viernes. 29.03.2024

Ya se ha dicho muchas veces que nuestros intelectuales nacionales no son dados a las autobiografías y a la literatura memorial. Parece como si un temor a verse a sí mismos tras una vida azarosa o serena les impidiese hacer ese ejercicio de análisis retrospectivo de sus acciones. Valeriano Bozal, crítico e historiador del arte e intelectual implicado en diversos combates culturales e ideológicos del siglo XX se ha atrevido a hacer ese ejercicio de buscar en su propio pasado algunas claves de su vida. Y lo hace en un libro peculiar, compuesto de memoria y de estudio crítico y dividido, además, en dos bloques que sin ser distintos ni contradictorios sí vienen marcados por una distinta perspectiva. Su lectura ha provocado que queramos incidir en algunas cuestiones suscitadas por el autor a lo largo del texto.


Pasos a la Izquierda: En el libro combinas la memoria personal con la reflexión teórica, desde la distancia de toda una década, la de los años sesenta en España. ¿Puedes sintetizar en pocas palabras tu valoración de aquellos años? ¿Fue o no una década prodigiosa, cargada de esperanzas y transformaciones positivas? ¿O fue más bien una década engañosa?

Valeriano Bozal: Desde mi experiencia personal, creo que la década de los sesenta no fue ni prodigiosa ni engañosa, tampoco fue homogénea.  No vivimos lo mismo en los primeros años de la década y en los últimos. En el curso del tiempo, en su continuidad, se produjo una notable transformación de la vida cultural, no de la política y de las instituciones dominantes  (ejército, iglesia, judicatura, policía, etc.), también cambió la fisonomía económica y social, la industria cultural empezó a desarrollarse, el gusto popular adquirió un formato que no difiere mucho del actual y la cultura que podemos considerar minoritaria, pintura, literatura, encontró en artistas y novelistas –Tàpies, Chillida, Equipo Crónica, Saura, Arroyo, Marsé, Delibes, etc.- una expresión superior a lo que cabía esperar. Pero la represión, censura y falta de libertades, continuó, la vida se hizo muy complicada. Todo forma parte de la época, no es posible separar unas cosas de otras. Por lo que a mí respecta, los primeros años sesenta fueron los del servicio militar, la búsqueda de trabajo –pensé emigrar- y la dedicación a la que ha sido mi profesión, la enseñanza (media y superior), un mundo muchas veces de gran dureza en el que he sido feliz. 

P.  Una de las cuestiones más interesantes, en mi opinión, que tratas a lo largo del libro es la de los núcleos intelectuales, o vanguardias de pensamiento, que actúan en la España de los años sesenta e incluso antes. Citas a Sacristán, Aranguren, Bueno, Muguerza, por la parte de filósofos comprometidos en posiciones contra el régimen, aparte de otros historiadores como Vicens, Artola, Carande –éste de la generación anterior a la República– o el antropólogo Caro Baroja; en la crítica y teoría del arte, te fijas en Moreno Galván, Tomás Llorens, Santiago Amón y otros con los que estudiaste o colaboraste. ¿Ha quedado algo en el actual pensamiento español de aquella actividad intelectual? ¿Cuál sería en tu opinión la herencia de aquellos núcleos de pensadores que trataron de construir un mundo de ideas bajo la vigilancia de una dictadura?

R.  Si no hubieran existido las personas a las que citamos no hubieran existido la filosofía, la historiografía, la filología. La ciencia, la cultura en general, necesita un tiempo para crecer, necesita apoyarse en algo y en alguien. Sin Vicens, Artola, Carande no habría una historiografía actual, sin Moreno Galván, Llorens, Jiménez Pericás o Venancio Sánchez Marín careceríamos de crítica de arte: Moreno nos enseñó a ver los cuadros, Llorens a pensar la historia en el ámbito de las exposiciones, Artola nos informó de que existía una España liberal, distinta de la reaccionaria que muestra la historiografía tradicional, Vicens nos ha enseñado no sólo la historia de Cataluña, también la relación que existe entre historia, economía y sociedad. Sacristán nos ha “obligado” a leer a Marx de otra manera, Caro Baroja ha sacado a la luz la superstición que gobernó, y todavía gobierna muchas veces, las actitudes colectivas. Aranguren defendió algo que une a todos estos intelectuales: su talante, incompatible con la Dictadura.


La historia cultural no es una historia de saltos –salvo cuando una Guerra Civil o una Postguerra cruel los inducen-, la historia cultural es una historia de continuidad, incluso cuando, como sucede en el mundo del arte, se habla constantemente de “ruptura”


Es cierto que, en el marco de la “cultura del olvido” que trae consigo, aunque no totalmente, la Transición muchos de estos nombres desaparecen y la nómina de filósofos, críticos, historiadores, antropólogos cambia, pero mi impresión es que con el paso del tiempo su impronta, su presencia se hace cada vez más notable y paulatinamente adquieren la condición de clásicos. Al menos, así los leo yo. La historia cultural no es una historia de saltos –salvo cuando una Guerra Civil o una Postguerra cruel los inducen-, la historia cultural es una historia de continuidad, incluso cuando, como sucede en el mundo del arte, se habla constantemente de “ruptura”.

P.: Afirmas en un pasaje que a partir de finales de los años sesenta “la relación entre cultura y política adquirió formas inesperadas”. Escribes que “en 1968 y 1969 los debates que tanta importancia habían tenido en la primera mitad de la década ya eran antiguos”. ¿A qué causa o causas crees que se debe esa ruptura cultural entre las dos décadas? ¿Es posible que la ruptura cultural viniera en 1968 antes que la reforma/ruptura política de 1977?

R. Creo que hay un complejo de causas, algunas de carácter intelectual, sociales, políticas, económicas, otras. Si tuviera que hacer un esquema, en atención a mi experiencia distinguiría tres momentos. El primero, a comienzos de la década hasta aproximadamente su mitad, en el que se hacen presentes, y se reprimen con violencia, deseos de normalidad en medio de una crisis que algunos consideran final de la postguerra (¡veinte años después de terminada!). El segundo momento continúa al primero: en 1968 y 1969 se han asentado cambios que no cabe ignorar: sindicatos clandestinos (trabajadores, estudiantes, profesionales), desarrollo de la actividad editorial y periodística, evolución del pensamiento filosófico, alentado por los debates de pensadores franceses e italianos, también británicos y estadounidenses (es la “llegada” de la filosofía analítica y la crisis del marxismo). El tercer momento, Transición, abre las puertas a una normalización que la Dictadura, por su propia naturaleza, hacía imposible. 

Creo que esa esperada normalidad -libertad de expresión, política, sindical, normalidad fiscal, etc.- estaba preñada, al menos lo estaba para algunos, entre los que me encuentro, de un cambio moral en el ámbito de lo público y político, cambio que sólo ha podido expresarse a duras penas, cuando ha podido hacerlo. La corrupción era una de las columnas vertebrales de la Dictadura, ahora ha adquirido otra fisonomía, pero no ha desaparecido. 

La pretensión muchas veces expuesta de empezar de nuevo como si nada hubiera pasado o como si lo pasado tuviera que olvidarse en aras de la reconciliación, es factor decisivo en este período en el que nos encontramos –¡nunca se vio una transición más larga!–. Deseo recordar que, en la Bienal de Venecia de 1976, de cuya comisión organizadora formé parte, se presentó una exposición histórica que pretendía analizar las relaciones entre el arte y la Dictadura. Para nosotros, quienes la organizamos, Llorens, Tàpies, Corazón, Saura, Ibarrola, etc., la historia no podía ignorarse


La corrupción era una de las columnas vertebrales de la Dictadura, ahora ha adquirido otra fisonomía, pero no ha desaparecido


P.  El mundo de la producción cultural antifranquista de los años sesenta, la que se imprimía en el interior, se concentra en una serie de revistas y editoriales que, en cierto modo, fueron el alimento informativo y formativo de aquella generación nacida veinte o treinta años antes: Cuadernos para el Diálogo, Triunfo, Ciencia Nueva, como emblemáticas. La Transición, y los pocos años anteriores, se llevaron por delante todos y cada uno de esos proyectos. ¿A qué achacas que no fuera posible, ni siquiera en forma de refundación, la continuidad de esas empresas culturales tan significativas diez años antes de la democracia?

R. No estoy muy seguro de que el calificativo “producción cultural antifranquista” sea el más adecuado para hablar de aquella producción, que, desde luego, no era franquista, pero que, en mi opinión, desbordaba ampliamente el antifranquismo. Es un calificativo que reduce esa producción cultural. En la Dictadura, todo lo que no era franquismo era antifranquismo, casi por definición, tal era su carácter totalitario, pero quizá debamos mirar las cosas con un poco más de atención. Conviene recordar que Ciencia Nueva publica libros de Farrington, Gordon Childe, Della Volpe, Morris, el Segundo Lazarillo o la Segunda Celestina, obras que no son antifranquistas. Los parámetros son otros, el antifranquismo se desprendía de estas obras por el hecho de publicarlas, no por su contenido, mucho más amplio.  En lo que se refiere a las revistas, su trama política es más obvia, pero en sus páginas podemos leer artículos que escapan a la reducción, sin olvidar los que “no escapan”.

En términos más inmediatos, menos teóricos, creo que la desaparición de aquellas empresas culturales tiene en cada caso razones concretas que no conviene generalizar. Una de ellas, no la menos importante, fue el desarrollo de una prensa que, en sus suplementos, ocupaba el sitio de las revistas culturales. No menos relevancia tiene la que se ha llamado “cultura del olvido” y tengo para mí que los cambios habidos a nivel internacional y tecnológico han sido muy importantes. Por otra parte, la desaparición de esas empresas, que en otros países se mantienen, responde al nivel cultural, a la escasa densidad cultural de nuestro país, densidad que necesita su tiempo, un tiempo largo, para alcanzar su mayoría de edad.


No menos relevancia tiene la que se ha llamado “cultura del olvido” y tengo para mí que los cambios habidos a nivel internacional y tecnológico han sido muy importantes


P. Dedicas un apartado de tu libro a la cuestión de la enseñanza en España, asunto sin duda nuclear en nuestra historia. Te extiendes en aquella Alternativa democrática a la enseñanza que diseñásteis el grupo directivo de aquel Colegio de Doctores y Licenciados de Madrid, grupo conectado con las entonces vanguardias políticas del PCE, la izquierda del PSOE, las comisiones de enseñanza y otros grupos de Cataluña especialmente. Creo que aquel documento de 1976 centró muy bien el problema y sus derivaciones políticas, sociales y de construcción de un conjunto de alianzas capaz de modificar el atraso educativo y relativizar el papel de la Iglesia en la enseñanza española. A cuarenta años de aquello, tras la reforma Maravall, con siete mudanzas legislativas educativas durante la democracia y continuos conflictos entre bloques laicos y religiosos, ¿qué opinión te merece el estado actual de la cuestión? ¿Hemos avanzado o seguimos igual que entonces?

R. Todas las cuestiones por las que me preguntas están relacionadas unas con otras. La enseñanza, media y universitaria, tuvo un papel decisivo en la Dictadura y unos efectos contundentes inmediatamente después. Conviene recordar, lo recuerdo en el libro, que la universidad era un verdadero esperpento, una astracanada y que la enseñanza media estaba en manos de instituciones que, además de ser analfabetas, tenían más interés en el adoctrinamiento y el dominio que en la enseñanza. Un catedrático de universidad podía serlo gracias a unas oposiciones patrióticas, un fraile inculto podía dar clase de biología, por ejemplo, siempre que un licenciado firmase sus actas. En ese contexto surge, por un lado, la ley de Villar Palasí, consciente de que es preciso modernizar el sistema, y, por otro, la Alternativa democrática para la enseñanza del Col. de Doctores y Licenciados de Madrid (pronto asumida por otros colegios), que defiende la enseñanza pública. Por, entre otras, dos razones: porque es la única que puede llegar a una enseñanza universal y porque es la única que enseña, no adoctrina.

Cuando el PSOE llega al poder se encuentra en una situación difícil: ha de universalizar la enseñanza, pero carece de medios (centros, profesores, fondos), por lo que recurre a la enseñanza privada mediante los conciertos. Es una enseñanza más barata –los profesores cobran menos que los de la enseñanza pública-, cuenta con instalaciones y en la mayoría de los casos es una enseñanza ideológica, de adoctrinamiento, que satisface los deseos de muchas familias (la presencia de migrantes no ha hecho más que aumentar esos deseos). A partir de aquí la enseñanza privada crece y esa es la situación en la que nos encontramos. Mi opinión es que la enseñanza pública debía haber recibido esas inversiones y la privada concertada someterse a unas condiciones que eliminasen el adoctrinamiento, el cobro de “extras” y la admisión selectiva (socialmente selectiva) de alumnos. 

Portada del libro 'Crónica de una década y cambios de lugar', de Valeriano Bozal
Portada del libro ‘Crónica de una década y cambios de lugar’, de Valeriano Bozal

 

P. Inicias tu libro con una cita de Joan Margarit y a lo largo del texto son numerosas las referencias a Alberto Corazón, en el que concretas la renovación del diseño gráfico español. Ambos artistas, uno poeta y el otro artista plástico y diseñador, nos han dejado hace muy poco. Cada uno en su ámbito, ¿Qué crees que significan Margarit y Corazón en estos tiempos tan confusos, tormentosos y contradictorios en todas las esferas de la vida pública? Joan Margarit, poeta bilingüe en catalán y castellano, personaje insólito en esta actualidad tan férreamente atada a identidades planas y unilaterales. Lo citas en relación con la idea de que a lo mejor el franquismo no fue una excepcionalidad sino una continuidad en esa normalidad reaccionaria que sería la historia española. Echando la vista atrás, a aquellos años en los que has fijado tu microscopio, y comparando con el hoy, con la crónica de estos años que llevamos del nuevo siglo, ¿crees que efectivamente puede ser España una cierta excepcionalidad en relación con Europa? ¿Somos un país extraño al sistema de democracias liberales europeas?

R. Empiezo por la última parte de la pregunta, es muy sencillo: estoy de acuerdo con Margarit, el franquismo no es una anomalía en la historia española, es la continuidad de la “normalidad reaccionaria” de nuestra historia, lo que, a la vista de lo que sucede en Europa, no es exclusivo de nuestro país, el nuestro no es, a este respecto, un país extraño.

No he conocido a Margarit, sí lo he leído con atención y con placer. Mi relación con Alberto Corazón ha sido muy estrecha desde los años sesenta –creo que es algo que se percibe con claridad en el libro–. Es un personaje central en la historia cultural de nuestro país, no sólo por los logos que ha realizado para instituciones varias, que también, sino por su actitud y su presencia en el mundo del arte ya desde la década de los sesenta y comienzos de los setenta. No sólo se empeñó en “dibujar” otro país, trató de cambiarlo con su actividad política y su actitud en el mundo de la cultura. Ambos hemos estado unidos en ese empeño, no tengo nada claro que hayamos tenido éxito.

_________________

Valeriano Bozal, Crónica de una década y cambios de lugar, Madrid, Antonio Machado Libros, 2020. Entrevista realizada por Javier Aristu.

Valeriano Bozal (Madrid, 1940). Ha sido Catedrático de Historia del Arte en las universidades Autónoma y Complutense de Madrid, dirige la colección La balsa de la medusa. Entre sus numerosas obras, destacamos: Goya y el gusto moderno, Alianza 2002; El gusto, Antonio Machado, 2018; Johannes Vermeer de Delft, TF Editores & Interactiva 2003; Arte solidario. Exposición conmemorativa del primer aniversario de los atentados en las estaciones de Atocha, El Pozo y Santa Eugenia, Comunidad de Madrid 2005; Francisco Goya, vida y obra, TF Editores 2005.

La historia cultural no es una historia de saltos sino una historia de continuidad