sábado. 20.04.2024
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Patricia Martínez Fernández | ¿Quién formaba el ejército sublevado? Hasta hace unos años, nadie en el mundo historiográfico y social se preguntaba esto. Se daba por hecho que se trataba de militaristas y contrarrevolucionarios procedentes de partidos de la derecha reaccionaria y causantes de la represión. La misma impresión tenía la ciudadanía, en la que se daba por sentado que el ejército era fascista y se repetía el mantra de “a mi abuelo (o padre) le tocó ir porque vivía aquí”. Se tenía una vaga idea de quiénes eran, pero se desconocía su historia. La investigación previa de Soldados de Franco. Reclutamiento forzoso, experiencia de guerra y desmovilización militar (Siglo XXI, España), de Francisco J. Leira, se centra en responder a esa pregunta, sin sospechar que la respuesta era muy compleja.


Retrocedamos en el tiempo. A partir del 8 de agosto de 1936, se envió a miles de jóvenes al frente para luchar en una guerra civil que no habían provocado y que no entendían ni deseaban, una confrontación armada que rompía esquemas de vida y planes de futuro. La movilización se desarrolló como consecuencia del fracasado golpe de Estado de julio de 1936, que encabezó una parte de la jerarquía militar. La movilización forzosa se inició por la necesidad de incrementar la tropa para combatir en una lucha de duración desconocida cuyo objetivo era controlar a la sociedad en retaguardia. El reclutamiento se extendió desde el 8 de agosto de 1936 hasta el 9 de enero de 1939 e incluyó a todos los varones nacidos entre el año 1907 y el año 1920.

La recluta forzosa y el terror formaron parte de un solo cuerpo que sirvió para nutrir de hombres al ejército, evitando las huidas y teniendo fiscalizada la retaguardia, en clara conexión entre represión y necesidades bélicas

Es destacable la maquinaria represiva que desarrollaron los golpistas, tanto a través de los juicios sumarísimos que se pusieron en marcha tanto por la declaración del estado de guerra como por las milicias civiles formadas al calor del golpe, controlado todo ello siempre por el ejército insurgente. La meta era romper los lazos de solidaridad de una sociedad civil compleja. La recluta forzosa y el terror formaron parte de un solo cuerpo que sirvió para nutrir de hombres al ejército, evitando, en la medida de lo posible, las huidas, y tener fiscalizada la retaguardia, clara conexión entre represión y necesidades bélicas. Todas las familias se vieron relacionadas con los nuevos poderes, por motivos como la movilización forzosa, la muerte, el encausamiento, o el ser testigo o delator. Este fenómeno vino acompañado por una movilización civil que se organizó en torno a milicias, que resultó insuficiente para que triunfase el golpe, pero relevante en términos numéricos, y que ayudó a recrudecer la presión social y la represión. La idea del escenario de violencia es crucial, pues revela que la aparente –solo en la retórica insurgente– recluta masiva y entusiasta fue en realidad un mecanismo de supervivencia de todo tipo de individuos.

El bagaje sociopolítico y cultural llevado a cabo desde finales del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX no es en absoluto desdeñable. Se había formado una sociedad civil compleja que había traído consigo espacios de socialización donde los individuos se manifestaban y desarrollaban formas críticas de entender la realidad en que vivían, no exclusivamente de corte político, sino también social, íntimo y familiar. El golpe de Estado quebró inmisericordemente esos cimientos. Afectó especialmente a los jóvenes sujetos a movilización ante el encuadramiento militar que estaban desarrollando las fuerzas golpistas, con excepción de las quintas de menor edad. Esto se comprobó con la resistencia activa al golpe (des)organizada por organizaciones políticas del espectro de la izquierda, pero también con la oposición al reclutamiento militar que, a menudo de forma individual, realizaron muchas personas.

La respuesta fue diversa. Es prácticamente imposible cuantificar y encuadrar los comportamientos sociales adoptados por la ciudadanía ante el reclutamiento. Basta asomarse a las páginas de Soldados de Franco (Siglo XXI España) para que quede claro que el perfil de los combatientes del ejército sublevado fue mucho más complejo que el elaborado por las simplificaciones discursivas del pasado y que, tristemente, aún predominan en el presente y nos imposibilitan ser objetivos y aprender de ello como correspondería a una sociedad adulta.

Por lo tanto, ese ejército diverso obligó a los mandos golpistas a establecer una maquinaria de vigilancia y castigo que se fue perfeccionando a medida que avanzaba la contienda.En el frente de guerra se impusieron la integración, la disciplina, la vigilancia y el castigo. A partir de la formación del primer Gobierno franquista se desarrollaron las medidas más eficientes y crueles para el control de los combatientes. Estas manifestaban un doble deseo: asegurar la victoria militar y la implantación, a través de la fuerza, del nuevo régimen. El papel de estas reglas coercitivas fue fundamental para la represión sociopolítica desarrollada en la posguerra. A todo ello contribuyó sobremanera el Servicio de Información, que generó informes de todos los territorios que conquistaban y de los soldados que se integraban en sus filas, un trabajo coordinado por el SIMP, con la ayuda de la Guardia Civil, de los gobernadores provinciales y de todos los civiles y militares que esperasen obtener réditos sociopolíticos del nuevo contexto.

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Abundando en ello, hay que señalar que se hacía partícipe del sistema punitivo a todos los miembros del ejército. Cuando se abría un juicio dentro de un regimiento, testificaban todos los compañeros del batallón. De esta forma, se intentaba que los compañeros se convirtiesen en elementos de disuasión frente a posibles actitudes discordantes mediante el miedo a ser objeto de represalias. En definitiva, el bando sublevado desarrolló un sistema coercitivo y disciplinario que no podría haberse llevado adelante sin la participación, en ocasiones forzada e indeseada, de los miembros que componían su ejército.Así pues, a la sensación de ser vigilados, al miedo, a la supervivencia individual, familiar y colectiva, habría que sumarle la culpabilidad por convertirse en los ejecutores de las órdenes de Franco. No en vano fueron estas las herramientas que empleó el franquismo para asentarse socialmente durante la posguerra.

El fin de la guerra civil española estuvo plagado de dificultades, al contrario de lo que se le había hecho creer a la sociedad durante la guerra. En abril de 1939 flotaba en el ambiente la sensación de que, con el cese de la violencia, se volvería a la normalidad, pero aquella España previa al golpe del verano de 1936 quedó diluida para siempre con la implantación de una dictadura militar fascistizada y ultracatólica que se impuso durante cuarenta años. En su mayoría, los soldados republicanos fueron enviados al abarrotado sistema carcelario franquista. Por su parte, en el ejército sublevado existía la sensación de que, con el fin de la guerra,llegaría el fin de su vida militar, pero tampoco eso ocurrió. Tras el parte de la victoria no fue desmovilizado ninguno de los reemplazos. Muchos no volvieron a sus casas hasta finales de año, y en ocasiones, debido a la legislación, se les volvió a llamara filas en los años cuarenta por los problemas coloniales del Rif. Así, el fin de la guerra no supuso la desmovilización militar, puesto que todos tuvieron que pasar revista y estar localizables, por si el “Nuevo Estado” los necesitaba, una situación que se extendería hasta mediados de la década de los años cincuenta.

Por lo demás, la desmovilización también presentó dificultades. A esta realidad hay que sumarle la mala planificación económica del Estado franquista, que quiso aplicar una política autárquica que solo reportó más miseria a un país ya arruinado por la guerra. Esto causó que las medidas desarrolladas para mitigar el paro obrero, como el Servicio de Reincorporación al Trabajo y la Delegación Nacional de Excombatientes fuesen un fracaso, hasta tal punto que muchos ya ni acudían a él.

Del mismo modo, existieron consecuencias sociales, pues el pasado quedó sepultado en la memoria de quienes lo vivieron y se aceptaron las normas impuestas por el “Nuevo Estado”. En este sentido, muchos mantuvieron el silencio en la posguerra y no se atrevieron a transmitir sus recuerdos de la Segunda República, el golpe y la guerra a sus hijos ya décadas más tarde. La mayoría de los excombatientes intentó adaptarse y convivir con sus propios demonios, aquellos que entraron en su mente a causa de la experiencia de guerra, una de las más desagradables que puede vivir un hombre.

Esta intrahistoria terrible que subyace tras los legajos que reposaban en diversos archivos merece ser conocida y reconocida, tanto por los que no supieron de ella en las clases de Historia de hace dos o tres décadas como por los estudiantes actuales, así como por toda la sociedad. Las inhumanas vivencias que soportó toda la población, el dejar en suspenso un país durante cuarenta años y la imposición de la ley del silencio no favorecen la integración de nuestro país en un mundo que está cambiando a gran velocidad. Es necesario comprender lo que sucedió en ambos bandos y conversar sobre ello, honrar a las familias que vieron truncadas sus vidas y asimilar que no puede repetirse o el futuro, que ya es presente, nos sorprenderá de nuevo con el paso cambiado y volveremos a quedar fuera.


soldados de francoTítulo: Soldados de Franco. Reclutamiento forzoso, experiencia de guerra y desmovilización militar.
Editorial: Siglo XXI España
Lugar: Madrid
Páginas: 347
Premio Miguel Artola a Historia Contemporánea, 2018.

Premio Ciencias Sociales Juana de Vega, 2012.

Mención honorífica en el concurso de ensayo histórico George Watt de la ALBA-VALB, 2012.

A propósito de los soldados de Franco: represión, disciplina, vigilancia y silencio