Diario
Toronto, 29 de agosto de 2017
Tengo una novela en la cabeza. Es la historia de cómo dos personas de más o menos 35 años viven dentro de la historia. Me gustaría seguir su trayectoria a lo largo de la última década, narrar el tránsito desde su primera juventud hacia la madurez. Son mellizos, pero ellos no lo saben. Un hombre y una mujer. Sus vidas se entrecruzan cada tanto, en distintas ciudades: Toronto, Berlín, Viena. Sus padres murieron en el terremoto de la Ciudad de México del 19 de septiembre de 1985, cuando ellos tenían dos años. Un grupo de traficantes roba a uno de los bebés y lo entregan a una familia infértil en Estados Unidos. El otro mellizo se pasa la vida buscando a la hermana perdida. Cuando la novela empieza, uno de los mellizos es propietario de una librería de anticuario en Toronto. Los mellizos, ya con sus vidas más o menos hechas, se reencuentran en esa librería, en Toronto.
Toronto, 30 de agosto de 2017
Nunca va a dejar de asombrarme la velocidad con que una novela se transforma en un proyecto que exige toda mi atención. Ayer por la mañana, leyendo las noticias, me vino la idea de la novela sobre los mellizos y ya no puedo parar de pensar en la forma que va a tomar. Los nombres de los mellizos son Ondine y Lucas. Título provisional del libro: El tiempo, el lugar y yo.
Toronto, 19 de septiembre de 2017
Otro terremoto destruyó la Ciudad de México. Por WhatsApp me llegan imágenes de varios edificios colapsándose. Estoy completamente desolado. Aunque mi familia y mis amigos estén bien, siento una impotencia enorme. Me gustaría estar ahí para ayudar. No paro de pensar en la cruel simetría de la historia, en el hecho de que acaeciera un terremoto de estas dimensiones justo el 19 de septiembre, la misma fecha en que ocurrió el terremoto de 1985. Me perturba sobre todo porque estoy planeando la novela de unos mellizos que se separan a causa del terremoto de 1984.
Toronto, 25 de septiembre de 2017
Los mellizos deben descubrir su parentesco cuando sobreviene el terremoto del 19 de septiembre de 2017. El título no puede ser: El tiempo, el lugar y yo. Tiene que ser: El tiempo, el lugar y nosotros. El «nosotros» es lo más importante.
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Estos primeros apuntes en mi diario fueron el origen de la novela El tiempo, el lugar y nosotros, que ahora publica Ediciones Lastarria y De Mora. Todavía me deja perplejo que tres semanas después de haberme surgido la idea de unos mellizos que se separan durante el terremoto de 1985, haya ocurrido otro terremoto en la misma fecha. Sobre todo porque mi novela, en gran parte, trata sobre las casualidades que desvían el curso de nuestras vidas.
A esas ideas embrionarias les siguieron meses de reflexiones e investigaciones. Luego vinieron varios años de escritura y reescritura. Solo así pude dar con el tono, con la mezcla de ensayo y relato que quería incorporar en el texto. Tenía que ser un libro distinto a los otros dos que había escrito. Al terminar el primer borrador de La gran demencia, mi segunda novela, un libro que tiene una dimensión contestataria bastante explícita, sentí que había llegado a un punto de no retorno en mi trabajo como escritor. Quería adentrarme en otra manera de escribir y de mirar el mundo. Poco a poco, El tiempo, el lugar y nosotros empezó a tomar cuerpo dentro de mi propio cuerpo. Cuando llevaba unas cien páginas escritas, me di cuenta de que la historia no estaba funcionando. Había empezado a armarla como un thriller y no terminaba de cuajar. Lo tuve que tirar todo a la basura. Pensé en desistir, pero no pude. Me acometía un sentido de responsabilidad hacia los mellizos, como si ya los conociera y fueran parte de mí. Decidí invertir la estructura, iniciar por el final, cuando ya los mellizos habían descubierto su parentesco. A la mañana siguiente arranqué de nuevo y ya no me detuve. Empezar un libro siempre es difícil. Volverlo a empezar es doblemente difícil. Pero no podía no hacerlo. No solo por mí, sino por ellos, por nosotros. El «nosotros» siempre es lo más importante.
