jueves. 28.03.2024
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Retrato de Adolfo Bioy Casares por Alicia D’Amico / 1968.

lecturassumergidas.com | @lecturass | Por Emma Rodríguez | Hace unos meses, en el ya ido 2014, tuvo lugar el centenario del nacimiento de Adolfo Bioy Casares, un centenario que pasó un tanto desapercibido, que se celebró tímida, discretamente, como corresponde al paso discreto, elegante, del autor argentino por el territorio de las letras, a la sombra del genial Jorge Luis Borges, su gran amigo. Bioy, considerado siempre por la crítica un astro menor en comparación con el autor de El Aleph, confesaba que solía discutir con Borges porque éste, a diferencia de él, consideraba que la bondad y la felicidad eran cosas menores.

Pero este texto quiere ser una invitación a leer a Bioy Casares sin la presencia de Borges, sin excusas de aniversarios ni de ningún otro tipo, viajando a su centro desde las ficciones que nos legó, sin querer saber apenas de las circunstancias de ese hombre nacido en una acomodada familia porteña, devoto del tenis, de los caballos, del cine y de la fotografía; lejos de la vida real de ese conquistador nato, lector empedernido, amante de las novelas policiacas, de los relatos fantásticos, de los juegos literarios, de los libros escritos a cuatro manos –bajo seudónimo, por supuesto con Borges–. Este texto quiere ser una propuesta de acercarse al escritor desde la desnudez de sus relatos, consciente de que en ellos han de encontrarse las claves, las honduras de quien fuera miembro destacado del grupo de la revista Sur, amigo de su fundadora, Victoria Ocampo, y compañero sentimental de la hermana de ésta, Silvina, interesantísima, sugerente, escritora, a la que siempre confesó querer, aunque le fuese infiel, con quien mantuvo hasta el final una relación especial, hecha de complicidades afectivas y literarias.

Este itinerario particular arranca con la última novela que estos días he leído de él, Diario de la guerra del cerdo. Si bien a Bioy Casares le preocupó siempre el paso del tiempo, la decadencia, el inexorable transcurrir de los años, temas que asoman en muchas de sus narraciones, nunca lo había tratado de manera tan descarnada como en este libro, un relato en el que anticipa un posible tiempo futuro, un tiempo oscuro, infeliz, en el que se lleva al extremo la indiferencia social respecto a los ancianos. Bioy supo ver que, en las sociedades del presente, sociedades preocupadas por la inmediatez, por la satisfacción de los deseos materiales, por las prisas, por el desprecio a lo no productivo, los viejos iban a ser considerados cada vez más como un estorbo. Y forzó esa realidad hasta imaginar una situación en la que son odiados por los jóvenes, agredidos por crueles pandillas callejeras que desean eliminarlos del mapa.

Todo es real, pero adquiere tintes de mal sueño, de pesadilla, en esta entrega que nos lleva irremediablemente, sin apenas hacer mención explícita –en ocasiones una simple palabra– a pensar en situaciones de represión, de estados policiales, de falta de libertad, de abuso del poder, de maltrato a los más débiles. Son muchos los planteamientos que abre esta obra que nos lleva a cuestionarnos hasta qué punto las colectividades, en este caso los jóvenes, pierden la individualidad y actúan como manadas; que ahonda en el origen de la maldad, en el nacimiento del odio. Si algo caracteriza a Adolfo Bioy Casares es su interés por profundizar en los comportamientos, en las conductas, en los pozos de la condición humana. Y también su talante existencialista, su capacidad para reflexionar filosóficamente sobre las contradicciones del vivir.

Y de la última lectura, al comienzo, al momento del descubrimiento, a La invención de Morel, una novela que por sí sola basta para poner en entredicho a los que consideran a Bioy Casares un autor menor en el gran mapa de las letras hispanas. Es La invención... una gran historia de amor, además de, por supuesto, una maravillosa entrega de ciencia-ficción en la que, como en todas las obras del género que perviven, el autor se anticipó al imaginar realidades virtuales que hoy cada vez nos resultan más próximas.

Como auténticos robinsones nos sentimos al iniciar la aventura que es esta novela en la que un hombre perseguido, pertrechado con una brújula que apenas entiende, sin orientación, sin sombrero bajo el intenso sol y enfermo de alucinaciones, rema exasperadamente para llegar al destino final de su huida, una isla llena de prodigios, de extrañezas, que le van a llevar a enfrentarse a sí mismo, a sus miedos, a sus dobleces. El tiempo, la inmortalidad, la idea tan atractiva para la ciencia-ficción de los planos de vida paralelos, también del eterno retorno, entran en una narración que nos arrastra y que no podemos dejar de leer, atraídos por la misteriosa mujer que, sin hablarle, sólo con sus gestos, con su imagen, logra fascinar al hombre aislado, por los fantasmales intrusos que aparecen una y otra vez, repitiendo sus acciones, sus palabras, apareciendo y desapareciendo según el capricho de las mareas...

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Lectura y reivindicación de Adolfo Bioy Casares