sábado. 27.04.2024
El río de la Luna pasa por la vida
Audrey Hepburn canta 'Moon River' en 'Desayuno cion diamantes'

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Pero si te pasara esa cosa horrible que es no tener fe (Julio Cortázar)

La belleza engrandece, mientras más diminuta, más agranda; pero también melancoliza porque nos recuerda la falta de bondad y de verdad que puede albergar cualquier día. No es una visión pesimista, es la muestra incuestionable de nuestra insuficiencia. La subsistencia material es un drama cotidiano rozando la heroicidad, pero la subsistencia afectiva es una tragedia sin héroes. A nadie se le escapa que, en cualquier momento, podemos tener la percepción de que el paso de los años destila y aquilata la decepción, el desengaño, el desencanto, esa tríada que no tiende a romperse, al contrario, se fortalece; parafraseando a Nietzsche, lo que no se rompe, se fortalece.

Uno ha llegado a la conclusión, no sé si feliz, pero sin duda categórica, de que la vida pasa por el cine por imperativo moral y estético, y por salud: la única pantalla benefactora de la humanidad. Todas las demás son una milonga enfermiza pero atrayente, que está enriqueciendo a unos cuantos e idiotizando e insensibilizando a la mayoría.

La vida pasa por el cine por imperativo moral y estético, y por salud: la única pantalla benefactora de la humanidad

Quien dice el cine, dice el arte. Quien dice el arte, dice el corazón. Y diciendo y diciendo Schopenhauer decía que sólo el arte mitiga el dolor del vivir. Y diciendo y diciendo construimos nuestra fábula, nuestra ficción, que nos garantiza la supervivencia como nos enseñó Sherezade. Una persona callada está conspirando o tramando fábulas. Cualquier corazón es una fábula embadurnada de barro terrestre. El corazón, ambiguo como su propietario humano, es ese músculo biológico con una doble función, dique de contención de las banalidades y bomba de la sangre. Te mueres cuando se fastidia lo primero. Te entierran cuando se apaga lo segundo.

El corazón, ambiguo como su propietario humano, es ese músculo biológico con una doble función, dique de contención de las banalidades y bomba de la sangre

El río de la Luna, que hay que cruzarlo con elegancia porque es un viejo creador de sueños, es un estado de ánimo, una pulsión, una conquista; es una canción enmarcada por una ventana, enmarcada a su vez por el abismo entre lo visible y lo invisible y por la voz de Audrey Hepburn, voz de agua, voz sin tiempo, camuflada con el río. Un pensamiento aéreo privado de Henry Mancini y Johnny Mercer y luego público para todo animal receptivo. Hay pensamientos que pesan, y los hay que vuelan. Los que levitan llegan hasta el río de la Luna, detrás del arcoíris, el mismo de Judy Garland en El mago de Oz, el mismo arcoíris poético de Gabriela Mistral. El mismo que dibujamos un día como un niño asombrado entre la levedad de los ángeles y la pesadez de los hombres. El mismo que traza el cine y los pensamientos aéreos de la música de cine. El mismo que asiste por siempre a la desembocadura del río de la Luna mientras Audrey Hepburn le canta, porque ese río, precisamente, desemboca en el corazón, antes de pasar por la vida, formando un inacabable delta llamado belleza, rico en matices y sutilezas, abandonado a su suerte por la especie humana.

El río de la Luna pasa por la vida