viernes. 17.05.2024
 

Arturo Prins | @prinsarturo

Ya es hora de que se hagan películas en donde no salgan polis, soldados, detectives, médicos forenses, abogados u otros topicazos, sino barrenderos, limpiadores de baños o incluso funcionarios públicos, como en aquella obra maestra de Akira Kurosawa llamada Vivir (1952), cuya trama se centraba en el cambio de actitud de un veterano y aburrido funcionario cuando se da cuenta de que ha estado desperdiciando el tiempo al enfrentarse al final de su vida. Es decir, cine que habla de seres humanos de vida aparentemente intrascendentes.

Este retrato de Wim Wenders, nos habla de los aislados marginales, sin embargo, por el contrario, totalmente conectados con la realidad, con el mundo, pero viviendo en otros mundos.

La belleza de Perfect Days es inversamente proporcional a lo que su protagonista limpia: baños públicos en la ciudad de Tokyo. La bondad de los gestos en el silencio, vuelven al señor Hirayama (Kōji Yakusho), en un ser inmune a la depresión o a la tristeza, a pesar de que su trabajo no sea estimulante sino más bien lo contrario, sin embargo, su actitud y dedicación, convierten su labor en algo bello. El retrato de un hombre que hace bien lo que hace, la responsabilidad y vocación por cumplir con aquello que a uno le gusta hacer. Él disfruta limpiando inodoros, lavabos y bidés.

Cine que habla de seres humanos de vida aparentemente intrascendentes: barrenderos, limpiadores de baños o incluso funcionarios públicos

El film es guiado por la banda sonora. En esto sabemos que Wim Wenders, apasionado por la cultura americana, no deja de echarle el ojo a una música que probablemente narra la vida de nuestro personaje: Lou Reed, Van Morrison, Nina Simone, The Kinks, The Velvet Underground, The Animals, o la japonesa, Aoi Sakana. Sus letras nos hacen sentir, que de ellas está compuesto y nutrido el señor Hirayama

El protagonista bien podría ser el alter ego de Wim Wenders, un hombre intelectual, que lee por las noches Las palmeras salvajes de William Faulkner o Árbol de la escritora japonesa Aya Kōda, un libro que habla de que, aquel corazón que admire los árboles y las flores, tiene una gran ventaja, porque admirar los árboles nutre el alma y es el mayor activo de todos. La autora se crió entre árboles debido a los pensamientos de su padre Rohan. Los ojos penetrantes de la escritora ven más allá de la existencia de los árboles, hasta las profundidades de las acciones humanas, la vida y la muerte. Es lo que veréis en Perfect Days, un hombre complejo, que se queda hipnotizado al ver los árboles en los parques donde trabaja. Observa sus copas, las que fotografía durante años con su cámara analógica, quien, al encontrar brotes de ellos en sus raíces, los trasplanta y cultiva en un invernadero que ha creado en su propio hogar, son sus hijos. Un hombre de sencilla apariencia, pero de un mundo interior pleno, no le sobra nada y nada le falta; él vive en otro mundo, en su mundo. Un agente higienizador, un intelectual analógico que auna literatura sofisticada, cassettes de clásicos de la música americana, un hombre que saca metódicamente fotografías de carrete todos los días y las acumula en latas. Como Wim Wenders, que también es fotógrafo junto a su mujer Donata Wenders, que trabaja con él desde 1995 como directora de fotografía. 

Hirayama, todos los días realiza un ritual: asearse, cortarse la barba, coger una lata de café de una máquina, e ir en coche a limpiar los baños públicos de Tokio, que extrañamente están impolutos. Por lo que, o es una pifiada del director, porque no encontramos en ningún momento del film rastros de excrementos, vómitos, u otras lindeces, o quizás algo mágico y deliberado; ninguna suciedad es visible en los baños, como si nos estuviera diciendo simbólicamente que los gestos bondadosos nos impiden ver la suciedad o nos vuelven inmunes a ella. Porque Hirayama es inofensivo en todas sus expresiones hacia los demás, manifiesta cautela en el juicio, reticencia al hablar, habilidad para abstenerse de toda acción impulsiva, y demuestra un espíritu comprensivo y exento de crítica. Hirayama es la expresión de la vida del hombre que se da cuenta que está en todas partes y vive conscientemente como alma, cuya naturaleza es amor y cuyo método es inclusividad, incluso con los tontos que puedan aprovecharse de él, para Hirayama todas las formas son iguales en el sentido de que velan y ocultan luz. 

Wim Wenders nos habla los aislados marginales, sin embargo, por el contrario, totalmente conectados con la realidad, con el mundo, pero viviendo en otros mundos

A través de la lente de Wenders, el paisaje de Tokio se despliega en tonos grises y bloques anodinos, con la Torre de Tokio destacando majestuosamente sobre la ciudad. Esta torre luminosa, símbolo de la ética y altura moral de Hirayama, se alza sobre la impersonalidad urbana, recordándonos que la verdadera belleza yace en gestos bondadosos y delicados que nos vuelven inmunes a la suciedad que la vida pueda arrojar sobre nosotros.

Película con ecos del maestro Ozu, a quien el director le había rendido su particular homenaje en Tokio-Ga (1985) y tal y como el propio Wenders reconoce, “rodar una película en Tokio sin pensar en Ozu es imposible”, está coescrita por el propio Wenders junto a Takuma Takasaki.

Hay algo tenuemente desolador en nuestro personaje, que esconde una relación de maltrato con su padre, y que recuerda al personaje principal de París Texas (1984), a Travis Henderson, un hombre derrotado en búsqueda de su futuro y que ha olvidado un pasado tremendo. En este caso, Hirayama es un hombre que, teniendo las cicatrices emocionales de un padre bastante perturbador, él ha hecho acopio de fuerzas para demostrarse que la bondad triunfa sobre los malos karmas; su limpieza no solo es exterior sino interior, y resplandece en el señor Hirayama, que una vez por semana toma su comida favorita en un bar de poca monta y se lava en baños calientes públicos. También realiza sus paseos en bicicleta los fines de semana admirando su ciudad, y cuando trabaja, contempla con curiosidad a los personajes desvalidos, o medios locos de Tokyo. Los momentos oníricos del propio Hirayama cuando duerme, nos retrotrae a los barridos poéticos en blanco y negro y a cámara lenta, que Wim Wenders utilizó en el fantástico film El Cielo sobre Berlín (1987), obra maestra con la que ganó el premio al mejor director en el Festival de Cannes de 1987.

Hirayama es un hombre que sabe cuidar a los demás y sabe cuidarse a sí mismo. Sensible y nada ingenuo, capaz de observar y ayudar a gente bastante idiota o inmadura. Perfect Days, aunque pueda pecar de un buenismo exagerado, nos sumerge en la necesidad de gestos amables y delicados en un mundo cada vez más insensible y egoísta. Gestos de cortesía en los que él crece día a día como las plantitas que cultiva con tanto mimo en su propio hogar. Un hogar lleno de libros y un Feng shui ideal para poder transcurrir la existencia sin grandes aspavientos, en armonía con todo lo que le rodea. Esta belleza pequeña, aparentemente intrascendente, tiene una carga energética de bondades, que nos vuelven mejores después de su visionado, nos invita a elevarnos como la Torre de Tokio en un I'm feeling good, de Nina Simone con la que la mirada de Hirayama nos dice: Os quiero a todos, os veo a todos y entiendo la belleza de este mundo caótico, y a pesar de todo I'm feeling good, una mirada que contagia: el contagioso deseo de estar bien, el tiempo de limpiar nuestros baños.

Perfect Days: una flor de loto sobre los estercoleros de Tokio