jueves. 18.04.2024
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DEL QUIJOTE A LOS RESTOS DE CERVANTES

Este mes en toda España, con mayor o menor fortuna, con mayor o menor publicidad y visitantes, se celebran Ferias del Libro. En abril “aguas mil”, reza el refrán, y también libros mil. El libro es protagonista. Este mes se conmemora la muerte de Cervantes, cuya obra, “el Quijote” es, junto a la Biblia, uno de los libros más leídos y traducidos de todos los tiempos. En 1995 la UNESCO declaró el 23 de abril como Día Internacional del Libro, en su honor y en el de su contemporáneo, el dramaturgo inglés Shakespeare.

No murieron el mismo día, como se ha venido creyendo y han demostrado los últimos estudios, pero como la diferencia entre uno y otro era pequeña, se fijó esa fecha -inhumación de nuestro novelista-, para dicha conmemoración.

Mantener el recuerdo por siglos, rendir el homenaje y ensalzar la parte histórica que corresponda en ese día señalado, por el motivo que sea, es transformar la memoria en algo material, en sentimiento externo, y asegurar su permanencia. Bien está, pues, que al menos una vez al año recordemos las cosas buenas, y los beneficios de nuestros antepasados, o sus maleficios, que de todo habrá, aunque sea para aprender de ese error. Lo positivo es recordar el pasado para iluminar el presente y planificar el futuro, que dijo Montesquieu. Entre la multitud de maneras de mirar el pasado, la de tomar como propio vidas y obras que sirvan de ejemplo o analizar hechos significativos, es la mejor forma de aprender. Este mes hay dos ejemplos que van unidos, dos conceptos inseparables, indivisibles, la obra y la vida de Cervantes. Su historia, la vida, se rememora con el descubrimiento en esa cripta madrileña de restos, se supone, pertenecientes a él, que se pueden identificar, y nos pueden enseñar  cosas que hasta hoy no conocíamos de nuestro escritor universal. Y su obra, arte por excelencia, de la que son más los que dicen conocer que quienes realmente la han leído. Sobre todo en un país en el que la mitad de sus habitantes no agarra un libro en la vida. Vino publicado en estas mismas páginas hace unos días, a tenor de una encuesta realizada por un centro tan poco sospechoso como es el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas).

Los entrevistados daban sus razones para no agarrar un libro: desde la falta de tiempo, a la falta de interés por el contenido de los libros. Y sin duda son sinceros. Leer es como hacer deporte, solamente está al alcance de privilegiados. Pero una vez a tu alcance, leer puede convertirse, como el deporte, en una obsesión. También en un placer, como el deporte, y de ello hablaremos en la próxima entrega, así como de la falacia de esas razones para no mirar un libro. Si se esgrimen razones, que éstas sean para lo contrario, para leer.

Cervantes, vida y obra

En don Miguel de Cervantes, vida y obra van a la par. Ambas son el mejor reflejo de la historia de ese controvertido Siglo de Oro, que, salvo en las artes -cual sabrosos tomates en medio de cardos y gatuñas, en que fue de oro-, en lo demás no pasó de ser un siglo de desigualdades, guerras, calamidades, y falsos valores que arrostraron a todo un imperio, “donde no se ponía el sol”, a la miseria. El país quedó no solamente arruinado, como ha seguido hasta hoy, sino en la misma miseria e ignorancia. Varios siglos que hicieron todo lo posible para que desaparecieran culturas, y muchas desaparecieron por completo. Otras se resistieron y otras aguantaron. Todo lo vivió Cervantes, todo eso queda reflejado en su obra. Sin descartar hechos que dejaron huella en su piel. Huellas indelebles, de las que por otra parte, como confesó, estaba orgulloso. El orgullo y el honor eran oro en aquel siglo. Esas obras son su reflejo, todo lo divino y humano queda en ellas; en las suyas y en las de otros como él, que, denunciando de continuo la decadencia del sistema, convirtieron un siglo de miserias humanas en un siglo de grandezas y glorias, digno de pasar a la historia con tal denominación. Por lo bueno antes que por lo malo. Por él y sus contemporáneos; los únicos que salvaron el imperio, lo poco que se podía salvar de aquel imperio que quería controlar un solo hombre y no traía más que problemas. ¿Qué hubiera sido de los siglos XVI al XVIII sin esas mentes preclaras, sin esas obras artísticas, sin esas denuncias?¿Sin esa hermosa creatividad?, lo único que distingue al ser humano del resto de animales. Qué hubiera sido de nuestra historia donde el dios sol no se ponía y el imperio de la religión se imponía a base de ríos de sangre, sin la aportación de esos insignes creadores, genios del arte, sobresalientes en letras, en arquitectura, en pintura, en escultura... Ellos se encontraban dentro del sistema y su única salida era la creación de otro sistema donde imperase la tolerancia, la solidaridad; algunos fueron soldados y lucharon en sangrientos combates, cuerpo a cuerpo, como eran entonces las batallas. El idealismo, a fin de cuentas, como el instinto de supervivencia, se impone para tratar de convivir en armonía y hacer más humana la sociedad. Porque lo sufrieron en sus carnes, dejaron ese testamento para la posteridad, para que aprendamos de él. Se ve que poco hemos aprendido. ¡Quizá sea que no hemos leído ni reconocido ese legado como para ponerlo en práctica! Cada cual en su círculo, en su ambiente, en su mundo.

Todo sigue igual o peor. Hoy ni siquiera existen insignes mentes preclaras que nos puedan y sepan indicar el camino correcto, y como entonces, siguen las guerras de religión, las del oro/petróleo, las de la intolerancia, la lucha de culturas, la vuelta al primigenio término bárbaro, la controversia oriente-occidente, las diferencias norte-sur, las desigualdades, el vagabundeo, la picaresca, el hampa, que hoy como entonces, con otro nombre, se organiza en redes y tramas en lo más alto, gobiernos y “validos”, bancos, empresarios, instituciones, y llega a corromper la vida en sociedad. Una sociedad donde siguen imperando falsos valores.

Sólo en esos parámetros tiene sentido celebrar una conmemoración cuya razón de ser debe ir más allá de si los restos encontrados en la cripta del convento de Madrid pertenecen o no al inmortal Cervantes. Eso es lo menos importante. Precisamente a estas alturas no vamos a caer en los mismos defectos propios de la superstición, como nuestros antepasados cuando se mataban por conservar reliquias en sus cenobios, castillos y catedrales. La salvación estaba asegurada si esas reliquias las hubiera traído el susodicho personalmente de Tierra Santa: la gloria sería incalculable, la salvación religiosa en un mundo donde la religión marcaba la vida de cada cual, rico o pobre, rey o plebeyo, libre o esclavo. Desde el lignum crucis a la sangre de san Pantaleón o el cáliz del Grial, o temas semejantes que no dejan de ser asunto baladí para nuestra existencia. Asuntos que tergiversan el sentido de la historia, entorpecen la razón, confunden el entendimiento, y trastocan el pensamiento, desviándole de donde debiera ir. Es decir, no ayudan al avance de la historia ni a la evolución del pensamiento. Pueden venir bien como mero entretenimiento. Como eran la aventuras gloriosas de caballeros de jinete pálido, cascos alados, damas de túnicas blancas y espada mágica. Contra estas taras escribió Cervantes su obra. Estaban de moda los caballeros fantásticos, y él los pintó andantes; las princesas hermosas en mundos de ensueño, y en su obra éstas son de carne y hueso, su existencia no es otra que la vida marcadamente rural de un pueblo, una moza más. Hasta las esposas son como todas las mujeres y esposas cuando tienen que reprochar algo al marido, pegadas al terruño y dedicadas a la cría de la prole. Y entre medias, guerras y batallas con la sociedad y con uno mismo. Aventuras de hechos cotidianos. La genialidad. Hechos, la mayoría insignificantes, que Cervantes, con su maestría, eleva a categoría universal, consiguiendo ese don capaz de remover conciencias, suscitar sentimientos y cambiar mentalidades, el secreto de toda obra artística. Entonces y ahora. Vive y escribe sus vivencias en ese mundo. Por eso su literatura goza de valor universal y perenne. Va unida a su obra.

SEGUNDAS PARTES BUENAS

Este año la celebración del Día del Libro viene cargada de otra conmemoración importante, y de unos hallazgos que de ser ciertos, pueden aportar nuevos conocimientos sobre la vida de nuestro insigne escritor. Se cumplen precisamente los 410 años de la publicación de la segunda parte de esa obra inmortal. La primera vio la luz diez años antes, 1605, y Cervantes la dio por terminada a pesar de la prontitud de su éxito, porque en aquel entonces no había el sentido de la explotación que hay hoy día, cuando una obra, sea novela, película o teatro, triunfa. A partir de ese primer éxito, comienzan a salir no ya segundas partes, que como dijo el Príncipe de los Ingenios, “segundas partes nunca fueron buenas” (contradiciendo con su segunda entrega el dicho y haciendo de ella, diez años después, una obra maestra superior a la anterior), sino sacando, en menos que canta un gallo, terceras, cuartas, quintas y enésimas partes, a cada cual peor.  No le movió la intención de proseguir el éxito, como se hace actualmente, aprovechando el tirón de la primera, que salvo en contados casos, no son más que repetición de lo dicho. Si así hubiera sido, lo habría escrito antes. Su finalidad era dar réplica a la impostura de sus enemigos que, fruto del atrevimiento de su ignorancia, lanzaron al mercado una continuación de menor calidad y enjundia que la original, tratando de desprestigiar a su primigenio autor. Haciendo del famoso hidalgo no un símbolo del espíritu español, sino una caricatura que nada tiene que ver con el personaje que retratara la pluma cervantina.

Demos gracias a los cielos y a la encuesta. Si muchos hay que dicen haber leído El Quijote, y en las tres partes para dar mayor contundencia a la cosa, muchos más son quienes no lo han leído y hablan de referencias y de oídas siguiendo los tópicos que rijan en ese momento. Demos gracias, pues, a los cielos porque si no han leído la obra primigenia de las hazañas de tan glorioso caballero andante, menos lo habrán hecho con el impostor. Es de agradecer. La figura del caballero no se habrá tergiversado y permanecerá en el sentimiento colectivo el personaje cervantino, háyase o no leído uno u otro. Viene esto a propósito de la inclinación y dedicación a la lectura que tiene el español medio. Piensa que leer es una pesada carga, un aburrimiento, y el tiempo de ocio está para divertirse, para pasarlo de la mejor manera posible, con una buena comilona, una sesión de sexo, una peli, la tele o el internet, nunca con un libro abierto. ¡Cuán errados están, querido Sancho! No saben que también leer es un placer, un placer que traspasa fronteras materiales. Pero de eso hablaremos mañana, amigo Sancho.

El libro, arca de la sabiduría