martes. 16.04.2024
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Luis Sepúlveda Calcufura

Querido y admirado Luis:

¡Cuánto me hubiera gustado conocerte! Soy un profesor de Literatura, en la actualidad jubilado que, desde el curso 1978-1979 hasta el mes de abril de 2013, año en el que finalizó mi etapa como docente, siempre he estado pendiente de la información que tuviera que ver contigo.

Cuando me enteré de tu muerte, me quedé muy desconcertado, pues lo último que sabía de ti es que desde los años noventa vivías en Gijón, pero nada más. En ocasiones, me preguntaba por qué habías elegido Gijón para vivir, pues por motivos familiares he ido muchas veces a esa ciudad. Como verás, desde hace mucho tiempo has sido muy importante en mi vida, como escritor y ciudadano comprometido en la defensa de los derechos humanos y medioambientales.

Desde que por primera vez leí un libro tuyo, hace ya muchos años, comencé un proceso de lectura de tus obras que no ha cesado todavía (ahora mismo estoy releyendo La sombra de lo que fuimos e Historias de aquí y de allá) y, aunque conozco gran parte de tu obra, me queda bastante por leer (por ejemplo, muchos de los artículos publicados en Le Monde diplomatique en español). La verdad es que por distintas razones (tu obra, tu país de nacimiento y tus importantes conciudadanos --Nicanor Parra, Violeta Parra, Pablo Neruda, Víctor Jara y Salvador Allende, entre otros--, tu afición al fútbol, tu sentido del humor, tu sencillez, tu sinceridad, tu compromiso sociopolítico para derrocar a las dictaduras latinoamericanas como combatiente de la Brigada Internacional Simón Bolívar, tu labor como militante en la defensa del Gobierno de Salvador Allende, tus encarcelamientos durante la dictadura del hombre con  gafas negras,  capa y  bigote, y la ayuda que te prestó la sección alemana de Amnistía Internacional  para que pudieras salir de la cárcel, tu exilio y los diferentes trabajos que tuviste que hacer para ganarte la vida, tus constantes viajes por diferentes países, tu colaboración con Greenpeace como defensor del mar y del medio ambiente, tu apoyo activo al pueblo indígena mapuche…, todo ello, de una u otra forma, me fueron acercando cada vez más a ti).

Por todo lo anterior, quiero que sepas algunas cosas que nunca he podido decirte. No obstante, ya te adelanto que no voy a hacer ningún análisis académico de tu trayectoria literaria, aunque espero que las investigaciones sobre tu obra sean cada vez más numerosas.

Mira, Luis, una de las pocas satisfacciones que he tenido durante el ejercicio de mi profesión ha sido la de conseguir que en el instituto en el que trabajaba hubiera obras tuyas para que el alumnado, por lo menos el mío, las leyera, aunque no estuvieras incluido en esos programas de Literatura (cuando todavía existía esta materia o asignatura) que siempre comprendían el estudio de los mismos libros, los mismos autores (no autoras) y las mismas épocas. Así que, sin dejar de dar la programación establecida, yo me las arreglaba como podía para que mi alumnado leyera alguna obra tuya teniendo en cuenta el curso en el que estaba, es decir, su nivel académico. Así fue como conseguí que en la Biblioteca ´Miguel Hernández´ de mi instituto hubiera libros tuyos, aunque quiero dejar constancia de mi agradecimiento a las personas encargadas del presupuesto económico, ya que siempre me dieron una total libertad para que comprara los libros que solicitaba tanto para la biblioteca como para el Departamento. 

Que yo recuerde, teníamos varios ejemplares de Un viejo que leía novelas de amor, Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar (con la película de dibujos animados incluida) y la Lámpara de Aladino, obras que mi alumnado leyó.Luis, te voy a contar dos anécdotas. La primera tiene que ver con Historia de una gaviota… Cuando mandaba leer esta extraordinaria novela experimentaba cierta tensión, pues solo estaba editada por Tusquets y el precio de la misma, en algunas ocasiones, podía dar lugar a alguna protesta, fundamentalmente porque ha sido siempre considerada como una obra de literatura infantil… Al final, siempre se encontraba una solución y todo el mundo la tenía y la leía… La segunda se refiere a La lámpara de Aladino y tiene que ver conmigo. Como tú bien sabes, el relato titulado “¡Ding-dong, ding-dong, son las cosas del amor!”,comienza con este primer párrafo: “Los dos teníamos catorce años cuando nos vimos por primera vez, reflejados en los espejos del enorme salón de banquetes del Centro Catalán de Santiago. Era la ceremonia final del curso de buenas costumbres al que las familias santiaguinas de clase media enviaban a sus hijos para que aprendieran a sentarse a la mesa, a usar debidamente los tenedores y cuchillos, y a no confundir la copa del agua con las del vino tinto, blanco o champaña. También nos enseñaban a bailar vals, pasodoble, cueca, pero yo me había decidido por los pasos atrevidos del tango porque el arrullo de los bandoneones me hacía sentir más hombre”. Este comienzo ya nos indica la edad de los dos personajes que van a iniciar y desarrollar una relación amorosa. Hecha esta presentación, la narración continúa hasta que el narrador-personaje nos dice que Marly, que así se llamaba la muchacha de catorce años, solicita, en uno de los momentos del baile,una canción de Leonardo Favio, que es la que da título a la narración. El “maestro de ceremonias”, al ver que no se ha respetado el protocolo, muy enfadado, trata de intervenir, pero es desautorizado por el abuelo de la muchacha. Mientras bailan y hablan de sus cantantes preferidos, Marly y su pareja conciertan una cita para verse al día siguiente, pero Marly no acudirá a la misma. Transcurridos cuatro años, se encontrarán por casualidad un día de invierno del 68 en una huelga estudiantil en Santiago de Chile, apoyada por otros sectores de la población, que el Gobierno de turno decidió no permitir y reprimió ordenando a la policía que disparara balas y utilizara gases lacrimógenos contra los estudiantes que luchaban por “una reforma que hiciera de las universidades un gran centro de agitación social, para que se abrieran a los obreros, que fueran el corazón del gran cambio y de la revolución”. Acabado el conflicto con la policía, los dos jóvenes se van con otros estudiantes a dormir en la sala de ensayos de la Escuela de Teatro de la Facultad de Arte y hacen el amor hasta que el personaje narrador es requerido para cumplir con sus obligaciones como “dirigente estudiantil a tiempo completo” y militante de las Juventudes Comunistas.Al volver, Marly ya no estaba. La huelga triunfó. Pasado un tiempo,Salvador Allende llegó a ser presidente de Chile, pero fue derrocado por el golpe militar de 1973, que instauró la dictadura del general Pinochet. El tiempo ha ido pasando y el personaje que narra su propia historia tiene ya veinticinco años y está encarcelado. Un buen día, tiene una visita inesperada, la de Marly. En una breve conversación vigilada, Marly le dice al protagonista que cuando salga de la cárcel ella lo estará esperando. Después de dos años sale de la cárcel, pero Marly tampoco estaba esperándolo. Transcurridos veinticinco años del primer encuentro con Marly, cuando el personaje narrador estaba en un bar top-less, sintió una mano que se posaba sobre sus hombros y, al darse la vuelta, vio nuevamente el rostro de Marly, con claros indicios del paso del tiempo. Salieron del local y, mientras iban camino de un hotel, “ella” le pregunta a “él”–como diría Benedetti-- si le seguían gustando Leo Dan y Leonardo Favio (intérpretes que han formado parte de lo que se acostumbra a denominar “banda sonora” de mi generación). Esto da pie a descubrir que ambos comparten no solo gustos musicales, sino también literarios, tales como Benedetti, Juan Gelman y Bernardo Atxaga, autores que,junto con tus obras, Luis, están en el lugar asignado en mi biblioteca personal para mis escritores preferidos. Cuando llegan al hotel, esta vez sí, se produce un pleno encuentro amoroso de los cuerpos… Pues bien, Luis, y ahora entro yo, ¿sabes lo que hice cuando leí tu texto? En primer lugar, me dejé llevar por la evocación nostálgica de mi pasada juventud para, a continuación, irme a comprar en una tienda de discos uno de Leonardo Favio en el que estuviera la canción “Ding-dong…”, que ahora estoy escuchando mientras te escribo. Al día siguiente, cuando entré en el aula, y mientras pasaba lista con el tamagochi, puse la canción de Leonardo Favio y sentí una corriente de complicidad entre el alumnado y yo.Pero aquí no acaba todo, pues, retomando Historia de una gaviota…, por una parte, recordarás que incluyes en el libro un fragmento de un poema emblemático del escritor vasco y bilingüe Bernardo Atxaga “Las gaviotas”. Nuevamente con tu literatura tocas mi fibra sentimental, pues yo soy vasco, aunque, por desgracia, no sé euskera.

Lo último que te quiero decir, Luis, es que siempre que he podido he defendido en diferentes foros o encuentros literarios que ni tu Historia de una gaviota…, ni Memorias de una vaca de Atxaga, ni El principito, obra que sé valoras mucho, son obras escritas exclusivamente para un público infantil, pues eso supondría menoscabar su gran calidad y negar que los temas tratados solo interesan a los niños o a las niñas y no a un público “adulto”. Nada más alejado de la realidad. De hecho, el título completo de tu obra es Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar. Una novela para jóvenes de 8 a 88 años.

Luis, no sé dónde estarás, si es que estás en algún otro lugar, pero tengo la seguridad de que seguirás formando parte “aquí” de la vida de miles de personas del planeta tierra, entre las cuales habrá un grupo integrado por algunos de mis exalumnos y algunas de mis exalumnas que han leído algún libro tuyo, personas con quienes todavía tengo contacto y a quienes les estoy informado de tu fallecimiento. Tus seres queridos, con quienes comparto su dolor, tienen que estar muy orgullosos porque, a pesar de que la “brutal” y “asquerosa “ muerte siga sin perder su puntualidad, como diría Benedetti, sin embargo, no podrá impedir  que no te dejemos solo, pues quien ha hecho tanto bien a la gente y ha sido fiel a unos ideales y se ha jugado la vida por ellos, incluso defendiéndolos con las armas contra quienes no dudaban en encarcelar, torturar, asesinar y hacer “desaparecer” no solo a quienes se rebelaban contra sus dictaduras fuertemente armadas, sino incluso a quienes les daba la militar y paramilitar gana, quien  ha actuado siempre de acuerdo con lo que le decía su conciencia y supo ser humilde, campechano y, en definitiva, una buena persona, es decir, tú, Luis, permanecerás en lo más hondo de muchísimos seres humanos. Por eso nunca estarás solo, Luis, y no olvidaremos estas palabras tuyas que Fernando García, periodista de La Vanguardia, al informar de tu muerte, extrae de una entrevista que te hizo en Madrid en el mes de junio de 2017: “Cuando llegó el momento de combatir en Bolivia, muchos de nosotros fuimos allí. Y lo mismo cuando llegó el momento de echar una mano a los sandinistas para que hicieran su revolución en Nicaragua. Es lo que dictaba la conciencia política y la coherencia de uno. (…) Vivo muy en paz con mi pasado. Tengo la convicción de que hice lo justo en el momento justo. Me la jugué por lo que consideré lo más bello, que eran los ideales” (vid. Fernando García, “Escritor y guerrillero Luis Sepúlveda: ´Cuando fue necesario coger el arma la cogí´”)

Esto es lo que me gustaría haberte contado, Luis. Espero que tus seres queridos puedan tener la satisfacción de asistir a toda una serie de actos en tu honor, organizados por personas y organizaciones que, en consonancia con tu sencillez y tu sensibilidad,  tengan suficiente capacidad de convocatoria para poder agradecerte, en la medida de lo posible, todo lo que nos has regalado.

Un entrañable abrazo para ti y todos tus seres queridos.

 Alboraia (Valencia-España), 4 de mayo de 2020

Lo que me hubiera gustado contarle a Luis Sepúlveda