viernes. 19.04.2024

Amistad a primera vista. Muy de vez en cuando, la vida nos ofrece la posibilidad de apreciar, de forma casi inmediata, que alguien tiene esa calidad moral y personal que nos atrae, que nos pide que nos hagamos amigos sin importar demasiado las circunstancias. 

Por fortuna, yo he tenido alguna de esas experiencias -muy pocas, la verdad - y una de ellas me dejó dos regalos estupendos: el amor a una ciudad amable, acogedora y en la que es fácil sentirse feliz y tranquilo y el privilegio de un amigo distante y querido que, como viejo periodista de raza y apunte rápido, me hace disfrutar de cada línea que me escribe con la precisión de un bisturí que incide allí donde él sabe que está lo importante. Mi amigo Guillermo Pérez trabajaba y seguirá trabajando, hasta que esa tinta que circula por su cuerpo se detenga, en El País de Uruguay como redactor jefe tras una larga y provechosa carrera de periodista. 

Él me enseñó el video al que hago referencia en el texto que tuvo la gentileza de publicar en su diario y luego me ha ido dejando caer otras muchas enseñanzas que valoro en su justa y altísima medida. 

Mi querido Guillermo, un abrazo distante como siempre y muchas gracias por tu amistad. Nos esperamos en Cabo Polonio.

CASCOS

En Montevideo, por la noche y en la madrugada, el viajero se sorprende con un sonido olvidado. El “clop-clop” de los cascos de un caballo que arrastra el carrito donde se acumula el cartón, los muebles vencidos y una gran parte de la miseria de la ciudad.

De esa intención, basada en el sonido de los cascos de un pobre caballo cansado, nació el Grito del Canilla, homenaje a todo un pueblo que quiere ser grande sin olvidarse de nadie

Son caballitos humildes, de la raza que olvidó el orgullo bajo el recuerdo del palo. Son el último eslabón de la pobreza, la encarnación de la moderna esclavitud; pero inconscientes.

Mientras la ciudad cambia y se hace más bella; mientras la rambla se abre al paseo y al sol de otoño; ellos nos recuerdan muchas cosas que no se pueden olvidar.

Es posible que esos humildes caballitos, de andar cansino cuando vuelven a unas cuadras que no llegué a conocer, tengan el secreto de la amabilidad de la ciudad. Sólo es posible, pero me gusta pensar que una ciudad que no ha perdido a los caballos es una ciudad que se acuerda de que tiene que estar al servicio del hombre, que sabe guardar el secreto de la Plaza de Zabala con sus bancos al sol, sus perros, sus niños y sus viejos.

Montevideo debe saberlo, pues el sonido de sus caballos se metió por derecho en una pieza publicitaria que, con orgullo, quiso rendir homenaje a sus miserias; quiso reconocerse en todos sus habitantes sin excluir a nadie.

De esa intención, basada en el sonido de los cascos de un pobre caballo cansado, nació el Grito del Canilla, homenaje a todo un pueblo que quiere ser grande sin olvidarse de nadie.

Es posible, sólo posible, que no se pueda ser más grande.

(*) Canilla es el nombre con el que se conoce en Uruguay a los vendedores de periódicos que deambulan por semáforos y aceras ganándose un escaso jornal. En otros países se les conoce como canillitas.

Cascos