jueves. 28.03.2024
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@Montagut5 | En este artículo nos acercamos al estudio del problema de la deforestación en la España de los Austrias.

Entre los siglos XVI y XVII no hubo ninguna catástrofe forestal en España como la que sufrimos en nuestra época pero sí es cierto que el paisaje se alteró en aquella etapa histórica. La tala de bosques hizo que algunas zonas terminaran siendo páramos. También hubo cambios de especies. El roble y otros árboles longevos retrocedieron ante el pino, empobreciendo los recursos forestales. Así pues, desastre no, pero sí retrocesos evidentes. Las causas que explican estos fenómenos son varias, primando unas sobre otras dependiendo de los lugares.

En primer lugar hay que entender las particularidades de la agricultura extensiva por su íntima relación con los bosques y montes. La presión demográfica llevaba a la extensión de los cultivos a través de las roturaciones. En momentos de crisis el bosque respiraba, ya que se frenaban las rozas y podía crecer el sotobosque en los terrenos abandonados, que solían coincidir con los de menor rendimiento agrícola. En las zonas de difícil aprovechamiento agrícola, en zonas montañosas o semimontañosas, el bosque resistía mucho mejor. La actividad ganadera también incidía en los árboles.

El carbón vegetal y la leña, fuentes de energía fundamentales antes de la Revolución Industrial, fueron un factor muy importante en el retroceso del bosque. Entre las industrias necesitadas de leña estaría la textil, ya que se necesitaba mucha potencia calorífica para la elaboración de tintes. Otro factor tendría que ver con la construcción: la madera era elemento fundamental para levantar los armazones de vigas.

La construcción de navíos, especialmente los de la Armada Real, incidió en los bosques de las zonas marítimas cercanas a los astilleros y arsenales, generando fuertes conflictos entre los concejos y los comisarios de la Marina que buscaban la madera. No olvidemos que un barco de guerra necesitaba cientos de árboles.

Las autoridades del Antiguo Régimen intentaron defender el bosque. Los municipios en cuyos términos había una gran riqueza forestal comenzaron en el siglo XVI a establecer ordenanzas sobre la tala de árboles para proteger esos recursos, creándose oficiales para vigilar su cumplimiento, los guardias de montes. La administración real generó una amplia legislación, al respecto, tanto sobre la tala como sobre los plantíos. Los Reyes Católicos dieron una Pragmática en 1496 por la que se restringían la tala de árboles a los grandes bosques y solamente de ramas, para que en el futuro pudieran seguir dando leña. El emperador Carlos dio otra Pragmática en 1518 sobre formación de montes y arboledas con unas ordenanzas, al respecto. Estas disposiciones especificaban la necesidad de que en cada lugar se estudiase dónde era conveniente plantar montes y pinares, así como donde establecer pastos para el ganado sin dañar la agricultura. Se pretendía encontrar un equilibrio entre los tres aprovechamientos, algo harto complicado. Las autoridades locales tendrían la obligación de apremiar a que los vecinos plantasen árboles y vigilar que no se talasen, estableciendo las correspondientes penas por incumplimiento de las ordenanzas. El problema fue siempre el incumplimiento de lo dispuesto, provocando que se repitiesen las disposiciones. Carlos I tuvo que insistir a corregidores y jueces de residencia para que se obedeciesen las ordenanzas, tanto en 1525 como en 1543. Felipe II volvió sobre lo mismo en 1558. Pero, además a instancias de las Cortes de Valladolid, en 1555, se prohibió que los ganados pudieran entrar en los montes que se quemasen, práctica que debía abundar para aumentar los terrenos dedicados al pasto. En esta disposición también se hacía referencia a que los vecinos que tuvieran licencias para cortar árboles se les obligase a reponer lo talado con tres nuevos árboles. Tampoco se permitía cerrar los montes a ningún vecino o comunidad. Por último, se estipulaba que los dueños y pastores del ganado cabrío no pudiesen entrar en estos plantíos.

Los Austrias fueron grandes defensores de los montes de su propio patrimonio. Eran dueños de extensos bosques en los Sitios Reales, administrados por la Junta de Obras y Bosques. Felipe II plantó miles de árboles y demostró una gran preocupación por la importancia de la conservación de los bosques para las futuras generaciones. Se dieron muchas normas y disposiciones sobre los bosques reales, que fueron recopiladas en tiempos de Carlos II. No olvidemos la importancia que estos bosques tenían para una de las actividades favoritas de los monarcas, la caza, un recurso muy vigilado.

La deforestación en la España moderna