sábado. 27.04.2024
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Narrativa | MIGUEL ÁNGEL SERRANO

Una ballena aparece varada en una playa vasca y eso desencadena una serie de actuaciones de autoridades, activistas y público. Lo hace justo cuando va a tener lugar una cumbre del G7 muy cerca de allí, lo que pone en aviso a la policía y los servicios secretos, que llegan a sospechar que es una estratagema de los ecoterroristas. Con esta premisa, Yolanda González construye una narración que mezcla el thriller (¿de qué murió el animal y quién es culpable?) y la descripción de los territorios argumentales en lucha entre conservacionistas y políticos.

El texto desarrolla varias líneas: una de ellas, la descripción de la vida de los balleneros vascos del XVI, que inauguran la matanza de ballenas francas. Otra, las actuaciones de ecologistas que intentan hacer de la muerte de Ilargi, que así es bautizado el animal, algo útil y que retumbe en las conciencias. Por supuesto, los preparativos de la cumbre política, prácticamente un ridículo minué. Además, describe la ensoñación, la enfermedad que sufre una periodista golpeada por la ballena en sus últimos estertores y que pasa en el hospital los pocos días que comprende la narración de esa muerte. No menos importante, hay unas cuantas páginas que recogen un cántico de las ballenas y que están elegantemente tintadas en negro en la edición. Sabiamente mezclados tales argumentos, el lector descubre asuntos sobre el estado de la población del gran mamífero y sobre cómo el mar es un territorio que sigue siendo, para nosotros, la última frontera, el gran desconocido.

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Yolanda González.

Yolanda González ha escrito una novela apoyada en el mito, en el rito y en el grito.

El mito es el de la ballena, el leviatán del quinto día de la creación, la bestia que habita el mundo antes que nosotros (simios locos, en denominación de la autora). Esa pervivencia, alimentada por terrores de marineros de todos los siglos, se ha domesticado por la conciencia ecológica, pero el tamaño, el poder casi omnímodo de tal acumulación de masa sigue asustándonos. No parece cuadrar con el siglo, y el siglo está matándolas con todo tipo de armas: atropellos, acidificación de los mares, basura plástica o la desorientación y el ruido que las hacen varar.

El texto está cuajado de ritos: los aparejos y preparativos de los balleneros vascos del siglo XVI, que atesoran un secreto sobre cómo cazar ballenas que dejaremos que el lector descubra. Los que hayan leído las prolijas descripciones de la explotación de los bienes de los cuerpos muertos de las ballenas en Moby Dick recordarán que casi se parece mas a la minería. Esa es una parte importante del relato, porque no solo describe el tributo en sangre de hombres que se hace a la sangre de las ballenas, sino que también muestra la herida que se deja en los bosques utilizados como fuentes para la construcción de los buques balleneros. Las madres, como protesta callada, el uso industrial del aceite de ballena que supone su maldición, la delicia de la carne de su lengua, solo apta para reyes o el interés político evidente ante tamaña fuente de riqueza. Un interés que ha seguido durante siglos. Están también los ritos de los artivistas, que comprenden que el ecologismo es en gran parte comunicación y performance y se dedican a coreografiar sus protestas, en contradanza con las vacías promesas de los políticos en sus procesiones entre cumbre y cumbre.

El grito es el de las desorientadas ballenas, claro, y también el de muchos ecologistas que asumen que su final es el final de todos, como si esa relación lúgubre de la caza de siglos nos hubiera hermanado con ellas. Que bien pudiera ser.

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Y todo ello se hace con un comedimiento en las tesis políticas y ecológicas (que están, pero con una dimensión ajustada y exacta, como ha mencionado Constantino Bértolo) que dejan su sitio a las historias de los personajes: desde el pescador Mamadou, que vive su experiencia en el mar, entre piratas y esclavos, como un descenso a los infiernos (o a los cielos, cuando se haga activista en favor de los cetáceos y se lance al buceo); al marido de la periodista herida por la ballena, que debe preocuparse también de lo que la vida diaria demanda incluso con su mujer en un “sueño anómalo” como se lo describen los médicos y que parece casi una posesión de Ilargi; o al coreógrafo social (por llamarlo de algún modo) que está preparando los actos de la cumbre del G7. En medio, el estupor, el terror que el simple y gigantesco cadáver deja en quienes van a velarlo, como en una fiesta familiar, conmocionados tal vez por terrores ingénitos.

Ha tenido este reseñista la sensación, mientras leía el volumen, de que asistimos al velatorio, disfrazado de vida, de una muerte lenta e inexorable, que está siempre presente, pero que se oculta como una estrategia para cercenar preguntas: no obstante, el fin de una ballena varada es demasiado llamativo, como si la extinción de su especie se viera resumida así. Tiene toda una sensación de letanía que está presente en el lenguaje de esta excelente novela. Aunque es de suponer que en todo texto donde aparezca el leviatán esto debe ser inevitable. Tal vez Ilargi y Moby Dick se saluden con sus cánticos, esotéricos y ahora fantasmales. Y el lector queda varado en la arena de la novela, tras cerrarla, un tiempo más largo de lo esperable: regresará a su vida con una mirada algo distinta. Eso es lo que hace una buena novela.https://deconatus.com/libros/oceanica/

Oceánica | Yolanda González | Editorial de Conatus, 2022 | 334 Páginas | COMPRA ONLINE
 


Miguel Aìngel Serrano-02[50324]
MIGUEL ÁNGEL SERRANO
es poeta, narrador y crítico literario

El día del Leviatán | "Oceánica", de Yolanda González