viernes. 26.04.2024
eduardo montagut definitiva
Eduardo Montagut

Lecciones de la historia en tiempos de pandemia. Este es el leitmotiv que inspira esta entrevista con el historiador Eduardo Montagut que comparte con nuestros lectores información y reflexiones interesantes sobre otras etapas y momentos históricos, sobre otros líderes políticos, aventurándose en escenarios futuros siempre con la mirada puesta en las lecciones de la historia que, cuanto menos, harán ampliar nuestra mente y nuestra capacidad para entender la incertidumbre actual.

Nuevatribuna.es | ¿Qué primera lectura histórica podríamos hacer de lo que está ocurriendo?

Eduardo Montagut | Conocer la Historia, saber que han existido epidemias y grandes calamidades, saber cómo se han combatido, e investigar sobre el comportamiento humano en esos momentos nos puede servir para afrontar con perspectiva lo que no está pasando.

¿No estamos afrontando con dificultad una epidemia, independientemente de su envergadura, porque hemos ido adelgazando el Estado del Bienestar que Occidente levantó de las ruinas de la Segunda Guerra Mundial? Esta es una lección histórica a tener en cuenta sobre los peligros del neoliberalismo actual.

NT | La COVID-19 nos ha traído en el plano político un lenguaje bélico que nos retrotrae a anteriores guerras mundiales. ‘La guerra contra el virus’, y a comparaciones tales como que ‘no ha habido una situación similar desde la II Guerra Mundial’.

E.M. | El lenguaje bélico es muy apreciado por los políticos desde la época de entreguerras. En ese momento histórico apareció dicho lenguaje, justo al terminar la Gran Guerra, que lo contaminó todo, pero, sobre todo, por la irrupción de la violencia en la confrontación política, debida a los totalitarismos de dicha época, y que terminó por impregnar los discursos en las democracias. Posteriormente, se ha mantenido en momentos difíciles o ante fuertes y complejos problemas, aunque no estrictamente bélicos, porque ayuda a galvanizar a la población en un esfuerzo común. Se ha hablado de guerras o de cruzadas contra la droga, el narcotráfico, el terrorismo, etc.

El lenguaje bélico es muy apreciado por los políticos desde la época de entreguerras, ayuda a galvanizar a la población en un esfuerzo común

Por otro lado, es muy relativa la idea de que no se ha vivido una situación similar desde la II Guerra Mundial. En el mundo no desarrollado las situaciones de epidemias, hambre y desolaciones de carácter ambiental han sido muy comunes, y en algunos lugares hasta endémicas, empleando el lenguaje médico. Gran parte del planeta vive en la permanente excepcionalidad, si se nos permite la aparente contradicción. El confinamiento, en condiciones más lamentables, es conocido y fue padecido en los golpes de Estado que vivieron, por ejemplo, los países del cono sur americano.

También tenemos que decir que esto que padecemos no es una guerra. No caen bombas, no hay frentes ni retaguardias, y en guerra, en determinados momentos, se puede salir a la calle hasta para intentar desarrollar algún tipo de ocio. No son situaciones iguales, solamente tienen el parecido de la excepcionalidad. Las guerras las hacen, lamentablemente, los hombres contra los hombres, pero no los hombres contra los virus.

NT | Y se ha puesto de moda Churchill con evocaciones políticas de algunos de sus discursos más célebres, desempolvando en el plano político arengas al más puro estilo churchiliano.

E.M. | Churchill ha sido y es un personaje muy mitificado por su innegable labor en la Segunda Guerra Mundial, pero anteriormente siempre había sido muy polémico, con muchos altibajos y sonoros fracasos como los derivados de su gestión como ministro en la Gran Guerra.

Churchill ha sido y es un personaje muy mitificado

Churchill se caracterizó por una inveterada terquedad, defecto indudable, pero que en un momento concreto de la Historia se tornó en virtud. Supo desde el primer día quién era y qué significaba Hitler, así como lo que había que hacer, costase lo que costase, contra viento y marea y, en primer lugar, contra lo que pensaban muchos miembros de la clase política británica. Eso le ha permitido ocupar un lugar destacado en la Historia, pero no entendió, o no quiso entender otras muchas cosas y, entre ellas, la Gran Niebla de Londres, un asunto que solamente podría solucionar, en su opinión, la Naturaleza y/o Dios, ya que, al parecer la niebla era niebla, como llegó a expresar, y no fruto de un carbón lleno de peligroso azufre y con inversión térmica incluida. Podría argumentarse que en aquella época no había ni los conocimientos ni la conciencia ambiental que tenemos hoy en día, pero sí se sabían las causas de lo que estaba pasando. Pudo costarle su puesto, pero, al final, esa casi innata facultad que tenía del sentido de la oportunidad le hizo reaccionar ante su abulia inicial, pero no para combatir las causas del desastre, sino para, empleando los medios de comunicación, acercarse a la población que sufría. La propia Naturaleza le salvó, porque el 10 de diciembre comenzó a soplar el viento. En todo caso, estaríamos ante el último Churchill, ya que en 1955 se retiró de la primera línea.

NT | La ‘Gran Niebla de Londres’ en diciembre de 1952 que pintó la ciudad de personas con mascarillas y que causó 12.000 muertes por insuficiencia respiratoria. Como ahora, pero por otros motivos… Cuéntanos algo más de ese momento.

E.M. | La contaminación ambiental que padeció Londres en los primeros días de diciembre de 1952 fue un hecho tan impactante y nuevo que puede parecerse, en cierta medida, al que estamos viviendo, aunque con diferencias, como veremos. Murieron miles de personas, y enfermaron muchas más, aunque en relación con las cifras sigue habiendo polémica, pero, en todo caso, fue una tragedia sanitaria de enorme magnitud. La contaminación por el uso de combustibles fósiles para la industria y la calefacción, así como para el uso del transporte no era algo que no se supiera, pero sí fue nueva la magnitud de las consecuencias.

Este hecho se ha considerado como uno de los puntos de inflexión en la historia de la lucha medioambiental en el mundo

El pico entre los días 5 y 9 de diciembre se debió a factores coyunturales sobre algo estructural, es decir se produjo un cúmulo de circunstancias que incidió sobre un modelo de vida basado en el empleo masivo de los combustibles fósiles. Una ola de frío hizo que se quemase más carbón para las calefacciones y en las centrales eléctricas, además de que la ciudad había incorporado unos meses antes miles de autobuses con motor diésel. Ese aumento de la quema de carbón, junto con la inversión térmica que generó ese frío hicieron que la contaminación se disparase. Además, al parecer, el carbón de la posguerra era de peor calidad, muy rico en el temible azufre, porque el refinado se exportaba. El resultado fue la generación de una masa de humo unida con la habitual niebla londinense. En principio, se consideró como un episodio más de esta niebla, pero los muertos comenzaron a multiplicarse, niños de corta edad y personas con problemas respiratorios.  No se paró la actividad industrial, ni se cerraron los centros educativos ni se tomaron medidas. Que Londres terminara por casi paralizarse no fue por decisión del Gobierno, como ahora, sino porque no se podía respirar en la calle, y casi ni en las casas. Era casi imposible circular, y hasta muchos espectáculos y establecimientos tuvieron que cerrar sus puertas.

Este hecho se ha considerado como uno de los puntos de inflexión en la historia de la lucha medioambiental en el mundo, tanto al impulsar los movimientos en este campo, como por el establecimiento de una legislación específica unos años después.

En relación con la política debemos recordar que gobernaba Churchill después de la victoria conservadora de 1951, que había cerrado la etapa laborista de la inmediata posguerra.

¿Hemos aprendido de esa lección? Es indudable que algo sí, pero, ¿la polémica sobre el Madrid Central no es un ejemplo de que la historia y la ciencia no sirven mucho para determinados políticos?

SIMILITUDES CON LA GRIPE DE 1918

gripe española

NT | Otro de los episodios históricos que han vuelto a estar de plena actualidad es la Gripe de 1918. En el plano de la narrativa histórica y/o de las crónicas de la época, ¿encuentras similitudes?

E.M. | Sí que hay coincidencias, salvando las distancias. En primer lugar, algunas medidas para combatir la epidemia pueden ser parecidas. Por otro lado, encontramos problemas con la información en una época de censura al estar medio mundo aún en la Primera Guerra Mundial. La información es un tema fundamental en toda epidemia, y hemos comprobado en nuestras investigaciones sobre la gripe del 18 en España las exigencias formuladas desde la prensa obrera socialista para que el Gobierno explicase qué estaba ocurriendo ante la proliferación de noticias contradictorias y alarmantes. La rumorología se dio con intensidad en ese momento, aunque pensamos que no serían tantos bulos con un interés político de desgaste de los Gobiernos, sino fruto de la falta de información por miedo a ser alarmistas o por incompetencia, por la censura aludida, y por el analfabetismo existente. En todo caso, sería importante estudiar sobre si se dieron casos de extensión de bulos con determinados fines. En este sentido, es interesante acercarse a la historia del tifus de la Barcelona de 1914 porque se desarrolló en plena e intensa polémica en relación con intereses económicos derivados de la gestión del agua. No se trataría, en sí de bulos, pero sí de la generación de informaciones distintas y hasta contradictorias en el marco de la confrontación entre dos empresas que competían por el suministro del agua de la capital catalana, inmersa en gravísimas carencias sanitarias en este ámbito.

Con la gripe de 1918 hubo verdaderos héroes que se jugaron la vida para curar, aliviar y ayudar a los enfermos

Por otro lado, en la gripe de 1918, como en las epidemias de cólera del siglo XIX, podemos comprobar comportamientos harto parecidos a los que hoy estamos viendo con el coronavirus. Nos referimos a que hubo verdaderos héroes que se jugaron la vida para curar, aliviar y ayudar a los enfermos, junto con actitudes insolidarias y egoístas, con desplazamientos a otros lugares, y hasta abandonando al “servicio” a su suerte para no contagiarse.

NT | ¿Es cierto que Alfonso XIII enfermó de la gripe? Hay versiones históricas contrapuestas.

E.M. | Sí que las hay. Unos dicen que sí, otros que padeció escarlatina, sin olvidar que, al parecer, sí sufrió una fuerte gripe de niño en 1890. El pequeño rey fue débil, viviendo mucho entre algodones por parte de su madre la reina regente, porque se temía por su vida.

NT | Volvamos al momento actual. La situación de Boris Johnson, enfermo de Covid, ha originado una crisis institucional en Reino Unido y un ‘vacío de poder’ que implica a las principales instituciones del país, incluida la Corona. No es la primera vez que el estado de salud de otros premier británicos han sido la causa de profundas crisis. ¿Nos podías ilustrar con alguno de estos episodios?

E.M. | La crisis más reciente que ha padecido el Reino Unido y que tiene que ver, entre otros factores, con la salud de su primer ministro fue el asunto del Canal de Suez en 1956 con Anthony Eden, que sucedió a Churchill en el puesto, después de una dilatada vida política en el seno del conservadurismo. Eden fue un político muy brillante en el campo de las relaciones exteriores, como lo demostraría su papel en el Foreing Office en los años treinta cuando entendió que el apaciguamiento no era la política adecuada hacia Hitler, en la Segunda Guerra Mundial, en el proceso de creación de la ONU, y luego a principios de los años cincuenta en las conferencias de Londres y Ginebra. Pero la crisis de Suez fue un fracaso en su vida política, y constituye un verdadero punto de inflexión sobre la influencia británica en el mundo, demostrando claramente que el Reino Unido entraba en un segundo plano, como Francia, frente a los Estados Unidos y la URSS.

Las decisiones que tomó en la crisis, con el envío de tropas, generaron una oleada de críticas en el mundo, y mucha controversia en el propio Reino Unido, provocando que tuviera que dimitir. Al parecer, los errores de Eden, que es aquí lo que nos interesa más que la crisis en sí, se pudieron deber a sus problemas de salud en el aparato digestivo. En 1953 tuvo que operarse del estómago y pasó a tomar anfetaminas, provocando un estado de ánimo eufórico que le impidió ver la realidad de lo que estaba pasando en Suez, y sus repercusiones para el papel internacional de su país.

NT | Y ¿qué papel ha jugado y sigue jugando La Corona británica en situaciones similares?

E.M. | La Corona tiene un poder muy grande en el sistema político británico, precisamente porque no está plenamente regulado en un texto constitucional como ocurre en el resto de Monarquías parlamentarias. Los usos y las costumbres, además del poder del Parlamento, uno de los más fuertes del mundo, junto con el del sistema político norteamericano, no permiten hacer muchas cosas a los reyes británicos, aunque pueden influir claramente en un sentido y otro, en una suerte de equilibrio fruto de la experiencia histórica. Los intentos de establecer el absolutismo por parte de los Estuardo en el siglo XVII y las reacciones del Parlamento contra Carlos I, y luego la Revolución de 1688 con el consiguiente Bill of Rights, constituyen una lección histórica para los monarcas posteriores, incluida la reina Victoria y, por supuesto, su tataranieta Isabel II. Ese equilibro gravita en las relaciones de los reyes con sus primeros ministros, con la Cámara de los Comunes controlando todo.

NT | Precisamente, en un reciente artículo recomiendas la lectura de un ensayo de David Owen que indaga sobre las enfermedades padecidas por destacados líderes mundiales en los últimos cien años y en cómo han podido influir en la toma de decisiones.

E.M. | El libro de David Owen -médico y político- es un ejercicio estimulante para entender las relaciones entre la política y la medicina, como explicamos en el artículo mencionado. Y lo es porque nos hace ver la importancia que tiene la salud de los dirigentes, la responsabilidad de sus médicos, y nos pone en guardia a los ciudadanos, a los votantes, sobre estos temas. Es muy interesante, además, la alusión al denominado síndrome de Hubris, aquel que pueden padecer algunos políticos que sobreestiman sus capacidades, que se creen una especie de “supermanes” ante los problemas, tomando decisiones que no se sustentan en la realidad, y sin evaluar adecuadamente sus consecuencias. Eso pudo pasarle a Eden en Suez, lo que le valió perder el poder, pero, ¿no es un mal que siguen padeciendo algunos dirigentes?, ¿no habría algún caso en nuestra democracia a comienzos de este siglo? Seguramente ya saben de quien hablamos.

NT | Para terminar, una proyección de futuro. En estas mismas páginas, Juan Antonio Sacaluga se pregunta en su análisis semanal a cuál de los dos momentos históricos (La Gran Guerra de 1918 y la II Segunda Guerra Mundial 1945) se parecerá el mundo cuando concluya la pandemia. A tu juicio, ¿qué lecciones nos deja la historia cara a este momento?

E.M. | Creo que no estaremos en la solución de 1945, precisamente porque Estados Unidos vive una nueva versión del aislacionismo clásico, aunque mucho menos elaborado que el que desarrollaron las Administraciones republicanas de los años veinte, al derrotar las tesis de Wilson, con el America First de Trump. No nos encontramos ante la América post-Roosevelt, con Truman y Marshall capitaneando una intervención planetaria, reconstruyendo Europa occidental y generando una dinámica de riqueza para los propios norteamericanos. Pero aquello se hizo no sólo por la lección dolorosa de lo que había pasado, sino también para enfrentarse a la URSS. En este sentido, el establecimiento del Estado del Bienestar, construido con los tres modelos -británico, alemán y nórdico-, se consiguió con cierta facilidad porque el propio capitalismo entendió que si no se ponía en marcha se provocaría una nueva inestabilidad, y se encontraba muy cerca la posible tentación soviética. El mundo entró, efectivamente, en una dinámica bipolar de guerra fría, pero parece infinitamente mejor a lo que había pasado antes en 1919 con una paz de venganzas, con la crisis del 29 y, por fin con el auge totalitario fascista que a punto estuvo de terminar con la civilización.

No nos encontramos ante la América post-Roosevelt, con Truman y Marshall capitaneando una intervención planetaria

Hoy América vive en el egoísmo mercantilista y de la estrechez de miras en un mundo ya no bipolar. No existe otra superpotencia como la URSS, ¿o la Rusia de Putin puede recuperar ese poder?, ¿es China la sustituta? Interrogantes. Por lo demás, quizás, los norteamericanos, aunque lo dudamos mucho, decidan inclinarse hacia los demócratas, y se reconstruya una suerte de liderazgo mundial.

Pero tampoco nos parece que se pueda entrar en una dinámica como la de la época de entreguerras, aunque los problemas económicos serán gravísimos, y existe ya la tentación populista en todas partes en una suerte de nuevo fascismo de corbata y traje, como vemos en media Europa y en nuestro propio país. Pero el mundo de 2020 tiene muchas características distintas al de 1919, 1929 o 1939.

La tentación populista en todas partes en una suerte de nuevo fascismo de corbata y traje, como vemos en media Europa y en nuestro propio país

No es fácil vaticinar qué pasará; conviene la prudencia, pero también conviene estar alerta sobre lo que está pasando en la Unión Europea, con el egoísmo del Brexit y el nuevo de los Países Bajos, con una China nada democrática, pero ansiosa de establecer lazos con Europa, con una Rusia que se encamina a la presidencia vitalicia o eterna de Putin, y con una América de estrechísimas miras. En todo caso, el conocimiento de la Historia algo nos podría ayudar, aunque la memoria sigue sin ser una virtud muy extendida.

¿Y el mundo no desarrollado? Bueno, ese, como siempre, está destinado al sufrimiento, y más cuando los occidentales padecen problemas, y la filantropía se estrecha a niveles vergonzosos, ya que la justicia nunca se ha practicado. Muchos de sus habitantes seguirán intentando llegar al mundo desarrollado cuando se extremen los problemas de su mundo, jugándose la vida y perdiéndola muchos, mientras ese neofascismo seguirá manipulando esta cuestión ante una población europea empobrecida y atemorizada. No parece un mundo muy halagüeño.

“Esto que padecemos no es una guerra. No caen bombas, no hay frentes ni retaguardias”