jueves. 25.04.2024

Si de algo se ha nutrido la literatura en los últimos años es de este momento tan apestoso que nos ha tocado vivir a muchos españoles. Corrupción, crisis, PP, cursos de formación fraudulentos, paro, más corrupción, más PP. Pero si algo ha llamado nuestra atención, como si fuera un culebrón de los de antes, es el caso Bárcenas, donde aficionados a los sobres hacen suyo el dicho de “donde dije digo, digo Diego” hasta el infinito. De entre esos entresijos de marrulleros y piratas de lo público, nace El tesorero, la última creación de Francisco Ibáñez, institución donde las haya del cómic español, de la ironía a golpe de surrealismo, y padre de Mortadelo y Filemón.

La historia podemos conocerla: un tesorero de un partido – el Partido Papilar – desaparece con todo el dinero de la caja de la formación y serán nuestros queridos agentes de la T.I.A los que tengan que encontrarle. Por el camino, miles de situaciones rocambolescas, disfraces que no cumplen su misión asignada, y mala leche, sobre todo mala leche concentrada en los lápices de Francisco Ibáñez que le han valido, incluso, la censura en los informativos de la televisión pública. Y en el momento en el que una obra crea ese movimiento, es que algo está haciendo bien. Opino que esta censura se ha dado por desconocimiento, porque nuestros políticos tienen el sentido del humor a la altura de donde la espalda pierde su nombre, porque si bien es cierto que las alusiones en El tesorero son evidentes, da la sensación de no hincar demasiado el diente. Sí, es verdad, la ironía está implícita, los momentos en los que aparecen algunos personajes se considerarán antológicos –Mamerto Rojoy, Servando Rubacalva o Demetria Costipal-, pero también se echa en falta un batuta más incisiva dirigida directamente al corazón de lo que nos están contando.

La vida del cómic en nuestro país, a pesar de llevar años consumándose, parece más bien desconocida. A tenor de las ventas de este último número de Mortadelo y Filemón parece que estamos ante una necesidad de ver cómo, entre muchos autores, nos muestran la realidad a golpe de sonrisa. Francisco Ibáñez vuelve con fuerza, lo hace como mejor sabe hacerlo: poniendo la lupa y su surrealismo al servicio de la realidad, contribuyendo a que veamos lo que sucede, no más limpio – porque la mierda es imposible limpiarla a estas alturas – pero sí al menos con mejor humor, con ese humor característico que lleva años acompañándonos, con esa sátira extrema, que es lo que hace a una obra como El tesorero tan importante. Si se quiere un consejo, lo importante es tomarse esta obra sin pensar, sin reflexionar, disfrutando. De esa manera, será posible que algunas mentes dispuestas a que se silencie todo lo que sucede en este país comprendan que es mucho mejor ver y sonreír, que no callar y decir “sé fuerte”.

Sé fuerte, Luis, y lee este cómic