domingo. 28.04.2024

¿En qué se asemeja el arte de la fotografía y el premio gordo de la lotería vital? No cabe apreciar lo que tenemos en sobreabundancia y por eso hay que compadecerse de quienes nadan en la opulencia.

Antes las cámaras nos regalaban muy de vez en cuando fotos que servían para recordar acontecimientos o efemérides muy determinados. Aquella foto en blanco y negro heredada de los abuelos era un pequeño viaje a través del tiempo que te remontaba decenios atrás. Algunas quedaban enmarcadas y presidían una u otra habitación. También se hacían álbumes con las fotos acumuladas en una vieja caja de zapatos. Eran muy pocas y eso les daba un inapreciable valor añadido. Si salías de viajes un mes entero, volvías con un par de carretes a lo sumo, lo que te hacía seleccionar severamente cada toma. Cargabas a todas horas con un equipo que utilizabas unos instantes al día. Finalmente ni siquiera hacía falta ver esas fotos. Al ser tan escasas las recordabas perfectamente y podías fecharlas mentalmente con cierta precisión.

Aquella foto en blanco y negro heredada de los abuelos era un pequeño viaje a través del tiempo que te remontaba decenios atrás

La fotografía servía por tanto para ejercitar nuestra memoria visual. Todo lo contrario que ahora. Se hacen varias al mismo tiempo para elegir luego una, pese a que muy pocos lo hacen y conservan incluso las fotos fallidas técnicamente o con un encuadre absurdo. Las imágenes proliferan tanto que se devalúan. Resulta imposible localizar la que buscas, aunque rebusques en la muy abigarradla carpeta de favoritos. Es muy raro ver a nadie portando una cámara fotografía, porque preferimos utilizar nuestros móviles, como para casi todo. Ya no hay que mirar por un objetivo y visualizar la toma en tu pantalla. Este dispositivo regula de moto automático el enfoque y la luminosidad. Además luego puedes recortarlas y mejorar eventuales deficiencias. Pero con todo no tienen la magia de antaño, cuando eras en buena medida el artífice del producto.

Mi padre me compró una modesta Werlisa II cuando yo tenía trece años. El fotómetro era externo. Tenias que aprender a medir la obertura del diafragma y jugar con la velocidad que dabas a cada exposición, para obtener una u otra sensación de profundidad. Debías familiarizarte con las reglas básicas del juego de luces en qué consiste sacar fotografías, cuya etimología significa grabar la luz. También te hacías con un trípode para hacer exposiciones nocturnas y probar suerte a ojo de buen cubero. Después llevabas el carrete a un laboratorio y esperabas días para ver los resultados. A veces decepcionaban un poco, pero en otras ocasiones hasta superaba lo imaginado y te sorprendía tu pericia de aficionado. Luego vinieron las réflex. Otro mundo. La primera que tuve sólo tenía fotómetro y lo demás quedaba en tus manos. Además tenías que cambiar de objetivo según la distancia, para un paisaje o un retrato.

No creo que, sin familiarizarme con todo ese maravilloso proceso, me hubiese aficionado a hacer fotos. Enseguida me tomaron por el fotógrafo de la familia y cubría desde bodas a bautizos, también incluso entre los amigos. Prefería el blanco y negro (para colmo más barato), en mate y granulado. Las diapositivas eran más baratas, pero preparar el proyecto con la pantalla resultaba muy laborioso, aunque las proyecciones fueran memorables. Cada foto era un tesoro que almacenabas en tu memoria. Pero ahora soy incapaz de localizar nada entre las miles que conservo en mi móvil. Hago pequeños álbumes para retener mis paseos preferidos o alguna exposición. Castigo a las amistades con esos envíos que hasta tienen una música no elegida. Un horror.

El premio gordo de la lotería vital pasa por tener suerte con los afectos. Elegir bien a quienes te acompañan en una u otra etapa de tu itinerario vital

Nada como grabar paisajes naturales y humanos en la retina. Las antiguas fotografías ayudaban a conservar esos recuerdos, que ahora se diluyen por una galopante hiperinflación de imágenes. A duras penas recuerdas alguna y nuestra memoria visual se hace más comodona, delegando su antigua tarea en esos dispositivos que llamamos inteligentes. Habría que recuperar el placer de fotografiar, pero siempre cuesta vencer la inercia del menor esfuerzo. Admiro a quienes veo portando una cámara fotográfica. Lo considero una heroicidad. Aunque sean digitales y no analógicas.

Comparto estas reflexiones el día de la lotería. La de navidad, claro. Mi padre madrugaba para ir anotando las pedreas que oía cantar por la radio. Un año le tocó un premio de cierta importancia, pero lo había repartido mucho con familiares y amigos. Quizá fue una bendición. Al parecer muchos de los afortunados con premios generosos acaban luego arruinándose y les cambia la vida para mal. Nunca he sabido envidiar a los multimillonarios. En realidad me dan bastante pena. Aunque hayan amasado sus inmensos patrimonios de la nada, tampoco saben qué hacer con semejante dineral. Suelen darse a excentricidades que rayan el delirio y algunos hasta llegar a la presidencia de sus naciones con mensajes apocalípticos.

La gente que presume de tener amistades a raudales en las redes, no puede saber qué significa realmente la noción de amistad

El premio gordo de la lotería vital pasa por tener suerte con los afectos. Elegir bien a quienes te acompañan en una u otra etapa de tu itinerario vital. Siempre puede salir alguno rana, pero toda regla tiene su excepción. Las parejas y amistades bien consolidadas a golpe de trienios, lustros y decenios es el mejor de los regalos que nos puede dar la vida. Entre los compañeros de trabajo van decantándose relaciones muy sólidas que transcienden las miserias propias de la competitividad. Al final te descubres compartiendo tu valioso tiempo con muy pocas personas que te hacen sentirte a gusto en su compañía. La gente que presume de tener amistades a raudales en las redes, no puede saber qué significa realmente la noción de amistad. Como quien sube continua e incansablemente sus fotos a las redes.

Al final resulta que cierta escasez, dentro de un orden claro está, tiene sus cosas buenas. Resulta difícil apreciar aquello de lo que puedes disponer en abundancia. Lo poco agrada y lo mucho harta. Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Un buen aforismo nos impacta más que interminables peroratas. Esto me hace ver que debería haber terminado hace rato. En suma, no se trata de acumular al buen tuntún, sino de saber seleccionar lo que merece verse coleccionado. Lo archivado en la nube o la memoria de nuestros dispositivos digitales no es nada, si lo comparamos con aquello que conseguimos grabar en la retina de nuestro corazón. 

¿En qué se asemeja el arte de la fotografía y el premio gordo de la lotería vital?