domingo. 28.04.2024

Es muy importante conocer en este tipo de imperios más que la política habitual; cómo vivía sus habitantes, conocer la economía, su cultura, la vida de las mujeres y cómo era la sociedad donde se desenvolvían, nos permitirá conocer mucho mejor la realidad de estos mundos diferentes al nuestro.

A causa de su ubicación geográfica, los otomanos se convirtieron en intermediarios imprescindibles de todos los intercambios entre Europa y el este, sur y sudeste de Asia. Una de las principales ciudades europeas con la cual los turcos comerciaban era Venecia, quien se convirtió en el gran centro de importación a Europa del arte oriental.

Venecia era el único puerto histórico donde los buques mercantes turcos podían arribar en épocas de paz. Hasta el año 1566, el Imperio otomano no era tan solo poderoso, sino también próspero, como lo prueba el superávit anual que se producía en sus arcas.

  1. La economía Otomana 
  2. La Cultura en el imperio otomano
  3. La religión en el imperio otomano
  4. La demografía otomana
  5. La mujer en el imperio otomano

El Imperio era más o menos económicamente autosuficiente, producía alimentos aparentemente ilimitados y materias primas en abundancia, que los artesanos autóctonos usaban en la elaboración de productos para el consumo propio y la exportación.

Estableció contactos comerciales con Génova, Florencia y Ragusa. Gracias al control que mantenía el Imperio en tres continentes y varios mares, se obtenían asimismo ingresos considerables del transporte, sobre todo en la ruta de las especias y la seda, desde el noroeste atravesando Oriente Medio hasta el sur de Asia.

Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XVI, el Imperio otomano empezó a entrar en crisis. Una de las causas fue el desarrollo económico exterior. Toda su riqueza creó nuevas necesidades en la clase dirigente. La preocupación constante de los sultanes fue hacer de su capital una ciudad sin igual por su esplendor, lo que conllevó un considerable aumento de población e implicó un incremento en la demanda de productos.

Estos nuevos productos, o bien Oriente no los producía, o la calidad de los occidentales era mejor. Por lo tanto, los otomanos fueron obligados en cierta medida a abrir su mercado a los productos extranjeros, lo que fue aprovechado por algunas naciones occidentales para incluirse en estos procesos de intercambios y vender sus productos.

Este comercio exterior afectó a largo plazo, porque así muchos occidentales comenzaron a intervenir en los asuntos internos del Imperio otomano.

El declive económico del Imperio otomano después del año 1566 era, al principio, solo relativo comparado con lo que estaba ocurriendo en el oeste de Europa, donde se produjo una revolución industrial y comercial entre los siglos XV y XVIII, que transformó la economía feudal europea, haciendo que los anticuados gremios desaparecieran de Europa.

Como casi todas las zonas en desarrollo del medievo, el Imperio otomano no experimentó esta revolución. Por el contrario, sus instituciones industriales y comerciales no se movieron más allá de sus técnicas manuales y la organización gremial, por lo que no podían competir con las exportaciones europeas.

Los trabajos tradicionales y los bazares se hicieron cada vez más arcaicos e ineficientes, en comparación con las fábricas modernas y las compañías comerciales.

Con el paso del tiempo, el capitalismo dinámico de Occidente no solo hacía parecer más atrasada a la economía, sino que realmente la transformó y la debilitó. La firma del tratado de las Capitulaciones, hecha por Soleimán en el año 1535, dio a los franceses el derecho de comerciar sin trabas dentro de los dominios otomanos.

Aunque este tratado no se hizo desde una posición de debilidad, pues en un principio fue simple generosidad del sultán, ya que Francia no representaba nada en el comercio otomano. Ésta se fraguó en el siglo siguiente, cuando el Imperio otomano se encontró en una posición inferior con relación a la Europa occidental.

Una inflación en rápido aumento, que se inició en Europa con el flujo de metales preciosos provenientes de América, trastornó la economía del Imperio.

Posteriormente, las factorías occidentales introducían sus productos fabricados en masa a los territorios otomanos, dejando sin vender su propia producción artesanal e iniciando el proceso que arruinaría la economía otomana desde el año 1750 hasta el año 1850 y que casi destruyó por completo las manufacturas, sobre todo las textiles.

El Imperio otomano era incapaz de seguir el ritmo de crecimiento económico ni de enfrentarse con la alta inflación europea.

Durante este mismo periodo, holandeses e ingleses consiguieron clausurar completamente la antigua ruta del comercio internacional que atravesaba el Oriente Próximo y, consecuentemente, decayeron los ingresos del Imperio otomano y la prosperidad de sus provincias árabes.

Ya hacia la mitad del siglo XVII, el Imperio otomano, una vez próspero, estaba bajo una enorme presión económica, como prueba el déficit anual en las arcas del Estado.

El Imperio otomano no pudo mantener el ritmo de Europa en otros muchos aspectos. El capitalismo evolucionó acompañado del desarrollo de nuevas instituciones políticas, métodos científicos y tecnología militar.

Quizá la innovación más importante en Europa después del Renacimiento fue la aparición de la idea de Estado como nación, una unidad política que gradualmente se convirtió en el centro de la identificación nacional de un pueblo y su lealtad a la nación.

El Imperio otomano, por el contrario, nunca fue una unidad política y cultural con cohesión durante el periodo de 1600 a 1850, sino que siguió siendo un conglomerado de distintas religiones y etnias. La identidad propia y la lealtad estaban concebidas en un margen más estrecho: la familia o la millet.

Las instituciones educativas y científicas europeas, revitalizadas en el Renacimiento, fueron superando a las de los otomanos, atascadas en una rutina de imitación y falta de crítica.

La revolución científica en Europa no solo llevó al desarrollo de nuevas infraestructuras completamente nuevas, sino que también trajo un cambio en el armamento y en las técnicas de hacer la guerra.

Solo un grupo muy reducido de pensadores en el Imperio otomano se dio cuenta de que su civilización se estaba quedando a la zaga del desarrollo económico con respecto a Occidente, tanto en las innovaciones militares como en las instituciones políticas y económicas.

El surgimiento de Estados fuertes económica y políticamente en Europa se sumó a un factor de mucha relevancia a la hora de la caída otomana. El Imperio era una máquina militar que funcionaba a base de guerras cortas y victoriosas, que permitían la expansión territorial, que era su fuente de prosperidad.

Cuando los otomanos empezaron a encontrarse con ejércitos mejor preparados y con armas desconocidas, el Imperio llegó a sus límites de expansión y comenzaron a retroceder. Fue en el siglo XVII cuando el Imperio otomano empezó a perder territorios a un ritmo constante en Austria, Rusia y en otros países europeos expansionistas, territorios que eran perdidos en largas e infructuosas guerras.

Así fue como el Estado otomano no pudo seguir manteniendo su tesoro público a través de una máquina militar que consumía más de lo que aportaba, absorbiendo la mayor parte de los ingresos de los impuestos.

La economía Otomana 

El Imperio otomano existió entre los años 1299 al 1923. Los otomanos tuvieron como principal fuente de riqueza la expansión militar y el fiscalismo. La agricultura era considerada más importante que la industria o el comercio.

El Imperio otomano fue una economía agraria, con escasez de capital y mano de obra, pero abundantes tierras. La mayoría de la población se ganaba la vida con pequeñas explotaciones familiares; mientras que alrededor del 40% de los impuestos para el Imperio procedía directa o indirectamente de los ingresos aduaneros por las exportaciones.

Las familias agricultores conseguían sus medios de vida por medio de un complejo conjunto de actividades económicas y no puramente de los cultivos. Así, producían una creciente variedad de cultivos para su propio consumo y se dedicaban a la cría de animales para obtener su leche y lana.

Algunas familias rurales manufacturaban bienes para ser vendidos. Los aldeanos balcánicos viajaban a Anatolia y Siria durante varios meses para vender sus tejidos de lana. A través de impuestos y leyes de herencia, a partir del siglo XVII, el Estado animó a los campesinos a comerciar frutas, verduras y ovejas.

Este patrón, establecido plenamente en el siglo XVIII, no tuvo un cambio significativo hasta el fin del imperio. Esto no quiere decir que no hubo cambios en el sector agrario. Los nómadas desempeñaron un papel importante en la economía, al suministrar productos de origen animal, así como productos textiles y transporte. 

Eran un problema para el Estado y uno difícil de controlar. Los programas de sedentarización tuvieron lugar en el siglo XIX, coincidiendo con la afluencia masiva de refugiados. Esta dinámica tuvo el efecto de una disminución en la cría de animales por parte de las tribus y de un aumento en el cultivo.

La creciente comercialización de la agricultura que comienza en el siglo XVIII, significó que la población comenzó a cultivar más. Con la urbanización progresiva, los nuevos mercados crearon mayor demanda, que fue fácilmente cubierta con el advenimiento de los ferrocarriles. Dado el aumento de la producción, el Estado requirió que una mayor porción de los impuestos fuera pagada en efectivo.

La producción aumentó debido a varios factores. Un incremento en la productividad resultado de proyectos de irrigación, agricultura intensiva y el mayor empleo de técnicas agrícolas modernas a lo largo del siglo XIX.

Para el año 1900, decenas de miles de arados, cosechadoras y otras maquinarias agrícolas se encontraron en los Balcanes, Anatolia y las tierras árabes. Sin embargo, la mayor parte del aumento en la producción procedió de vastas áreas que fueron puestas a cultivar intensamente.

Las familias comenzaron a incrementar la cantidad de tiempo dedicado al trabajo de la tierra, con lo cual las tierras en barbecho también fueron puestas en uso. La aparcería aumentó las tierras utilizadas que antes habían sido exclusivamente para el pastoreo.

Junto con las políticas gubernamentales, la llegada de millones de refugiados llevó a que grandes extensiones de tierra sin labrar fueran puestas a trabajar.

La cuenca de Anatolia central y la zona esteparia de las provincias sirias fueron casos en que las agencias gubernamentales parcelaron pequeñas propiedades de tierra para los refugiados, un patrón recurrente por todo el Imperio.

Las propiedades extranjeras siguieron siendo inusuales, pese a la debilidad política otomana, probablemente debido a la fuerte resistencia local y a la escasez de mano de obra.

Los programas de reforma agrícola a fines del siglo XIX llevaron a que el Estado fundara escuelas agrícolas y granjas modelo que resultaron en la educación de una burocracia auto perpetuada de especialistas agrarios, centrada en el aumento de las exportaciones agrícolas.

Entre los años 1876 al 1908, el valor de las exportaciones agrícolas de Anatolia creció solamente 45%, mientras que los ingresos del diezmo se elevaron en un 79 por ciento. No obstante, las importaciones baratas de granos estadounidenses socavaron las economías agrícolas en toda Europa, en algunos casos, provocando abiertamente crisis económicas y políticas.

La Cultura en el imperio otomano

La amenaza turca fue muy evidente en el siglo XVI, sobre todo después del primer sitio de Viena en el año en 1552). El turco o el infiel para Europa, formaba parte de los personajes establecidos en las fiestas de la corte y en los entretenimientos del renacimiento europeo, y a través de ellos quedaban fijados en el folclore.

El enemigo de la cruz era ahora considerado enemigo de Europa, desempeñaba con naturalidad el papel de enemigo metafísico y lúdico. Su presencia se había convertido en la imaginación colectiva en una figura familiar, aunque amenazadora.

Los artistas europeos expresaban una ambivalencia con respecto a los otomanos que representaban. Se sentían atraídos por sus aspectos exteriores, pero al mismo tiempo, prevalecía un temor constante ante el peligro que los turcos representaban para Occidente, tanto por sus conquistas como por su crueldad.

No obstante, la gran fascinación cultural hacia los turcos no se produjo hasta finales del siglo XVII, cuando los objetos turcos se convirtieron en parte del estilo rococó y se puso de moda la literatura árabe.

Además, fueron introducidos a Europa, gracias a los turcos, diversos cultivos como el albaricoque o el melón, y nuevas costumbres, contribuyendo al consumo de café en Europa.

Roxelana
Roxelana

La religión en el imperio otomano

Con respecto a la religión en el Imperio otomano, el islam hizo avances durante su periodo de expansión y florecimiento, como el hecho de haber tenido cierta tolerancia con los cristianos y judíos que vivían bajo su dominio, llegando incluso a convertirlos en sus protegidos bajo tutela islámica y pagando impuestos personales.

Parte de sus intentos de expansión se debían, además de consideraciones políticas y económicas, a la idea de una religión universal que, para llegar a esa universalidad, tenía que hacerse bajo la ofensiva militar.

Para esto, había que combatir contra los judíos, frívolos e hipócritas por no tomar en serio a sus propios profetas y a los cristianos quienes habían falseado al profeta Jesús al convertirlo en el hijo de Dios, ya que para los musulmanes Dios es Uno, único y no tiene hijo alguno.

Sin embargo, durante la época de crisis, la jerarquía islámico-otomana, ahora rígidamente centralizada y burocratizada, parece haber desempeñado un papel histórico más bien negativo, al menos bajo la perspectiva de los que intentaron modificar y modernizar las instituciones otomanas.

El ulema principal mostró e impuso un espíritu de estrechez y rigidez mental. La integración de la jerarquía religiosa en la administración otomana puso a los ulemas en estrecho contacto con la corrupción, que se estaba empezando a expandir entre los recaudadores de impuestos y otros sirvientes civiles.

Más de un dignatario religioso sucumbió a la tentación de amasar su fortuna personal, desviando los ingresos, adquiriendo iltizams y usando su dinero para vivir en el lujo.

Como ciertas familias de los ulemas otomanos se convirtieron en algo así como una aristocracia religiosa, su poder vino a ser social y económico más que moral.

Durante el periodo de declive, la jerarquía religiosa dentro del Imperio otomano pareció haber renunciado a su superioridad moral en favor de los sufíes, que continuaron expandiéndose entre los años 1500 al 1750.

La orden Bektashi, tan extendida entre los jenízaros, empezó a ser identificada con este cuerpo. Mientras tanto, las órdenes sufíes, más radicales, se dirigían a las zonas rurales y a las clases más bajas. 

Muchos ulemas siguieron condenando actividades como la música, la danza, beber café, fumar tabaco o hachís, prácticas que aparecieron en el XV y el XVI en el contexto de las ceremonias sufíes.

En el siglo XVIII, con muchos de los ulemas asociados a la corrupción y debilidad del gobierno central otomano, numerosos sectores de la población miraron a los líderes populares sufíes en busca de un guía moral.

La demografía otomana

Los censos en los territorios otomanos se iniciaron a inicios del siglo XIX. Los otomanos desarrollaron un sistema eficiente para contar la población del imperio en el año 1826, veinticinco años más tarde tales métodos fueron introducidos en el Reino Unido, Francia y América.

No está claro por qué la población en el siglo XVIII era menor que en el siglo XVI. Sin embargo, empezó a aumentar hasta alcanzar 25-32 millones en el año 1800, con alrededor de 10 millones de otomanos en las provincias europeas, 11 millones en las provincias asiáticas y 3 millones en las provincias africanas.

La densidad demográfica más alta se encontraba en las provincias europeas, que duplicaba a la de Anatolia, que a su vez triplicaba a la densidad demográfica de Iraq y Siria y era cinco veces mayor que en Arabia. En el año 1914, la población otomana constaba de 18,5 millones de personas, similar a la contabilizada en el año 1800. 

Durante este tiempo, el tamaño del imperio fue reducido de más de 3 millones de km2 a alrededor de 1 millón de km², es decir, había el doble de población y un incremento de la densidad demográfica.

Hacia el fin de la existencia del imperio, la expectativa de vida era de 49 años. Epidemias y hambrunas causaron importantes cambios y trastornos demográficos.

En el año 1785, alrededor de un sexto de población egipcia murió de la plaga, mientras que Alepo redujo su población en un 20% en el siglo XVIII. Seis hambrunas asolaron solo Egipto entre los años 1687 al 1731.

El aumento de las ciudades portuarias trajo consigo mayores concentraciones demográficas debido al desarrollo de buques de vapor y vías ferroviarias. La urbanización se incrementó, porque las mejores en salud y salubridad hacían a las ciudades más atractivas para vivir.

Las ciudades portuarias como Salónica, en Grecia, incrementaron su población de 55.000 en el año 1800 a 160.000 en el año 1912; mientras que Izmir, que tenía una población de 150.000 en el año 1800 creció a 300.000 en el año 1914.

Por el contrario, algunas regiones mostraron un descenso demográfico. Tal es el caso de Belgrado, cuya población decayó de 25.000 a 8.000, principalmente, debido a trastornos políticos.

Las migraciones económicas y políticas tuvieron un impacto en todo el imperio. Sirva como ejemplo, la anexión rusa y austríaca de las regiones de Crimea y los Balcanes, respectivamente, que conllevaron grandes influjos de refugiados musulmanes: 200.000 tártaros crimeos huyeron de Dobruja.

Entre los años 1783 al 1913, aproximadamente hubo entre cinco y siete millones de refugiados ingresaron al Imperio otomano, por lo menos, 3,8 millones de ellos procedían del Imperio ruso. Algunas migraciones dejaron marcas indelebles, como tensión política entre regiones del imperio como Turquía y Bulgaria.

Las economías también se vieron afectadas con la pérdida de artesanos, comerciantes, fabricantes y agricultores.

La mujer en el imperio otomano

Durante la mayor parte del Imperio otomano, la vida de muchas mujeres se limitaba a la socialización entre compañeras y miembros de su familia. Las mujeres se relacionaban entre sí en sus casas y también en las casas de baños.

Las mujeres de la alta sociedad, en particular las que no vivían en el palacio, se visitaban en las casas de las demás, sin embargo, las que vivían en el palacio estaban sujetas a una estricta etiqueta que impedía la comunicación.

Las mujeres solían llevar a los actos sociales sus mejores accesorios de baño, como toallas bordadas y sandalias altas de madera. Como en cualquier sociedad, el estilo de vestir desempeñaba un papel importante en la vida social de las mujeres otomanas.

El atuendo de las mujeres otomanas reflejaba claramente su dignidad y sus derechos y por supuesto su situación social. Existían dos categorías de vestimenta:

- La ropa para el día a día.

- El atuendo para las ocasiones especiales.

En estas ocasiones especiales, como bodas y compromisos, las mujeres se relacionaban fuera de su familia y entorno.

Con la difusión de la influencia occidental durante el siglo XIX, las mujeres otomanas tuvieron una mayor relación con las mujeres europeas. Las relaciones con occidentales durante este periodo cambiaron la vida social de muchas mujeres otomanas, y se convirtió en algo normal que las mujeres otomanas invitaran y aceptaran a conocidas europeas en sus hogares y en sus vidas.

En el contexto del Imperio Otomano, sin embargo, la palabra harén está unida al harén imperial, donde los miembros femeninos de la corte otomana pasaban una parte considerable de su tiempo.

La historia popular turca del harén imperial se basa en las memorias, cartas personales y relatos de viajes de mujeres extranjeras. El Harén del Sultán se describe como un lugar muy diverso, en el que la mayoría de las mujeres son cristianas. Cavidan, esposa de Abbas Hilmi II y convertida al islam, es una de las mujeres que ha compartido sus análisis sobre el harén imperial.

Según ella, el harén se conservó de la manera deseada por una versión falsa de la religión del islam, y por lo tanto, dio lugar a una clase dirigente llena de celos y que no estaba de acuerdo con los principios y la doctrina de Mahoma.

La esclavitud sexual era común en el imperio, siendo las circasianas, las sirias y los nubias las tres etnias principales de mujeres vendidas como esclavas sexuales. Las circasianas eran frecuentemente esclavizadas por los tártaros de Crimea y luego vendidas a los otomanos.

Eran las más caras, alcanzando hasta 500 libras esterlinas y las más populares entre los otomanos. Las segundas en popularidad eran las sirias, procedentes en su mayoría de las regiones costeras de Anatolia. Su precio podía alcanzar las 30 libras esterlinas. Las muchachas nubias eran las más baratas y menos populares, con un precio de hasta 20 libras esterlinas.

Las concubinas eran custodiadas por eunucos esclavizados, a menudo procedentes del África pagana. Los eunucos estaban dirigidos por el kizlar agha. Mientras que la ley islámica prohibía la emasculación de un hombre, los cristianos etíopes no tenían esos reparos, por ello, esclavizaban y emasculaban a los miembros de los territorios del sur y vendían los eunucos resultantes a la Sublime Puerta.

Antes del siglo XIX, no existía ninguna educación pública formal para las mujeres otomanas. Las jóvenes otomanas recibían educación a través del harén, donde aprendían habilidades como coser, bordar, tocar el arpa, cantar y memorizar las costumbres y ceremonias.

La Tanzimat aportó derechos adicionales a las mujeres, sobre todo en materia de educación. Algunas de las primeras escuelas para niñas, llamadas Rustiyes, se abrieron en el año 1858, seguidas de un auge en el año 1869 cuando la educación elemental se hizo obligatoria.

Durante la década de los años 1860, existieron muchas nuevas oportunidades educativas para las mujeres otomanas. En esta década se crearon las primeras escuelas de nivel medio, una escuela de formación de maestros y escuelas industriales, llamadas Inas Sanayi Mektepleri, que se crearon al mismo tiempo que las escuelas industriales para varones.

La educación de los hombres se centraba en la formación laboral, la de las mujeres se centraba en formar a las niñas para que se convirtieran en mejores esposas y madres con refinadas gracias sociales.

Las mujeres que comenzaban su educación durante su adolescencia empezaban centrándose en las habilidades formales, su manera de hablar, leer y escribir. Las escuelas enseñaban una variedad de materias e incorporaban la educación del harén a la nueva educación pública.

El movimiento a favor de la educación de las mujeres fue impulsado en gran parte por las revistas femeninas, siendo la más reconocida de ellas la turca otomana “La Gaceta para las Damas”, que funcionó durante catorce años y tuvo el suficiente éxito como para haber establecido su propia prensa. 

Con una plantilla dominada por mujeres, la revista pretendía que las mujeres se convirtieran en mejores madres, esposas y musulmanas. Sus temas variaban entre discusiones sobre feminismo, moda, imperialismo económico y autonomía, comparaciones de la modernización otomana con la japonesa y tecnología.

La revista también incluía el contenido habitual de una revista femenina de clase media del siglo XIX, sobre los cotilleos de la realeza, la ciencia de ser ama de casa, salud, mejora de la ficción y crianza de los hijos.

Antes del siglo XVI, las mujeres no tenían mucho poder político, hasta que Soleimán ascendió al trono en el año 1520, lo que marcó el inicio del Sultanato de las mujeres. La madre del sultán, que probablemente habría sido una esclava en el harén imperial, obtendría el estatus especial de valide sultán y disfrutaría de un enorme poder político.

Las valide sultanas y las principales concubinas ayudaban en la creación de facciones políticas internas, en la negociación con los embajadores extranjeros y como asesores del sultán.

La importancia del harén imperial creció a medida que las mujeres se involucraban más en la política. Con este aumento de su poder se abrieron más oportunidades para las mujeres.

Durante esta época, las mujeres de alto rango tenían poder político y se les concedía importancia pública. Tres figuras importantes que modelaron esta importancia pública fueron Kosem Sultán, Turhan Hatice Sultán y Hürrem Sultán, que, con sus roles, hicieron que la relación de la valide sultana y su hijo pasara de ser estrictamente privada a incorporarse al imperio.

A pesar de la nueva prominencia del harén imperial, la mayoría de las mujeres seguían encerradas entre sus paredes. Solo la valide sultán ejercía la movilidad fuera del harén imperial e incluso esta movilidad era limitada.

La valide sultán asistía a las ceremonias públicas e incluso a las reuniones con los altos cargos del gobierno, permaneciendo siempre fuertemente velada.

Debido a su confinamiento, las mujeres del harén imperial tenían muchas redes que ayudaban a su poder político, y esto les otorgaba un control considerable. La valide sultán, la haseki sultán y las concubinas principales tenían la capacidad de dar forma a las carreras de todos los funcionarios del harén concertando matrimonios de princesas o de esclavos manumitidos.

El kanun era el sistema legal semisecular que se aplicaba a todos los ciudadanos del Imperio, y contenía leyes promulgadas por el sultán otomano.

Su objetivo declarado era complementar el derecho religioso, en particular el islámico, aunque también se utilizaba a menudo para sustituir el derecho religioso si este se consideraba inaplicable o indeseable.

Las leyes religiosas también desempeñaron un papel muy importante en el Imperio otomano. La Sharia configuró las leyes de los musulmanes en el imperio, y tuvo cierta influencia sobre el kanun.

Dentro del ámbito de estas leyes, las mujeres poseían un grado de libertad que se consideraba excepcional en la época.

Estos derechos incluían, pero no se limitaban a, la capacidad de poseer propiedades, de dirigirse al sistema judicial por sí mismas sin consultar a un varón e incluyendo la presentación de demandas de divorcio ante los tribunales, de adquirir educación en los campos religiosos y académicos, y de ser económicamente independientes.

A pesar de ello, los hombres y las mujeres no eran considerados verdaderamente iguales ante un tribunal, y estaban sujetos a códigos legales y procedimientos separados.

Los delitos requerían un número mínimo de testigos para ser presentados ante un tribunal. Sin embargo, las mujeres eran en gran medida incapaces de prestar este juramento para testificar ante el tribunal, y dado que pasaban gran parte de su tiempo en presencia de otras mujeres, a menudo era imposible encontrar testigos masculinos que declararan en su favor.

Las jóvenes solían tener poco poder de decisión sobre su matrimonio. Si la familia de la joven estaba de acuerdo, los padres resolvían el asunto entre ellos. Una vez resuelto el asunto, se hacía un contrato matrimonial. Tanto el novio como la novia debían mostrar su consentimiento respecto al contrato. El acuerdo tendría testigos, pero los novios darían su consentimiento por separado.

El Harén imperial en Estambul
El Harén imperial en Estambul
 

Los otomanos creían que una relación familiar problemática e infeliz perjudicaría a la unión y a la sociedad en general, por lo que se daba el divorcio. A las mujeres se les permitía divorciarse bajo ciertas condiciones.

Sin embargo, los hombres no tenían que dar una razón y podían esperar ser indemnizados y compensar a sus esposas, mientras que las mujeres tenían que dar una razón, como que hay una falta de buen entendimiento entre nosotros. Al divorciarse, las mujeres perdían cualquier beneficio económico recibido por cortesía del matrimonio y a veces tenían que pagar al marido.

Las mujeres del Imperio otomano podían heredar los bienes de sus padres o maridos fallecidos, aunque a menudo en menor medida que sus parientes masculinos. 

Los registros son bastante claros, en el sentido de que, al menos en lo que respecta a los tribunales islámicos, el derecho de sucesiones musulmán se aplicaba siempre de acuerdo con la sharia.

Esto significa que siempre que se mencione a una mujer como heredera del difunto, también figurará en la lista de los que reciben acciones, y se indicará su parte. 

Sin embargo, los documentos de sucesión redactados por un cadí no son prueba suficiente de que los bienes pasaran realmente a manos de las mujeres, ya que existen registros que implican que, mediante el establecimiento de waqfs familiares, las donaciones a miembros masculinos, eran superiores que a las mujeres y en algunos casos, son desheredadas en contra de la ley islámica.

Otros registros de la ciudad Bursa del siglo XVII contienen un gran número de documentos que describen las disputas legales que involucran a las mujeres sobre los bienes y las herencias, mostrando que, en muchos casos, aunque no en todos, las mujeres heredaban propiedades, incluso si dichas propiedades eran menores que las que los documentos de sucesión habían redactado originalmente.

Las mujeres del Imperio otomano podían heredar tierras agrícolas, pero la divergencia entre la ley religiosa y la práctica en lo que respecta a la propiedad agrícola se ha considerado la más flagrante.

Esto se debía en gran medida al sistema timar, en el que las tierras agrícolas no eran heredables en el mismo sentido que otras propiedades, y los poseedores de estas tierras eran meros propietarios a los que se les concedía condicionalmente la tierra a cambio de una lealtad y un beneficio continuos.

Esto mantenía la cuestión en el ámbito de la ley kanun en lugar de la ley islámica, y la ley imperial dictaba que había sucesión directa de las tierras agrícolas, solo de un varón fallecido a sus hijos varones. Si el difunto solo tenía hijas y una esposa o esposas, esos sucesores tenían que pagar un impuesto de tapu, que era una especie de multa de entrada al terrateniente para poder obtener la tierra.

Las mujeres desempeñaban muchos papeles en el Imperio otomano, según su posición social. Mientras que las mujeres de las familias menos acomodadas se limitaban a realizar las tareas domésticas, en las familias ricas eran las encargadas del hogar.

Las familias ricas poseían enormes propiedades con muchas casas, animales, vastas tierras y un gran número de sirvientes. Las mujeres controlaban las actividades de estas fincas y, en algunos casos, también cuidaban de los niños.

Las mujeres más ricas desempeñaban un papel vital en la economía del Imperio. Estas mujeres poseían una gran influencia y las musulmanas compraban y vendían propiedades, heredaban y legaban riquezas, establecían waqfs o donaciones, pedían préstamos y prestaban dinero y, en ocasiones, ejercían de titulares de timares que era una especie de feudo concedido a los jenízaros y a la baja nobleza.

Los waqfs durante el periodo otomano se utilizaban habitualmente como instituciones de mejora pública para crear y mantener instituciones como los bimaristanes o las madrasas.

Muchas mujeres otomanas se encontraban entre las fundadoras de waqfs, siendo la existencia de sus asignaciones fundamental en la vida económica de sus comunidades.

Un análisis más detallado de los waqfs en las ciudades otomanas ha revelado que un número considerable de waqfsestaban a nombre de mujeres, y en algunos lugares, cerca del 50% de los waqfs.

Las mujeres también tenían derechos de usufructo en las tierras del Estado, como agricultoras y en las sociedades comerciales. Debido a su influencia en los tribunales de la sharia y a la importancia de estos tribunales en el Imperio.

Las mujeres no musulmanas, que eran juzgadas por otros tribunales según el sistema Millet o sus predecesores, a menudo veían la conversión como una forma de alcanzar una mayor autonomía.

Las mujeres también tenían acceso al sistema judicial y podían acceder a un juez, así como ser llevadas ellas mismas a los tribunales. Muchas mujeres casadas del resto de Europa no gozaban de estos derechos, ni podían tener propiedades hasta los siglos XIX o XX.

Dado que las mujeres tenían acceso al sistema legal, gran parte de la información sobre su papel en la sociedad otomana procede de los registros judiciales. En ciudades como Bursa, las mujeres comparecían libremente en los tribunales durante el siglo XVII.

Además de poseer casas a su nombre, las mujeres también solían vender o alquilar sus propiedades. En las zonas urbanas, las mujeres poseían o alquilaban tiendas, a veces incluso eran propietarias de talleres artesanales. Las mujeres urbanas a menudo también poseían parcelas en las afueras de la ciudad, como viñedos y molinos.

Las mujeres también compraban y vendían regularmente tierras agrícolas, a pesar de una ley estatal otomana que impedía a las mujeres heredar tierras agrícolas a menos que se pagara un impuesto estatal.

De esta propiedad se desprende el hecho de que las mujeres formaban parte activa de la vida agrícola, normalmente asumiendo el cultivo de campos y huertos en ausencia de sus maridos, y los registros indican que algunas mujeres mantenían propiedades agrícolas separadas de las de sus maridos.

Las mujeres participaban activamente en las transacciones crediticias, tanto dando como recibiendo préstamos de dinero. Las revisiones de algunas fincas de la ciudad de Bursa revelan que muchos hombres recibían préstamos de sus esposas, aunque las circunstancias en las que se creaban estos préstamos son ambiguas.

Hay pruebas de que las mujeres prestaban dinero a varias personas diferentes a la vez, lo que indica que podían prestar cantidades en empréstito. Participaban en las inversiones, aunque su nivel de participación en este ámbito queda parcialmente oculto por la práctica de algunas mujeres de nombrar a parientes masculinos, para que llevaran a cabo sus negocios e inversiones en su nombre.

Hay registros de mujeres que invertían directamente en negocios, venta al por menor y otras empresas comerciales. Aunque las mujeres podían participar en el comercio de forma indirecta a través de la inversión en mercancías y empresas comerciales, hay pocas evidencias de que las mujeres trabajaran en el comercio por sí mismas.

Un aspecto de la vida económica en el que las mujeres tenían una participación limitada era el de la artesanía. Hay pocas pruebas que demuestren, que fueran a su vez miembros de los gremios de artesanos de varias ciudades.

Sin embargo, en algunas zonas mantenían una relación complementaria con los artesanos aportando capital y herramientas, así como alquilando edificios para que fueran utilizados por los artesanos en todo tipo de actividades, desde la panadería hasta 


BIBLIOGRAFÍA

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El Imperio Otomano, sociedad, economía, mujer y cultura