viernes. 19.04.2024
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Una de las consecuencias más impresionantes del paro en esa época fue el espectacular aumento de los suicidios. En 1933 se mataron unas 23.000 personas

@Montagut5 | Las cifras del paro a partir del estallido de la crisis del 29 en los Estados Unidos fueron multiplicándose año tras año. Si al principio se calcula que había un millón y medio de parados, en 1930 se alcanzó la cifra de más de cuatro millones, aproximadamente el 8’8% de la población activa. Al año siguiente ya había casi ocho millones de parados, llegando al paroxismo en 1932 con unos doce millones de norteamericanos en paro, un 24% de la población activa.

Las ciudades norteamericanas se llenaron de parados, de personas que habían perdido sus hogares y dormían en portales o a la intemperie. Aparecieron las ciudades de lata, o Hoovervilles, llamadas así de forma irónica en relación con el nombre del presidente Hoover. Los alquileres eran imposibles, y también se hizo muy difícil comer. Los que tuvieron más suerte, es decir, los que conservaron sus empleos, vieron disminuidos sus salarios desde el año 1930 porque muchos de ellos, además, pasaron a estar ocupados a tiempo parcial.

Otra de las consecuencias más impresionantes del paro fue el espectacular aumento de los suicidios. En 1933 se mataron unas 23.000 personas.

Los médicos e instituciones de asistencia social comenzaron a ser conscientes de la repercusión del paro en la alimentación e higiene de las personas. Se hizo un esfuerzo para establecer menús que aseguraran la necesaria aportación calorífica, y al menor precio posible. El US Bureau Economics se dedicó a recomendar este tipo de menús o raciones a bajo coste. Pero hasta la llegada de Roosevelt, la Administración no fue muy activa a la hora de buscar soluciones o paliar los estragos de la crisis. Entre algunas excepciones que pueden citarse estaría la del municipio de Tulsa en el estado de Oklahoma. Dicha localidad compró alimentos en grandes cantidades a comerciantes locales para distribuirlos entre los parados, estableciendo tres tipos de raciones: una para adultos, otra para jóvenes, y una tercera para niños.

En aquellos momentos de aguda crisis social, la alternativa revolucionaria no cuajó en los Estados Unidos. La respuesta social fue muy tibia respecto a la magnitud de la situación. Es un tema que ha interesado mucho a la historiografía. Se produjo un auge de la insolidaridad en plena crisis. Los que conservaban sus puestos de trabajo aceptaron reducciones de salarios o peores condiciones laborales para mantenerlos, sin emprender una lucha sindical de envergadura. En los que habían perdido todo o casi todo no se dio el camino desde el sufrimiento personal hacia una protesta más o menos organizada. Se produjo un auge del conservadurismo social que frenó los posibles conatos de desestabilización. Seguía existiendo una confianza en el sistema, que hacía muy poco tiempo había generado una riqueza sin precedentes, aunque fuera sobre pilares tan endebles. El respeto a la norma volvió resignadas a amplias capas de la sociedad.

Aún así, la situación en Europa fue algo distinta a la que hemos visto en Estados Unidos. En Gran Bretaña y Francia hubo importantes protestas, y la conflictividad social fue la tónica en muchos países europeos. En Norteamérica cabe aludir a la marcha de 11.000 veteranos hacia Washington en 1932, reclamando los prometidos bonos de guerra. Un capítulo especial merecen las “marchas del hambre”, que surgieron en distintos lugares de Estados Unidos, las luchas contra los desahucios, protagonizadas por los consejos de parados que surgían en los bloques de viviendas afectados, los cortes de carretera por agricultores en Iowa, o las batallas entre mineros y la policía en Kentucky. La represión policial fue siempre muy contundente en Estados Unidos. Además, se intensificó el mensaje mediático del miedo a los “rojos”, algo que terminaría por ser muy frecuente en el futuro. Si Europa se incendió en los años treinta, no ocurrió lo mismo al otro lado del Atlántico.

La crisis del 29 y el paro en Estados Unidos