viernes. 29.03.2024
capitan-lagarta

España es pueblo noble, es decir, de arraigada tendencia a confiar en sus gobernantes. Puede que aún quede en los españoles algo de la devotio de los pueblos prerromanos; los guerreros íberos, celtas o cántabros juraban lealtad a sus caudillos, los defendían siempre y jamás podían sobrevivirles en combate. Por eso a los romanos les costó un huevo rendir Sagunto o Numancia; pero enseguida dieron con un punto débil: matando a los caudillos o haciéndolos rehenes, harían del insumiso guerrero un mercenario o un esclavo. La táctica empezó a emplearse entonces y siglos después fue usada por Napoleón con Fernando VII, el rey Felón. Puede se use también con los gobernantes actuales quienes, con la excusa boba de que ahora está todo globalizado y sin saber que permitir que le pisen el cuello al Pueblo es delito de alta traición, son súbditos de los mercados, de la banca y de la kaiserina Merkel. España es noble, tiene la misma nobleza del crío que consiente que le peguen en el colegio porque sigue confiando, en el fondo, en la autoridad de sus maestros. Se dice también de España que es país maduro y pacífico, pero bien pudiera ser que sencillamente sea animal domesticado. La inhibición de un pueblo al que, día sí y día no, están forrando a hostias, solo encuentra explicación en un miedo que bien pudiera ser adquirido: no hace tanto que en este país sacaban de noche a la gente de su casa para no volver jamás. El capitán se disculpa por haber mentado tan incómodo asunto; mejor no escarbar, los huesos de esa gente no interesan a los forenses, ni a los jueces, no interesan a nadie. Silencio, cerremos la boca, callemos y sonriamos para despistar. Repitamos lo que dice la tele y la radio, o mejor aún, no pensemos. No pensar es el mejor modo de no existir. España es país cobarde aunque, por vociferante, no lo parece. Aquí, perro ladrador poco mordedor, el presente y el futuro  -del pasado ni hablar-  se debate  acaloradamente en los bares, en el mercado, en los bancos del parque o en columnas como esta, de modo que la energía desprendida del gallinero solo sirve de catarsis. Cargar de palabra contra unas unas leyes que formalmente son justas o contra los representantes que se han elegido y se volverán a elegir, es tiempo perdido. Solo se pueden cambiar las cosas peleando en la calle y en las oficinas de registro de las Administraciones Púbicas. Empecemos por esto último; la instancia es un documento en el que el ciudadano solicita o pide algo a algún departamento u órgano de la Administración Pública, de modo que el número total de instancias que recibe la Administración puede ser fiel indicador del grado de asertividad que este pueblo tiene. Tras los datos personales del solicitante, DNI, etc., se "EXPONE" algo; se relatan los motivos y razones de la petición. El documento se cierra con la fórmula “y  por todo ello SOLICITA”, espacio donde se escribe lo que se desea cambiar. Entrada la democracia, la forma SOLICITA vino a sustituir al antiguo SUPLICA (qué ridículo, un ciudadano suplicando ante una Administración que está organizada para servirle); aunque, según fundamentos de Derecho Público, el actual SOLICITA debería de ser sustituido por un EXIGE. Pero resulta que aquí ni se suplica, ni se solicita, ni se exige nada por escrito; no hay costumbre epistolar del ciudadano con la Administración; aunque de la Administración con el ciudadano sí, quizá demasiada. El capitán invita al lector a contar en número de instancias que ha metido por registro en lo que va de año, a contar los papeles que ha enviado a la Administración Pública para que algo funcione mejor. Probablemente las quejas verbales sean miles, pero las instancias se cuenten con los dedos de una oreja. La siguiente pregunta es retórica: ¿por qué no formalizar por escrito una queja verbal si esto es algo que todavía se puede hacer gratis?. La queja formal es tan rara que si usted, amigo lector, ha puesto en vía administrativa más de tres quejas desde enero, tenga muchísimo cuidado que cualquier un día aparcará en la puerta de su casa uno de esos coches blancos con la sirena encendida, saldrán de dentro dos hercúleos señores, grandes como armarios, le pondrán por las buenas una camisa de fuerza y le dejarán ingresado en un Centro de Descanso; le depositarán, dopado, en  una cama a cuyos pies se podrá leer en la tablilla, junto a la fiebre, el diagnóstico de delirio querulante; delirio de querella, una patología mental en la que el paciente delira, por ejemplo, con la falsa idea de que su dignidad ha sido pisoteada por un banco que le ha robado los dineros con tal o cual producto financiero. No siendo por escrito, decíamos, la dignidad puede recuperarse también en la calle. Pues ¡ea!, adelante, salgamos de la trinchera, solo morirá la avanzadilla, saltemos indignados, salgamos todos a la vez que la vida es para vivirla, ya habrá tiempo de estar muertos. ¿Qué pasa? ¿no hay nadie?. Tras su arenga, el capitán solo escucha silencio en la trinchera y pregunta al fiel soldado Sahagún ¿qué pasa? ¿dónde está la gente?; y este responde: en internet, mi capitán, envueltos en la red, quieren salir pero no pueden porque creen que están luchando.

Los Pecados Nacionales: el miedo