jueves. 28.03.2024

 

Que nadie piense mal. No voy a llamar “popular” al extinto Dictador y, menos aún, fascista al vigente Regidor ¡Dios me libre! Rechazo la moda de banalizar el uso de una palabra tan grave por respeto a quienes de verdad sufrieron el fascismo. Voy por otro lado.

Los relaciono, con inocua extravagancia, porque el primero unió la suerte de Francisco Largo Caballero con su joven ministra Federica Montseny al reclamar a Francia la extradición de los dos, mientras que el segundo emparejó a Caballero con su compañero, y sin embargo enemigo, Indalecio Prieto al borrarlos a la vez del callejero.

El año pasado al anunciarse la alcaldada (impugnada ante la justicia) empecé a escribir una columna sobre el asunto pero cuando me di cuenta ya se habían publicado muy buenos artículos en defensa de estas dos grandes figuras del socialismo. Así que, ya puesto, decidí seguir escribiendo para intentar añadir una biografía sobre Largo Caballero a las que ya hay publicadas. En ello estoy, dando  los últimos toques, pero me gustaría con estas páginas adelantar una modesta contribución a la memoria del primer y único obrero jefe de gobierno de éste país en el 75 aniversario de su muerte.

Los caminos de Largo Caballero y de Federica Montseny  se cruzaron en dos ocasiones. En 1936-1937 en el Gobierno y en 1941 en la cárcel de Limoges (Francia), en la zona dependiente del gobierno colaboracionista de Vichy.

Federica Montseny se formó como militante y como dirigente anarquista en Barcelona aunque había nacido en 1905 en Madrid donde su padre el pedagogo y escritor Juan Montseny, alias Federico Urales, llegó desde Cataluña para promover la cultural y la política ácrata, con pocos resultados.

Por eso se reconvirtió en agricultor. De niña Federica fue feliz en la última finca que el padre arrendó en Madrid,  la Huerta Zabala, situada en el Arroyo Abroñigal cerca del Puente de Vallecas, hoy en plena M-30. De la anterior finca por la carretera del Este tiene peores recuerdos ya que se entristecía al ver pasar los coches fúnebres hacia la Almudena y los toros hacia la plaza de las Ventas.  Urales se enredó al mismo tiempo en actividades teatrales ruinosas y la familia tuvo que volver a Cataluña. Federica Montseny tiene calle en Madrid sin que nadie, menos mal, haya pensado en quitársela, que yo sepa.

Montseny reconoce en sus memorias (Mis primeros cuarenta años) que no tenía buena opinión de Largo Caballero hasta que formó parte de su gobierno en 1936.

Para el anarquismo es una herejía entrar en un gobierno, sea el que sea, pero la situación era excepcional. La sublevación militar de julio del 36 había fracasado en casi todas las grandes ciudades, pero las tropas rebeldes estaban a las puertas de Madrid y eso lo valoraron en la CNT: “Tomar la capital significaba la consagración internacional del golpe de Estado. Esto lo comprendíamos también nosotros”.

Pusieron la condición de que el Gobierno en vez de gobierno se llamase Consejo de  Defensa. Caballero, pacientemente, les dijo que no era una buena idea: “aceptar la constitución de un Consejo Nacional de Defensa, nos equipararía a la Junta de Burgos, haciéndonos perder una de las pocas cartas que en el terreno internacional nos quedan: ser el gobierno legítimo de la República española, nacido del resultado de unas elecciones”.

La CNT aceptó cuatro carteras pero Montseny recibió muchos consejos para que no fuera ministra. Joan Peiró, líder del sector posibilista de la CNT fue quien más influyó en su decisión pese a que ella estaba en las posiciones del anarquismo puro:Si no aceptas tú, el golpe que representa nombrar una mujer, por primera vez en la historia de España para un cargo de tal naturaleza, perderá todo efecto”.   

Así, en plena guerra, fue ministra de Sanidad, la segunda mujer en Europa, después de Alexandra Kollontai, que lo había sido en 1917 en el primer gobierno de los Soviets.  Retrató a Largo Caballero y a sus compañeros de gobierno en la primera reunión del Consejo de Ministros el día 7 de noviembre de 1936:

            “La mirada socarrona de Indalecio Prieto, las sonrisitas maliciosas de Irujo, la hostilidad manifiesta de Hernández y Uribe, ministros comunistas, la cortesía de Giral y Bernardo Giner de los Ríos, la obsequiosidad de Álvarez del Vayo... Pero por encima de todos estaba Largo Caballero, con su concepto rígido de la dignidad del cargo que ocupaba y de lo que debía ser el Gobierno de un país. Pese a que no poseía la oratoria de Prieto, la cultura de Negrín, el pasado político de Giral… lo cierto es que imponía respeto y que sabía encauzar y dirigir los debates, no dejándose influir por nadie. No disimulaba, o lo disimulaba mal, la poca gracia que le hacía ver a una mujer perdida en ese grupo de hombres, todos encanecidos ya en la política, con excepción de los ministros comunistas, tan noveles como nosotros.

Sin embargo, poco a poco, tales reservas fueron desvaneciéndose. Largo Caballero tuvo a bien aconsejarme sobre la función que me estaba encomendada y sobre todo con recomendaciones cuando veía que a mí me preocupaba más el curso de la guerra y de la revolución que la buena marcha de mi Ministerio.

Enseguida el Gobierno tuvo que salir del Madrid sitiado para instalarse en Valencia. Los ministros iban y venían para animar a los defensores de la capital.  Federica Montseny  dice que  pasaba la mayor parte del tiempo en Madrid:

            “Aquellos meses de noviembre  y diciembre de 1936 permanecen en mi memoria como los más extraordinarios de mi vida. Ver a todo un pueblo espontáneamente movilizado, trabajando febrilmente por organizar su defensa, no es un hecho histórico que se vea todos los días. Luego me fue dado contemplar el desplome de poblaciones como París, en mayo-junio de 1940, y en contraste ese recuerdo de Madrid, en noviembre de 1936, queda en mí como algo sublime e inolvidable”

Caballero y Montseny habían salido del Gobierno tras la crisis ministerial de mayo de 1937 y al  perderse la Guerra Civil, como tantos republicanos se refugiaron en Francia.

Cuando Alemania invadió Francia, en diferentes fechas viajaron desde París hacia el sur, a la llamada “Zona Libre” (que no lo era tanto) para no ser detenidos por la Gestapo y evitar correr la misma suerte que Peiró, Compayns, Zugazagoitia, y otros que fueron devueltos a España y fusilados.

Largo Caballero narra en Mis Recuerdos la odisea en su viaje hasta Albí (Occitania) con sus tres hijas (era viudo y los dos hijos varones estaban prisioneros en la zona “nacional”) y una cuñada.  Salieron el 12 de junio de 1940, dos días antes de la entrada del ejército alemán en París y tardaron cinco días en llegar a Albí, cambiando de coche a camioneta y de camioneta a tren, con todas las carreteras y vías colapsadas por miles de franceses y extranjeros exiliados que huían aterrorizados.

Pero el embajador de Franco en París,  José Félix de Lequerica, se dedicaba a rastrear a los refugiados españoles y tanto Montseny como Caballero fueron detenidos a finales de 1941, encerrados en la cárcel de Limoges y sometidos a un juicio de extradición.  Ella estaba muy preocupada por Caballero, por su mal estado de salud y por estar sometido a una demanda especial de extradición: 

            “Personalmente no fui maltratada y me beneficié de deferencias y atenciones que no tuvieron, por ejemplo, con Largo Caballero…

Por cierto que el director de la cárcel de Limoges, me expuso su sorpresa ante el caso que consideraba excepcional, de un hombre que, como Largo Caballero, había sido jefe de Gobierno, al preguntarle:

-¿Cuál es su profesión?

Respondiera citando su especialidad como obrero del Ramo de la Construcción:

            -Estucador”.

Ganaron el juicio pero solo Montseny quedó en libertad (en régimen de residencia vigilada)  mientras que Caballero fue deportado a Alemania e internado en un campo de concentración.

Largo Caballero e Indalecio Prieto estuvieron juntos en el PSOE pero casi siempre en las antípodas. De formación muy diversa tenían, dentro de la misma causa, concepciones dispares sobre  el compromiso político. Caballero decidió  ingresar en la Sociedad de Albañiles “El Trabajo”  en 1890 y seguidamente en la UGT y en el PSOE.

A partir de ese momento consideró que la organización obrera siempre estaría para él por encima de todo.

Prieto era un verbo suelto, al que no le importaba mucho la disciplina de partido y no escondía su social-liberalismo. En el libro de Octavio Cabezas Indalecio Prieto se lee una anécdota según la cual Luis Araquistáin, sentado junto a él en los escaños de las Cortes, le hizo un comentario al oído mientras escuchaban un discurso latoso: “Como usted, Carlos Marx sufría de almorranas crónicas” a lo que contestó rápidamente, impasible, sin abrir los ojos “en algo tenía yo que ser marxista”.

Santiago Carrillo que lo cataloga de bon vivant  advierte en sus Memorias: “Pese a estas características ideológicas y vitales Prieto no era en absoluto un conservador; era un luchador, muchas veces temerario”.

Caballero no lo soportaba. Decía que era “perito en crear conflictos al Partido” del que se autonombraba representante, que se piraba del país en cuanto olfateaba el peligro, que nunca había estado afiliado a la UGT, etc.  En las polémicas internas discreparon sobre la dictadura de Primo de Rivera y sobre la Guerra Civil, pero convergieron en la implicación socialista para el advenimiento de la República y en la necesidad de la Revolución de Octubre del 34.

En el primer gobierno de la Republica (1931-1933) Prieto fue ministro de Hacienda y también de Obras Públicas y Caballero de Trabajo. Largo Caballero en poco más de dos años cambió toda la legislación a favor de los trabajadores. Incluso los aliados republicanos le pedían que parara el ritmo porque en España en dos años se habían dictado más leyes sociales que en Francia en sesenta años de República. 

Volvieron a coincidir políticamente después de la Segunda Guerra Mundial cuando se vio que, pese a la derrota de los fascismos, no habría intervención militar occidental para liberarnos del régimen franquista. Caballero y Prieto pedían la mediación internacional para desmontar pacíficamente la dictadura mediante una “Transición” sometiendo a referéndum la forma de gobierno mientras que el gobierno en el exilio creía innegociable la restauración de la República.

Los últimos seis meses de su vida los pasó Largo Caballero en París tras ser liberado por los soviéticos del Campo de Sachsenhausen en Oranienburg (Brandeburgo). Llegó a la capital francesa, a mediados de septiembre de 1945, reventado y envejecido  pero con muchos ánimos:  “Más español y más socialista si cabe que nunca con fuerzas físicas y con ánimo resuelto aún, me he propuesto la misión de trabajar, de seguir trabajando, mejor dicho, por mi país y por la clase a la que pertenezco”.

Prieto, que vivía en México, intercambió cartas con Largo Caballero en las que se mostraba plena sintonía sobre el llamado “problema español” y la “solución plebiscitaria”. En esa última batalla Caballero encontró el apoyo de otro viejo adversario, el Partido Comunista, pero le costó la ruptura dolorosa con sus íntimos colaboradores Araquistáin y Rodolfo Llopis.

Poco después de la muerte de Caballero, Indalecio Prieto escribiría a Carmen Largo Calvo (que  acompañó a su padre en todas sus vicisitudes en las dos fases del exilio en Francia) expresando su alegría por el postrer acercamiento: Una de las mayores satisfacciones de mi vida política la ha constituido mi absoluta coincidencia con él sobre el problema español”.

Antes de ser presidente de la Agrupación Socialista Madrileña, secretario general de la UGT, presidente del PSOE, ministro y jefe de gobierno, Largo Caballero había sido un entusiasta militante, incansable promotor del cooperativismo social y eficaz gestor de la importante Mutualidad Obrera que dio servicios a miles de trabajadores. Al ser elegido concejal del Ayuntamiento en 1905 fue el azote de la rampante  corrupción hasta el punto de que el alcalde, Alberto Aguilera, al ver llegar a Largo Caballero junto al también concejal socialista Pablo Iglesias exclamó: “Señores, hay que sacrificar ciertas costumbres, porque ha entrado en la Casa ¡la pareja de la guardia civil!”.

Tanto tuvieron que bregar los ediles socialistas en la Casa de la Villa que Largo Caballero confesaría: “Me fue más penosa la función de concejal, que el desempeño del cargo de Ministro de Trabajo”

El Caudillo de España y el Alcalde de Madrid