jueves. 18.04.2024
María Sánchez

“A veces pienso en la memoria dormida como en una herida abierta, sin cicatrizar, que aún sangra”. Una mano acoge un puñado de tierra sobre el que crece una pequeña planta autóctona. Muchas manos pequeñas, en pueblos pequeños, recogiendo pequeños puñados de tierra en sus manos, pueden sembrar muchas palabras y hacer crecer un libro de espíritu colectivo como Almáciga (geoPlaneta, 2020). Un semillero de palabras en peligro de extinción que María Sánchez (Córdoba, 1989) ha trasplantado cuidadosamente a las pequeñas historias que habitan este libro ruralmente ilustrado por Cristina Jiménez.

Lo fácil habría sido seguir la senda abierta por Tierra de Mujeres...

El trabajo que me da de comer es el de veterinaria. Esto explica muchas cosas. Tengo la libertad de escribir lo que me apetece y cuando me apetece. Puedo alejarme del mundo de inmediatez y de velocidad en la que está hoy en día el mercado editorial. 

En Tierra de Mujeres ya habías dejado pistas de que estabas empezando a elaborar este semillero de palabras. 

Sí, ya se intuye. Cuando inicié el proceso de creación de Almáciga, estuve en “Bañarte”, un festival de creación que se celebra en Baños de Río Tobía, allí decidí coger palabras suyas y llevar palabras que yo había encontrado en otros lugares. Fue muy bonito porque el cabrero del pueblo no segó el campo de alfalfa, lo dejó en flor para mí y allí pusimos unos tendederos para poner las palabras y el significado, una mesa de madera y un cuaderno vacío. Ese cuaderno me acompaña siempre que voy a una presentación y cuando doy una charla me gusta pasarlo por si alguien quiere compartir algo. En su interior hay muchas caligrafías e historias.

Desde entonces, al saber que yo recogía palabras, es precioso ver como en todos los lugares había personas que me daban un papel con una palabra escrita “oye que te he recogido estas palabras que se dicen en mi familia o en mi pueblo”, contándome a través de una palabra la historia de un vínculo a la tierra o de otra forma de trabajar el campo.

Las palabras corretean libres por las páginas de Almáciga...

La verdad es que no quería hacer un diccionario cerrado de la A a la Z porque los hay en todos los pueblos, hecho por la persona curiosa que recoge el habla de su pueblo. Quería que esas palabras tuvieran vida, estuvieran enhebradas en una historia. Esa ha sido mi intención, pellizcar la conciencia, la memoria y que la gente preguntara por sus palabras y que hubiera esa vereda abierta al semillero colectivo que está en la web. Con Almáciga lo importante era, de mis palabras favoritas de toda la selección que tenía, hacer que pudieran convivir juntas en un texto y que no fuera una simple sucesión de palabras con su definición. Quería que tuvieran vida e importancia en un texto y consiguiendo eso llegar a cada persona de una manera, con palabras distintas. 

Son palabras ya casi sentenciadas al olvido y al polvo del desuso

Se perderán, de hecho ya se están perdiendo. Las palabras están ligadas a oficios, a tradiciones y a modos de entender la vida. Por eso me ha gustado recogerlas y tenía la necesidad de acabar el libro con una llamada a lo colectivo, a lo importante que es abrir una nueva ventana para que veamos el mundo rural de otra forma, que cambiemos la forma de mirarlo, que les demos valor, que los cuidemos, que los queramos porque esa es la única manera de protegerlos. Por eso es tan importante abrir ventanas de los medios rurales, que afortunadamente por fin se ve en los medios, se está hablando y se está escribiendo con otras narrativas. 

Si el mundo rural ha tenido poca voz, la mujer rural es totalmente ignorada por los medios de comunicación.

Es una doble mochila: mujer y campo. Triple cuando se trata de una mujer migrante como es la realidad de muchas. El machismo afecta por igual a todos los estratos, a lo urbano y a lo rural. Una cosa que me gustaba mucho hacer cuando presentaba Tierra de Mujeres e iba a las grandes ciudades a presentar el libro, les preguntaba si conocían una escritora rural de la edad de Julio Llamazares o Miguel Delibes, os podéis imaginar las respuestas. Solo una periodista me dijo el nombre de una escritora, Ana María Matute, el libro que tiene de El río, de sus veranos en su pueblo en La Rioja, de su infancia… que está teñido de esa nostalgia pero de todos esos periodistas solo fue ella capaz de decirme un nombre de una mujer escritora. Hay que cuestionarnos quién ha escrito, desde dónde, desde qué clase social, desde qué altavoz o espacio. 

Parece que por fin nos alejamos de esa imagen naïf del mundo rural

Esa narrativa simple sobre el campo por fin se está rompiendo. No solo somos esa cabaña para descansar donde nadie te molesta o esa postal bucólica. Sabemos que en el campo había miseria, hambre, pero como en las ciudades. Hay multitud de campos y no todos los pueblos son iguales. Hay muchos medios rurales. Hay gente que vive en el campo y no tiene gallinas ni mata un cochino. Es importante insistir en eso. Nunca damos por hecho que una persona de ciudad tenga que trabajar en un banco. Hace poco me preguntaron a qué se podía dedicar una mujer rural y le dije dale la vuelta, preguntaría a qué se puede dedicar una mujer urbana y rechina, claro. 

¿Tiene futuro el medio rural?

El problema que tenemos en los medios rurales es que necesitamos políticas públicas de verdad. Ahora con el confinamiento, se habla de irnos al campo, a los pueblos y nos olvidamos de toda la gente que lleva más de veinte años luchando porque no se quieren ir de sus pueblos. Tirando para lo mío que es la ganadería extensiva y las razas autóctonas en peligro de extinción. Hay mucha gente joven que no se quiere ir de su pueblo, pero tenemos una política agraria común que ayuda y subvenciona al que contamina y no vive en los pueblos. El 80% de las personas que reciben la PAC son grandes terratenientes que viven en Madrid, Sevilla, Córdoba y Jerez son grandes terratenientes. No podemos tener una burocracia que a un pequeño productor de una quesería artesana se le pidan las mismas condiciones que a una quesería industrial. No tiene sentido. 

No es tan fácil regresar al pueblo

Tenemos el problema del acceso a la tierra, el acceso a la vivienda, nos encontramos en lo rural con gente joven que se quiere ir de la ciudad a un pueblo y se encuentra con que no hay casas, que las casas que hay cuestan mucho dinero por la herencia o gente que está muy ligada sentimentalmente a estas casas. Otras, están que se caen, no se arreglan porque nadie vive en ellas. En países como Francia, todo esto está en marcha, hay pueblos donde vive gente joven, pequeños productores que la gente del pueblo consume sus productos, locales y de proximidad. 

En España, tenemos el territorio, los productores, las semillas… ¿Por qué la administración no nos ayuda? ¿Por qué fomenta antes un olivar intensivo y una macro granja antes que un rebaño de cabras de leche de una raza autóctona en peligro de extinción que está ligada a un territorio, a un clima, a una tierra, que conserva la biodiversidad y que va fijar población y va a generar un producto de alto valor ambiental como el queso de esas cabras? Se hace porque las macro granjas son las que dan dinero. Vivimos en un sistema donde se pone en el centro al dinero inmediato, aunque sea un sistema de producción que contamina, hiper extractivista y que no tiene en cuenta la vida, la conservación, el cambio climático y la producción de alimentos. Ahí podemos encontrar la respuesta.

En el interior de Almáciga hay muchas caligrafías