viernes. 26.04.2024
ENTREVISTA AL ESCRITOR MANUEL RICO

“En los 80, la ruptura con el franquismo dejó flecos, sin duda”

"Los años 80 no fueron sólo los identificables con la movida”, recuerda el escritor en esta entrevista realizada con motivo de la presentación de su último libro. 

MANUE RICO

El poeta, narrador y crítico literario Manuel Rico (Madrid, 1952), recopila en su último libro Escritor a la espera (Punto de Vista Editores) sus diarios de la década de los 80 donde desvela sus inicios como creador literario en una España marcada por el amanecer democrático.

Los diarios coinciden con su etapa como diputado del PCE en la Asamblea de Madrid, un partido que acabó abandonando para militar en el PSOE.

“El valor de estas páginas no es el del diario de un literato, o de un escritor maduro, sino el de un escritor en formación, el de un hombre lleno de dudas respecto al futuro de su vocación, de un escritor a la espera al que, a la luz del paso del tiempo, descubro sorprendentemente lúcido”, señala el autor en el prólogo.

Licenciado en Periodismo, ha sido galardonado con varios premios literarios entre los que se cuentan el Premio Hispanoamericano de Poseía Juan Ramón Jiménez, con ‘La densidad de los espejos’ (1997) y el Premio Internacional de Poseía Miguel Hernández, por 'Fugitiva ciudad' (2012). También es autor de varios ensayos y se confiesa enamorado de los libros de viajes. ‘La mujer muerta’ (2000 y 2011), ‘Los días de Eisenhower’ (2002); Verano (2008), y ‘Un extraño viajero’ (2016) son sus últimas obras.

Presidente de la plataforma Seguir Creando, que agrupa a más de 40 organizaciones cívicas del ámbito autoral), Manuel Rico preside desde 2015 la Asociación Colegial de Escritores (ACE), tarea que comparte con su labor como crítico de poesía en Babelia, revista literaria de El País, junto con la dirección de la colección de poesía de Bartleby Editores y colaboraciones en distintos diarios y revistas, entre ellos Nuevatribuna.es.

El libro se presenta esta semana en Madrid (*). 


escritor a la esperaNuevatribuna.es | En ‘Escritor a la espera’ cuentas como un buen día de 1999 desempolvas una vieja carpeta, ya casi olvidada en tu despacho, donde guardabas manuscritos unos diarios que datan de los años 80. Tras su lectura y su transcripción a un archivo de ordenador, decides que en algún momento los sacarías a la luz. ¿Por qué ahora en 2019, casi 30 años después?

Manuel Rico | Bueno, porque creo que en ellos hay todo un mundo, una realidad cotidiana que se nutre de aquella época y que transmite una verdad que traspasa generaciones. Mejor dicho, varias verdades: la primera es que los años 80 no fueron sólo ni básicamente los identificables con la “movida”. Fueron años muy duros, llenos de peligros, de amenazas de involución, de terrorismo insoportable, de permanente lucha democrática, de dificultades para avanzar y de avances: no olvidemos que la década comienza con el 23 F. La segunda es la verdad del autor que intenta abrirse camino en el mundo literario: la viven, por encima del tiempo, todos (o casi todos) los autores. Es una batalla difícil. Y la tercera es la de la renovación literaria de entonces: nacía la nueva narrativa española, con Llamazares, Muñoz Molina y otros nombres hoy olvidados, la poesía se rebelaba contra el culturalismo novísimo y era restituida la literatura de los años 50 en paralelo a la renovación. Todo eso está en los diarios…

"El escritor nace y se hace"

En esos escritos te redescubres como un escritor lúcido, “sorprendentemente lúcido”. Un escritor, ¿nace o se hace?

Me siento identificado a día de hoy con lo que aquel joven escribía en aquellos folios y cuadernos

Es sorprendentemente lúcido porque han pasado 30 años y me siento identificado a día de hoy con lo que aquel joven escribía en aquellos folios y cuadernos. Hay muchos juicios polémicos, discrepantes con el canon y en algunos casos respecto a obras muy conocidas, discrepantes con la crítica mayoritaria, a veces entusiasta que contribuyó a que destacaran y a que incluso se convirtieran en “best-sellers”. Hay una pugna contra la descalificación de la literatura comprometida… El escritor nace y se hace. Es fundamental que el medio sea propicio para que la genética cumpla sus “previsiones”. Para hacerse hace falta lectura, mucha lectura, metabolizarla, aprender de lo leído, tener mucha curiosidad y escribir contra viento y marea…

Desvelas que la decisión de escribir este diario fue en cierta manera un ejercicio autoimpuesto en un momento en que te abrías a la narrativa después de tus comienzos como poeta. ¿Qué te llevó a dar el paso de la poesía a la novela?

Quien diga que escribir prosa es fácil no dice la verdad. Sobre todo, si quieres hacer con ella literatura. Los diarios surgieron para “hacer mano”, para familiarizarme con la prosa narrativa, para disciplinarme. En realidad, no di el paso de la poesía a la novela, sino que amplié el horizonte creativo. Me di cuenta de que había poemas o imágenes que requerían un desarrollo que fuera más allá de la síntesis de la lírica, que vivieran por sí mismas colándose en una historia apurando todas sus posibilidades. Desde entonces poesía y narrativa conviven en mi trabajo como escritor.

"Quien diga que escribir prosa es fácil no dice la verdad"

¿Tienes más de poeta que de novelista?

El comienzo siempre marca. Comencé como poeta y no me imagino al margen de esa condición. La poesía es la proteína del lenguaje. Pero en mi caso no hay confrontación. Uno y otro género se complementan. Ser narrador es para mí una forma de ser poeta, de ampliar el horizonte de los poemas.

urogallo¿En qué grado determinaron tu compromiso en firme con la literatura aquellos años de vida política como militante del PCE y diputado en la Asamblea de Madrid? En un momento dado confiesas que tus dos devociones son la literatura y la política.

Era una confrontación permanente. También una desazón: la ética te dice que no puedes soltar amarras con actitudes como la solidaridad, o los proyectos colectivos donde has creado sólidos vínculos. La vocación literaria te dice que esos vínculos te quitan tiempo, te condicionan, que pueden limitarte. Fui de los que construimos nuestra educación sentimental y cultural a la vez que nos organizábamos y trabajábamos contra Franco en la clandestinidad. Comprometerse era una forma de vida… Pero a la vez necesitaba escribir, buscar huecos en la jornada para leer, para anotar (era el tiempo de los interminables subrayados en la lectura de libros), para el poema o el relato. En la carpeta que llevaba de un lado a otro iban, por ejemplo, la revista política marxista y El Urogallo, los poemas de Gabriel Ferrater y el último ensayo de Norberto Bobbio…   

Te muestras en esa etapa como un lector compulsivo. Lees todo lo que cae en tus manos. ¿Quiénes quedaron de esa época como tus escritores fetiche en el ámbito de la narrativa?

En los diarios doy cuenta de modo muy especial de una lectura que me conmocionó: la tetralogía Antagonía, de Luis Goytisolo. También Herrumbrosas lanzas, de Benet. Recuerdo también la lectura de La orilla oscura, de José María Merino, y de Las estaciones provinciales de Luis Mateo Díez, eran sus primeros libros. Y hubo una narradora, que murió joven y hoy pocos citan, que me cautivó: Montserrat Roig, sobre todo en sus novelas Tiempo de cerezas y La hora violeta. Y una novela que casi nadie nombra de Manuel Vázquez Montalbán que me fascinó: Los alegres muchachos de Atzavara, de 1989.

Tampoco ahorras ciertas críticas a determinados autores como Juan Goytisolo o a determinadas obras como ‘El invierno en Lisboa’ de Muñoz Molina. En ese momento se quedaban en lo íntimo, en el escrito de tus diarios, y ahora lo haces público.

Creo que escribí la única crítica negativa a la novela de Muñoz Molina de cuantas se publicaron. En Ahora semanal. Creo que es un gran escritor. En aquellos años leí con placer (y lo cuento) Beatus ille, pero El invierno en Lisboa no la disfruté, me costó leerla y la recuerdo como una novela muy apegada a la memoria del cine negro y con un argumento confuso. Era una novela de ambientes. De Juan Goytisolo, confieso que a partir de Señas de identidad es un autor al que siento lejano. Aunque una parte de la crítica dice que es el mejor Goytisolo. Yo no lo veo así. Su libro Coto vedado me pareció un canto a sí mismo con mucha descalificación gratuita y así lo escribí entonces. Y nunca entendí (mejor dicho: nunca compartí) su posición respecto a la realidad marroquí.

Tu primera novela ‘Mar de octubre (1989) data de esa época. De toda tu obra narrativa, ¿qué novelas se inspiraron en esos días?

Una novela que se publicó en 1995, en una efímera colección de nueva narrativa de Planeta, Una mirada oblicua. La novela arranca la noche del 23 F y su argumento avanza por aquellos años y por Madrid, Urbino y una borrosa y lejana Nebraska. Sus protagonistas, un arquitecto urbanista, un sociólogo con vocación literaria y una psicóloga formaban parte del mundo que me rodeaba en el microcosmos de la política y de la cultura de entonces. Los “yuppies” de la época y los profesionales con mala conciencia están ahí. Ahora tiene edición, revisada y corregida, en digital y en papel. Es fácil encontrarla en Internet.

Un taxista 'pirata' me robó las 80 primeras páginas de mi novela 'El lento adiós de los tranvías'

En una de tus anécdotas cuentas la pérdida en un taxi, en el otoño de 1988 de las primeras 80 páginas de lo que luego se convertiría en la novela ‘El lento adiós de los tranvías’. Nunca recuperaste esas páginas. Anécdota curiosa… quién sabe… pudiera servir como argumento de una nueva novela…

Sí. En aquella época no había ordenadores o sólo unos rudimentarios Armstrad con “floppy” flexible que yo no tenía. Las 80 páginas que me robaron estaban en parte manuscritas y en parte mecanografiadas, pero no estaban en ningún archivo “digital”. Tuve que reescribirlas de nuevo tirando del esquema que guardaba en casa.  El caso da para una novela porque fue el propio taxista quien me dejó tirado en un cajero y se largó con el portafolios que llevaba el manuscrito. El policía me dijo, cuando lo denuncié, que sería un taxista “pirata”. Eran los ochenta…

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Tus reflexiones literarias se mezclan con vivencias personales, tus recuerdos de niño, de chico de barrio, de la UVA de Hortaleza, el recuerdo hondo por un padre perdido, y la experiencia de tu propia paternidad y tu vida en familia. En uno de tus apuntes destacas “el enorme valor que, en literatura, tiene la memoria como materia de ficción”. ¿Han sido estos escritos una forma de recuperar esa memoria? ¿Podrías decir que en buena medida tu vida personal ha marcado el ritmo y el rumbo de tu obra?

Las movilizaciones previas a la transición no lograron imponer la ruptura con que soñábamos

Lo he contado alguna vez: en mi casa no había un solo libro de literatura. Mi padre era un derrotado de la Guerra, muerto de miedo, que mitificaba sin embargo a los intelectuales, le parecían dioses. Contradictoriamente, sólo tenía para leer novelas de kiosko, del oeste, de Marcial Lafuente Estefanía, y del FBI. Cuando empecé el bachiller compró libros como Los cipreses creen en Dios, de Gironella, o Los curas comunistas, de Martín Vigil, y me regaló Edad prohibida… Sin embargo, en los 80, por diversas vías, fui relacionándome con algunos autores hoy muy conocidos: casi todos venían de familias con biblioteca heredada del abuelo, habían adquirido una vasta cultura no solo en la Universidad y solían hablar de un medio familiar sin escasez, más bien pequeño burgués o casi burgués. Yo venía de, digámoslo en un término de Vázquez Montalbán, de uno de los barrios que “sobraban”. En los diarios todo eso se transparenta. Igual que se transparenta mi vida familiar, la relación con mis hijos, el compromiso de mi mujer. Recobrar mi memoria fue una forma de recuperar la memoria de los míos, la realidad de un barrio que se llevaron las excavadoras… y una forma de hacer literatura. Quien pierde la memoria pierde identidad, escribió y cantó Raimon.

¿Y en qué grado determinaron tu obra los acontecimientos políticos de la España de entonces en paralelo con tu juventud y la de la joven democracia? ¿Crees que se hicieron bien las cosas?

Se hicieron como se pudo. Creo que las movilizaciones previas a la transición no lograron imponer la ruptura con que soñábamos aunque al final el resultado del proceso que desencadenaron fuera la ruptura con el franquismo que expresa la Constitución del 78. Una ruptura en fases que dejó flecos, sin duda. El 23 F, la permanente acción de ETA, con una media de 100 asesinatos al año, la continuada actuación de la extrema derecha en las calles y en el aparato del Estado, los ayuntamientos democráticos, el de Madrid con Tierno, los gobiernos de Felipe González, etc… todo eso conforma el telón de fondo de la década y es, sin duda un conglomerado que se hace presente, de manera más o menos directa, en mi obra.   

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Estos diarios también desvelan tus frustraciones y desengaños a la hora de hacerte un hueco en el panorama literario español. Largos meses de espera e incluso años en los que se te cerraron algunas puertas. ¿A ello alude el título de esta obra?

No creo que esas frustraciones fueran muy distintas de las que viven hoy centenares de escritores que buscan editor, que intentan abrir puertas en revistas o periódicos (digitales o en papel) para publicar artículos, relatos o poemas, que se tiran años modificando o rectificando manuscritos inéditos. Casi ningún escritor habla de ello una vez que ha dejado de estar “a la espera”, pero es la realidad. Conocí a colegas que “tenían contactos”, que abrían esperanzas, pero casi siempre éstas quedaban frustradas. A ello y a ellos aludo en el libro.

Menciones a editoriales, editores, agentes literarios e incluso escritores a los que en un momento dado pediste ayuda para que se te empezaran a abrir algunas puertas, entre ellos Luis García Montero y de los que no obtuviste respuesta. ¿Te llegaste a sentir marginado en el mundo editorial en esos años?

Tengo muy buena relación con Luis y una cierta empatía tras su designación como director del Instituto Cervantes. También he tenido con él alguna polémica, siempre respetuosa, sobre poesía y sobre algún poeta conocido, pero es cierto que en 1985, ó 1986, años posteriores a su premio Adonais, tenía cierto peso en el mundo poético de Granada y, en cierta medida entre los poetas más jóvenes. Y cierta presencia en los medios. Los dos estábamos entonces en el PCE. Le hice alguna sugerencia sobre un poemario propio y no hubo respuesta. En el diario dejé constancia de la decepción. Pero nada más. Era un mundo en ebullición, lleno de compromisos y no nos pueden extrañar olvidos o descuidos.

La opacidad y el amiguismo están muy presentes en los premios literarios

¿Que valoración haces sobre el mundo de los premios literarios? ¿Crees que están cien por cien ajustados a la calidad de una obra o hay otras circunstancias que determinan que el galardón recaiga en una u otra obra?

Los premios son necesarios. Suponen un aliciente, una forma de reconocimiento del trabajo de un autor. Ahora bien, es un mundo complejo en el que se producen los mismos condicionantes, las mismas presiones, las mismas corruptelas que en otros ámbitos de la vida social. Hay premios de carácter privado, de grandes editoriales, que obedecen a estrategias comerciales y hay premios institucionales, que se sufragan con dinero público que, en teoría, se fallan con rigor… Acerca de éstos, hay algunas preguntas sobre la mesa a las que algún día habremos de dar respuesta: cuando se maneja dinero público es fundamental la transparencia en el nombramiento de jurados, en la elección de las editoriales que lo publican (¿por qué no adjudicar la edición mediante concurso público?), en los condicionantes del editor, en el contenido de las bases. Esas mínimas exigencias son hoy una quimera. Lo sabemos. Es “vox populi”. La opacidad y el amiguismo están muy presentes. En autores y editores de todas las tendencias y “escuelas”.

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¿Hay obras inéditas en tu trayectoria creativa?

No. Lo inédito es lo que estoy escribiendo y los diarios de la primera década del siglo, que estoy revisando y corrigiendo. Ya me gustaría tener una buena “bodega”.

Por último, como presidente de ACE. ¿Cómo es la situación de la profesión en España? ¿Cuáles son vuestras principales reivindicaciones?

Son muchas y dependen del grado de sensibilidad de los gobiernos para con la cultura. Podemos alegrarnos de que en el último semestre se haya aprobado por unanimidad el Informe sobre el Estatuto del Artista, de que estemos a punto de que se reconozca la compatibilidad pensiones-derechos de autor o de que se hayan reforzado los derechos de autor en la nueva Ley de Propiedad Intelectual. Pero tenemos pendientes muchas reinvindicaciones: desde la necesidad del pago a las entidades de gestión del préstamo bibliotecario hasta la exigencia de un conocimiento exhaustivo, por parte de los autores ante el editor, de la tirada de cada libro, de las ventas reales, de los libros que quedan en depósito o de los que se devuelven. También es necesario avanzar en la creación de una Casa de las Letras… En un par de meses publicaremos el Libro Blanco del Escritor, un estudio sobre la situación social y contractual de nuestros autores.



Escritor a la espera (Diarios de los 80), a la venta en Punto de Vista Editores

(*) Presentación del libro en Madrid

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“En los 80, la ruptura con el franquismo dejó flecos, sin duda”