jueves. 28.03.2024
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Ediciones Destino. Madrid, de Andrés Trapiello: año 2020. Tantas palabras le dejan a uno sin palabras. Por eso voy a usar algunas de esas palabras (frases, párrafos, varios repetidos a lo largo de este libro literario y enciclopédico, más literario que enciclopédico) para tratar de explicar lo que he leído leyendo este libro enorme (en el sentido de volumétrico). Un libro que es un encendido elogio de la medianía cautivadora de Madrid, o eso me ha parecido a mí. Un libro que comienza así:

“Madrid es una ciudad estrepitosa y bizarra (por decirlo con dos italianismos) y, si se le pilla el punto, fascinante”.

Y que más adelante, abundando en ese ensalzar sus escasos motivos para ensalzar Madrid, podemos leer en él:

“La incuestionable fealdad de Madrid es parte de su belleza. Quitádsela, haced bonito a Madrid, y adiós muy buenas. Para ver ciudades bonitas, ya hay muchas. Pero una fea-bonita como Madrid, pocas”.

Más (casi al final del libro, leo esto):

“A mí Madrid, que es una ciudad descacharrada y hecha a empellones, me gusta como acompañamiento y no me molestan sus imperfecciones. Al contrario, me acompañan como las conversaciones de los parroquianos en un café, si no suben de volumen, y el ruido de la calle, si no estrepita”.

Recorre Trapiello la historia de Madrid varias veces, pero yo te dejo con este breve resumen en el que el escritor leonés afincado en Madrid (“el día que decidí venir a Madrid fue el más importante de mi vida”) echa mano de un gran historiador (cosa que no hace casi nunca en el resto del libro):

“Su historia, nos recuerda Santos Juliá, es la de una ciudad que ha querido ser con Austrias y Borbones la capital de la monarquía; con los liberales del siglo XIX la capital de la nación; en 1931 la capital de la República; en 1939, con Franco, la capital de España, y desde 1978 la capital del Estado. En la actualidad yo creo que apenas es ya nada, solo el buzón donde todo el mundo, principalmente ‘las provincias’, como las llama Ortega y Gasset, dirige sus quejas y reclamaciones. Pero no solo: ha sido, como ninguna otra, la de las ocasiones perdidas. Aunque sin exagerar: tampoco es un proyecto en ruinas”.

No es que Trapiello, un escritor que se ha visto obligado, lo cuenta él, a escribir mucho para ganarse la vida, esté muy preocupado por lo que cuenta, por su veracidad. Prefiere el diletantismo de los literatos a las certezas (escasas) de los historiadores. A las pruebas me remito:

“Yo leo esas historias en libros recientes y antiguos que a menudo se contradicen entre sí, pero como no nos va la vida en ello, todas me parecen bien. La frase de Baroja, ‘lo importante es pasar el rato’, aplicada al presente, qué sé yo, pero ahora, aplicada al pasado, tiene sentido. Bueno, tampoco, porque no hay pasado que no modifique el presente, pero lo decía como Baroja: no hay que solemnizar ni el presente ni el pasado”.

trapiellomadridY como no hay que solemnizarlo, el pasado, pues contamos las cosas como se las leemos a quienes casi con toda seguridad pueden estar (muy) equivocados. (Trapiello llama cárpetos a los carpetanos, “golpistas catalanes” a los recientemente juzgados secesionistas de Cataluña, tacha a las Cortes de Cádiz de “republicanas”, considera que España recibió ese nombre tras la entronización castellana de Isabel I la Católica, se inventa a un general Martínez Barrios, coloca en julio de 1936 al frente del primer golpe a Franco, al que secundaron Mola, Queipo y Sanjurjo, nos dice que el establecimiento lotero de doña Manolita no ha salido nunca de la Puerta del Sol, donde lleva años sin estar, o que Vicálvaro, Villaverde, Barajas y alguno más dejaron de ser pueblos para incorporarse al municipio de Madrid… en 1944). Lector, no te recomiendo que quieras saber (históricamente) sobre el pasado de Madrid, ni sobre el pasado así en general, leyendo Madrid. Para lo demás, este es tu libro. (“Las leyendas, claro, no están para creérselas, sino para transmitirlas […]. Y digan lo que quieran los libros de Historia”.)

No cabe duda de que el escritor quiere a Madrid, porque…

“Madrid es principalmente donde han vivido la mayor parte de las personas a las que he admirado, contemporáneos nuestros o del pasado, y a las que he querido, donde yo mismo he vivido solo o acompañado de aquellos cuya existencia me es tan o más necesaria que la mía”.

Trapiello, que se tiene por un escritor que prefiere no llamar la atención (frente a los que viven “de una manera literaria”) y hace finalizando este libro una encendida defensa de la tauromaquia, “la fiesta”, como la llama él, escribe mucho aquí sobre el callejero madrileño, sobre todo contándonos las vicisitudes de ese consejo de sabios del que formó parte convocado para asesorar al consistorio madrileño presidido por Manuela Carmena con el objeto de hacer cumplir la llamada ley de memoria histórica. Y de lo mucho que escribe, él que no quiere que las calles tengan nombres de personas, destaco su defensa de que ni Largo Caballero ni Prieto merecen nombrar una calle si tampoco lo merece un franquista. Y ahí lo dejo.

            “La única manera de evitar la equidistancia es apostar por la ecuanimidad”.

Es este un libro en el que se habla también del coronavirus, un poco, por ejemplo para acusar al Gobierno de Pedro Sánchez de alentar manifestaciones multitudinarias “de neto carácter ideológico que lanzaron la epidemia a proporciones exponenciales”, y por tanto de agravar la enfermedad, además de actuar con un alto grado de incompetencia.

El árbol de Madrid es desde hace doscientos años la acacia, que es a lo que huele la ciudad en primavera, leo en este libro. Y la vista más bonita de Madrid es la que se contempla desde el cementerio de San Isidro: el Palacio Real, la Almudena, San Francisco el Grande…

“Los azules plateados de la sierra del Guadarrama que pintó Velázquez son tan madrileños como la plaza de la Cebada o la Puerta de Moros, Él los pintó desde un aposento de la Torre de los Vientos del Alcázar, helador en invierno y horneado en verano”.

Por cierto, yo soy de Madrid, nacido y avecindado. Y, aunque sé que haber nacido en Madrid no me da derecho a nada como sé por Trapiello que dijo Ernesto Giménez Caballero, suscribo muchas cosas de las que sobre ella escribe aquél, sobre otras prefiero quedarme en la sombra del simple escritor que escribe sobre lo que escriben otros escritores más leídos. Mucho más leídos.

“La historia de los últimos doscientos años de Madrid es la pugna a muerte que libran en las ordenanzas municipales la voracidad de los especuladores y la sentimentalidad de los cronistas municipales”.

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El mayor urbanicidio que ha conocido en toda su historia la ciudad de Madrid se produjo durante el franquismo, “cuando el poder se puso de parte de los especuladores”. Lo escribe Trapiello, que prefiere a Carlos III frente a Enrique Tierno Galván (de quien dice que era “un pedante y un pelma”), y tiene para todos, también para “aquellos que se sienten moralmente superiores”, o sea, para los que perdiendo la guerra finalmente la ganaron.

“Para todo el mundo el futuro es siempre la mejor inversión a plazo fijo: si ganas, porque ganas, y si pierdes, o sea casi siempre, porque la culpa es de otros, y ya se encarga uno de contarlo a conveniencia”.

Según el autor de Madrid, desde que es capital del país, desde que en 1561 la corte regia se trasladara a Madrid como única sede, Madrid es “una mezcla de providencia, provisionalidad e improvisación”. Y para él acabó siendo “aquello que nadie como Benito Pérez Galdós ha definido mejor: una ‘mezcla de desechos de ciudad y lujos de aldea’, el paraíso”. De nuevo, la fascinación por la medianía cautivadora de Madrid.

“Madrid es la ciudad, más que ninguna en España, donde las cosas que pasan podían no haber pasado y las que no tenían que pasar, acaban sucediendo”.

GaldósGaldós, que sale muchísimo en este libro, a lo largo de él y con varias entradas en esa segunda parte de pretensiones enciclopédicas del volumen sobre el que escribo, Galdós, que tiene un capítulo completo, “porque sin Galdós no se entiende Madrid”. Galdós, que lo que hizo con Madrid fue “un trabajo del espíritu”. De Madrid, hiperbólico Trapiello, se dice en este libro que “tiene el alma que le dio Galdós”. Siendo Fortunata y Jacinta, aparecida en 1887, “no sólo ‘la gran novela de Madrid’, sino el gran libro sobre Madrid” (y, tan es así, que para el escritor de origen leonés, desde que leyó esa novela Madrid es “el corazón de la literatura”). Aunque Trapiello considera que el mejor retrato literario “que se le haya podido hacer a la ciudad” es la Guía espiritual de España que Galdós publicó en 1915. “Galdós, el más grande de los escritores de su tiempo”. Galdós, cuyo amor por Madrid no lo era por ser amor a la ciudad, sino por ser “amor a las criaturas que viven en ella”. Y, ya puestos, vayamos hasta el infinito con Galdós:

“Acaso el galdosiano es el único Madrid que haya existido, antes incluso de Galdós, y el único que aún pervive extendido por toda la ciudad”.

Por su parte, el arte de Francisco de Goya es “en pintura lo que Galdós sería en literatura: tan completo como inabarcable”. Aunque, para Andrés Trapiello, el que fuera, “sin proponérselo, el gran pintor de Madrid”, bastándole con “pintar lo que tenía delante, claro que para ello lo primero que hizo fue vivir en las afueras”, es el madrileño José Gutiérrez-Solana, escritor asimismo y autor también entre 1913 y 1923 de meritorias, “deslumbrantes”, páginas dedicadas a la ciudad de Madrid.

En esa segunda mitad que es el libro Madrid, a modo de enciclopedia, su autor le dedica una entrada propia a ‘Madrid’, que dice así:

“Para ser ‘nada y de nadie’, de Madrid todos creen tener algo que decir, y por lo general acaban diciéndolo. Y a Madrid todo le parece bien, porque es Madrid”.

Termino por constatar algo que constata casi en la despedida de este libro tan “revuelto” el propio Trapiello, quien trabajó en él durante cuatro años aprovechando el fruto de sus cuarenta años de vida madrileña, admite que pudiendo elegir entre levantar su libro, como se suelen levantar las ciudades, con materiales nuevos o con derribos, él ha “sido más derribista”. Dicho queda.

El demasiado Madrid de Andrés Trapiello