sábado. 20.04.2024
cuurtis

Manchester, finales de los setenta. El paisaje urbano dibuja arquitecturas interiores y sueños febriles que transcurren como la extensión presente de una sustancia corrosiva y contracultural. Atmósfera degradada en la que los pasos del solitario se deslizan por la pendiente oscura del suicidio.Fantasmagoría, gravedad melódica y la percepción oscura de quien contempla el trazo de la vida más allá de sus estrictos márgenes en busca, quizá, de aquello que solo atiende a vislumbrar en el desnudo de su espectro.

Adentrarse en los recintos claustrofóbicos, letárgicos y subversivos de Joy Division es una experiencia que conviene madurar. Una poderosa intimación, como el gesto espasmódico de un aleteo vital, y un hondo desaliento recorren cada una de sus letras y tiene uno la sensación de estar atrapado en el fluido tibio de un universo hipnótico rabiosamente contestatario: es el inicio del post-punk.

Unknow Pleasures, lanzado en 1979, aventuraba el espíritu sombrío y la delicada complejidad emocional de Ian Curtis que, sumido en la introversión melancólica de sus silencios, escribía canciones aislado en una habitación de su casa de Macclesfield. Causticidad implosiva y odio como manifestación de una angustia existencial que busca, como un acto evasivo y desesperado, erosionar el modelo de valores imperante, pero sostenido débilmente en las incertidumbres de su nihilismo: “Shadowplay”, “She´s Lost Control” o la elegíaca y portentosa “New Dawn Faces” integran el repertorio de un LP cuya icónica portada sobre fondo negro, obra de Peter Saville, reproduce las ondas emitidas por el primer púlsar detectado como seña de identidad de lo que nos aguarda allí. Cautiva el desarrollo de su profundidad escénica y creativa; modelo que toma prestado del teatro de la crueldad -vía Artaud y la Velvet Underground-, y su incursión en sonidos especulativos. Tono introspectivo y ambiente lúgubre acompañan el repertorio donde se evidencia una fascinación mórbida por el imaginario nazi en la recreación de ciertos placeres tortuosos. Precisamente el nombre del grupo alude a una novela sobre el Holocausto: La casa de las muñecas, que relata la historia en un grupo de mujeres que son usadas como esclavas sexuales dentro de la llamada “Division de la dicha o el placer”.

En Closer, disco póstumo publicado en 1980, las letras se deslizan junto a una melodía que va adquiriendo, cada vez con mayor intensidad, resonancias fúnebres en la voz de barítono de Curtis. La obra avanza como una progresión experimental y extraña a su materia discursiva: efectos digitales, ecos, reverberaciones envuelven la instrumentación mortuoria y obsesiva tras el sigilo gótico. Asistimos a la dolorosa desintegración del cantante que sucumbe, no en las ficciones propias de la identidad especulativa del yo, sino en el abismo de la culpa que delata su frágil dependencia: “En el juego de sombras interpretabas tu propia muerte sin saber nada más”, había pronunciado.

Más tarde la cuerda, la cuerda alrededor del cuello.

En cuerpo y alma: cancionero de Joy Division de Ian Curtis