jueves. 28.03.2024
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La democracia en palabras, coordinado (editado) en 2020 por Joan Navarro y Miguel Ángel Simón para Punto de Vista editores, es un libro útil. Para la sociedad civil y para los historiadores lo es. Incluye 54 discursos, en ocasiones fragmentos de ellos, emitidos entre noviembre de 1975 y marzo de 2019, de un valor indiscutible para conocer los años en que la democracia se asentó por fin en España.

Para Navarro y Simón, este libro puede entenderse como “un viaje en el que ha habido de todo: momentos de alegría, de peligro, de exaltación, de temor, de dolor, de emoción”

Los discursos que componen La democracia en palabras son un recopilatorio de las palabras “con las que año a año hemos ido cumpliendo con aquello que señalaba el primer presidente de nuestra democracia [Adolfo Suárez], hemos ido escribiendo nuestro futuro”. Por eso se han elegido discursos “que en algún momento fueron relevantes para nuestro país: palabras que cautivaron a millones de españoles, que registraron unas ideas como albaceas del pensamiento, alentaron pasiones o ilusiones o que apuntaron los cambios que nos han traído al cabo de los años a ser lo que hoy somos”

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Dicen los coordinadores (editores) del volumen que han “optado por la relevancia sobre la belleza, la retórica o la calidad”. Cada uno de los períodos en que ha sido dividido el libro “ha sido introducido por personalidades que en algunos casos vivieron muy de cerca los acontecimientos que relatan o bien dieron cuenta de ellos no a mucha distancia”: Lucia Méndez, Gabriela Cañas, José Enrique Serrano, Carlos Aragonés, Joaquín Estefanía, José Antonio Zarzalejos, José Luis Ayllón y Àngels Barceló.

Me detengo en las primeras doscientas páginas del libro, y me centro en cuanto considero más destacable de ellas, dedicadas a la Transición española a la democracia.

El relato de la democracia naciente

Lucía Méndez escribe sobre “el relato de la democracia naciente” y en ese preámbulo nos habla de “cuando los españoles se sentaban delante del televisor para escudriñar los planes de aquel hombre joven con mirada líquida que acababan de conocer y que se había colado en sus casas de forma inesperada”. El discurso en el que Adolfo Suárez explicó la Ley para la Reforma Política duró unos 20 minutos y “quiso desdramatizar a la vez que asumir el compromiso que le ataba el relato: la convocatoria de elecciones libres y democráticas antes del 20 de junio de 1977”.

“Buenas noches, me presento ante todos ustedes para convocar al pueblo español en una tarea de protagonismo y solidaridad: acomodar nuestros esquemas legales a la realidad del país. La soberanía nacional reside en el pueblo. Elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal. He dicho la palabra elecciones y esa es la clave del proyecto: quitarle dramatismo y ficción a la política por medio de unas elecciones. La reforma permitirá que las Cortes sean elegidas por sufragio universal. El pueblo participará en la construcción de su propio futuro a través de la elección de sus representantes. El único miedo racional que nos debe asustar es el miedo al miedo mismo”.

Suárez usaba palabras talismán, algunas de las cuales coincidían con las del rey Juan Carlos I: pueblo, por ejemplo, también concordia o consenso. “Tanto uno como otro apelaban a las ilusiones colectivas hablando de un nuevo horizonte”.

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La primera vez que el joven monarca pronunció públicamente la palabra democracia fue en el histórico discurso con el que se dirigió al Congreso de Estados Unidos el 2 de junio de 1976, siete meses después de su proclamación como jefe de Estado español.

“La monarquía española se ha comprometido desde el primer día a ser una institución abierta en la que todos los ciudadanos tengan un sitio holgado para su participación política, sin discriminación de ninguna clase y sin presiones indebidas de grupos sectarios y extremistas. La monarquía hará que, bajo los principios de la democracia, se mantengan en España la paz social y la estabilidad política, a la vez que se asegure el acceso ordenado al poder de las distintas alternativas de gobierno, según los deseos del pueblo libremente expresados”.

Un país en construcción

Gabriela Cañas escribe el prefacio al capítulo titulado ‘Un país en construcción’. De ese bloque de discursos me permito destacar primero el que pronunciara Enrique Tierno Galván el 21 de julio de 1978 ante el pleno del Congreso de los Diputados que aprobaría el proyecto de constitución, y de él estas palabras (para mí quizás la culminación expresiva de lo que significaron los tiempos de la Transición):

“En resumen, que, a través de los sacrificios, a través de la limpieza de estos modelos que se imponían a través de rechazar el mito como peso negativo de contradecirnos ideológicamente, hemos llegado a superar las contradicciones y a ponernos de acuerdo, y así hemos producido un texto que cualesquiera que sean las variantes que tenga será siempre un texto que signifique un conjunto articulado y coherente de concesiones.

Es quizá la primera constitución europea que se manifiesta con nitidez en este sentido: un conjunto coherente y articulado de concesiones, y a este conjunto coherente y articulado de concesiones a veces se llamaba consenso del proceso. Estas concesiones que unos nos hemos hecho los unos a los otros no son debilidades. Si se busca bien, en el fondo, son generosidades, generosidades que solo pueden tener un motivo para todos, una sola y única causación: el deseo de que la democracia siga adelante, que la nación recobre la estabilidad, que se coloque en una situación fructífera generalizada para todos sus miembros y que no volvamos de ninguna manera a los males del pasado.

Cuando se habla del consensus con sentido negativo o peyorativo se olvida que es el resultado de la concesión y que la concesión equivale siempre en estos casos a sacrificio y que en este sentido la Constitución expresa la generosidad de todos y de cada uno de nosotros”.

Suárez se presentó ante los televidentes españoles la noche del 29 de enero de 1981 para hacer pública su dimisión como presidente del Gobierno, diciendo, entre otras cosas, esto:

“He sufrido un importante desgaste durante mis casi cinco años de presidente. Ninguna otra persona a lo largo de los últimos 150 años ha permanecido tanto tiempo gobernando democráticamente en España. Mi desgaste personal ha permitido articular un sistema de libertades, un nuevo modelo de convivencia social y un nuevo modelo de Estado. Creo por tanto que ha merecido la pena. Pero, como frecuentemente ocurre en la historia, la continuidad de una obra exige un cambio de personas, y yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea una vez más un paréntesis en la historia de España”.

i4Aquel enigmático paréntesis en la historia de España es todavía hoy, tantos años después, pasto de disfrute para los grandes conspiranoicos. Y para los pequeños.

Su sucesor, el también centrista Leopoldo Calvo-Sotelo, pronunciaría su discurso de investidura ante el Congreso de los Diputados el 18 de febrero de 1981 (sí, cinco días antes del fatídico 23 de febrero), en el que da por terminada la transición política (algo que historiográficamente suele ser bastante discutible):

“Terminada ya la transición política, inaugurada ya una etapa de normalidad democrática (pese a los muchos problemas que nos afligen), el Gobierno que yo forme, si obtengo la investidura, hará frente a sus responsabilidades con toda la autoridad y la firmeza de su origen democrático, fiel a sus principios y sin la preocupación de adelantarse a los ajenos, seguro de hallar en el plazo de la legislatura las primeras soluciones para las principales cuestiones que tiene planteadas”.

Y si de aquel 23-F hablamos, bienvenidas sean las palabras del rey Juan Carlos I a las pantallas televisivas, a los televidentes, al pueblo español, en los primeros momentos del ya día 24 de febrero de 1981

“La corona, símbolo de la permanencia y unidad de la patria, no puede tolerar en forma algunas acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a través de referéndum”.

La normalización de la democracia

A la normalización de la democracia dedica José Enrique Serrano su participación en La democracia en palabras, y de ese capítulo considero que lo más destacable es el discurso de investidura que Felipe González pronunciara ante el Congreso de los diputados el 30 de noviembre de 1982 tras haber ganado las elecciones de aquel año (un punto final más habitual al periodo histórico que llamamos Transición):

“Nos proponemos gobernar sobre la base de tres principios que quiero proclamar categóricamente:

La paz social, es decir, la seguridad ciudadana como garantía de desarrollo de las libertades, que es un concepto más noble y amplio que el de orden público reducido a la tranquilidad en las calles. Paz y seguridad en todos los ámbitos: en el trabajo, en el ocio, en la creación, en la interdependencia de nuestra vida en común, en las relaciones internacionales.

La unidad nacional, que se fortalece con la diversidad de nuestros pueblos, con las preferencias de los grupos, con las singularidades propias de este rico y variado mundo que llamamos España. No sólo no excluye esas diferencias, sino que, al contrario, la unidad se vigoriza gracias a la autenticidad con que son vividas por sus portadores humanos. Unidad por tanto en el sentido creador de estimularnos y potenciarnos unos a otros precisamente porque somos diferentes, nunca en la interpretación negativa de antagonismos o luchas destructoras.

El progreso, como un instrumento al servicio de la justicia, como un concepto que va más allá del mero desarrollo económico, que incluye el incremento de la riqueza nacional pero que atiende a las necesidades vitales de los seres humanos, a su profundo afán de comprensión, de dignidad, de igualdad. Por ello, nos obliga a luchar contra las diferencias que privilegian a ciertos grupos y marginan lacerantemente a otros”.

Las palabras de la (definitiva) democracia española