viernes. 29.03.2024
Control de viajeros

Primeras alarmas y decisiones “impopulares”

Fue a finales de 1884 cuando se tuvo noticia de la existencia de los primeros enfermos del cólera morbo asiático en Navarra. Y lo fue en la Ribera. La capital se alarmó, pero no fue hasta julio cuando la Junta Provincial de Sanidad convocase una reunión con carácter urgente de los técnicos como de la clase médica. Su primera decisión fue suprimir las clases por la tarde y durante todo el mes de agosto. A continuación, estableció cordones sanitarios, una medida que se había mostrado ineficaz en las pestes anteriores (1834 y 1855) y que «levantado agrias polémicas entre médicos, comerciantes y autoridades», con argumentos idénticos a los de hoy con motivo del establecimiento de las “fases” y las “desescaladas” ordenadas por la autoridad.

Además, estableció como medidas preventivas el establecimiento de lazaretos de cuarentena, la organización de un hospital de aislamiento en la borda de Barañain, desinfecciones de locales, fumigaciones de los transeúntes y viajeros, además de sus efectos si venían de lugares afectados por el cólera, arreglo de alcantarillas defectuosas... Se suprimieron toda clase de ferias, lo mismo que las de san Fermín, evitándose aglomeraciones que pudieran dar origen a contagios en masa.

Algunos médicos, al percatarse de la correspondencia entre los núcleos afectados por la peste y las poblaciones asentadas a orillas de los grandes ríos navarros, dedujeron que había que controlar el agua. Así que una de las primeras medidas fue evitar el estancamiento de las aguas del río Arga, donde se acumulaban las inmundicias vertidas cerca del portal de la Rochapea, llamadas mañuetas. Al ser verano, el río bajaba sin el suficiente caudal para arrastrar la mierda acumulada.

Una medida fue derivar este poco caudal desde la presa de san Pedro hasta el molino de la Rochapea. Pero lo que parecía una decisión preventiva elogiosa, se convirtió en una fuente de enfrentamientos entre las autoridades y los vecinos. La medida sentó fatal a los usuarios de esa agua que se quedaron sin su suministro: al molinero, a los huertanos, a las lavanderas, a los usuarios habituales del canal y, por aproximación, a los del molino de la Magdalena. Ante las protestas, la Junta aclaró que no pretendía represar el río en san Pedro, sino bajar las tajaderas del puente de Errotazar, solo hasta la mitad y durante algunas horas del día. Pero el menguado caudal no lo permitía. Las protestas arreciaron. Una de ellas señalaba que el molino de santa Engracia, propiedad del Ayuntamiento, tampoco, dejaba pasar el agua. Las reclamaciones se hicieron más violentas, pero la Junta no cedió, escudándose en problemas técnicos, administrativos y económicos.

El asunto se enturbió un grado más, cuando, aprovechando este ambiente de desconcierto y de miedo, un canónigo de Pamplona, Pedro Ilundain, aleccionó a los concurrentes a misa de doce de un domingo, diciendo que «las epidemias no se producían en la forma que decían los médicos y que había que tomarlas como castigo de Dios y como consecuencia de nuestros pecados». Añadió que las pestes no eran solo un castigo de Dios y que «eran evitables». Y no por la ciencia médica, lo que desencadenó una tormenta entre la clase médica. Según el cura, su  origen estaba en «la injusticia y el egoísmo de los hombres que crean el ambiente deplorable para mantener masas de población hacinadas, con bajo nivel de resistencia, en condiciones antihigiénicas», ocasionando «la circunstancia necesaria para la expansión de las pestilencias, haciendo con ello inaplicables los recursos de la ciencia sanitaria». Un silogismo bastante acertado, pero que nadie quiso escuchar.

Los facultativos, heridos en su amor propio, visitaron al obispo, Hurtado y Oliver. La entrevista no fue en vano, pues, a los ocho días, otro sacerdote variaría el efecto causado desde el mismo púlpito con una plática iniciada con las palabras del Eclesiastés –“vanidad de vanidades y todo vanidad”–, y terminando con una alabanza al trabajo realizado por los médicos.

No por ello, la Iglesia dio su brazo teológico a torcer. Por ejemplo, en Tudela, donde los efectos de la peste eran más que notables, repitiéndose en junio los actos religiosos para “implorar la clemencia divina y su excelsa compasión”. El obispo de Tarazona, diócesis a la que pertenecía Tudela, ordenó que en todas las misas se dijera la oración: “Pro cuaqumquenecesitate” y autorizó el inicio de las rogativas. Posteriormente mandó: “Que mientras dure dicha enfermedad, se cante todos los días, la Letanía de los Santos con las preces señaladas en el Ritual Romano, en todas las Parroquias e Iglesias de Comunidades Religiosas de esta Diócesis y la de Tudela, terminada que sea la misa Parroquial o Conventual, teniendo abierto el Sagrado Tabernáculo, durante el acto de la Letanía. Que en el rosario de la noche se digan tres Ave-Marías implorando el auxilio y protección de la Stma. Virgen Madre de Dios y Madre nuestra. Que los Sres. Curas Párrocos, Ecónomos y Regentes de ambas Diócesis quedan autorizados para celebrar rogativas y procesiones en los puntos donde las Autoridades locales las pidieren, o también si a los mismos pareciere conveniente”.

Lamentablemente, el Creador hizo oídos sordos a tan sentidas rogativas y el 26 de julio, los pueblos de la Diócesis habían sido arrasados por el cólera. El Obispo, entonces, exhortó a los sacerdotes para que se mantuvieran todos en sus respectivos puestos, dando una prueba más de su abnegación, celo y caridad: “Les recordamos que se ayuden con presteza y de buen grado, cuando sean reclamados por las necesidades de los pueblos comarcanos y mandamos que, mientras permanezca el cólera morbo en algún punto de la Diócesis, digan los Sres. Sacerdotes en el Santo sacrificio de la Misa la oración “Pro vitanda mortalitate”, en los días permitidos por las Sagradas Rubricas, en lugar de la de “Pro quaqumquenecesitate”, continuando con el canto de las Letanías de los Santos y demás preces en la forma indicada por Nos. Con estas fervientes plegarias y con las oraciones y novenas, y otros actos piadosos, esperemos con suma confianza, de la gran misericordia de Dios alcanzar el especial beneficio de que desaparezca la enfermedad o cuando menos no se desarrolle”.

No fue así. De hecho, la merindad de Tudela sería una de las más atacadas por la peste. La cantidad de afectados fueron en la capital ribera un 95,4 y en el resto como sigue: Tafalla, 53,9; Estella, 28,2; Aoiz, 16,1; Pamplona 17,1. En cuanto a los índices de mortalidad el resultado fue parejo: Tudela, 3,59; Sangüesa, 0,66; Estella, 0,49; Tafalla, 0,15 y Pamplona 0,09.

En Navarra el número de ayuntamientos invadidos fue de 81. La población total de la provincia era de 304.184. La población sometida a la epidemia fue de 161.626. El primer caso se dio el 25 de julio; el último, el 6 de noviembre. Días de epidemia 105. Invadidos 12.895, fallecidos 3.261. Intensidad diaria 31,16.

La capital tenía, entonces, 24.918 habitantes. De ellas, 31 personas fueron invadidas por la epidemia y murieron 22. Curiosamente, en el pueblo de Puente la Reina, que tenía 3.306 habitantes, fueron invadidos-contagiados 379 y murieron 98. En cuanto a la edad, los grupos menos afectados fueron los niños.

El Congreso médico de Tafalla

No era habitual que, tras un desastre de estas características como fue la peste del cólera morbo asiático de 1885, se convocara un Congreso Médico Regional para estudiar lo sucedido y proscribir las medidas que con carácter profiláctico serían necesarias tomar para prevenir y evitar futuros desastres.

Se comenzó desmintiendo un bulo. Desde el principio, hubo quien atribuyó a las tropas del general Rodil la responsabilidad de la transmisión del virus, pero esta excusa –atribuir al ejército la culpa de la transmisión de una peste-, era ya un tópico secular contra el que se revolverán una y otra vez, no solo las autoridades sanitarias, sino, también, las gubernamentales.

Si el ejército era portavoz del virus del cólera morbo, ¿cómo era posible que se diesen en él, tanto si era liberal como carlista, tan pocas bajas por dicha peste?Sería el médico navarro Nicasio Landa, uno de los fundadores de la Cruz Roja en Navarra, quien, en 1885, saliese al paso de ese arraigado tópico demostrando su inconsistencia con un estudio titulado Memoria sobre la epidemia de 1885 en el Distrito militar de Navarra. Sobre la figura médico Nicasio Landa sirva este enlace https://www.pamiela.com/index.php/colecciones/castellano/ensayo/ensayo-y-testimonio/muertos-y-heridos-y-otros-textos-detail

Terminada la devastación de la peste, a finales de diciembre de 1885, los médicos navarros convocaron un congreso para estudiarla. El evento tuvo lugar en Tafalla, población cercana a Pamplona, durante los días 22, 23 y 24 de marzo de 1886.

Convocar un congreso médico regional para estudiar con profundidad lo sucedido durante la peste colérica era, ciertamente, una novedad. Con seguridad, la iniciativa partió del médico Nicasio Landa (1830-1891), no en vano había participado en eventos parecidos, como la Conferencia Internacional de Ginebra (1863) y en las celebradas en París de 1867 y 1878, entre otras. Lo más extraordinario es que se inició "sin ayuda alguna oficial y por individual iniciativa". Más tarde, recibió el apoyo del Ayuntamiento y la Diputación de Navarra así como de la Condesa viuda de Guenduláin, quien cedió un local de Tafalla, para celebrar las reuniones.

La convocatoria del congreso tenía como receptores a la clase médica, pero, debido a cuestiones colaterales con la epidemia, se sumaron farmacéuticos y arquitectos. El arquitecto de la Diputación, sr. Lagarde, dibujó el trazado del diagrama de la peste donde quedó retratado el mapa de las zonas afectadas por la epidemia y que eran mayormente poblaciones fluviales.

El objetivo del congreso, según recoge la Memoria, era "reunir materiales para hacer la historia fiel de la peste que acababa de sufrir esta provincia", "contribuir en algo al progreso de la ciencia" y "coordinar ideas a través de las experiencias vividas”.

Existían criterios dispares sobre muchas cuestiones y que estaban enquistados desde la segunda peste colérica de 1855. Las discrepancias sobre las medidas de aislamiento y cordones sanitarios estaban sin resolverse y, tampoco, estaban muy claras las reformas sanitarias que había que emprender desde el gobierno regional y los distintos ayuntamientos para el futuro.

Un punto de partida que los unía era la consideración de que la epidemia no era un asunto individual, sino colectivo, por lo que se precisaba "recoger gran número de observaciones, analizarlas y compararlas sistemáticamente". Para tal fin, se repartió entre los médicos un cuestionario donde se solicitaban de datos la peste en sus respectivas localidades.

De un total de 80 ayuntamientos afectados, se recibieron 28 memorias de 22 localidades: Azagra, Aibar (2), Larraga, Puente la Reina (2), Mendigorría, Ucar, Caparroso (2), Mélida, Calahorra, Estella, Navarrete (Logroño), Sesma, Larraga; Falces (2), Pamplona (3), Carcastillo, Barasoain, S. Martín de Unx, Miranda de Arga, Tafalla (2), Villafranca, Tudela, Peralta, Murchante, Lerín, Falces, Cintruénigo.

Los nombres de los organizadores del congreso fueron el médico de Tafalla, Antonio Martín Ayuso, y el médico higienista, Manuel Jimeno y Egúrvide (1856-1937), inspector Provincial de Sanidad entre 1905-1924. Asistieron al congreso 37 médicos navarros; un tercio de los existentes en la provincia.

El presidente del congreso fue Nicasio Landa, quien en la epidemia de 1855 estudió las peculiaridades de la enfermedad y dibujó un mapa de morbilidad y mortalidad por provincias y tomó el título de"Memoria sobre la relación que ha existido entre la constitución geológica del terreno y el desarrollo del Cólera-morbo en España", presentado a la Real Academia de Medicina de Madrid en 1861. Landa, en 1885, era miembro de la Junta Provincial de Sanidad.

No solo asistieron médicos navarros al congreso. También lo hizo el médico y político Antonio Espina y Capo (1850-1930), quien acudió en representación de la Real Academia de Medicina de Madrid. Figuró como presidente honorario. Las funciones de vicepresidentes del congreso recayeron en Javier Yárnoz, representando al Ayuntamiento de Pamplona y Ricardo García, por parte de la Diputación foral. Por supuesto, asistieron los miembros de la Junta de Sanidad de Pamplona, formada por Fermín Lecumberri y Saturnio Martínez, aunque, paradójicamente, no lo hizo quien era su presidente, Luis Martínez Ubago.

Contenido del congreso

Dejando de lado el modelo de organización y funcionamiento del congreso, que, según sus organizadores, era idéntico al "empleado por la Academia de Medicina de París", pero "con adiciones y modificaciones que creímos importantes", los temas elegidos como objeto de análisis y de discusión fueron los siguientes:

“1. Modos de importación y propagación del cólera, limitándose a aducir hechos bien probados de la práctica propia.

2. ¿El cólera es infeccioso, contagioso o tiene ambos modos de propagación, tomando estas palabras en el sentido puramente epidemiológico?

3. Hechos relativos a la duración del período de incubación en el individuo y en la localidad. Hechos y datos estadísticos sobre la diarrea llamada premonitoria y sobre los casos tan cuestionados apellidados fulminantes.

4. Patología y terapéutica del cólera.

5. Higiene y profilaxis individual y urbana.

6. Asuntos profesionales relativos a epidemias. El médico ante las leyes sanitarias, en las Juntas de Sanidad, en sus relaciones con la administración municipal y en sus deberes y derechos con la sociedad en general y con su clientela".

Los distintos epígrafes anteriores habían sido remitidos previamente a los médicos, con lo que llegaron al congreso con reflexiones detalladas y apoyadas en hechos concretos. Finalmente, se debatieron solo los cinco primeros.

La memoria final fue redacta por una comisión formada por Antonio Martín Ayuso, Ruperto Aguirre, Javier Yárnoz, Manuel Jimeno y Ricardo García. Fue publicada por la Diputación de Navarra bajo el título: El Congreso Médico-Regional de Navarra en 1886: memoria científico-descriptiva por la Comisión nombrada al efecto (Pamplona: Imprenta Provincial, 1886), y cuyo contenido sigo a pies juntillas.

La propagación fluvial del cólera

En la primera sesión, se disertó sobre Diversos modos de importación y propagación del cólera. Fue desarrollada por el médico y cirujano de Pamplona, Manuel Ferrer. La conclusión fue unánime: "El cólera tiene su exclusivo origen en ciertas regiones asiáticas; su espontaneidad fuera de aquellas regiones no es probable. De allí es importado a los demás países, por los barcos, por el hombre y por algunos objetos de su uso, propagándose en la dirección de las comunicaciones humanas".

Sin embargo, no se dio tal unanimidad estableciendo el origen de su propagación por las aguas de los ríos. Ello cuestionaba la tesis dominante de John Snow quien, en la peste de 1854, había demostrado que fue el abastecimiento del agua la causante del cólera en Londres. La Junta de Sanidad navarra dudó de que su origen fueran los ríos. Para ello, aportó el dato de que Pamplona, atravesada por los ríos Arga y Sadar, era la población con menos contagiados y muertos durante la epidemia de 1885. Algo no cuadraba. Por el contrario, el médico de la población de Falces, Segundo Ortega, aseguraba que la contaminación del pueblo se debió al río Arga “ya que en sus aguas se habían lavado las ropas de un soldado invadido en Miranda, pueblo situado aguas arriba”, y ahí empezó el contagio.

De forma prudente, el congreso concluyó que lo más probable era que “las aguas podrían ser un vehículo del germen”, pero no era condición suficiente. Se necesitaba que el citado cólera se viese acompañado por una "una preparación telúrica", lo que significaba que “su eclosión dependía de las condiciones ambientales y de la composición de la tierra y del agua”, tesis que Nicasio Landa había sostenido en 1855.

Los médicos de Estella y de Mendigorría terciaron en el debate aduciendo un detalle significativo: "en algunas localidades ribereñas bastante azotadas, en cuyos estragos con un examen superficial pudiera creerse hubiesen tenido influencia las aguas de los ríos, no se bebía el agua de estos aún desde antes de la aparición de la epidemia".

Sin embargo, al año de esta discusión, Philip Hauser (1832-1925) sentó cátedra en este asunto, estableciendo la relación directa entre epidemia y contaminación de las cuencas de los ríos. Así que la pregunta se hizo general, ¿por qué Pamplona se vio libre de la peste? Muy sencillo. El “milagro” de Pamplona no se debió, desde luego, a los rezos a san Francisco Javier, como pensaron autoridades religiosas y algunas municipales, sino al hecho evidente de que el agua que consumían los pamploneses procedía del manantial de Subiza que no dependía de río alguno, transportada a la ciudad mediante un acueducto.

El empleo de la estadística

El bailoteo de los datos fue, también, caballo de la discordia entre unos y otros, pero nunca llegó la sangre al río, ni se puso en duda jamás la mala fe y profesionalidad de quienes las hicieron. Los datos se contabilizaron durante la epidemia y se corrigieron después de que terminase. Por lo que en la Memoria se reconoció que "algunas de estas cifras se diferencian bastante de las del Estado Oficial".

La existencia de datos de la epidemia en Navarra es muy rica. Se puede seguir el rastro día a día del número de fallecidos, el índice de mortalidad, por sexo, por edad y por profesión, incluso si hubo relación de los decesos con el abastecimiento de aguas y la correspondiente medicación del galeno local. En el libro de difuntos de algunas parroquias, el párroco, tras estampar el nombre del fallecido, añadía la coletilla “muerto por cólera".

Resumiendo, en Tudela se declararon el 46,9 % del total de invadidos en Navarra (6.048 invasiones: 2.481 en hombres y 3.567 en mujeres). En orden de importancia sigue el Partido judicial de Estella (2.833 invadidos, 21,9 %) y el de Tafalla (2.568 invadidos, 19,9 %) y con menos intensidad Aoiz (775 invadidos, 6%) y Pamplona (673 invadidos, 5,2 %).

La Memoria refleja que la mayor mortalidad se produjo en la ribera del Ebro: Fustiñana fue el municipio más afectado, "con 10,83% de mortalidad, Buñuel 8,41%, Cabanillas 8,04%, Cortes 7,18%, Murchante 7,18%, Valtierra 6,95%". Mientras que "en los distritos de Aoiz y Pamplona en la mayor parte de los pueblos no llega la mortalidad a 0'70%”.

Los médicos del congreso establecerían tablas comparativas de los datos de Navarra con los de España y, curiosamente, con algunos países europeos.

Esta preocupación global, poco común por esta época, revelaba que la clase médica percibía este tipo pandemias con otra mirada menos localista y provinciana. Partían de hechos que la realidad inmediata de sus localidades les había proporcionado. Por eso afirmaban que: "las epidemias tienen fisonomía propia,pero no sólo individuales, por lo que hay que recoger gran número de observaciones, analizarlas y compararlas sistemáticamente". Y ello a nivel europeo, incluso.

La endogamia científica estaba dejando paso a una mentalidad más abierta, ya que la epidemia mostraba de forma inapelable caracteres universales y luchar contra ella no era cuestión de un solo país. El mundo entero se veía invadido por la peste. Lamentablemente, ahí quedó la constatación.

La etiopatogenia del cólera

La segunda sesión fue mucho más animada que la anterior, no en vano, la cuestión a dilucidar se las traía: “¿El cólera es infeccioso, contagioso o participa de ambos modos de propagación?”. Junto con esta crucial pregunta se planteó la no menos importante temática de la Patología y terapéutica del cólera.

Tanto en la primera cuestión como en la segunda, el gran debate se centró en reflexionar sobre microbiología, de la que algunos periódicos locales, como Lau-Buru y El Eco de Navarra, habían dado cuenta, junto con el otro gran debate de la época el darwinismo. Y para ello no escatimaron solicitar información a quien podría proporcionársela. El congreso "acordó por aclamación dirigir al eminente experimentador, Mr. Pasteur, a quien se le envió “un mensaje de felicitación por sus últimos e importantísimos trabajos sobre la curación de la rabia” y al que se le solicitó su opinión sobre la candente cuestión de los citados microbios. Pasteur contestó agradecido dicho mensaje sin entrar en el debate que se le proponía.

Los médicos congresistas tampoco ignoraban el descubrimiento por Robert Koch del Bacillus vírgula, en 1883, y las polémicas que había suscitado en España y en Francia, como lo evidenció traer a colación "la discusión sobre el informe relativo a la epidemia de cólera en Francia en 1884".

Los médicos de Tafalla reconocieron que el “microbio de Koch” era el causante del cólera, pero no hubo unanimidad en aceptar que fuese la única causa del cólera. En el prefacio de la Memoria se lee: "El estudio paciente y sistemático de las epidemias es medio tan importante por lo menos, como las investigaciones microbiológicas, de llegar a conocer la etiología y patogenia del cólera, a cuyo conocimiento ha de seguir de cerca el de su profilaxis, problemas que tanto interesan a la humanidad".

¿Por qué tales reticencias? Los médicos eran esclavos de la mentalidad de su época y la etiología del cólera se seguía asociando a “las emanaciones de miasmas producidas por los cuerpos en descomposición de los cadáveres de coléricos”.No solamente eso. Como sus coetáneos, locales y foráneos, este tipo de epidemias las relacionaban con fenómenos atmosféricos de todo tipo. En la memoria se constata que "en cuanto a las tormentas, en el pueblo de Allo, previo a la presentación de los casos hubo una gran tormenta con vientos huracanados y en Estella durante el apogeo cayó lluvia fuerte". ¿Superstición? No. Hay que recordar que el médico Nicasio Landa, en 1855, explicaba que en la etiología de aquella epidemia, el "agente" colérico, era compatible con la hipótesis microbiana; el ambiente social derivados del hacinamiento, la pobreza; y el ambiente telúrico o la composición geológica de los terrenos”.

De hecho, en la Memoria del Congreso se distinguirá entre infección y contagio. Así dirá que la infección “debe denominarse la acción morbosa sobre nuestro organismo de un agente orgánico cuyo poder morboso no es puramente físico o químico. Si es de origen telúrico es un miasma; (concepto moderno; antiguamente el concepto de miasma era sinónimo del de emanación gaseosa); si es de origen animal es un virus". Y el contagio, “en el concepto hoy corriente en Epidemiología, es la propagación de un agente que solo se cría en los humores orgánicos. Ambas denominaciones se refieren a un mismo concepto, pero el de contagio es más restringido que el de infección".

El cólera en su origen "se encuadraba entre las enfermedades debidas a causas vivas", porque"."el cólera es producido por un germen morboso telúrico, y es, por tanto, exclusivamente infeccioso". No es de extrañar, por tanto, que al comienzo de la pandemia los médicos no supieran catalogar de forma única los casos con los que se topaban y así hablaban de "cólicos sospechosos", "catarro intestinal coleriforme", "cólico coleriforme", "enteritis coleriforme", "cólera nostra"....

Tratamientos contra la epidemia

Ignorando cuál era el origen del mal, difícilmente podrían administrar el fármaco que lo remediase. De ahí que los médicos de Tafalla sabían, y así lo atestiguaron, que los remedios utilizados para combatir el cólera lo eran únicamente para afrontar sus síntomas.

La Memoria nos recuerda que fueron distintos los métodos terapéuticos utilizados según fuera la fase en que se encontraba el contagiado: "la anexosmótica (utilización de antidiarreicos), en el primer período; la narcótica en el segundo; y la excitante y antiséptica en el tercero".

El Congreso dejó constancia explícita de su repulsa a los tratamientos evacuantes: “Nos referimos al tratamiento del cólera por el cólera, es decir, a la preconización del laxante en el tratamiento de la diarrea colérica, a la medicación sustitutiva no trastornadora que ya los prácticos ingleses quisieron introducir. El Congreso no ha podido ver nada de racional y científico en este tratamiento, lo ha creído peligroso y perjudicial”.

El más llamativo de estos métodos fue el método Godoy Rico, denominado “eterización rectal”.Fue puesto en práctica por el Dr. Landa, en el hospital militar de Pamplona, pero también en algunos pueblos, caso de Villafranca, utilizado por su médico, el doctor Labarta.

Su aplicación se hacía en el primer y segundo periodo de la enfermedad. Aunque su nombre suene muy pomposo, la verdad es que consistía en “un lavado intestinal con un enema de gran cantidad de agua carbónica, seguido con noventa gramos de agua almidonada y pequeña proporción de láudano. Entre tanto se le daba al enfermo una cucharada de éter y se producía en un frasco con éter calentado al baño María, vapores de éter que se introducían a través de una sonda en el recto del paciente. Debía mantenerse durante 15-20 minutos en el caso de los niños y 40, 45 ó 50 en el caso de adultos y viejos.”

El pesimismo era la nota dominante en la clase médica, pues percibían que ninguno de los tratamientos utilizados era eficaz y, lo que era peor, ninguno de ellos era mejor que otro: "con tan diferentes tratamientos se han obtenido casi iguales resultados".

Un asunto interesante de la Memoria fue averiguar si el hecho de haber padecido el cólera “ofrecía inmunidad y protegía de nuevos contagios”. Su opinión no deja lugar a dudas: "no creemos muy aventurado afirmar que, al menos las formas más leves del cólera (colerina) no confieren inmunidad alguna próxima ni remota".

A lo largo del congreso, la figura del médico Jaime Ferrán y Clúa (1852-1929), saldría una y otra vez a relucir, pero en ningún momento se centraron en discutir la difusión “de su vacuna anticolérica”. En la Memoria se lee: "el Dr. Ferrán excitaba poderosamente la atención pública con sus inoculaciones profilácticas y las reclamaciones de la prensa y de la opinión".

Paradójicamente, el congreso no se posicionó al respecto.

A favor o en contra del aislamiento de las poblaciones

Otra cuestión que afrontaron los médicos, integrada en el epígrafe Higiene y profilaxis individual y urbana, se refirió a un asunto que no había dejado de suscitar agrias discusiones desde la primera peste colérica en 1834.

Como en el resto de España, la organización sanitaria dependía de la Junta Provincial de Sanidad y de las Juntas Municipales.

En el congreso de Tafalla, los médicos asistentes distinguieron un doble plano de actuación. Uno, relativo a la higiene y profilaxis privada y personal, dictaminando que "el congreso nada tiene que modificar ni añadir a la doctrina admitida en el estado actual de la ciencia, y aunque no reconoce en ningún agente de los propuestos como profilácticos absoluta eficacia, recomienda, en tal concepto, la limonada clorhídrica y las sales de quinina, en virtud de que algunos hechos de experiencia recogidos durante la última epidemia, permiten suponer tengan acción beneficiosa".

A continuación, establecía normas específicas a las familias para que desinfectaran la ropa y efectos personales: "Se aconsejaba el uso de una estufa seca, el ácido sulfuroso, la inmersión en soluciones de bicloruro de mercurio o en agua salada hirviendo, durante una hora. En cuanto a las cloacas, letrinas y deyecciones, el bicloruro de mercurio, el sulfato cúprico, el ferroso y el cloruro de cal".

El otro plano de actuación adquirió una dimensión cívica y social, pública, y, obviamente, no se recibió de forma tan unánime. El debate fue muy acalorado. El aislamiento de la población como drástica medida profiláctica despertó la incondicional adhesión de unos y el rechazo frontal de otros. En esto, no parece que hayamos cambiado gran cosa con relación a nuestros antepasados.

Durante el siglo XIX, con tres pestes de cólera en su haber, el sistema de la cuarentena -el cuarentenario-, había sido una y otra vez cuestionado. Por un lado, los argumentos en contra se cifraban en sostener que no era eficaz para cortar de raíz el avance de la epidemia, pero, sobre todo, generaba una devastación económica general, pues dejaba los mercados sin productos, paralizaba la industria y la economía.

Los detractores del aislamiento lo presentaban como sinónimo de hambruna, pobreza y más enfermedades. Para colmo, dicha medida se tomaba, no solo de forma autoritaria, sino que, en ocasiones, adquiría actuaciones violentas por parte de la policía urbana. De hecho, la Ley Orgánica de Sanidad de 1855 que admitía que en "circunstancias especiales se puedan tomar medidas coercitivas", fue la que, en 1885, el gobierno aplicó, ordenando acordonamientos, lazaretos y cuarentenas interiores a fuerza de caballo y fusil.

El aislamiento fue una medida que la mayoría de los países europeos adoptaron en la Conferencia Internacional en Roma, en 1885. En dicho congreso se repudiaron los cordones sanitarios y las cuarentenas terrestres. En España, dichas medidas tenían un arraigo importante, defendidas por la sociedad como por los médicos. Como anécdota recordaré que el representante español, que debía asistir a dicho congreso con el encargo de votar en contra de la supresión del aislamiento, llegó tarde a la asamblea y no pudo votar.

En el congreso de Tafalla, marzo de 1886, se aprobó con 28 votos a favor y en contra 2, una propuesta debida a la iniciativa de Nicasio Landa y Antonio Martín Ayuso: "si bien el aislamiento absoluto es medio seguro de preservar del cólera a una localidad, dicho aislamiento, como la experiencia ha demostrado una vez más en la última epidemia, es irrealizable y perjudicial, porque, resultando ineficaz para preservar del mal, es dispendioso, vejatorio y ruinoso para la agricultura, la industria y el comercio, y porque los pueblos dejan de invertir en su saneamiento, las cuantiosas sumas que malgastan en ilusoria incomunicación".El representante del Ayuntamiento, el doctor Yarnoz, votó en contra.

Los médicos favorables a la propuesta insistieron en que "los lazaretos y cuarentenas terrestres son contraproducentes", añadiendo que "el médico, como consejero de la Administración en las Juntas de Sanidad no debe recomendar el aislamiento de una población". En 1890, la Junta Provincial de Sanidad de Navarra, haciéndose receptor del rumor público de un repunte del cólera, se enzarzaría en una nueva polémica, zanjada de un modo determinante, es decir, recomendando el aislamiento de las poblaciones. Nicasio Landa volvió a oponerse a dicha medida. En agosto de 1892, se repitió el mismo panorama y el mismo debate. Menos mal que Navarra se vio libre de una nueva invasión del cólera y no hubo que actuar gubernativamente.

Nota final

Que sea el lector, si lo desea, quien haga comparaciones entre el pasado y el presente. Seguro que encuentra más de una analogía contundente. Y una amarga conclusión: la experiencia no sirve para nada. Es como el agua escurriéndosenos por entre los dedos. Una pena.

Bibliografía

La bibliografía existente sobre esta epidemia es muy rica  y abundante. Estampo aquí las referencias que me parecen imprescindibles y necesarias para conocer en toda su extensión lo que fue aquella epidemia en Navarra siguiendo las páginas de la Memoria del Congreso de Tafalla, y muy en especial, los libros de Pilar León y de PilarSarrasqueta, sin desmerecer cualquiera de los citados.

Anaut Bravo, S. Siguiendo las huellas del último brote de cólera en Pamplona (1885). Estudios de Ciencias Sociales. Pamplona: UNED, 1985.

AngolottiCárdenas, Enrique. Las invasiones del cólera en España. Contagionistas y anticontagionistas.Dirección General de Sanidad, 1975.

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Sarrasqueta Sáenz, P. La epidemia de cólera de 1885 en Navarra y en Tudela. Universidad Pública de Navarra.

Viñes, JJ. El Dr. D. Nicasio Landa, médico oficial de epidemias en la de cólera de 1854-1855. Análisis del Sistema Sanitario de Navarra 2000.

Viñes, J. J. El doctor Nicasio Landa, médico y escritor: Pamplona 1830-1891. Pamplona: Gobierno de Navarra, Departamento de Educación y Cultura, 2001

Viñes, JJ. La sanidad española en el siglo XIX a través de la Junta Provincial de Sanidad de Navarra (1870-1902). Pamplona: Gobierno de Navarra, Departamento de Salud, 2006,

Los periódicos del momento -Lau-Buru y El Eco de Navarra-, darían cuenta de la peste colérica en muchos de sus números, desde el 6 de septiembre de 1885 a febrero de 1886. Curioso fue el artículo del 25 de noviembre de 1885, titulado “El cólera del año próximo”.

 

 

Peste colérica de 1885. Congreso Médico-Regional de Navarra (1886)