jueves. 28.03.2024
sueño

El niño es una niña. Está despierto, está despierta, y no reconoce apenas nada de lo que hay a su alrededor. Sí hay oscuridad, la hay, puedo saberlo, pero ella probablemente no lo sepa. Porque no sabe aún gran cosa. Creo que huele algo, no sé muy bien si eso lo sé o lo intuyo o sólo lo creo saber. No importa. Para mí está oliendo algo, y para ti, ahora, también. Quiere llorar, pero no recuerda cómo se hace, ni siquiera es capaz de recordar si saber llorar ni qué es llorar. Y llora.

Yo estoy intentando inventar esto que lees pero mi compañera de trabajo no me deja escuchar a mi imaginación. Estoy ahora en casa y quiero imaginar que esto lo estoy escribiendo en mi trabajo, en un breve descanso entre asunto y asunto. No me concentro. El bebé sí, llora como si nada más en el mundo pudiera haber. Su llanto y su hambre, su apetito hambriento, porque ahora mismo comer sería regresar a aquel ámbito fabuloso en el que nada era nada y todo era todo. Un mundo perfecto. Un mundo desaparecido.

Me olvido de mí, me concentro en ella, que bien podría ser mi hija María cuando a comienzos del milenio vino al tiempo para ocupar ese espacio que ocupa y que la convierte en mucho más que mi hija, en su propio ser una mujer en los años en los que las mujeres comienzan a ser, ya de verdad y espero que para siempre, auténticas protagonistas de los días, sin serlo únicamente de las vidas soberanas de los hombres.

Alguien tendría que despertarse del todo, levantarse a consolarla, a atenderla, a defenderla de la vida. Yo, yo me despierto, me levanto, camino hacia su dormitorio, huele a María, entro, yo soy el yo que era cuando María llegó aquí, a esta realidad desde la que ahora escribo y a esta realidad que invento para que María sea un personaje de un cuento, la mujer de un cuento que estoy viviendo como si no fuera un cuento, como si fuera esto que está siendo: la vida de María.

La vida