miércoles. 24.04.2024

Un historiador ante la realidad histórica de la monarquía española. Jordi Canal ofrece en su reciente libro publicado por Turner, La monarquía en el siglo XXI, “una reconstrucción, un análisis y una reflexión sobre la monarquía en la España democrática de las últimas cuatro décadas”.

Canal mantiene que “la etapa juancarlista constituye, a pesar de la crisis de los años finales del reinado, un momento histórico excepcional”. El acceso al trono de Juan Carlos de Borbón a finales de 1975 fue el aldabonazo al triunfo de la transición a la democracia tras décadas de dictadura, el comienzo de una “España moderna y abierta al mundo”.

Franco y la monarquía

portada la monarquia en el siglo XXIPero, en realidad, la monarquía juancarlista no fue restaurada, sino que fue insaturada por un dictador, Francisco Franco: esa fue su primera legitimidad, proveniente del triunfo en una guerra civil provocada por quienes acabarían ganándola. Y no fue restaurada pese al amplio apoyo dado a los sublevados por los monárquicos y la propia Casa Real de la familia Borbón, exiliada desde 1931. Y pese a los muchos y decididos intentos de Juan de Borbón, uno de los cuatro hijos, el heredero finalmente, de Alfonso XIII, por convencer al dictador Francisco Franco, desde su exilio, de la necesidad de restaurar la monarquía en España. La tensión entre Juan de Borbón, que desde los años 40 del siglo pasado viró hacia el liberalismo y la monarquía democrática, y el dictador español “devino inextinguible”.

En 1947, Franco convirtió al país en un reino por medio de la Ley de Sucesión. Un reino en el que se reservaba la elección de la persona que le sucedería a él, que actuaba sin serlo como si fuera un monarca. de los hijos varones de Juan de Borbón, Juan Carlos, llegó al año siguiente a España para formarse como lo que a todas luces iba a acabar siendo, el rey de España… cuando falleciese el dictador, claro está. Para formarse civilmente, con una educación católica y conservadora, y militarmente, sobre todo militarmente.

Si Franco despreciaba a Juan de Borbón, por el contrario, mostró cómo aumentaba su aprecio por Juan Carlos, quien, en 1962, contrajo matrimonio con la hija de los reyes griegos, Sofía de Grecia, nacida como Juan Carlos en el año 1938. Los tres hijos de ambos son Elena, Cristina y Felipe, nacidos respectivamente en 1963, 1965 y 1968.

Juan Carlos de Borbón crece políticamente “a la sombra del Caudillo” mientras aprende los mecanismos del entramado franquista, del Estado español forjado por el dictador

Juan Carlos de Borbón crece políticamente “a la sombra del Caudillo” mientras aprende los mecanismos del entramado franquista, del Estado español forjado por el dictador. En 1969, Franco se decide (o, mejor, lo hace público) a nombrarle su sucesor ‘a título de rey’. Juan Carlos jura en julio ante las Cortes ese designio, ya como ‘príncipe de España’. La relación con su padre parece rota.

Los “propósitos reformadores” del Príncipe toman cuerpo poco a poco desde aquel año 1969. Como le comentara tiempo después al líder comunista Santiago Carrillo, durante veinte años tuvo “que hacer el idiota, lo que no es fácil”. Mantuvo contactos de todo tipo con estadistas y personalidades mundiales, mientras su mutismo dentro de las fronteras parecía augurar un continuador simplón del franquismo.

Pero, cuando en noviembre de 1975 sucede al fallecido Franco, toda la legitimidad del ya rey Juan Carlos I proviene únicamente de la voluntad del dictador.

La monarquía durante la Transición

monarquia juan carlos sofia principesComo siempre pasa, como siempre ha ocurrido en el pasado, a finales de 1975, en España, “nada estaba escrito de antemano, excepto el anhelo de alguna forma de democracia”. Si el afecto evidente que Juan Carlos mostró ante la figura de Franco existió, también existió su propósito de guiarse “bajo los principios de la democracia” y el respeto de “los deseos del pueblo libremente expresados”, como enunció en su discurso de junio de 1976 ante los congresistas y senadores estadounidenses. No en vano, había proclamado al jurar ante las Cortes todavía franquistas en noviembre del año anterior “su voluntad de ser rey de todos los españoles”.

El camino hacia la democracia no iba a ser sencillo, aunque a ojos de un historiador hoy se asemejen a tiempos veloces: nombramiento de Adolfo Suárez, elecciones libres, elaboración y aprobación de una Constitución democrática… Pero no olvidemos en medio de qué otra realidad se produjo todo ello: profunda crisis económica, numerosísimas huelgas, “las polémicas amnistías, el malestar militar” y los terrorismos, de extrema derecha pero sobre todo de ETA.

“El reformismo procedente del Antiguo Régimen y las oposiciones tuvieron que superar viejas desconfianzas para sumar una transición de tipo político a la que ya se detectaba, desde hacía tiempo, en ámbitos culturales y sociales”.

En aquellos años, entre 1975 y 1982, la monarquía pareció, parece hoy, en perspectiva, la única salida viable. Era la única factible para los franquistas intransigentes, para el Ejército, pero también para quienes temían el estallido de una nueva guerra civil. De hecho, el accidentalismo era algo aceptado por la cúpula comunista desde hacía décadas.

Por motor o por piloto del cambio se le ha tenido a Juan Carlos I. Lo que no cabe duda es que él y la Corona “fueron decisivos en el establecimiento y la consolidación de la democracia en España”.

Con la renuncia de su padre en mayo de 1977 a sus derechos al torno, se produjo la legitimación dinástica de Juan Carlos I. Y con la aprobación plebiscitaria de la Constitución de 1978, la monarquía borbónica recuperaba la legitimidad constitucional perdida cuando en 1923, el abuelo del rey, Alfonso XIII, consintió y amparó la dictadura del general Miguel Primo de Rivera. Juan Carlos I ejercería por primera vez en España la monarquía parlamentaria: la monarquía española se conjugaba así novedosamente con la democracia y el monarca ejercía únicamente como jefe del Estado. Reinaría, pero no gobernaría.

La monarquía juancarlista conseguiría hacer crecer su popularidad y apuntalar su legitimidad, así lo atestiguan los sondeos de opinión llevados a cabo por Gallup y Demoscopia durante las últimas décadas del siglo XX

La monarquía juancarlista conseguiría hacer crecer su popularidad y apuntalar su legitimidad, así lo atestiguan los sondeos de opinión llevados a cabo por Gallup y Demoscopia durante las últimas décadas del siglo XX. El mayor reto del reinado de Juan Carlos I, su mayor estruendo legitimador, culminaría ese proceso: me refiero, Canal lo hace, a la fracasada intentona golpista de febrero de 1981.

El descontento del Ejército (debido al terrorismo etarra, al auge de los nacionalismos periféricos y a la legalización de partidos como el comunista) y su ruido de sables acompañaron a los primeros tiempos de la monarquía juancarlista. El difícil equilibrio entre “la fidelidad al legado del dictador y la lealtad al rey” se mantuvo durante aquellos años transicionales.

Cuando el golpe tuvo lugar, en cualquier caso, lo que no hubo fue implicación de la monarquía en el mismo. Por el contrario, su intervención aquellos 23 y 24 de febrero del año 81 resultó decisiva para desbaratarlo. En tanto que comandante supremo del Ejército y garante del orden constitucional, la decidida y clara actuación del rey Juan Carlos I, que “consiguió que los altos mandos militares se pusieran a sus órdenes” y “transmitir un recado de tranquilidad y compromiso democrático”, paralizó la intentona. No volvió Juan Carlos I a actuar así, tampoco fue necesario: “el papel de escudo protector o de bombero de la democracia no le correspondía”.

Visión general de la etapa juancarlista

Sin alejarse “del espíritu y la letra de la Constitución” a lo largo de su reinado, Juan Carlos I fue sobre todo, en tanto que rey, “el primer embajador” de España, cargo que cumplió con solvencia. Pero…

“La visión general de la etapa juancarlista no quedaría completa sin aludir a algunos errores y problemas, que, con la nueva centuria, se agravaron y pusieron en jaque al rey. Destacan entre ellos, la falta de transparencia de la institución monárquica, las relaciones con el medio periodístico, los escándalos económicos de personas estrechamente vinculadas al rey, las disfunciones familiares y la imprudencia generada por el exceso de confianza”.

Todo ello no empaña lo que para Canal fue “un gran reinado.

¿Por qué dejó la monarquía de ser la institución española más valorada?
felipe letizia sofia leonor

¿Por qué dejó la monarquía de ser objeto de consenso entre los españoles? Conviene comenzar afirmando que España no fue un país de monárquicos a finales del siglo XX, fue si acaso un país de juancarlistas.

Una monarquía parlamentaria es una monarquía democrática. La española es, además, para Canal, hoy por hoy, lo lleva siendo desde el asentamiento definitivo de la democracia, una monarquía republicana

El país salido de la Constitución de 1978 no es el primer ejercicio democrático de la historia española. Antes los hubo con las constituciones de 1869 y la de 1931, pero si aquella era una constitución progresista esta lo era republicana. La de 1978, sin embargo, es una constitución de consenso. Es verdadera y auténticamente democrática. España es desde entonces una monarquía parlamentaria, ya se ha dicho, por lo cual no hay en ella continuidad ni con la monarquía histórica anterior, absoluta la más remota o constitucional la más reciente, ni con el régimen dictatorial inmediato. Y una monarquía parlamentaria es una monarquía democrática. La española es, además, para Canal, hoy por hoy, lo lleva siendo desde el asentamiento definitivo de la democracia, una monarquía republicana.

Lo que ha quedado atestiguado por las encuestas es que los años 2011 y 2012 fueron los años de inflexión definitiva de la decadencia en el favor popular de la monarquía juancarlista. Como indicara el periodista José Oneto, se había caído “el aura de respeto” de Juan Carlos I y el hecho de que fuera cazador (de elefantes, nada más y nada menos), que salieran a la luz asuntos de infidelidades y sobre todo el llamado caso Nóos, que llegó a implicar judicialmente a su hija Cristina (y acabaría con la prisión del esposo de ésta), acabaron por colocar al otrora popular monarca en una picota mediática y popular (populista más bien, quizás) de la que ya no se recuperará.

Dado que la institución monárquica no formaba parte de la constitución material de la España contemporánea, a diferencia del caso por ejemplo británico, y dado el hecho de que la solidez monárquica estaba indisolublemente ligada al juancarlismo, la constante caída de la aceptación regia entre la opinión pública española llevó a una salida indiscutible: la abdicación de Juan Carlos de Borbón en su hijo varón, tal y como rezaba el texto constitucional. Era una solución tenida en cuenta desde al menos el año 2012, y no sólo por parte del propio rey.

Finalmente, el 2 de junio de 2014, el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, anunciaba la abdicación de Juan Carlos I, que había cumplido meses atrás 76 años, en la persona de Felipe VI. La ceremonia de abdicación tuvo lugar dieciséis días después y al siguiente, el 19 de junio, Felipe VI era proclamado nuevo rey de España. Acababan 38 años y medio de reinado. El periodista español Fernando Ónega, como muy al hilo recoge Canal para cerrar un análisis del reinado del nieto de Alfonso XIII, escribió sobre Juan Carlos I:

“Fue capaz de ceder el poder absoluto que heredó y que resultó fundamental para el éxito de la Transición, para ejercer las funciones que corresponden a una monarquía parlamentaria”.

¿Y el futuro?
felipe VI

Ejemplaridad y utilidad. Jordi Canal censa en esas dos premisas el futuro de la monarquía española. La ejemplaridad que Felipe de Borbón y Grecia ha heredado sobre todo de su madre, la reina emérita Sofía, y la utilidad que su padre, Juan Carlos I, supo darle a la institución en los años más significativos de la más reciente historia española, y que su heredero ha de aprender a prolongar como herramienta insigne de legitimación.

Felipe VI auguró ya desde su primer discurso regio que su tiempo habría de ser, como resume Canal, “un tiempo nuevo de ejemplaridad”.

La otra gran palabra del nuevo reinado es transparencia. Desde la llegada al trono de Felipe VI, la popularidad de la monarquía ha dejado de descender, aunque no ha subido de una forma notoria y sigue habiendo un cierto distanciamiento con buena parte de la sociedad civil.

La monarquía en el siglo XXI finaliza su breve recorrido argumentando que, a juzgar por lo que nos dicen las encuestas oficiales, en la actualidad no es en España la monarquía un asunto esencial de controversia, ni mucho menos, aunque pudiera parecerlo, debido al empeño de vaivén de los más populistas, separatistas o no, y de la extrema izquierda.

“La monarquía no es hoy, a finales de la segunda década del siglo XXI, un motivo de real inquietud en España. A pesar de los ataques que recibe, y del ruido mediático y en las redes, no constituye, en el momento actual, una seria preocupación. La monarquía no es, a fin de cuentas, uno de los grandes y numerosos problemas que viven y padecen los ciudadanos españoles”.

Jordi Canal explica la monarquía