jueves. 28.03.2024

En legítima defensa: La poesía y los poetas en tiempos de crisis

La poesía ha recuperado su capacidad de conjura, su vertiente más crítica, su potencial de emoción para ayudar a los ciudadanos a vivir la crisis, a luchar contra ella y, sobre todo, a conocer sus raíces, su origen radicalmente inhumano para enfrentarse a ella y a quienes la provocaron y la aprovechan. Por Manuel Rico | Foto: Carmen Barrios.

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Foto: Carmen Barrios

Blog del autor "Al margen" | El 20 de julio de 1979, un periódico madrileño de ámbito nacional abría la crónica del homenaje a Blas de Otero, fallecido semanas antes, con las palabras siguientes: “Al aire libre, en la plaza de toros de Las Ventas, de Madrid, cerca de 40.000 personas manifestaban con los primeros aplausos su apoyo a un «festival» de poemas y canciones, que duraría más de tres horas, en recuerdo del poeta (Blas de Otero) fallecido en la madrugada del 29 de junio pasado”.

La plaza de toros de Las Ventas a rebosar y la multitud allí presente coreando las canciones basadas en sus poemas y los poetas y escritores leyendo sus versos y el pueblo de Madrid, los ciudadanos de a pie que habían llegado de los barrios extremos, que venían de las universidades, de los institutos, de las fábricas, establecían una comunicación intensa, viva, con la memoria del poeta. Cuarenta mil personas de todas las edades escuchando versos, aplaudiendo versos, emocionándose.

En aquellos años, albores de la democracia, la poesía aparecía íntimamente vinculada con el proceso que estaba viviendo el país. Recuerdo a Alberti recitando poemas en un viejo campo de fútbol de tierra en el barrio de San Blas. A Carlos Álvarez, Félix Grande y Carlos Sahagún en un descampado de Orcasitas alternándose en la tribuna para leer sus poemas con los dirigentes vecinales que exigían la remodelación del barrio, el final del chabolismo o la construcción de un centro sanitario. Recuerdo lecturas de poemas y poesía musicada (textos de Agustín Millares, de Celaya, de Hierro, de Ángela Figuera, de Neruda, de Antonio Machado) ante más de 500 jóvenes en los bajos de lo que sería el centro cívico-social de la UVA de Hortaleza y a jóvenes poetas leyendo sus propios versos en el salón de actos del centro juvenil de la parroquia del viejo barrio, hoy desaparecido, de Portugalete, con el aforo sobrepasado. Recuerdo a Diego Jesús Jiménez celebrando la noche de San Juan en el madrileño barrio de Santa María en el umbral de la democracia y leyendo sus poemas ante un auditorio en el que se mezclaban gentes de toda condición. Recuerdo el descubrimiento de los poemas de Caballero Bonald (sobre todo, un memorable poema que transcribí en mi novela Los días de Eisenhower, “Dehesa de la Villa”), leídos en un foro a rebosar de una asociación de vecinos de Vallecas.

También recuerdo, hace mucho menos tiempo, a Juan Gelman (en 2008) ante el atril en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares recibiendo el Premio Cervantes y reivindicando, en su discurso, la memoria colectiva y la dignidad de los hombres y mujeres que aún estaban enterrados en innominadas cunetas o en descampados perdidos en la España interior y derrotada. Y reivindicando a la poesía como ese “lugar más calcinado del idioma” donde encontrarnos y soñar un mundo distinto. 

La crisis de hoy: nuestra crisis, nuestros poetas 

Desde entonces hasta hoy, la poesía como coadyuvante al cambio social, a la toma de conciencia del ciudadano de a pie ha retrocedido. La política progresista ha ido alejándose de los poetas y los poetas han seguido el único camino que vienen recorriendo desde los primeros cantos de juglaría: el de la poesía como respuesta a las incertidumbres de los seres humanos, el de la poesía como iluminadora de zonas ocultas de la realidad, como espacio en el que es posible imaginar un mundo hospitalario, de seres libres e iguales en el que la cultura y las posibilidades de creación artística estén sustentadas en la igualdad de oportunidades.

La crisis económica que comenzó a extender su sombra en el verano de 2008 ha tenido sus cronistas en el ámbito del periodismo, sus tertulianos en esa frontera en la que la pura opinión se entrelaza con la vocación de estrellato, sus políticos sinceros y sus políticos hipócritas y cómplices, sus columnistas escribiendo entre la teoría política y el cotilleo. Esos son quienes se han mostrado y se muestran en los foros públicos, especialmente en ese escenario con millones de espectadores que es la televisión. Los poetas han sido los grandes ausentes en la crisis. Sin embargo, ahí estaban, más vivos que nunca quizá: escribiendo en humildes habitaciones de alquiler o en la vivienda familiar; leyendo versos a pequeños grupos en librerías o bares, en centros culturales asediados por los recortes o amenazados por quienes consideran la poesía una dedicación inútil; en foros universitarios dirigidos a universitarios aficionados a la filología; en jornadas en las que los poetas leían a otros poetas y eran, a la vez, intérpretes y público…. Batiéndose en Internet y en las redes sociales por abrir paso a su mirada sobre la realidad y sus contradicciones. Y en algunos programas de la radio pública emitidos en horas imposibles y no siempre proclives a mostrar una poesía diseccionadora de los aspectos más duros de una realidad que avanza en la precariedad y en la pobreza en la misma medida en que se engrosan los beneficios de las grandes corporaciones multinacionales y los bancos.

A pesar del silencio de algunos medios convencionales (en un programa de la televisión pública como Página 2 se pueden contar con los dedos de media mano las veces en que, en sus más de cinco años de vigencia, ha tratado libros de poesía o se ha entrevistado a poetas), los poetas han escrito del mundo que les rodeaba y que les rodea, un mundo al que ofrecen su dramática cotidianidad seis millones de parados, que muestra, en calles circundadas por locales clausurados, con cierres pintados de graffiti o empapelados con carteles inútiles, las huellas de una miseria que cada vez es más difícil de ocultar, han escrito y escriben de los jóvenes sin horizonte, sabios hijos de la generación que hizo la transición a los que las clases dominantes van dejando en la cuneta. Los poetas han salido de las torres de cristal y de la neutralidad aséptica a la que no pocos críticos y profesores les condenaban, y se han multiplicado las iniciativas que han llevado al poeta a la calle, a contribuir a la movilización social y política, a ofrecer su palabra a quienes la necesitaban (el pasado mes de noviembre, en Madrid, los poetas pusieron su voz para oponerse a los recortes sanitarios, o celebraron un encuentro crítico, "Voces del Extremo", por ejemplo).  Es decir, la poesía ha recuperado su capacidad de conjura, su vertiente más crítica, su potencial de emoción para ayudar a los ciudadanos a vivir la crisis, a luchar contra ella y, sobre todo, a conocer sus raíces, su origen radicalmente inhumano para enfrentarse a ella y a quienes la provocaron y la aprovechan.

¿Poesía social? No simplifiquemos. Poesía entendida en su sentido más profundo: ayudando a la memoria colectiva y mostrando viejas humillaciones que hoy se prolongan a los más jóvenes;  buscando la magia originaria de la palabra para abrir rendijas al mundo feliz que se nos niega (algo parecido a la “muerte en efigie” con que, tal y como demostró Arnold Hauser, el hombre del paleolítico apresaba a la bestia a través del arte: comer, combatir el hambre, meter al bisonte en el hogar, eso era la felicidad en la caverna); descubriendo lo que no nos descubre ni ilumina el periodismo y que sólo es explicable gracias al lenguaje revelador de la poesía. Así nos contó la desolación de Nueva York a principios del siglo XX Federico García Lorca:

"La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraíso ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre." 

Con palabra nueva. Como lo hicieron en Chicago Carl Sandburg en medio de la crisis del 29, o Edgar Lee Masters en la imaginaria Spoon River, reflejo de todas las ciudades de la Historia, o Antonio Machado en la Soria terrible de su tiempo, por no referirme a Miguel Hernández y su grito resistente o a César Vallejo indagando en las fisuras y quiebras del idioma.  

En legítima defensa, un libro de todos los poetas ante la crisis 

Ante la crisis provocada, ante el ataque a nuestros derechos y libertades, ejercer la legítima defensa con el más poderoso instrumento con que el hombre cuenta desde su propio origen: la palabra. Añado: la palabra poética. Esa es la proteína, el sentido profundo de la iniciativa que impulsamos, hace poco más de un año, Pepo Paz y quien esto suscribe, desde Bartleby Editores. Invitar a los poetas a rebelarse y a indignarse con su principal destreza, con su más valioso patrimonio: sus versos. Respondieron más de doscientos autores de todas las edades. Poetas de distintas generaciones se aprestaron a convivir en un maravilloso acto de resistencia: contribuir a un libro colectivo en el que se hermanan textos de nuestros dos poetas premio Cervantes vivos, Antonio Gamoneda, que aporta poema y prólogo, y José Manuel Caballero Bonald. Junto a ellos, una ejército de escritores que van de Félix Grande o Juan Carlos Mestre, o Angelina Gatell, a Gsús Bonilla, Ana Pérez Cañamares o Julieta Valero, pasando por Eduardo Moga, Miguel Casado, Felipe Benítez Reyes u Olvido García Valdés entre otros, o por poetas apenas conocidos que han comenzado a dar sus primeros pasos literarios en la Red.

Todos sabemos que la poesía difícilmente hace cambiar la Historia. Pero también sabemos que algo ayuda. Al menos, puede acompañarnos y contribuir a que nuestra conciencia no se acartone, se mantenga viva y se hermane con la respiración de la calle.  

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