miércoles. 24.04.2024

En una casa tradicional de la costa cantábrica, Beatriz y Pablo, pasaban el estado de alarma que estaba llegando a su fin. Pablo había heredado la casa, era grande; Beatriz había elegido el altillo para instalar todo lo necesario para seguir teletrabajando, tenía más luz y él lo hizo en la biblioteca que estaba en la planta baja.

Cuando hace años pudieron reformar la casa la habían condicionado también como despacho. Mantenía su estilo rústico, con sus estanterías de la biblioteca madera noble, los sofás de cuero, la mesa baja, la chimenea, sus ventanas enrejadas. El viejo y enorme salón pasó a ser el estar, pintado de blanco a diferencia del resto de la casa, pero conservando las vigas de madera y las dos chimeneas, instalaron el televisor, el equipo de música, un moderno tresillo y todo lo necesario para disfrutar largas estancias, sobre todo en invierno. Desde hacía unos días, cuando no trabajaban, iban a la playa que no estaba lejos;la corta caminata que para ir era agradable, todo en bajada, pero la vuelta, en cuesta y cansados, costaba un poco más. Eran jóvenes y después de tantos días encerrados, lo soportaban encantados.

Después de comer, Beatriz decidió ir a la playa,él se encerró a trabajar en un complejo informe que le había encargado el decano de la facultad. Iba atrasado y se acababa el plazo de entrega. Abrió el ordenador, pinchó sobre el archivo y se desplegó el informe. Le llamó la atención que algunas palabras que había en distintos párrafos tenían un tamaño de fuente mayor y estaban en mayúscula y negrita. Cayó en la cuenta de que era un acróstico, volvió a releer. Decía: «PABLO VAS A MORIR PRONTO». Su reacción fue ir cambiando una a una las letras del acróstico, recuperando el documento inicial. Por más vueltas que le daba, no podía explicarse qué había pasado; no había sido casualidad, alguien había manipulado el informe. Así no podía trabajar, apagó el ordenador. Se quedó sentado, inmóvil, ¿quién?, ¿por qué?, ¿cómo?, eran preguntas que volvían una y otra vez a su cabeza sin dar con ninguna respuesta convincente. Y con cada respuesta fracasada incrementaba su angustia y con ella su miedo. Sin poder dar una explicación lógica decidió no decir nada a nadie, ni siquiera a Beatriz.

Salió del estado catatónico en el que se había sumido cuando escuchó a Beatriz llegar de la playa. Con esfuerzo se levantó, fue al baño y se lavó la cara con agua fría. Logró reponerse un poco. Encontró a Beatriz en el porche, ya duchada, tomándose un gin tonic y leyendo «Los pacientes del doctor García» de Almudena Grandes.«Vamos a dar una vuelta por el pueblo», le sugirió. Ella lo miró extrañada: «¿Qué te pasa?, tienes muy mala cara».

Se dirigieron al centro del pueblo. Pablo le cogió la mano, le daba seguridad, tranquilidad, cosas que había perdido totalmente desde hacía un rato. Sintió su calor. «¡cuánto la amo!», pensó. Cruzaron la plaza, saludaron a un par de policías municipales al pasar frente al Ayuntamiento. Llegaron al paseo marítimo, no bajaron a la playa. Después de ir hasta la punta, a la vuelta, pararon en una terraza. No hablaron durante todo el camino. A Pablo, el acróstico no dejaba de agobiarlo. Pidieron cervezas.«No me engañes, algo te pasa», le dijo Beatriz preocupada al tenerlo enfrente. «Problemas del trabajo, no es nada. No termino de perfilar el documento y se me viene el plazo encima», le dijo mientras la mirada de Beatriz le decía que no la había convencido. Volvió el silencio que ella respetó. Pablo trataba de ocupar su mente pensando en ella. Llevaban quince años juntos y seguía enamorado como el primer día que se fijó en ella. Fue en clase, cuando ella le hacía una pregunta inteligente y comprometida que descolocó al profesor. De pronto le dijo: «Te quiero». Ella sonrió complacida.

Por la mañana, Pablo se despertó tarde y cansado. La ducha no le relajó. Desayunó solo un café. Se sentó frente al ordenador, con aprensión lo puso en marcha y entró en el informe. No había ningún mensaje, respiró hondo. De todas formas, en el estado en que estaba avanzaba poco. Beatriz miró el reloj. Fue a la biblioteca, lo abrazó por detrás y le dio un beso mientras le preguntaba cómo estaba. Se dio la vuelta: «He dormido fatal. Pero me estoy recuperando», mintió. Ella le dijo que iba ala compra y volvería pronto.

No hacía ni cinco minutos desde que había salido a la calle cuando sonó el móvil de Beatriz. «¿Cómo estás?», contestó. Era una contraseña, si hubiera respondido «¿Quién habla?», el otro hubiera colgado. «… yo también te extraño mucho, mi amor» …«ya queda poco, mañana habrá mucho tráfico, volvemos el lunes» …«quedamos el martes donde siempre» …«¡Te quiero, Chema! Hasta muy pronto. Besos».

Después de la siesta, Pablo, más relajado se dispuso a trabajar hasta la hora de la cena. Beatriz se puso con los preparativos para el regreso a Madrid. Estaba contenta, mientras trajinaba por la casa cantaba Ansiedad imitando el acento de Nat King Cole. Pablo la oía cantar mientras, al fin, avanzaba en el documento. Motivado, decidió cenar más tarde o no cenar. De pronto algunas letras comenzaron a cambiar a mayúscula, negrita y a aumentar de tamaño. «TU ASESINO ESTÁ CERCA. VAS A MORIR».Instintivamente trató de eliminar el mensaje, esta vez no pudo. Lo invadió el miedo y el corazón desbocado empezó a latir con fuerza. Estaba cerca, decía; miró alrededor, la ventana, los sofás, la biblioteca, recorrió con la mirada los libros, las carpetas, la foto de ellos dos con Chema, su mejor amigo y la novia que tenía entonces, de sus padres,los recuerdos de los viajes, de la playa, se fijó en los cuadros, la alfombra, no había nadie, nada extraño.

Trató de levantarse, tampoco pudo. Sintió que la garganta se le cerraba y le costaba respirar. No podía dejar de leer el acróstico. «Vas a morir muy pronto». El pánico fue apoderándose de él y penetrándolo. Empezaron a dolerle los ojos, le parecía que iban a salir disparados de sus cuencas. No podía distinguir si lo que descendía por sus pómulos eran sangre o lágrimas El pulso se aceleró más todavía. Su rostro adquirió un color cárdeno. Los latidos retumbaban en sus oídos. Sin embargo, podía oír a Beatriz cantando Si tú me dices ven de los Panchos. Abrió la boca tratando de respirar o quizás gritar. El ritmo cardíaco creció y creció hasta que estalló su corazón. La cabeza de Pablo cayó inerte sobre su pecho. El acróstico desapareció del texto. Desde la foto, Chema sonrió, con una sonrisa mordaz y complacida.

Fase 3 Acróstico