viernes. 29.03.2024
concha piquer
Concha Piquer

La novela comenzará la mañana de agosto en que mi madre fue a ver a los muertos, a los fusilados, a los asesinados junto al faro. Cuca tenía dos años casi recién cumplidos y siempre dijo que recordaba ver al falangista y al otro que yacía a su lado con las botas puestas y cómo unos del pueblo se las quitaban a los dos. Así empezará la novela. Una novela que hasta tiene (casi) título, No te mires en el río (¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! cómo se la lleva el río), que ya contaré de dónde le viene. Una novela donde saldré yo, y saldrá mi tío Jesús, uno de los hermanos de mi madre, el único al que no conocí, que murió muy joven de tuberculosis. Una novela en la que saldrá el hambre, los años del estraperlo y mi padre bailando con mi madre en las bodas y mis hermanos y mis primos, muchos de mis primos, y Suances, y la plaza de la Beata María Ana de Jesús y Villaverde Bajo y mis abuelos paternos y los maternos, estos últimos inventados porque sólo son recuerdos de otros… y eso ya es demasiado recuerdo, demasiada memoria para la realidad, así que son quizás más literatura que las vidas vividas y respiradas a pleno pulmón. No sé, creo que puede ser una novela hermosa con sus instantes tristes y sus momentos de esplendor de barrio, con sus minutos de dicha rural, con los niños que fuimos todos los que fuimos niños y con los viejos que seremos y otros ya han sido o están siendo, una novela hecha del afán de mi madre y del tiempo que le tocó vivir y que ella supo llenar de las cosas con las que la gente normal llena sus horas.

La novela finalizará cuando Cuca comience a perder la memoria lentamente, a la manera en que el mar Mediterráneo nació del océano Atlántico, ese océano donde flota ajetreado el mar junto a que Cuca nació y sobre el que su padre, mi abuelo Quico, al que nunca conocí, surcaba el mundo hacia el Gran Sol y hacia Australia y hacia Terranova y hacia la cárcel donde estuvo a punto de morir. La guerra, cuánta guerra hay en la memoria y en el pasado y hasta en la Historia y en las historias de quienes crecimos para comprobar que la vida iba en serio cuando la palabra consenso sonaba más que ninguna otra en los corazones de las gentes del común. Finalizará cuando Ricardo y Cuca vivan ya solos, arropados por mis hermanos y por mí pero solos, guarecidos en el hogar donde aprendimos a conocer el mundo y su anchura de deseos y cicatrices. Cuando comencemos Richard, Maite y yo a devolver a nuestros padres cada uno de los instantes que ellos dedicaron a enseñarnos a cruzar las aceras y a comprar el pan y a dar siempre las gracias y a saludar a quienes se cruzaran con nosotros en las escaleras del portal número 9 de la plaza donde ellos aún viven y mi padre escucha la radio y mi madre hace sopas de letras. La novela finalizará cuando comencemos, sí, cuando comencemos, cuando en realidad comenzamos, a enseñarles como ellos nos enseñaron a nosotros. Algo parecido. La novela finalizará cuando todo haya sido contado.

La novela tendrá un desarrollo, eso a lo que hay quien llama nudo, emotivo, a veces dejará al lector sin aliento, en ocasiones le hará recapacitar y de vez en cuando le hará reír o tal vez otras llorar, pero nunca, nunca, hará que quien la lea se desquicie ni se abata: ese es el oficio del escritor, el oficio que permite a quien escribe imaginar que quien le lee es alguien que en realidad lo que hace es escucharle, prestarle toda la atención de que fuera capaz, renunciando durante el momento de la lectura a cualquier otra cosa que no sea respirar, el oficio que obra el milagro humano de devolvernos a todos a los minerales siglos en que sólo la noche y lo que en ella se cuenta convertía a las fieras en sapiens sapiens, en la especie que iba a dominar la Tierra y tal vez a destruirla. La novela no sólo nos contará la vida de Cuca, por tanto, sino que nos devolverá su voz y podremos escuchar los latidos de su corazón e incluso oler los praos donde ella se sentará a cuidar las vacas o se tumbará a establecer cuáles son los sueños que no se permitirá tener. En la novela podremos presenciar a Cuca camino de Madrid por vez primera o el preciso instante en que conoció a Ricardo en esa misma ciudad o viendo ella a su hermano Joaquín hacer el aspa con los brazos para evitar que le metieran un gol en el campo de fútbol del San Martín de la Arena o vestida de chulapa fumando chulesca en una Nochevieja en casa de sus suegros en Villaverde Bajo o sentada frente a la mesa donde trabaja a sus órdenes una máquina de coger puntos a las medias o riéndose feliz porque su padre acaba de llegar a Suances tras meses de travesía marítima o entristecida pero orgullosa en el entierro del Tío el Viejín o gritándonos a mí y a mi hermano y a algunos de mis numerosos primos que salgamos del agua en la playa de la Concha con bandera roja o explicándole a su nieto que es mi hijo cómo bordó las puntillas del mantel donde acabamos de merendar y que mi hijo que es su nieto acabe creyéndose que el mantel lo ha confeccionado todo entero ella, su abuela que hoy es abuela de cuatro nietos, tres chicas y un chico, o visitándole en los días terribles de su padre en la perrera, que es como llamaban a la cárcel municipal de Torrelavega a donde fue a parar mi abuelo cuando además de perder la guerra estuvo a punto de perder la vida, o trabajando en la fábrica de conservas del italiano en la Ribera o riendo con mi hermana Maite en sus brazos recién nacida o dormida y soñando que su madre se estaba muriendo y su madre se estaba muriendo…

La novela la publicará una editorial de esas que publica novelas después de haber estudiado muy bien las posibilidades de venderla. Lo hará no sin antes haber leído muy detenidamente lo que yo haya escrito y luego de haber entrado en una negociación conmigo respecto de determinados aspectos meramente literarios, de ritmo narrativo quizás, y algunos no menos importantes relacionados con la manera de pagar esa parte de los derechos de autor que a los autores que sólo viven de la escritura les son absolutamente vitales. Una editorial que bien podría ya ser parte de la novela y tener por nombre Soñar es de Cobardes o alguna modernez por el estilo. Una editorial que le pondría a la novela una cubierta en la que saldría mi madre apoyada en un morio de cerca de Carral, allí en Suances, con aquellos pantalones que por aquel entonces no era lo habitual que se pusieran las mujeres, y menos en entornos rurales como en los que ella creció en unos años en los que divertirse no era lo más habitual dadas las circunstancias. Una editorial molona incapaz de vender más de 300 ejemplares de una novela que comenzará la mañana de agosto en que mi madre fue a ver a los muertos, a los fusilados, a los asesinados junto al faro.

No te mires en el río (¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! cómo se la lleva el río)