martes. 19.03.2024
Jaime, aguador del Cerro del Tío Pío
Jaime, del Cerro del Tío Pío, uno de los últimos aguadores de Madrid. Foto: Museo de Historia de Madrid.

JUAN JIMÉNEZ MANCHA | La simplificación se ha cebado con el relato de la historia social del Canal de Isabel II. Nadie duda sobre el gran valor de la colosal obra de ingeniería que, desde la presa del Pontón de la Oliva, a 70 km de distancia, logró llevar agua a la capital, ni de la ilusionante inauguración el 24 de junio de 1858 en la calle de San Bernardo, pero, más allá de la ciencia, la llegada del agua a las casas fue un proceso de más de un siglo de duración marcado por trascendentales avatares humanos.

presa del Pontón

Prisioneros construyendo la presa del Pontón de la Oliva fotografiados por Charles Clifford

La presa del Pontón de la Oliva la construyeron más de 1.500 prisioneros, en su mayoría carlistas, y unos 300 obreros. La llegada del agua a Madrid en 1858 fue en realidad a pocas viviendas, como podemos deducir con datos futuros: en 1917 el Canal contaba con 13.557 abonados, en 1925 con 17.332. Se tenían preparados en el estreno 5 km de cañerías, con tres recorridos: uno que iba por la calle de San Bernardo, pasaba por Santo Domingo y Plaza Mayor y terminaba en la Puerta de Toledo; otro que discurría por la calle de Fuencarral, Puerta del Sol y acababa en la calle de Atocha; y un tercero trasversal desde Bailén a Neptuno. La red finalizaba en patios, desde donde el agua era portada a las casas. Y existían, como siempre, clases. El primer grifo en un hogar lo tuvo, al parecer, el marqués de Bendaña.

05_Así era un aguador de los que iba a las casasLa irrupción del agua del Lozoya no supuso el abandono de los antiguos viajes de agua. Ambos sistemas convivirían junto a la utilización del agua de los tres canalillos (conocida como agua del canalillo) ideados para el riego, pero que bebían los madrileños, y desde 1908 del canal de Hidráulica Santillana, empresa que suministraba agua canalizada del río Manzanares. La competencia por el vital elemento se debía a las dificultades para cumplir con el abastecimiento, y más en tiempos de sequía, y por las famosas “turbias” del agua del Canal de Isabel II, producidas por filtraciones en embalses y tuberías. Las restricciones y “crisis del agua” eran constantes en verano. (En la imagen: Aguador. Grabado de Federico Guisasola. Foto: La ilustración Española y Americana, 24 de noviembre de 1872.)

Pese a la hazaña del Canal, se mantuvieron en uso viajes de agua como los de la Fuente de la Reina, Castellana, Amaniel, Retamar, Alcubilla Alta y Alcubilla Baja. Daban agua de peor calidad, pero eran necesarios. Este sistema de prodigiosas canalizaciones de inspiración árabe abasteció de agua a Madrid al menos desde finales del siglo XIV hasta la II República, los últimos años ya demasiado deteriorados y desaconsejados por razones de salubridad.

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(Foto1: Escenas de aguadores en un dibujo de Leonardo Alenza: Foto: revista Bellas Artes, 1927. Aguadores de cuba en la fuente de Lavapiés. Grabado de Pradilla). (Foto 2: La ilustración Española y Americana, 16 de junio de 1872).

Los aguadores, que colapsaban las fuentes de la capital, también las ornamentales, no dejaron su oficio por la llegada del agua a las viviendas. En 1858 había cerca de un millar. Formaban gremio al menos desde el siglo XV. Esta clase de aguadores, la más importante de Madrid, estaba formada en su mayoría por asturianos, con casi un 95% de hombres durante el siglo XIX procedentes de Tineo (casi un tercio), Cabranes, Cangas del Narcea y en menor proporción de otros concejos, como podemos ver en sus matrículas conservadas en el Archivo de Villa de Madrid. El resto procedía casi en su totalidad de Galicia.

La mayoría de los aguadores se trasladaban desde el pueblo andando. Se juntaban hasta diez, quince o más hombres para compartir pisos o buhardillas en los barrios más populares. Sus vidas transcurrían junto a la fuente, cuyo derecho de explotación compraban a un paisano, donde charlaban, jugaban a las cartas, comían, dormitaban, reñían... Llevaban el agua a los hogares en cubas de distintas capacidades -29, 33 y 48 litros- que se echaban al hombro, por eso se les llamaba aguadores de cuba. Fueron desapareciendo del paisaje de Madrid poco a poco hasta difuminarse en los primeros compases del siglo XX.

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(Foto 1: Galería del viaje de agua de Amaniel, visitable desde principios de 2019. Foto: Ayuntamiento de Madrid). (Foto 2:  Esperando en Vallecas a un camión cisterna con agua. Foto: Santos Yubero, Archivo Regional de la Comunidad de Madrid).

Hasta la inauguración en 1911 de un primer depósito elevado resultó imposible por razones técnicas empezar a llevar agua del Canal a las casas de los barrios altos, como Salamanca, Cuatro Caminos y Chamberí. Y encima quedaba pendiente el suministro de barrios exteriores. Las vecinas eran, más que nunca, aguadoras. Durante la II República, con el grueso de Madrid ya canalizado, el Canal puso en marcha un plan, dotado con más de 128 millones de pts., para llevar el agua a los dos millones y medio de personas que vivían en los pueblos próximos. La guerra paralizó los trabajos, cuyo final estaba previsto para 1941.

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Viajes de agua hacia 1700. Foto: Ayuntamiento de Madrid.

Tras la guerra, se completó la canalización de los trece pueblos que finalmente se anexionaron a la capital entre 1948 y 1954, y se produjo en los cincuenta una gigantesca migración a Madrid que derivó en la creación de nuevos barrios y que provocó el surgimiento de innumerables suburbios. El Canal de Isabel II no daba abasto. La escasez de agua en las nacientes barriadas era alarmante. Hasta el realojamiento o compra de una nueva vivienda, las familias debían llenar cubos, cántaros y barreños en las pocas fuentes que tenían cerca. Miles y miles de madrileños no conocerían lo que es tener agua en sus casas hasta los años sesenta…o setenta…o incluso ochenta del siglo XX.


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