jueves. 28.03.2024
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Emma Rodríguez camino a la exposición “Archivo Bolaño” | Fotografía: @nachogoberna

De su mano entramos en unos espacios lúdicos, espacios donde sus libretas, sus manuscritos, sus fotografías, sus frases irreverentes, torrenciales, tan tiernas y tan afiladas al mismo tiempo, se mezclan con montajes audiovisuales a partir de narraciones como Estrella distante o Prosa del otoño

lecturassumergidas.com | @lecturass | Por Emma Rodríguez | Una y otra vez en sus cuadernos anotó Roberto Bolaño que se sentía feliz, feliz escribiendo, feliz ante la libertad que le proporcionaba la hoja en blanco. La escritura era para él una especie de anarquía total, porque no había reglas ni imposiciones, porque ante las palabras, las invenciones, se sentía ajeno a las miserias de lo cotidiano y olvidaba los malos momentos, las precariedades económicas, los exilios, las orfandades, las ciudades dejadas atrás y los amigos diciendo adiós en tantos lugares y geografías hirientes.

Veo así a Roberto Bolaño, feliz pese a todo, llenando cuadernos sin respiro, intensamente, ferozmente, tras recorrer la exposición a él dedicada en la Casa del Lector (espacio de Matadero, Madrid). Una exposición que, al mostrar los tesoros de su archivo privado, se convierte en un auténtico regalo no sólo para los expertos, sino para quienes hemos disfrutado y seguimos disfrutando con sus historias, historias dentro de historias que nos trasladan una y otra vez al que fue su mundo paralelo, un mundo donde encontró certezas y donde fue capaz de perderse para seguir trazando las líneas de su mapa, el mapa de la novela total, abarcadora, que siempre persiguió.

Leer a Bolaño es como lanzarse a la piscina, sin miedo, dejando que suceda lo que tenga que suceder. Leer a Bolaño es partir de la intemperie y reconocer al fondo la cueva, el refugio, donde hemos de estar a salvo. Leer a Bolaño es penetrar en un microclima especial, en unas atmósferas nunca antes percibidas. Todas esas sensaciones que experimentamos cuando recorremos las páginas de sus libros, y nos dejamos arrastrar por su corriente, se reproducen al pasear por las salas de esta muestra comisariada por Juan Insua y Valerie Miles.

El gran acierto del itinerario que se nos propone es haber recreado la cueva, el refugio, el espacio íntimo del escritor. Hay un cierto magnetismo provocado por la sensación de tiempo detenido, atrapado, pero también por la música que escuchamos: susurros del mar, sonidos que parecen provenir de lo más profundo y que estimulan en nosotros la idea de la inmersión, de acceso a un espacio cerrado en el que se nos permite entrar para seguirle las pistas a la manera de detectives.

Ya desde el principio se nos anima a ser detectives lectores, detectives salvajes. Ese es el estímulo inicial, el punto de partida. Y, en medio del camino, la percepción de estar manteniendo un diálogo cómplice, o, mejor, de estar invitados a entrar en un juego, el juego de Roberto Bolaño, quien, igual que Cortázar, no dejó de jugar nunca. De su mano entramos en unos espacios lúdicos, espacios donde sus libretas, sus manuscritos, sus fotografías, sus frases irreverentes, torrenciales, tan tiernas y tan afiladas al mismo tiempo, se mezclan con montajes audiovisuales a partir de narraciones como Estrella distante o Prosa del otoño en Gerona, o con proyecciones de los lugares en los que vivió, de los locales que frecuentó, de las calles por las que paseó durante su estancia catalana –de 1997 a 2003– en las ciudades de Barcelona, Gerona y Blanes.

Son muchas las sorpresas que encierra el Archivo Bolaño, un archivo que hasta ahora había sido celosamente conservado, cuidado y organizado por Carolina López, la compañera del escritor y madre de sus dos hijos. De la importancia del mismo a la hora de determinar el germen y los cauces de la obra del autor chileno, así como de la larga labor de investigación que queda por delante antes de sacar conclusiones, nos hablan los comisarios de la muestra en el catálogo que la acompaña. “Leer los materiales de un archivo es como emprender un viaje alrededor de la habitación del escritor: es un privilegiado vislumbre del interior de su mente, lo cual proporciona una ayuda inestimable para comprender su particular o peculiar manera de plantearse su oficio. Bolaño apuntaba a menudo notas dirigidas a sí mismo mientras escribía, a veces en mitad de una narración, a fin de guiarse a través de un pasaje difícil, o para cambiar de ángulo o de lente…”, explica Valerie Miles...

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Inmersión en Roberto Bolaño