viernes. 29.03.2024
LIBRERÍA CAZARABET | EL SUEÑO IGUALITARIO

Caballos de hielo

El historiador oscense, Luis Antonio Palacio, describe cómo fue la investigación y el caso que llevó a Román Lacambra a ser el último condenado a pena de muerte de la comarca del Alto Aragón en los años cuarenta.

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'Caballos de hielo', rescatamos esta historia desde la pluma del historiador Luis Antonio Palacio.

El autor e historiador oscense,  Luis Antonio Palacio, muy amigo de esta casa de nuestro Cazarabet, conversa sobre su libro 'El  Sueño Igualitario', una obra de investigación, muy narrativa, que nos acerca a un caso real, como tanto le gusta a Palacio y que ya hizo lo propio con la excelente 'Carbón Rojo'. 

Lo que nos dice el libro, la sinopsis…

El 23 de marzo de 1949 moría ejecutado a garrote vil en el patio de la Prisión Provincial de Huesca el reo Román Lacambra Trallero, autor confeso del inexplicable asesinato de una mujere en la pequeña localidad de Laperdiguera. Sería la última persona que perdería la vida a manos del verdugo en el Alto Aragón. Nacido en Peraltilla en 1915 y conocido como “el Alforjero” por las raterías que le habían hecho célebre en la comarca del Somontano de Barbastro, su vida podría constituir un perfecto trasunto de la trayectoria del país a lo largo la época más agitada de su historia: sus primeros años transcurrirían durante la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República, en su juventud conocería la revolución y la guerra, amén de las prisiones, batallones de trabajo y campos de concentración franquistas. Al poco de abandonar la prisión de Las Capuchinas su imprevisible naturaleza le impulsaría a alistarse voluntario para luchar en Rusia en las filas de la División Azul. De vuelta a España, no tardaría en ser arrestado bajo la acusación de haber actuado como guía de algunas de las partidas guerrilleras que habían atravesado los Pirineos para combatir  al régimen de Franco. Las torturas a que sería sometido en aquella ocasión—que incluirían un falso fusilamiento en el cementerio oscense frente a los cuerpos de tres hombres que acababan de ser ejecutados ante sus ojos—desembocarían en un agudizamiento de sus problemas mentales, con toda probabilidad ligados a la esquizofrenia, y, en última instancia, en los trágicos hechos que costarían la vida a Carmen Plana y al propio Román. Su muerte injustificable en el garrote culminaría un proceso repleto de arbitrariedades, convirtiéndole en la segunda víctima de un crimen en el que el asesino más cruel no sería otro que el sistema judicial de la dictadura franquista Siguiendo el hilo del sumario del caso, al autor aprovecha estas páginas para revisitar una época cargada de acontecimientos, mucha veces relatados pero todavía muy desconocidos por gran parte del público español.


Cazarabet conversa con Luis Antonio Palacio Pilacés:

- Luis Antonio, ¿qué te hizo acercarte al caso del crimen del “alforjero”, Román Lacambra?; ¿Qué fue lo que te llamó tu atención?

- Luis Antonio Palacio Pilacés: Yo tuve conocimiento de la existencia de este personaje cuando realizaba trabajos de campo por los pueblos del Somontano de Barbastro en busca de hombres de aquellos pueblos que hubieran viajado a Rusia en las filas de la División Azul. En Peraltilla me hablaron de un tal Román Lacambra que todavía era bien recordado por los más mayores, y que al parecer era un hombre extraño, que recorría los caminos vagando de aquí para allá por toda la comarca, desapareciendo un día para aparecer más tarde cuando y donde menos se lo esperaban…. Pero lo más extraordinario era que los testimonios coincidían en que había sido ejecutado en el garrote vil por haber matado a una mujer de un pueblo cercano; y no sólo eso, sino que en otros puntos de la comarca se le acusaba de haber sido autor de algunas otras muertes violentas. Me pareció una historia increíble; enseguida me pareció que tenía rasgos muy parecidos a los del Arropiero, el vagabundo que a principios de los años 70 confesó haber cometido decenas de crímenes a lo largo y ancho de toda España. En mi opinión el mero hecho de que hubiera sido ejecutado a pesar de tratarse de un veterano de la División Azul otorgaba cierta verosimilitud a todo aquel asunto. Después de dejar Peraltilla seguí con mi trabajo en busca de divisionarios, pero por supuesto no me olvidé de él y me propuse investigar la verdad que se ocultaba tras esa figura tan tenebrosa. 

- Contigo siempre me sorprende cómo te documentas…esa capacidad casi innata, porque no tiene que ser nada fácil documentarte para describir y transmitir un crimen en plena posguerra. Coméntanos.

- Bueno, sí y no. Verás, algunos expedientes judiciales han desaparecido sin dejar rastro, pero en el caso del Alforjero pude localizar los papeles correspondientes a su expediente penal y, sobre todo, las sentencias de los consejos de guerra a los que fue sometido  en los años 40. También quedaban testigos que aportaron datos sobre su personalidad, sus actos y su familia, así como informaciones variadas que añadían pequeñas pinceladas en todo lo referido a su historia. De no haber encontrado nada de eso obviamente el trabajo no hubiera podido salir adelante, como me ha ocurrido ya en alguna ocasión. Dicho esto, las cosas no aparecen solas: das con ellas porque las buscas a costa de tiempo, esfuerzo y también, porque no decirlo, asumiendo gastos. Mis amigos me dicen que escribo tochos y aporto demasiada información, pero en mi opinión siempre será mejor excederse en los datos aportados que no quedarse corto a la hora de narrar los hechos.

- ¿No crees que en aquellos años todo el sistema judicial y policial del Estado estaba tan obsesionado con el tema de los maquis, lo político y el mantener a todos los ciudadanos como encasillados en “catálogos políticos y sociales” que los demás delitos eran tratados con patrones para todos igual y sin investigar , ni preguntarse nada….?

- Obviamente lo único que realmente le importaba al régimen de Franco era su supervivencia y por lo tanto todas las fuerzas estatales se concentraban en la desarticulación de la oposición política. Pero eso no quiere decir que otro tipo de delitos no fueran investigados, no te creas. Durante mi búsqueda en los archivos me he tropezado con investigaciones desarrolladas por la Guardia Civil en aquella época que me han sorprendido por su minuciosidad; otra cosa muy distinta eran, sin duda, los métodos utilizados, particularmente en los interrogatorios. Por supuesto los malos tratos no se ven reflejados en los informes, pero a veces son detectables en partes médicos o fichas carcelarias. Tampoco se estudiaban en absoluto las circunstancias médicas o sociales que podían rodear un delito determinado. Delincuentes como Román Lacambra nunca hubieran debido estar en una cárcel sino en un hospital especializado. Por no hablar de los múltiples delitos –hurtos, contrabando transfronterizo, estraperlo, etc.- que tenían su origen directo en la situación de miseria que atravesaba el país. Algo que, por supuestísimo, ni por asomo se hacía constar en los informes policiales.

- En mi tierra eran comunes las palizas a unas determinadas gentes (en cada pueblo había un grupo que eran los primeros que visitaban el cuartelillo)) que ya habían sido llamados por robos y demás…así que siempre eran los mismos los que entraban y salían… siendo muchas veces inocentes, pagando los delitos, de ellos, pero también los de otros….Eso yo lo conozco en casos de robos y pillajes, pero supongo que pasa con los de asesinato y crímenes por igual…

- Eso es una verdad como un templo pero sólo aplicable para los autores de delitos de poca entidad, a menudo tratados con más rigor que los acusados de delitos de sangre exentos de carácter político. En el caso de los criminales más endurecidos lo anterior no vale.… Ten en cuenta que quienes cometían esa clase de delitos mayores solían pasar largos años en prisión y al abandonar la cárcel no acostumbraban a regresar a sus localidades de origen. Ese tipo de prácticas odiosas de la Guardia Civil normalmente tenían como protagonistas a pequeños rateros y, por supuesto, a las personas fichadas por sus simpatías políticas izquierdistas. Con toda probabilidad en los primeros tiempos de sus andanzas Román Lacambra sufrió ese tipo de presiones y de hecho llegó a ser encarcelado simplemente por vagabundear de aquí para allá, aunque también es cierto que sus robos y raterías eran cosa habitual. En cambio, tras su detención por el asesinato de Carmen Planas  la Guardia Civil no hizo el menor intento por involucrarle en otras muertes misteriosas ocurridas en la comarca. Quizá porque eso hubiera supuesto mucho papeleo y, en algún caso, la admisión de que la benemérita había cometido un error. Antes que eso era preferible dejar correr el asunto. Por otra parte conviene no olvidarse de que los guardias civiles también eran personas, y por algún extraño motivo los autores de crímenes terribles que confiesan tranquilamente su culpabilidad suelen inspirar una especie de bizarro respeto en el público y los investigadores. Una mezcla de temor y respeto, diría yo, quizás inexplicable pero muy real.

- Leyendo este libro, nos damos cuenta de cómo de mal definido y mal llevado que estaba el tema de la investigación de , en este caso, asesinatos …vamos que tiraban mucho con las primeras de cambio por delante sin hacerse preguntas y sin preguntarse qué había pasado en realidad…me pregunto:¿falta de formación?, ¿comodidad y dejadez?....

- Yo creo que en cierto modo fue una consecuencia indirecta de la división del mundo establecida por el franquismo entre “buenos” y “malos”. La mala naturaleza de algunas personas, su maldad concreta e innegable -que habitualmente se aplicaba a los “rojos”- se aplicó también a este tipo de investigaciones. Quizá no se hizo de modo deliberado, pero en la práctica fue así. Como ya queda dicho, nadie se preocupaba por las posibles motivaciones sociales o mentales de algunos sucesos. El tratamiento psiquiátrico en las prisiones desapareció, como desapareció el concepto de la cárcel como centro de rehabilitación social y personal esbozado por Victoria Kent durante su mandato como directora de Instituciones Penitenciarias. No había más motivo para ese tipo de sucesos que la maldad evidente de su autor. Si además, como era el caso, tenía antecedentes por haber luchado en las filas ”rojas” el resultado estaba servido.

-.¿Qué pasaba cuando alguien se hacía las preguntas lógicas…porque la lógica ante algunas cuestiones lo mismo se ve hoy, leyendo el libro que en aquellos años?

- Pues está claro que en casos como el que relato tenía que haber mucha gente que comprendiese la verdad sobre el estado mental del autor del crimen, pero las reacciones en aquella sociedad tan cercana a nosotros y sin embargo tan diferente no podía ser parecida a la que habría ahora. La España de los años 40 era una sociedad atenazada por el temor y brutalizada por los horrores que se habían visto durante la guerra y la primera postguerra. De entrada, las gentes se sentían más predispuestas a “no ver, no oír, no hablar”; bastante tenía cada cual con lo suyo como para preocuparse de los males ajenos. Los guardias civiles tampoco estaban preparados para valorar el estado mental de un detenido, más allá de percatarse de su comportamiento más o menos errático. Y qué decir de los jueces, que por esos días dictaban condenas tremendas como quien se bebe un vaso de agua; y eso en cumplimiento estricto del Código Penal, no porque fueran particularmente despiadados. Quiero decir con esto que no era precisamente una sociedad en la que pueblo o autoridades estuvieran dispuestos a hacerse demasiadas preguntas sobre la barbarie que les rodeaba. Si algo me sorprendió en la historia del Alforjero fue la valerosa actitud de ese funcionario de prisiones que ante el tribunal que juzgaba a Román se atrevió a declarar, en pleno año 1947, que el acusado había sido torturado de un modo brutal por los agentes del orden. Hacía falta mucho valor y un sentido de la ética personal nada común por aquel entonces para atreverse a declarar así contra la Guardia Civil en defensa de un tipo que, loco o no, había asesinado cruelmente a una mujer mayor.

- En los años 40 había menos medios técnicos para saber muchas de las cosas que hoy se saben…pero un investigador debe tener una formación básica que vemos como muy deformada… ¿qué nos puedes comentar?

- La verdad, no hay mucho que comentar al respecto. Creo que más o menos ya queda dicho en la pregunta anterior. ¿Qué clase de formación criminalista podían tener unos guardias civiles destacados en un pueblecillo de Huesca en plenos años 40? ¡Pues absolutamente ninguna! Ellos preguntaban con mayor o menor acierto; si el sospechoso colaboraba todo podía transcurrir más o menos bien. Si no colaboraba las cosas pasaban a mayores. En la historia de Román Lacambra impresiona muchísimo el relato de aquella noche en la que los interrogadores que llevaban ya varios días machacándolo a palos se lo llevaron al cementerio de Huesca en plena noche y después de hacerle presenciar in situ el fusilamiento de tres hombres lo pusieron contra el muro del recinto y le hicieron padecer un simulacro de fusilamiento. Es muy difícil ponerse en la situación del horror que tuvo que padecer ese hombre aquella noche tremenda. ¿Medios técnicos de investigación? ¡Nulos o infrautilizados!  ¿Formación criminalística de los investigadores? ¡Ninguna! Mucho jarabe de palo para los detenidos y cobertura legal para los torturadores; eso era la tónica en aquella feroz España de Franco.

- Luis Antonio, escribes libros de investigación histórica pura y dura, como es el caso de Tal vez el día, La nación del olvido…pero también te ha dado por adentrarte en la memoria como más criminal de algunos casos de nuestras tierras ¿Qué diferencias hay en cuanto al tratamiento que le debes dar como escritor e investigador?

- A mí la crónica negra, por llamarlo de algún modo, que me he ido encontrando a lo largo de mis trabajos en hemerotecas y archivos siempre me ha interesado mucho. Y no por simple morbo, sino porque es muy reveladora sobre la forma de vida de una sociedad en un momento dado de su historia. Si te paras a pensarlo un minuto te darás cuenta de que cada sociedad tiene sus propios delitos “típicos”; estarás de acuerdo conmigo en que incluso hoy en día los crímenes de la Galicia rural suelen presentar características muy diferentes de los que tienen lugar en, por ejemplo, la costa mediterránea, ¿no? Si uno mira algo más allá de la mera noticia puede encontrar muchas cosas que ayudan a explicar una forma de vida. En nuestro trabajo sobre Zuera hacíamos referencia a suicidios de jóvenes embarazadas, abortos clandestinos, muertes de niños coceados por las caballerías con las que trabajaban, hurtos de leña en el monte… Asuntos propios del juzgado que la mayoría de los historiadores se limitan a ignorar, pasando por alto lo mucho que pueden decirte de cómo era la vida de sus protagonistas y cómo era el mundo en que vivían. Por lo demás, te sorprendería lo sensibles que son algunos pueblos a este tipo de “memoria negra” de sus localidades. De Carbón Rojo, por ejemplo, he vendido muchos ejemplares en el valle del Isuela, pero al principio me encontré con un montón de problemas porque las gentes de Calcena detestan que se hable de unos sucesos que demuestran hasta qué punto la superstición y la creencia en brujerías y maldiciones estaban arraigadas en la psicología colectiva de unos antepasados no demasiado lejanos. Hay que andarse con cuidado para no herir unas sensibilidades que a veces están a flor de piel. Demasiado a flor de piel, me atrevería a decir.

- Ante un caso de investigación de un episodio criminal como fue el caso de Carbón Rojo o es el caso, un poco más reciente de Caballos de hielo ¿Qué metodología llevas a cabo…?

- Pues realmente todo es muy parecido a una investigación histórica. En primer lugar visitar el escenario e intentar localizar familiares de las víctimas y de los asesinos, testigos directos de los hechos o vecinos que los vivieran de cerca. Obviamente en trabajos como Carbón Rojo no pueden ser hallados porque los acontecimientos ocurrieron hace más de un siglo, pero en el caso del Alforjero sí que existen y pude contactar con algunos de ellos. Luego viene lo de siempre: horas de microfilm en las hemerotecas y mucha búsqueda en los archivos. En este tipo de casos son determinantes los posibles informes que obren en manos del Ministerio del Interior, aunque en la historia de Román Lacambra las mejores fuentes fueron las sentencias de los consejos de guerra militares a los que fue sometido después de la guerra.

- Por cierto, aunque escribes sobre casos reales….le pones una pizca de ficción con los diálogos, algunas descripciones…poco, pero algo…supongo que viajar por ese equilibrio sin caer demasiado en la ficción debe ser muy difícil…

- En realidad esas intervenciones ficticias son puramente anecdóticas. Tanto en el caso de Carbón Rojo como en el de Caballos de Hielo me limito a reproducir supuestos pensamientos de los personajes que, aunque ficticios, son perfectamente razonables y no modifican en absoluto el desarrollo de los hechos investigados. La narración es histórica desde cualquier punto de vista porque me limito a hacer uso de documentos de hemeroteca o archivos bien localizados y verificables. No creo haber introducido jamás un pensamiento o un diálogo ficticio que pudiera transformar la realidad comprobada de los hechos. Además mucha gente da por hecho  que un trabajo tiene que ser puramente histórico o puramente novelesco, cuando en realidad no tiene por qué ser así. Yo así lo veo, y existen numerosos ejemplos que lo corroboran.

- Lo último que, ya nos perdonarás, pero somos “muy romanceros” y “preguntones” en esta casa: ¿te gusta la novela de intriga, ficción…?. Si la respuesta es afirmativa:¿qué es lo que vas leyendo, lo que más te gusta…qué plumas te gustan? ¿Y cómo investigador e historiador: qué lecturas nos aconsejarías…?

- Yo leo de todo, absolutamente de todo, aunque por supuesto algunas temáticas me gustan e interesan más que otras. Las novelas de amor romántico, por ejemplo, nunca he podido soportarlas; todos tenemos nuestros puntos débiles. Lo demás me gusta todo: desde novelas de espionaje a obras de ciencia ficción, pasando por literatura de viajes  o terrores gore del tipo Stephen King. Sin olvidar, por supuesto, las obras de historia y los clásicos de la literatura, que suelo repasar cada cierto tiempo. Sin ir más lejos, en diciembre he estado leyendo a Zola, Dostoyevski y Tolstoi pero ahora mismo en el momento de escribir esto estoy con “El fin de la eternidad”, una obra de ciencia ficción de Isaac Asimov. En cuanto a consejos, resulta muy difícil acertar porque cada cual gustamos de cosas distintas, pero ya que hemos estado hablando de crímenes y crónica negra puedo recomendar libros como “Crimen en directo”, de Ryan David Jahn, “Tannöd, el lugar del crimen”, de Andrea María Schenkel o “El monstruo de Florencia”, de Douglas Preston y Mario Spezi, el relato de unos hechos reales y de una investigación tan rocambolesca que sólo pudo ocurrir en un país tan asombroso como Italia. Son libros que no se quedan en el mero relato de los hechos, sino que profundizan en las sociedades que fueron escenario de los mismos y en la actitud colectiva de sus habitantes al enfrentarse a esos sucesos. En cuanto a historia, podría recomendaros muchos, pero todo el mundo debería leer al menos una vez las “Crónicas del ghetto de Varsovia”, de Emanuel Ringelblum. Se trata del arriesgado trabajo de un periodista judío que día a día escribió sobre la vida en el interior del ghetto y consiguió enterrar el manuscrito poco antes de ser asesinado por los nazis junto a su mujer y su hijo de once años. Es una obra tan extraordinaria que la UNESCO la incluyó dentro de su Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Espero que os gusten y, en éste último caso, que os impresionen tanto como me impresionó a mí. ¡Un saludo a todos y todas!

Caballos de hielo