jueves. 18.04.2024

...Pero la derecha voraz de este país no se lo permite. Una cierta polémica por los posibles abucheos al himno nacional había bajado de tono y parecía que el día 25 se jugaría un partido de fútbol y sólo eso. Pero la crisis parece que nos afecta a todos y la Corona no es una excepción. Ahí está la lideresa Aguirresconi con sus declaraciones del martes para recordarle a Su Majestad que pintan bastos.

Ahí está la lideresa Aguirresconi con sus declaraciones del martes para recordarle a Su Majestad que pintan bastos

Le han llovido críticas a diestra y siniestra, resaltando su demagogia, cada vez más cercana a la dialéctica fascista, de hacer declaraciones explosivas con tal de distraer de los problemas que la aquejan como los recortes, el presupuesto o Bankia. A ella no le importa, al fin y al cabo no le va mal, gobierna con mayoría absoluta. Sin embargo no me parece una discusión política más. La cuestión de fondo es el vapuleo al que una gran parte de la derecha está sometiendo a la Casa Real, cuando se supone que debe ser su más firme valedor. Aunque si se repasa la historia reciente no es así. Recuérdese que ni Fraga ni AP apoyaron la constitución donde se establece que España es un reino y que la jefatura del estado la ostenta la monarquía hereditaria.

No me cabe la menor duda que dichas declaraciones, repetidas el miércoles para más inri, son una provocación para levantar el independentismo y el republicanismo en contra de la Monarquía. Si ya ocurrió en 2009 ¿por qué no se va a repetir? Con tales amigos no me hacen falta enemigos, estará pensando Su Majestad. Peor va a ser mi papel, le contestará el Príncipe. Y, si me apuran, es un torpedo en la línea de flotación de Rajoy, buque insignia que la lideresa considera de su propiedad.

Cuando la derecha se coloca en plan inquisidor general considerándose el guardián de las esencias patrias; cuando se considera el cristiano viejo con el pedigrí para gobernar la vieja piel de toro como su cortijo particular; cuando desde el centro se condena la periferia, se está sembrando el germen de la rebeldía, una rebeldía que tiene todos los alicientes para saltar a orillas del Manzanares.

¿Por qué? Se estarán preguntando en la Casa Real. Por sus propios errores y por la crisis. ¿O es que la parroquia futbolera no tiene derecho a expresar su frustración en forma de silbidos? Muchas cosas debe estar haciendo mal la institución monárquica para llegar a este estado de cosas. El Rey se hace viejo, y el delfín no acaba de tomar las riendas. Tampoco está Sabino, bajo cuya dirección no tengo ninguna duda de que semejante desaguisado no se hubiera producido. Haría mal la Casa Real preocupándose de las banderas republicanas en las manifestaciones anticrisis o de la política de IU. El verdadero peligro está en la derecha quien, en el fondo, nunca ha aceptado su liderazgo teniendo la tendencia de buscar el caudillismo de un Primo de Rivera, un Sanjurjo o una lideresa. El poder es del caudillo, no de un advenedizo, piensan en el fondo.

Y en medio de una trifulca que los dirigentes futboleros no quieren mezclar con el fútbol, dos magníficos equipos lucharán por una final de copa devaluada por la campana mediática madridista, cuando no juegan los de Mourinho claro. Por si fuera poco, va el ministro del interior y añade otro poco de cianuro a la polémica, razonando en voz alta que la seguridad de tales eventos debía costearse con el dinero de los clubs. Tiempos revueltos los de estos días.

Espero que los Susaeta, los Llorente, los Muniaín, los Xavi, los Iniesta y los Guardiola mantengan la altura de miras futbolísticas y nos deparen un choque entre titanes. Los leones han aprendido de Bucarest y los culés ya están pensando en las vacaciones. Si la afición se quiere manifestar, que se manifieste, es el derecho que da la democracia. Si los jugadores quieren jugar, que nos brinden una noche maravillosa. Y si las fuerzas del orden público quieren ser eso, fuerzas ordenadas para proteger al público, espero que no pase nada. Aunque…no sé, todos tenemos la mosca detrás de la oreja.

La Monarquía, fútbol y política