viernes. 19.04.2024
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Ninguno de nosotros se encontró con Bárcenas, con Rajoy, con la Cospe, con la Espe y eso que vive cerca, con Florentino, con Botín, con Blesa, con Rato, con Felipe, con Guerra o con los de las tarjetas opacas. Ninguno era partidario del Cocido madrileño y menos de la sobremesa en El Café Comercial

Este texto está dedicado al Café Comercial de Madrid, ubicado en la Glorieta de Bilbao, cerca del Barrio de Malasaña, nombre de la modistilla madrileña asesinada por las invasoras tropas napoleónicas y durante los años cercanos, lugar de jolgorio nocturno (mis recuerdos al Café del Foro y a su factotum y amigo querido Marcial Blanco y al Parnasillo de su hermana), cerca del ahora famoso barrio de Chueca, civilizado por la homosexualidad madrileña y mundial. A tres pasos del cuartel de Conde Duque, centro de exposiciones y conciertos veraniegos; del Palacio de Liria, símbolo de la rancia aristocracia española y de la Plaza de España, hoy en manos del coloso mundial y asiático. Cerca, en la antigua calle Hortaleza, los conventos, hoy renovado por el Colegio de Arquitectos uno, y otro adaptado y ocupado por UGT, que conserva el lavadero de las monjas, en su claustro. Al este la plaza de Santa Bárbara y su cervecería homónima; las Salesas de la Justicia, el edificio del PP, reformado con dinero discutible, y su balcón de victorias y derrotas. Más allá la Plaza de Colón, lugar de manifestaciones de la derecha y de obispos antiabortistas, y la Biblioteca Nacional. Detrás, el Museo Arqueológico, espléndidamente renovado, con entrada y salida a la Milla de Oro madrileña.

Al oeste el barrio de Argüelles, barrio de la universitaria pequeña burguesía, estudiantil y complutense, frontera de la Guerra Civil y espacio universitario por antonomasia y sanitario por sus aires guadarramenses e higienistas y su proximidad a las facultades de Medicina, Farmacia, Instituto de Medicina del Trabajo, antes también del Instituto Anatómico Forense, y múltiples centros sanitario, públicos y privados.

La fachada del Comercial embuda la calle Fuencarral, más ancha en la parte de arriba para hacerla ahora más angosta hasta el edificio de la Telefónica de Gran Vía, ayudado por la tarta blanca que frente a él es el edificio de la sucursal madrileña de seguros Ocaso, y ofrece un amplio escaparate por su privilegiada fachada, a la glorieta de Bilbao en toda su amplitud. Escaparate a la inversa, pues lo mirado es el exterior y no el interior. Prácticamente toda la fachada es cristalera incluida la puerta giratoria que da paso al clásico mostrador antiguo, amplio, para los clientes de paso. Caminando recto entramos directamente en el espacio de mesas alineadas de mármol negro veteado por hilachos blancos, y desgastado por el tiempo de uso permanente, patas de madera negra y sólida, a un lado pesadas sillas y al otro sillones corridos tapizados de skay color vino tinto de Toro. Grandes espejos en toda la gran pared izquierda encima de otra tira de sillones corridos. Separado en dos y sostenido el gran espacio por una hilera de columnas. Al fondo a la izquierda, los servicios con lavabo exterior unisex. Todo respira antigüedad. Antigüedad digna, sin decrepitud. Lujo austero o austeridad de lujo. Hay una relación respetuosa entre cliente y decorado que conforma un ambiente sumamente singular. Todo el mundo está ensimismado en lo suyo, sea leyendo, escribiendo sin portátil, conversando con el o la acompañante. Todo sin estridencias horteras. De vez en cuando alguien llega y saluda al que espera o se sienta en una mesa solo. Las mesas están muy próximas pero sin embargo conservan la intimidad de los clientes. Luz de café, cuando no lo inunda la natural que entra por las amplias cristaleras. Poyetes  de mármol negro anchos en las cristaleras para depositar abrigos, bolsos, y demás acarreos de manos. Lugar privilegiado, el de las cristaleras, que está permanentemente ocupado por sus vistas a la bulliciosa Glorieta.

Entrando al gran salón e inmediatamente a la derecha, conviviendo con el espacio para los camareros, se inicia una escalera que supone un Tourmalet para los no entrenados clientes que pretendan acceder al espacio superior. Merece la pena. Un espacio sin separación añadida pero con algunos rincones, abierto con balcones de modesta dimensión, pero que ofrecen una visión en altura sobre la Glorieta totalmente diferente a la del salón. Mobiliario y decoración de la misma edad que en la planta baja pero diferente. Más dispersas las mesas y las sillas de madera con reposabrazos. Esta dispersión permite agrupar mesas para tertulias y grupos. Incluso celebrar actos de presentación minoritaria de libros o eventos. En ambas plantas se puede picotear y, sólo en la superior, comer en serio; y si es un grupo se puede solicitar con antelación un menú.

Durante cerca de dos años, al final de la primera década del siglo XXI, y mensualmente estuvimos celebrando un grupo de conocidos los que denominé “Cocidos del Comercial”. Subiendo las escaleras a la izquierda, en un espacio abierto pero singularizado. Mi amigo Juan Sotres se encargaba de concertar el día con el encargado del Café y el menú siempre fue el mismo: Cocido madrileño. No conozco que nadie se quejara ni de su calidad ni de su cantidad. El coste se repartía alícuotamente entre los asistentes y en los casos en los que invitábamos a un conocedor del tema elegido, su cocido corría de cuenta de todos los beneficiarios de su sapiencia. Allí escuchamos con interés a un catedrático de árabe hablarnos del entorno político, económico y social en el que, en aquel mismo momento, se estaban produciendo las primaveras en los países del norte de África. A Emilio Criado sobre la ciencia en España. Algunos sindicalistas “justificaron su ausencia debido a su agenda”.

Creo que todos encontramos un espacio para la exposición de ideas, para el debate sin coacción, para el intercambio y para el disfrute de la sobremesa pausada y cultivada. Todo esto era prácticamente imposible en el exterior del Comercial, para cada uno de nosotros dentro de los distintos y diversos espacios en los trabajábamos o colaborábamos: Organizaciones políticas de izquierda y sindicato (en este caso CC.OO.). Más tarde llegó el 15-M y después Podemos. Ninguno de nosotros, creo, estuvo en sus orígenes pero sí en su protohistoria.

Elegimos y coincidimos en el Comercial porque todos lo conocíamos y lo habíamos frecuentado durante décadas desde la dictadura. Porque allí habíamos quedado antes del cine y después del cine, con amigos y amigas, con camaradas. Porque nos habíamos topado sorprendidos con personalidades conocidas de la vida cultural y social. Porque ninguno de nosotros se encontró con Bárcenas, con Rajoy, con la Cospe, con la Espe y eso que vive cerca, con Florentino, con Botín, con Blesa, con Rato, con Felipe, con Guerra o con los de las tarjetas opacas. Ninguno era partidario del Cocido madrileño y menos de la sobremesa en El Café Comercial.

El café Comercial: En el corazón de Madrid