viernes. 29.03.2024

En 1912 fue publicada la obra más conocida del poeta sevillano Antonio Machado: “Campos de Castilla”. La obra representaba en aquel entonces un gran giro en la lírica del autor ––después de su poemario “Soledades”––, y anunciaba su alejamiento de la corriente modernista en la que había hecho sus primeros pasos.

Antonio Machado dejaba atrás las descripciones subjetivas y la introspección ––legada de la escuela de Rubén Darío–– para integrarse en el movimiento intelectual del noventa-y-ocho. En esa estética encontró los elementos para describir la Castilla austera del principio de siglo XX, sus personajes y paisajes más oscuros, sus ambientes decadentes y su patriotismo desconsolado.

Hoy ––cuando a punto estamos de celebrar el centenario de la publicación de esa maravillosa obra––, Antonio Machado se ilustra como el autor más representativo de su generación y sus versos dejan entrever una melancolía que renace con el fantasma de la crisis en España.

La indignación y la sensibilidad de sus textos, la relación que existe entre la tonalidad y el paisaje, pueden servir de modelo a una poesía que se alimenta de la actualidad y recoge el innegable decaimiento de un modelo económico, la pérdida de derechos y su efecto sobre la confianza de un país.

Un siglo más tarde, resulta interesante reflexionar sobre lo que representó “Campos de Castilla”. Fue, sin lugar a dudas, la expresión de un estado de ánimo, la ilustración de un patriotismo herido, la crítica de una sociedad anclada en unos valores demasiado conservadores e incapaz de abrirse a ciertas reformas y, finalmente, un deseo de justicia tan vivo como amargo. Prevalece el ideal democrático y liberal del autor, alimentado por su estancia en Francia, pero también el recuerdo de momentos tan duros como la muerte de Leonor ––la esposa de Antonio Machado––.

En sus meditaciones rurales, el poeta sevillano describe la falta de esperanzas y la desconexión de una gran parte de la población: “En estos pueblos, ¿se escucha el latir del tiempo? No. En estos pueblos se lucha sin tregua con el reló, con esa monotonía que mide un tiempo vacío”. Mientras que en el poema “A orillas del Duero”, el autor dibuja la caída precipitada de una sociedad: “Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora”. En su poema crítico “El mañana efímero”, Antonio Machado retrata una España atrapada en sus fantasmas: “Esa España que ora y bosteza, vieja y tahúr, zaragatera y triste, esa España inferior que ora y embiste, cuando se digna usar de la cabeza”.

Así pues, el desengaño y la expresión de gravedad ––tan característicos del 98–– son palpables en “Campos de Castilla”. Pero, ¿hasta qué punto la obra de Machado es actual? ¿Cuáles son las imágenes que persisten? Innegablemente son pocas. Al recorrer la inmensidad del territorio ibérico, resulta fácil comprobar que España ya no luce ese vestido rural de antaño, ya no se caracteriza por el hambre generalizado, sino más bien por su costa mediterránea edificada hasta la saturación o el AVE que la recorre. Y, sin embargo, el país se encuentra en el momento más delicado desde el franquismo.

Ahora, la idea de una “generación perdida” mancilla el desarrollo de los últimos diez años. El desempleo amenaza la estabilidad de los hogares y de la economía. El vacío político y el malestar popular se han materializado en las protestas del 15-M (que recogen lemas tan críticos e irónicos como la famosa obra que aquí comentamos).

El panorama no es el mismo que hace un siglo ––es una realidad––, pero la tonalidad es igual de grave. Sentimos como Machado la urgencia de un cambio y el desaliento creado por la falta de propuestas. El desfase entre el deseo y la actualidad, las sensaciones y las imágenes.

Un siglo después, son tiempos para volver a leer a Machado, sentir la eternidad de sus versos, la dulce música de sus rimas, y reflexionar.

Campos de Castilla, cien años después