sábado. 20.04.2024
bportad

1 de mayo de 2020: ¿Sabéis esa sensación de disfrutar un libro como si lo que te cuenta fuera lo más importante que nadie pudiera contarte jamás? Estoy comenzando a amar a Jonathan Coe.

Eso es lo que escribí en Facebook cuando me alegré de haber descubierto hace tiempo a Coe y de haberme decidido por fin a leerle.

«El tiempo presente y el tiempo pasado
quizá estén los dos presentes en el tiempo futuro,
y el tiempo futuro contenido en el tiempo pasado».

T. S. Eliot

b7El Club de los Canallas, aparecida en 2001, y El Círculo Cerrado, de 2004, son respectivamente la séptima y la octava novelas del brillantísimo escritor inglés Jonathan Coe, espléndidamente traducidas por Javier Lacruz en 2002 y 2007. Por su parte, El corazón de Inglaterra, traducida en 2019, también magníficamente, por Mauricio Bach y publicada en su edición original un año antes, es su decimosegunda novela.

Coe pareciera el cruce sublime entre la simpatía cáustica de Nick Hornby y la excelente literatura analítica de otro paisano suyo, el gran Ian McEwan. Hilarante cuando quiere y su narración lo necesita, levemente oscuro y doloroso cuando el libro lo pide, Jonathan Coe es, en esta brillante trilogía escrita a lo largo de dos décadas, para mis sentidos y mis sentimientos lectores un gigante.

El Club de los Canallas

Alguien, al principio de El Club de los Canallas, nos avisa sobre el pequeño, el sublime juego que esconde esta deslumbrante novela:

   “Te puedo contar esta historia, pero a lo mejor te quedas colgado. No tiene final. Sólo se       corta. No sé cómo termina”.

No nos preocupamos: su interlocutor responde…

    “Puede que yo sepa el final”.

Inglaterra, 1973. Hasta allá nos lleva Coe (“¿te imaginas?, un mundo sin móviles, ni vídeos, ni Playstations, ni siquiera faxes”). Estamos a finales de ese año, Yes saca su sexto elepé, Tales from Topographic Oceans, del que un personaje de la novela dice que en él “el mensaje es el enigma”. Por situarnos. Sí, Yes y aquella armonía suya “con la majestad de la música”, como escribe alguien (uno de los protagonistas del libro, de la trilogía) en una crítica que podemos leer en las primeras páginas de El Club de los Canallas. Eso parecería que va a copar la narración, la música de aquellos días. Y no. No exactamente. Porque en esta novela alguien pude conocer “el aliento de Dios”, Benjamin, por ejemplo, quizás el gran protagonista (no lo es) de las tres novelas de Birmingham escritas por Jonathan Coe:

b6“Nada de aquello tenía sentido para Benjamin, por mucho que lo intentara. […]. Pero tampoco era que le convencieran las cosas que le decían sus padres o los profesores del colegio. Era el mundo, el mundo mismo, lo que quedaba fuera de su alcance, todo aquella construcción tan absurdamente inmensa, compleja, fortuita, inconmensurable, aquel infinito flujo y reflujo de relaciones humanas, políticas, culturas e historias… ¿Cómo podía aspirar alguien a dominar semejantes cosas? No era como la música. La música siempre tenía sentido […] Nunca entendería el mundo, pero siempre amaría aquella música. La escuchaba con Dios a su lado, y sabía que había encontrado un hogar”.

Verle o no sentido al mundo. Y vivir en él enteramente. De eso van muchas novelas. Esta, por ejemplo. Y sus dos prolongaciones. (Por cierto, la música que Benjamin escucha “con Dios a su lado”, es, por ejemplo, la de Hatfield and The North, un oscuro grupo de (rock progresivo de) aquellos tiempos, y otra música que escucharemos más adelante. (The Rotters' Club es el título original de esta novela y del segundo elepé de la banda.)

El Club de los Canallas, las otras dos novelas también, tiene de alguna manera otros protagonistas que no son los personajes perfectamente creados por Coe, las “fuerzas sobre las que tú no tienes ningún control, fuerzas históricas”. Menos literarias que Benjamin, Lois, Doug, Philip, Claire, Colin, Paul… y los demás, pero desde su poder de ámbito real y fabuloso a un tiempo tan decisivas en la narración como esos muchachos de Birmingham a quiénes veremos crecer.

Jonathan Coe sabe que mucho de lo que pretende recordar “lenta, inexorablemente, empieza a desvanecerse en la brumosa falsedad del recuerdo”, como afirma uno de sus personajes, Benjamin, que reconoce que esa es la razón por la que escribe determinadas cosas aun a sabiendas de que al escribirlas lo único que consigue es falsificar cuanto cuenta si bien “de un modo diferente, más artístico”.

“¿Sirve para algo la narrativa? Me lo pregunto muchas veces. Me pregunto si la existencia puede realmente reducirse a unos cuantos momentos extraordinarios, tal vez seis o siete de los que se nos conceden a lo largo de una vida, y si buscar alguna conexión entre ellos no será inútil. Y me pregunto también si habrá algunos momentos en la vida que no sólo merecen ser fijados con palabras, sino tan repletos de emoción que se vuelven elásticos, atemporales, como el momento en que Inger y Emil se sentaron en aquel banco del rosal y sonrieron a la cámara, o cuando la madre de Inger levantó la persiana hasta el tope del alto ventanal de su cuarto de estar, o cuando Malcolm abrió el pequeño joyero y le pidió a mi hermana que se casara con él. Si le dio tiempo”.

b5Jonathan Coe, como su Benjamin, que también es escritor, no tienen nada que temer en su “apuesta por la eternidad”, en su lucha contra el tiempo: cuenta para ese combate con dos armas poderosas que sabe emplear como el gran literato que es, cuenta con su imaginación y su memoria. 

Dolores que no se van jamás; “tentativas secretas de inmortalidad musical” (en el caso de Benjamin); la ciudad de Birmingham como principal escenario; pero también Londres y “los bultos sombríos y amenazadores” de sus “innumerables y brutales torres de pisos” que la convierten en “una enciclopedia de cemento de historias ocultas, de inescrutables cascotes de vida secreta”, Londres y los primeros conciertos de The Clash, Londres y la noche en que Doug “se enamoró de la clase alta” sin dejar de saber de dónde venía; las “quemaduras del inconsciente” de las frases que durante décadas fueron derramando los racistas británicos para crear el odio insidioso y la ruptura que veremos en las siguientes novelas…  

    “Los setenta fueron una época muy rara. La música es otro ejemplo”.

Finales de la década de 1970 y el nacimiento del punk y todo lo que vino después, el amanecer del “rock de la cola del paro”. Pero también los años de la gestación de “una nueva clase de conservador”, que sólo veía negocios, de retórica feroz, una clase de conservador “antisistema social, anticomunitaria, anticonsenso”. Una clase de conservadores (y conservadoras) que iba “a tomar el poder y a quedarse allí mucho tiempo”. Años de un cierto tipo de triunfalismo ante “la muerte del sueño socialista”, de una excitación que disfrutaba “no porque se estuviera creando algo nuevo, sino porque se estaba destruyendo algo”. Tiempos británicos de cambio. Tiempos ingleses de cambio. Adiós a “la redistribución de la riqueza a través de los impuestos”, adiós a “la igualdad de oportunidades”, adiós a aquellas “nobles aspiraciones”, adiós a una época que se les escapaba de las manos a quienes la habían forjado (y disfrutado).

En esta primera novela de lo que ¿ha acabado? siendo una trilogía ya aparecen reflexiones sobre lo que significa ser inglés (no británico, o también, que eso leyendo a un inglés no suele quedar claro). Así, un personaje afirma de ellos, de los ingleses, que “somos una gente muy violenta”, aunque los ingleses no se den cuenta…

“Luego nos arrepentimos, por eso somos tan melancólicos… Pero primero hacemos… lo que haya que hacer”.

“Violencia y melancolía”.

b1Coe, que escribe admirablemente sobre los momentos en los que la vida se comporta “como si fuera algo urgente”, sabe ser gracioso, quizás porque ha aprendido que, como alguien escribe en la novela, “todo aquello que de verdad tiene gracia siempre es de verdad”. También sabe deslumbrar brevemente, con una sutileza de gran literato con fogonazos poéticos como esta poesía que escribe una de las principales protagonistas de las tres novelas, Lois: 

“cinco mil años es mucho tiempo
para cualquiera,
para estar muerto, y enterrado
en un cromlech cubierto de hierba.
el murmullo de la lluvia
me escalda mientras recorro
los senderos muertos
a oscuras
entre estas almas ligeras
que aún alientan
sus huesos como
polvo entre mis dedos”. 

El amor (esa “felicidad monstruosa y divina” que es estarlo), el enamoramiento, también el desenamoramiento, su ausencia, recorre inevitablemente la trilogía, no podía ser de otra manera. Sobre el amor podemos leer a Cicely (un personaje muy importante del ciclo):

“En eso consiste el amor, ¿no? Es un estado en el que…, en el que las personas se ayudan mutuamente a ver cómo son de verdad”. 

Como dice alguien de la historia que en ella se cuenta al final de esta novela memorable, El Club de los Canallas “es una historia preciosa. Está llena de cosas bonitas: amistad, bromas experiencias positivas, amor… No todo ha sido un horror”. Porque “las historias nunca se acaban de verdad”, quizás por eso Coe escribiera El Círculo Cerrado…

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El Círculo Cerrado

“El premio de consolación del inconsolable”, la superación de (o el fracaso ante) una “breve, ridícula y devastadora historia de amor adolescente”, un “seguir siendo esclavo del pasado” es la trama principal del regreso de los amigos de Birmingham, ahora a los comienzos del nuevo milenio, en los primeros años de este siglo XXI. 

¿Te acuerdas cuando parecía que a las doce de la noche del comienzo del año 2000 “los sistemas informáticos mundiales se colapsarían”? El Círculo Cerrado arranca de aquellos días… Días en los que el discurso político era ya “una especie de campo de batalla donde los políticos por un lado y los periodistas por otro discuten y pelean constantemente por el significado de las palabras”. Días en los que ya no importaba las cosas que decían los políticos sino cómo se interpretaban. Días de aquella Inglaterra:

“La obscena inconsistencia de su vida cultural, el triunfo grotesco del brillo sobre la sustancia, todos los clichés que eran clichés, precisamente, porque eran verdad”.

En el círculo de amistades de los protagonistas de El Club de los Canallas pareciera que, aunque “han pasado veinte años, en el fondo, nada haya cambiado”. Uno de los personajes de la novela afirma en un momento dado que “nunca cambia nada”. ¿Nunca cambia nada? No habría ficción si tal cosa fuera así. Tampoco realidad, pero en ocasiones nos gusta pensar que es así, que todo permanece. Un personaje femenino de El Círculo Cerrado habla sobre un relato que acaba de escribir: “es un relato, Me lo he inventado”. Y ella se pregunta:

“¿No se supone que la literatura tiene que ser reveladora, que te tienes que expresar? Si no, ¿dónde está la gracia?”

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La inevitable invención y el poso de realidad ineludible como esencia de la ficción literaria. Una vez más. 

Nadie es consecuente con todas sus convicciones. Los personajes de estas novelas de Coe tienen un rigor de carácter tan acentuado que están perfilados como auténticos seres humanos imperfectos e inseguros. Literatura sobre los fabulosos escombros de la verdad.

Pareciera en ocasiones que lo fortuito y lo milagroso conforma la realidad, esa verdad tan inasible que la Gran Literatura, la de Jonathan Coe lo es, es capaz de convertir en orden y emoción. Aunque su personaje Benjamin (el rey de la expresión “es un punto de vista”) llegue a las lúgubres conclusiones que a menudo pervierten el natural desenvolvimiento consecuente, comprensible, de los relatos que leemos:

“Sólo hay caos. Caos y coincidencias. Nada más”.

Y “todo tiene una causa”. Siempre hay una decisión tomada quizás haga doscientos mil años, o un día, detrás de cuanto un humano le acaba de hacer a otro. Pero hay pautas para llegar hasta los orígenes de cada asunto. Un poco eso sobre lo que conversan Philip y Claire (cuando hablan del origen de la maldad) es mi oficio de historiador. También el de literatos como Coe. 

Benjamin, que se sabe, en tanto que escritor, “rastrillando las brasas de mi insignificante vida, a ver si la convierto en algo importante a base de soplar y de alimentarla con una buena dosis de política”. Y al leerle a él en la novela de Coe, sé que a quien estoy leyendo directamente a través de él es al propio autor de El Círculo Cerrado.

“No hay elección posible
cuando las posibilidades
son infinitas”. 

Las perversiones sociales racistas, las posturas extremistas nacionalistas inglesas (británicas) van adueñándose, invadiendo la narración de la trilogía, lentamente: aparecen para, como veremos, ser esenciales en la tercera de las novelas de Coe (escritas sin pretensiones de continuación, que conste). Alguien le dice a Philip respecto de las personas que defienden esos postulados radicales:

“Es gente desequilibrada. El miedo y la sensación de impotencia que tienen son tan fuertes que no los pueden esconder. En realidad, por eso lo hacen: Quieren que la gente vea el miedo que tienen”.

Hay en esta novela entrañable y conmovedora, lo hay en las otras dos (que también lo son), un querer salir de ese anclaje al pasado de muchos de los personajes de las tres novelas, Benjamin sobre todo, de necesitar vivir el presente “viviendo para el futuro”, un intentar zafarse del pasado “que seguía dándoles alcance con sus delicados zarzillos”, un querer seguir adelante: “el cuento de nunca acabar”. En estos libros hay personajes tan espléndidos que de ellos podemos leer (en este caso de Claire):

“Aquella lluvia, aquel cielo inglés, aquella masa apurada y preocupada de humanidad amargada y mojada, esas eran las cosas que la definían”.

En estos libros podemos aprender que la libertad está sobrevalorada, la individual, la libertad absoluta, porque puede haber quien, como Benjamin, acabe “aburrido de las responsabilidades que implicaba”.

Aunque casi al final podemos leer que “el círculo se había cerrado por última vez”, aquella intención de Coe no triunfó porque años después escribió otra novela impresionante, la tercera del ciclo. 

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El corazón de Inglaterra

Los cuarenta años de amistad de aquellos jóvenes de Birmingham son retomados por Coe con un objetivo: explicarse a sí mismo, explicárnoslo a nosotros por medio de una novela, que está siendo todo esto del Brexit, a la vez que intenta acercarnos a qué es eso de ser inglés, al corazón de Inglaterra. Mientras Benjamin se convence a sí mismo de no “dejar de contrastar el pasado y el presente”.

Hay una canción de la cantante folk inglesa Shirley Collins, Adieu to Old England (“una historia antigua de pérdida de privilegios”) que se establece como poética banda sonora del recorrido esencial de esta novela nuevamente deslumbrante, cercana y asombrosa, única y aleccionadora.  

“Adiós, vieja Inglaterra, adiós
Y adiós a algunos cientos de libras
Si el mundo se hubiera acabado cuando era joven
Nunca habría conocido estos pesares”.

[Shirley Collins canta Adieu to Old England] 


Londres, y su “multitudinario, espontáneo y en cierto modo jactancioso cosmopolitismo” sigue siendo más protagonista, más escenario, como en la anterior novela, que la Birmingham que casi copó completamente los ámbitos de la primera de las tres.

¿Es inmoderada la estima de los ingleses por la moderación, como afirma alguien en la novela? ¿Son un país de excéntricos, como dice Philip que mantienen muchos? ¿Es Inglaterra, y siempre lo ha sido, un país muy raro, como piensa algunas veces Doug? ¿Existe una melancolía inglesa, con su “guarnición de mórbida nostalgia”? Lo que es Inglaterra seguro, el Reino Unido imagino que también (en estas novelas de Coe, el Reino Unido aparece oculto por el alma de Inglaterra), es un país compuesto por gentes que habitan “universos diferentes” separados por un muro “altísimo e indestructible” levantado “a base de miedo, suspicacias y tal vez incluso algo de esas cualidades tan propias de la particular idiosincrasia inglesa: el pudor y la vergüenza”. En El corazón de Inglaterra vemos con claridad la “enorme brecha que divide a la sociedad británica” y que se viene manifestando explícitamente, de manera descarnada, desde que se inventó la palabra Brexit (al principio se decía Brixit, como leemos en la novela). 

“La nostalgia es una dolencia inglesa, sentenció Doug. Los ingleses estamos obsesionados con el maldito pasado, y mirad adónde nos ha llevado eso recientemente”. 

(Doug, el que dijera en otra ocasión que “la sutileza es una dolencia inglesa”.) Y también el silencio en el que se sabe refugiar Benjamin, sin lograr mantenerse finalmente al margen de aquel huracán, sobre todo aquella noche tras la retransmisión televisiva de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres en 2012: 

“El silencio de Inglaterra sumergiéndose en el sueño profundo y satisfecho, el tipo de sueño del que uno disfruta después de celebrar una fiesta que ha sido un exitazo, cuando todos los invitados ya han regresado a sus casas y uno sabe que no tiene ninguna necesidad de madrugar al día siguiente. Esa noche Inglaterra parecía un lugar relajado y asentado, un país que se siente cómodo consigo mismo”. 

El mundo, que no siempre es un lugar horripilante, que pocas veces es un lugar inspirador; el mundo, con sus cruces de caminos y las elecciones que uno ha de hacer y que tienen “el potencial de alterar tu vida”; el mundo, ese lugar donde aún hoy algunos se emocionan cuando escuchan las notas del Tubullar Bells de Mike Oldfield; ese lugar en el que de vez en cuando las personas que se preocupan por el mundo tan sólo son adictas “a sentirse ofendidas por las actividades de los demás”, en el que se dan los “presuntos luchadores por la justicia social” y las cruzadas morales, el de la tormentosa corrección política que acabó por soliviantar a los conservadores fanatizados por una manera peculiar de entender la libertad y enardeció su populismo nacionalista prefascista; el mundo, donde hay quien es capaz, como uno de los personajes liberales de El corazón de Inglaterra, de decir que “la gente ya ha aguantado demasiado a los intelectuales”; donde otro personaje se siente pleno de rabia por el “aire de superioridad moral” que proyectan quienes se dicen de izquierdas, alguien cuyo “modelo para las relaciones se basa en el antagonismo y la competición, en lugar de la cooperación”… El mundo en el que se sigue dando “la misma batalla: la batalla que nunca cambia”. 

Gracias, Jonathan Coe

Me importa muy poco no ser inglés, británico, qué más da, no me importa en absoluto no haber aprendido (como probablemente tampoco Coe, ¿quién lo necesita?) ¿qué es ser inglés? Pero escuchando la pureza delicada celestial y humana a un tiempo de The lark ascending me siento un ser humano inmenso, mucho mejor desde que he leído estos tres libros y he descubierto gracias a ese novelista descomunal la obra de Vaughan Williams (el de una “concepción de la música como el alma de una nación”): una vez más, dentro de la mejor literatura se esconde… la música. Y, como siempre ocurre con las novelas primorosas, lo mejor no fue aprender algo sino recordar lo que ya se sabía para no olvidarlo quizás nunca más. 

[La Orquesta Filarmónica de Londres, con David Nolan al violín y dirigida por Vernon Handley, interpreta The lark ascending, compuesta por Vaughan Williams]


21 de mayo de 2020: Jonathan Coe, gracias. Gracias por “esa combinación de frescura, de originalidad, ese repensar por completo la forma”, al tiempo que tu escritura es muy fácil de ser leída, seductora (como uno de tus personajes cuenta que es la música, para mí inalcanzable como valor artístico, de Hatfield and The North). Gracias por esa exploración tuya de los “intersticios” que hay “entre la ficción y la autobiografía”, como hace tu Benjamin. 

Gracias totales. Seguiré cumpliendo tu implícito consejo:

“Escribe sobre lo que conoces”.

(No recuerdo haber llorado al acabar una novela, en este caso tres novelas conectadas, salvo cuando finalicé la lectura de otra joya humana, La Tía Julia y el escribidor, una de las deslumbrantes novelas de otro gigante, Mario Vargas Llosa. Es un llanto complejo, breve y exacto: es el llanto por un mundo en el que uno ha vivido emocionado y al que no regresará, es un agradecimiento rotundo y una despedida.)

Desde el corazón de Inglaterra: Jonathan Coe y el Brexit