viernes. 29.03.2024
relato

143.353 nombres innombrables han permanecido ocultos en el enorme archivo de la habitación del olvido, fueron relegados allí para borrar cualquier rastro de su existencia. Son nombres de personas reales que sonreían, besaban, se rascaban la cabeza, comían lentejas o pan con tomate, trabajaban o charlaban con sus vecinos si les apetecía, protestaban ante las injusticias o asistían a la taberna a jugar una partida de dominó, nombres de personas normales que desparecieron sin más.

Alguien con un plan de odio desmedido, ocupando su cabeza, decidió que había que arrancar hasta la última raíz de disidencia y consiguió los aliados necesarios para separarlos de este mundo y hacerlos desaparecer. Los 143.353 nombres innombrables fueron borrados uno a uno de la faz de la historia durante un puñado de días terribles de venganza y de vergüenza. Un puñado de días de sangre, de fuego, de barro y de infamia, que atronó los campos con estallidos de fusiles y preñó de temor la tierra de las cunetas, pero nunca, nunca han podido ser borrados de la memoria de aquellos que los amaron. Han permanecido intactos en el recuerdo de sus hijos y hoy son evocados por hijos de sus hijos.

Sus nombres, sus caras, sus acciones, sus rasgos y su risa han pasado calladamente, dibujados con gestos casi inapreciables, de memoria en memoria, una generación tras otra. Igual que el testigo pasa de mano en mano en una carrera olímpica hasta llegar a la meta gracias a un código compartido, la memoria de los desaparecidos ha llegado hasta nosotros, saltando sin pértiga por encima de los obstáculos del tiempo.

Tampoco sus verdugos han olvidado lo que hicieron. Sucede lo mismo cuando se escribe una frase con un lapicero sobre un trozo de papel y se borra con una goma, deja de existir, desaparece físicamente, pero permanece en la memoria del que la ha escrito. Sus actos infames han permanecido grabados en su memoria y también en la de sus descendientes.

Durante una multitud de años, pesados como miles de yunques a lomos del presente histórico, intentaron hacer desaparecer sus cuerpos y sus nombres, ocultándolos bajo candados de miedo y de silencio, que aseguraban la puerta del enorme archivo de la habitación del olvido.

Pero la memoria es obstinada y del mismo modo que los colores del arco iris unen un lado del valle con el otro, formando una puerta abierta al infinito tras la tormenta, o el humo de una hoguera asciende en el aire hasta fundirse con las nubes, las manos de los que recuerdan han empuñado el testigo hasta levantar la cancela de la habitación del olvido y poco a poco han ido rescatando todos los nombres.

Sus verdugos y sus descendientes siguen negando con la cabeza la posibilidad de restituir el derecho a la memoria. Pero cuando cae la noche, la melodía de tantos actos viles se escapa de sus cabezas y envuelve sus almohadas con los acordes de una nana negra, como la pólvora de las balas desnudas, enfangando su descanso hasta el alba. Aun así, vuelven a levantarse cada día con un “no” muy duro escrito en sus caras.

143.353 nombres de hombres y mujeres están siendo nombrados uno por uno, para restituir sus vidas y su existencia cierta. En todos los rincones se gritan sus nombres, se rebuscan sus rostros entre los papeles de la historia y se rescatan sus recuerdos y sus cuerpos del fondo de la tierra. El enorme archivo de la habitación del olvido está abierto, los hijos de los hijos de los asesinados iluminan los nombres de sus seres queridos con una lamparita de esperanza, que permite leer en alto todos sus datos.

Ahora queda reparar una deuda grande con la historia y colocar a cada uno en el lugar que le corresponde.

La habitación del olvido