jueves. 28.03.2024

En algún lugar deben estar. No es posible que los cuentos se perdieran para siempre sin dejar rastro, pues un cuento es mucho más que un cuento. Los cuentos, en contra de lo que la gente piensa, no se terminan nunca y se alimentan de los cuentos que los niños inventan para hacer grande el cuento.

¿Alguien es capaz de escribir el verdadero cuento de Caperucita Roja? No el que alguien inició un día con apenas unas páginas y un final, no: Me refiero al cuento de verdad, al que ahora llena los recuerdos y la imaginación de millones de niños; ese cuento con millones de lobos distintos; con miles de leñadores diferentes y con finales tiernos o crueles según el adulto que lo haya contado crea más adecuado para los niños. No, los cuentos se hicieron grandes, tan grandes como grande se ha hecho la humanidad y sin embargo, desde hace unos años, los cuentos empezaron a perderse sin encontrar el camino de llegar a los niños.

En algún lugar, en algún espacio lejano, los cuentos que en la historia han sido, esperan sin esperanza que algún niño los descubra otra vez para seguir creciendo y tomando formas; y llenando sueños; y generando miedos; y haciendo que las niñas se sueñen princesas de cabellos de oro que esperan ser rescatadas.

Los cuentos de nuestra cultura esperan que los niños de hoy descubran que son mejores ellos que los que les venden historias que no pueden cambiar; historias que no pueden vivir fuera de las pantallas y que no les dejan jugar a ser héroes o princesas, pero los niños no tienen la culpa de que los cuentos no les encuentren.

Los mayores olvidamos el lugar donde los cuentos esperan y no sabemos volver para hacerlos un poco mejores y llevárselos a nuestros hijos para que sueñen con ellos. A nuestros niños les hemos robado los cuentos y en su lugar les hemos dado unas historias muertas que ellos creen que les gustan porque no conocen otra cosa.

Al lugar donde los sueños duermen entra, de vez en cuando, algún abuelo nostálgico que intenta despertar al Sastrecillo Valiente o a Piel de Asno; que se encuentra con el elefante que confió en el cocodrilo del rio Limpopo y que intenta llevárselos con él para presentarles a un niño que no les entiende; un niño que no es capaz de ver lo que está en su interior y que la pantalla no es capaz de mostrarle. El abuelo lo intenta, pero los cuentos saben que es inútil, que una sola voz no conseguirá despertarlos nunca, pues con cada muerte y con cada olvido se hacen más pequeños y ya hace mucho tiempo que dejaron de crecer y de cambiar, pues los niños dejaron de darles sus sueños para que se hicieran grandes. Un cuento no puedo crecer si los niños no sueñan con ellos y viven sus historias y matan a los malos y se casan con las chicas guapas que no quieren ser malvadas.

Me doy pena yo mismo que no supe hacer crecer los cuentos y me dan pena mis hijas a las que no enseñé para que hicieran crecer los suyos. Algún día ellas, esas hijas pegadas a las pantallas, intentarán regalar un cuento a sus hijos y se darán cuenta de que olvidaron el camino que lleva donde se guardan los cuentos y seguirán olvidados. Será una lástima pero espero que, algún día, alguien descubra que una historia contada a un niño le hace más grande, mas feliz y más persona sólo por el hecho de que un niño y un mayor se han juntado para disfrutar de una historia que ni siquiera es verdad. Ese día, los cuentos despertarán otra vez y volverán a ser grandes, tan grandes como lo fueron siempre.

Los Cuentos perdidos