viernes. 19.04.2024

Hoy madruga este comentario y lo hace empujado por la presencia inquieta de la vida que aguarda fuera, apenas a unos metros de mi casa, a la espera de una señal, de un día de sol que acaricie la tierra con una señal oculta que lo haga explotar todo. Pasear por el campo es notar una vibración especial, una fuerza contenida que nos llega desde la tierra y que, a pesar del aspecto triste de la vegetación de invierno, nos grita que quiere reventar y hacerse ver.

Mientras nuestra vida normal nos sigue hablando de desastres políticos y económicos; cuando todos nos afanamos con las tareas diarias y a esta hora los coches se estorban para no llegar a ningún sitio, la naturaleza se prepara para cumplir sus ritos sin alterarse, sin siquiera mirar hacia nosotros pues nosotros no creamos ni intervenimos en la liturgia.


En dos o tres semanas los alrededores de mi casa habrán cambiado. Los árboles, ahora llenos de voluntad y futuro, habrán abierto las compuertas y los ojos se nos llenarán con todos los matices existentes del verde nuevo. Del barro de hoy brotarán las flores y las hierbas y el verde Mayo despertará señoreando un mundo nuevo.

En dos o tres semanas se consagrará la vida sin mirar hacia nosotros, que seguiremos perdidos buscando otros caminos. En dos o tres semanas, alguien, paseando entre los coches y los humos, mirará hacia arriba y verá que en los árboles de su acera han nacido las hojas nuevas de otro año. En dos o tres semanas, alguien se acordará de que un día fue joven y tuvo corazón; recordará que sostuvo en los brazos a su hijo lleno de orgullo y que, cuando él ya no esté, la vida seguirá celebrando su consagración todas las primaveras.

En dos o tres semanas, la vida que ahora aguarda, nos llenará de vida. Que así sea.

La vida aguarda