viernes. 29.03.2024

En el barrio, cuando en verano va cayendo la noche, desde las ventanas abiertas, se escuchan el rumor de los telediarios y de los platos y cubiertos que se recogen después de las cenas. También algún gato callejero que busca a una gata para no pasar la noche solo o defender su territorio entre los cubos de basura. Poco más tarde las calles reviven, aquí y allá irrumpen las risas y las voces de los jóvenes que salen en grupo para dispersarse en los bares, terrazas o parques del barrio, no falta tampoco algún altercado. Como si re rompiera una tregua, se imponen, atravesando las calles, las luces y las sirenas de coches de los bomberos, de la policía y de las ambulancias. A veces se escucha la conversación de alguien que va hablando con su móvil y algunas noches se oye el silbido de un enamorado que va al encuentro de su amada.

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De pronto,se escucharon unos gritos que salían de una casa. Doña Herminia estaba en la cocina cuando escuchó los llantos y súplicas de su vecina. Primero se llevó la mano al corazón, después mordió el trapo que tenía en la otra mano para no gritar. Otra vez María José, su joven vecina era víctima de malos tratos machistas por parte de su marido. Las paredes eran delgadas, demasiado. Ella pidiendo que no le hiciera daño, aullando de dolor, rogando por sus hijas. Doña Herminia sufría por María José, por las niñas y le remordía su cobardía, el miedo que le paralizaba su intención de ir a poner fin a esa infamia. Rezaba por las niñas, para que se acabara pronto, para que solo fuera una pesadilla y no hubiera ocurrido de verdad.Unas lágrimas asomaron en sus ojos cansados y descendieron por sus mejillas. Esta agitación no era buena para su corazón, se sentó en la banqueta de la cocina. Doña Herminia era viuda, solidaria, querida y respetada por todo el barrio de Aluche.Tuvo una hija que murió apenas adolescente durante la dura posguerra, ahora las jóvenes del barrio, trabajadoras, esposas, madres, unas valientes, la mayoría resignadas, algunas derrotadas, todas,todas pasaron a ser sus hijas. Doña Herminia prestó atención, ahora solo escuchaba el silencio roto por los leves gemidos de María José. Esperó el golpe de la puerta al cerrarse.

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Paco dio un portazo, cuando salió a la calle respiró hondo, prendió un cigarro y a paso lento, sacando pecho,fue al bar del Diego a tomar un par de coñacs y relajarse. Después se dirigió al coche. Arrancó y se perdió entre las calles del barrio. Iba por la Avenida de los Poblados para coger la carretera a Toledo cuando escuchó unas sirenas. «Estos van para casa, joder», pensó.Había poco tráfico, pero no aceleró mucho para no llamar la atención. Entonces le dio rienda suelta a lo que tenía en la cabeza, la adrenalina y el coñac lo ayudaban. «Joder, ¿quién es ella para decirme que no salga con mis amigos, que no vaya con ellos de copas? Bueno, con mis amigos y con las amigas del “Éxtasis del papagayo”», le hizo gracia la matización. Pero a él ahora solo le interesaba Nadya que, según le había dicho, era el diminutivo de Nadezhda. Nadya no era la primera «camarera» del Club con la que Paco se había encoñado. Sus encaprichamientos le duraban un tiempo, hasta que nuevamente entraba «carne fresca» al Club. El «Éxtasis del papagayo» estaba antes de llegar a Illescas, en la zona que tenía asignada en la empresa donde trabajaba.

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Al sentir la puerta cerrarse Doña Herminia se levantó con dificultad, llamó al SAMUR y fue todo lo deprisa que su cuerpo le permitía a la puerta de al lado. Encontró a María José tirada, semiconsciente, sangrando en el salón comedor. María José la miró con ojos horrorizados, avergonzados. El izquierdo apenas podía abrirlo. Al abrir los labios hinchados y partidos, cuando intentó para decirle algo vio sus dientes rojos de sangre. Doña Herminia la ayudó a incorporarse, el dolor en las costillas se lo impidió. María José le murmuró «me ha dado patadas en la cabeza, el cuerpo, me duele todo ¿y mis hijas?» Doña Herminia fue a su cuarto, las encontró frente a frente, cada una sentada en su cama, sin hablar. En sus caritas aún se reflejaba el miedo que habían pasado. Les preguntó si estaban bien, le contestaron a la vez que sí con la cabeza. Llevó a las gemelas al salón, les preguntó si querían algo, esta vez negaron al unísono con la cabeza, las sentó en la mesa y mirando en dirección contraria a donde yacía su madre. A ella le llevó agua y con una toalla húmeda intentó limpiar la sangre que tenía en la cara y la cabeza. Mientras esperaban en la casa solo se oían los lamentos malamente reprimidos de María José.

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Paco dejó la carretera para incorporarse a la M-42 mientras su cabeza no paraba de darle vueltas, cada vez más rápidas. «¿Qué me pasa, pienso en voz alta o voy hablando solo?», no fue capaz de encontrar una respuesta. Sus pensamientos volvieron a María José: «me tiene amargado. Yo trabajo 10 horas al día y más, ser representante de comercio en estos tiempos no es fácil entre la crisis, la competencia de los chinos y ahora el dichoso coronavirus. Porque tengo buen rollo con los clientes y llevo muchos años, soy bueno como representante y no se notan mucho las pérdidas, pero si miro al resto, los que no tiraron la toalla, apenas sacan para la gasolina».

Y seguía cada vez más sulfurado.«Y ella siempre pidiéndome dinero que, para la luz, el agua, la compra, que las niñas, la escuela, ropa… ¡Que trabaje ella! Pero en qué, si dejó de estudiar cuando nos casamos y ¡ahora dice que fui yo quien la obligó a dejar el instituto! Qué pretendía, ¿qué mientras yo trabajaba, ella preparara los exámenes en la casa de alguno de sus compañeritos? ¡Ya … preparando exámenes! Como si me chupara el dedo». Su crispación se había desbocado, no podía parar.«Es una desagradecida, no se da cuenta de que la quiero, a ella y a las niñas. Si no, ¿porqué me levanto de la cama de Nadya, que está como un tren, y vuelvo a casa?... No entiende que, si le pego es por su bien, porque la quiero. Lo va a entender el día que no vuelva… ¿O eso es lo que quiere? Pues va de culo, ella es mía. Me pertenece y no voy a dejar que nadie ocupe mi lugar».

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Cuando entró la policía y tras ellos los del SAMUR la escena les sobrecogió a pesar de que vivían situaciones parecidas a diario y ya sus compañeros les habían dicho que no era la primera vez que llamaban de esa casa. Los del SAMUR la examinaron y le hicieron las primeras curas de urgencia. Necesitarían una camilla para trasladarla. Los policías intentaron que prestara declaración, fue imposible dado el estado de María José. La agente de policía, sin poder reprimir la indignación que le producía la situación, le preguntó si iba a denunciar a su marido. María José la miró con ojos aterrados, abrió la boca. Doña Herminia carraspeó, se cruzaron las miradas. Doña Herminia le dijo que sí con la cabeza. María José se la quedó mirando. Pasó un corto tiempo larguísimo y con voz apenas audible pero firme, contesto que sí. Después de años de malos tratos María José denunciaría a Paco. Había vencido al miedo,respiró aliviada. Después comentarían entre los policías y los del SAMUR que lo que más les impresionaron fue la quietud y el silencio de las hijas que durante todo el tiempo permanecieron sentadas, sin pronunciar una palabra, con el ceño fruncido y la mirada perdida en la pared.

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Paco sintió un dolor punzante en la mano que le interrumpió los pensamientos y aprovechó para cambiar de tema, diciéndose: «Pasa ya de tu mujer. En un ratito estarás con un cubata bien cargado, en los brazos de Nadya, su culito pegado a tu bragueta». Pensar en esa escena le hizo reír y apretar el acelerador. Su mano se estaba poniéndose roja, la zona de los nudillos iba del morado al negro. Ya faltaba menos para llegar al «Éxtasis del papagayo», un cartel señalaba mil metros para el desvío a «Illescas (sur)». El dolor comenzó a recorrerle el brazo hacia el codo. Bajó la vista para mirar la mano, se estaba hinchando. Cuando alzo la vista de nuevo a la carretera, acababa de pasar el desvío para acceder a la vía de servicio donde estaba el club. Se quedó mirando el papagayo azul de neón y la palabra Éxtasis en rojo que rompía la oscuridad de la noche.Volvió a mirar al frente, estaba encima de la curva. Quiso girar, ni la mano dolorida ni la otra, aferradas al volante, se lo permitieron, el coche se mantuvo recto. El muro creció en fracción de segundos hasta abarcar todo el parabrisas. Las manos instintivamente trataron de cubrirle la cara, siguieron fijas en el volante. No le dio tiempo a derramar las lágrimas que inundaron sus ojos. Solo alcanzó a que desde lo más profundo le saliera un aullido aterrador El impacto fue brutal. En ese mismo exacto momento, las mellizas que habían permanecido inmóviles hasta entonces con la mirada concentrada en alguna parte, giraron la cabeza, se miraron e intercambiaron unas sonrisas cómplices y maliciosas que duraron apenas unos segundos.

Las mellizas