigo que ha viajado a esas tierras y que pudo ver con ojos despiertos y asombrados el esplendor de esa biblioteca de las Mujeres.

Una tarde de playa, en la que nos bañaba el sol de finales de agosto Dan recibió un mensaje de ahogo en su móvil.

-Dan han quemado la biblioteca, la han bombardeado…me escapé con lo que pude rescatar por uno de los túneles milenarios que recorren las tripas de este desierto. Vuelvo a ser hormiga. No sé cuando volveré a contactar.

Pasaron los días de angustia por no saber, angustia por el silencio, hasta que Gulistán volvió a contactar. En un mensaje más extenso le pedía ayuda a Dan para volver a vestir de palabras, de frases, de párrafos como ladrillos de conocimiento el edificio de una nueva biblioteca de las Mujeres.

Me he comprometido con Dan a ayudar a Gulistán y aquí estoy, pensando en Julia, mi amiga Julia, cuántos ratos de amor a los libros compartimos. Julia, te nombro y te cuento, te explico y cojo una vez más tu mano, la cojo para sacar las palabras que llevas en el valle de la palma de tu mano, palabras de amistas, palabras de compromiso, palabras de acción.

2.

Julia sabe de libros. Julia ama los libros. Sus razones tiene.

Julia dice que su madre tenía dos sueños en su vida: amueblar su casa con los mejores objetos que existen, los libros bellos, y que sus hijos fueran a la universidad. Amueblar la casa con libros lo consideraba un requisito previo e imprescindible para lo segundo. Y se afanó en ello de tal modo, que el salón de la casa familiar llegó a parecer tan exquisito y lujoso como un palacio del siglo XVIII. Un palacio de cincuenta metros cuadrados en Carabanchel Bajo, vestido de fabulosos libros, cuya llamativa encuadernación proporcionaba un aire tan especial y distinguido que disfrazaba la naturaleza mediocre, común y funcional del resto del mobiliario. Cuando se entraba en esa casa solo se tenían ojos para recorrer las estanterías de esa rica biblioteca, que prometía viajes a vidas, hechos y lugares inhóspitos e inimaginables. El salón de la casa de mi amiga Julia era una puerta abierta a la aventura más loca o al pensamiento más sesudo, era también una ventana desde la que volar a mundos imposibles, a amores desgarrados, era una ventana desde la que poder abrazar las estrellas.     

Su madre tenía la convicción de que los libros entraban por los ojos, y que cuanto más bellos fueran por fuera, más ganas entrarían a sus hijos de leerlos. Estudiar era la única manera que conocía para llegar a un lugar distinto al de abrillantar los suelos de otros, o recoger fruta madura en las fincas ajenas, que era lo que a ella le había tocado desde una edad muy tierna. Una edad en la que taponaron su infancia con un mocho y un trapo en una mano con los que lustrar el piso de la casa de los señores de su pueblo, hasta dejarlo como un espejo en el que se reflejaba su propia condición de criada, y un zacho en la otra, para extirpar chupones de los bajos de los troncos de los olivos, en los escasos ratos libres que le dejaba la fregancia. No fue apenas a la escuela, que recuerda extraordinaria pero difusa, demolida por los estragos de la guerra, y absolutamente denostada y casi prohibida para las mujeres, como todo atisbo de cultura que hubiera habitado en ese pequeño rincón de la Andalucía interior del que provenía.

3.

Los recuerdos de mi amiga Julia se mezclan con los míos y con el amor por los libros que mamé en mi propia casa. Mi madre y mi padre también eran unos fanáticos de los libros, de tenerlos, leerlos y prestarlos para que corriera la lectura de una cabeza a otra cabeza, como un rio brioso, de aguas claras y profundas. Mi casa estaba atestada de libros, pero al contrario de la biblioteca de la casa de mi amiga Julia, la nuestra era una biblioteca desigual, vestida con ediciones variopintas sin que la estética cumpliera función alguna.

Mis padres eran una especie de nómadas, durante mi infancia nos trasladamos ocho veces de provincia, con los consiguientes llena cajas, vacía cajas, llena cajas …de libros y objetos variados, y de lo que se terciara…pero sobre todo de libros, que se colocaban en cada casa nueva sin orden ni concierto.

La biblioteca nómada de mis padres era un laberinto que se hacía y se deshacía casi una vez al año, coincidiendo con cada traslado. En ese laberinto de historias por leer me crie yo. Me convertí, sin casi darme cuenta, en una exploradora fanática del laberinto. Caminaba por él con calma, recorría sus avenidas, y me paraba en cualquier recoveco, saboreaba cada rincón fallido por el que no podía salir y retornaba al camino, iniciando una historia tras otra hasta agotarla. Paseaba por las calles de ese laberinto de libros con placer, por el mero placer de recorrer sus caminos.

Mi madre era una gran recolectora de libros especiales, así los llamaban ellos. Traía esa tara de serie, como muchas veces decía mi hermano. Mi abuela era la culpable de la tara. Ella tuvo la suerte de ir a la escuela en su pueblo, Peñaranda de Bracamonte, donde asistió a las clases de su maestra la señorita Casilda, una enamorada de la literatura que consiguió meter en su cuerpo un monstruo devorador de letras y palabras, de frases enteras, de párrafos inagotables, el monstruo alegre de la lectura febril, de las preguntas, del conocimiento, del saber. Mi madre se contagió y albergó el mismo monstruo dentro de su cuerpo. Durante toda su vida nunca dejó de alimentarlo, tal como le había enseñado mi abuela.

En nuestra biblioteca laberíntica teníamos verdaderas joyas, libros descatalogados y libros prohibidos, muchos de ellos con el sello de la Editorial Progreso, una editorial que el Partido Comunista de España mantenía en Moscú desde después de la guerra y que ponía en circulación todos esos libros que los cancerberos del régimen negro querían quemar. Los libros prohibidos. La historia de España le debe mucho a los que han arriesgado sus vidas para conservar y distribuir libros prohibidos, el alimento del progreso.

La Santa Inquisición quemaba en la hoguera los libros prohibidos, tal como hoy lo siguen haciendo los sacerdotes de las iglesias cerradas que quieren ahogar la voz de las personas libres y con ellos a quienes los conservaban. Los fascismos posteriores y variopintos siguieron con la quema de libros, y con ellos fusilaban a sus dueños, maestras, librepensadores, lectoras no más. Pero lo que nunca han tenido en cuenta los represores del pensamiento es que los libros arden mal. Es difícil extirpar la naturaleza de cualquier historia que pueda fluir de una cabeza a otra. Los libros arden mal. Su esencia no es una materia combustible.

Mi madre fue miembro de ese ejército clandestino, igual que mi padre, que a lo largo de la historia ha ido recopilando libros para que no se pierdan. En el tiempo que le tocó vivir, durante la dictadura de Franco, recibía libros de forma clandestina. Que guardaba para estudiarlos y discutirlos, para conocerlos en profundad y tenerlos en la memoria por lo que pudiera pasar.

En cada una de las casas que habitamos había dos bibliotecas, la que se veía a simple vista y la de los libros prohibidos.

Mi madre ya es vieja, pero sigue conservando un lugar especial para ese tipo de libros, porque nunca se sabe. Y sigue conservando, para quien esté dispuesto a explorar, ese laberinto de palabras y de frases, de portadas insulsas o llamativas por el que me acostumbré a viajar desde niña.

4.

Mi amiga Julia conoce el laberinto de libros de la casa de mis padres. Y también conoce el rincón oculto de los libros prohibidos. Igual que yo conozco la exquisita biblioteca de su madre. Sin darnos cuenta mi amiga Julia y yo hemos empezado a formar parte de ese ejército de conservadoras de libros, de los prohibidos y de los otros.

Por eso he pensado en ella para ayudar a Gulistán en su tarea recopilatoria.

Afortunadamente pudo escapar con una mochila cargada de semillas para volver a reanudar esa afición milenaria por conservar la palabra escrita, que va unida al género humano desde que comenzó a trazar historias en las paredes de las cuevas de la prehistoria del pensamiento escrito.

Julia sabe, igual que yo, que no podemos dejar sola a Gulistán en su tarea. Desde que ella dio la voz de alarma vía mensaje telefónico, estamos en disposición de activar redes de solidaridad. Ayudar a reconstruir la Biblioteca de las Mujeres de Gulistán es una tarea necesaria, para volver a demostrar a los fanáticos de cualquier pensamiento único que los libros arden mal.

Nosotras somos parte de ese ejército de hormigas laboriosas conservadoras de libros, que se extiende como una malla necesaria para despertar preguntas y contribuir a elaborar respuestas en cualquier lugar del mundo.

Carmen Barrios Corredera. Escritora y fotoperiodista.
Texto e imagen: Carmen Barrios


Este relato formará parte del próximo libro en preparación de la autora, 'Rojas y trabajadoras' de la serie 'Rojas'.
Al primero, 'Rojas. Relatos de mujeres luchadoras', publicado en 2016, siguió en 2018 el de 'Rojas, violetas y espartanas'.
Carmen Barrios también ha publicado recientemente un libro de relatos eróticos: 'De palabras como lenguas en tu boca'.
Asimismo ha dirigido el documental “Por mí y por todas mis compañeras” que será emitido próximamente en RTVE.
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