viernes. 19.04.2024
Cubierta-La vida cuando era frágil-sola 1

Entonces una se recuerda muchacha y va hacia un horizonte de sonrisas. Olas viniendo o no viniendo a las arenas, pero concordando entre sí con admirable suavidad. Es esto lo que temo. Pero por un instante el cuerpo alegre, la piel dorada, los ojos azules, limpios, tal vez verdes, la cara sin arrugas. No obstante, digo, no obstante, debajo o detrás o del otro lado se es mendiga, se duerme debajo de un puente totalmente ebria y abrazada a una muñeca, se putea, se es desdentada, sifilítica, cancerosa, aún si ahora al borde de la piscina del hotel adorada por cuanto ojo macho ha dado Hispania fecunda. Se está sifilítica, sí, no objetivamente, no como para irme a consultar a un sifiliógrafo, sino mentalmente comida, mordida y luego escupida por un tigre no del todo hambriento (por eso el suicidio pronto, prontísimo). Mordidos los bordes, arruinada, monstruosamente herida, incurable, aún si los ojos azules, tal vez verdes”, escribió Alejandra Pizarnik (en su texto El Escorial), intentando, como siempre, tratar de explicar lo inexplicable. Lo inenarrable.

Cubierta-La vida cuando era frágil-solaTodo eso que se siente cuando la mirada del otro se transforma en un puñal, una pluma, una lanza. O cuando nuestra culpa se abraza a la perversión de los demás, con la única intención de mirarnos de reojo y espiarnos las ganas. Sinceramente, leer esta novela y que las palabras de Alejandra no explotaran en mi cara, me resultó imposible.

El tan afamado y vapuleado género ¿femenino? como martirio, juez y testigo. El mandato como ofrenda. El premio y el castigo de haber nacido ¿mujer? y tener que ¿pagar? el milagro, la oportunidad, la consecuencia

El cuerpo textualizado y sexualizado. El texto corporizado. El significante y el significado frente a los ojos de los demás. Nosotras como objeto y sujeto de deseo. Nuestras ganas de gustar. De ser aceptadas y ¿queridas? por un mundo que, entre otras cosas, nos venera, nos redime, nos justifica y nos mata, en nombre de nuestra tan vapuleada libertad.

Foto. Ada Valero.La adolescencia como escenario de toda esa fragilidad. El suicidio como liberación y como excusa. La pluma de Ada Valero (escritora y licenciada en Filología Románica y Literatura Alemana Contemporánea por la Universidad de Friburgo) que se transforma en filo y hace huella en cada palabra. En cada espacio. En cada lugar. Que llega para desenmascararnos y perforar la llaga. Para apoyarse delicadamente sobre todas aquellas cicatrices que pretendemos ocultar.

Dos amigas inseparables. Dos adolescentes que buscan y encuentran la muerte en un garaje. Un auto como escenario y refugio de lo incontenible. La voz desesperada de un padre que nos cuenta al oído lo peor que nos puede llegar a pasar.

La pluma de Ada Valero que sigue haciendo huella. Que nos marca, nos persigue y nos sentencia hasta el final (que en este caso, y como casi siempre, es el comienzo de todo).

Cuando el cuerpo es la herida