jueves. 28.03.2024

Lo había conseguido: su vida terminaba y su sueño se haría realidad muy pronto. Lo que había esperado durante los últimos 23 años de su vida debía pasar justo antes de morir, en ese instante el que nadie puede asegurar si la vida se ha ido y la muerte ha tomado posesión de un cuerpo vacío y olvidado.

Un día, muchos años atrás, Don Rodrigo Beltrán de la Vega, natural de Toro, Zamora, había allegado sus pasos a las inmediaciones del recién conquistado Reino de Granada y  su cuerpo, cargado de nieblas y de hielos de su estepa castellana, se dio de bruces con ese lugar mágico en el que la luz, el agua y el aire se convierten en un espacio en el que el hombre canta la gloria de estar vivo. Allí se entregó al empeño de  formar parte de la magia natural de ese lugar embrujado en el que la tierra y sus fuerzas telúricas convierten la luz en un sortilegio de muros, balcones, flujos de aire; espacios en los que el alma se expande y se llena de esplendorosa felicidad, un estado que trasciende a la vida.

Emborrachado de esa ambición, quiso Don Rodrigo encontrar la forma y la manera de quedarse sublimado en la luz de las estancias;en las corrientes de agua que riegan sus jardines bajando por los cuidados bancales; elevado y suspendido en la contemplación de esa bella doncella arrodillada a sus pies a la que llaman Granada y a ese sueño dedicó su vida toda.

Año tras año consultó libros sobre cábalas y nigromancias;empeñó su patrimonio en reproducir las complicadas reglas encontradas en los tratados de alquimia y  buscó entre los masones el secreto de la construcción de ese lugar mágico, pero los dueños de sus secretos se habían ido, expulsados por los cristianos ignorantes que tanto desprecio habían lanzado contra sus estancias y maravillas.

Convencido de que el secreto podía estar escondido en sus muros y en sus maravillosas proporciones, Don Rodrigó pasó años midiendo y calculando divisiones, multiplicaciones, ratios y hasta contrató matemáticos que pudieran descifrar los complicados cálculos árabes de integrales y derivadas, pero nada de las innumerables líneas de signos y resultados le pudo dar la clave del secreto que buscaba.

Su vida transcurría entre la agitación de la búsqueda esperanzada y la desesperanza del perdido hasta que un día, en un escondido rincón de los jardines, un espacio olvidado que quedaba a trasmano de cualquier objetivo o necesidad, dieron sus ojos con un viejo sabio sufí que contemplaba su agitación con una mezcla de ironía, piedad y pena.

¿A qué temes que te agitas o que persigues que no encuentras entre tanto ir y venir por estos lugares de calma, cristiano?

Busco el secreto, el misterio de este lugar mágico en el que la tierra se confunde con el cielo, el agua con la luz y todo vive en armonía en el verde esplendor de sus jardines

¿Y para qué buscas lo que no encuentras, cristiano?

Para quedarme por siempre suspendido en sus balcones;para ser luz entre la luz, agua en agua y verde en el verde que la hermosa doncella de Granada sirve y adora.

¿Y qué harás cuando tal seas, cristiano?

Respirar y sentir la belleza que está más allá de mis ojos y sentidos

¿Y qué precio estás dispuesto a pagar para encontrar ese secreto, cristiano? 

Mi hacienda he quemado en su búsqueda, mis riquezas yacen entre pliegos de papel, fórmulas alquímicas y carbones encostrados entre los pelícanos y recipientes de los trabajos que la alquimia exige y en los que he consumido mis días y poco me queda ya que pueda entregar en pago de ese gran tesoro que sigo buscando.

¿Qué te alienta, que te sostiene y anima en tu búsqueda? ¿Acaso esa fuerza no puede ser considerada un valioso tesoro del que muchos carecen en sus vidas?

Pareces sabio anciano, ¿qué guardas en tus sesos que ayudarme pueda y que tanto escondes?

Poco puedo ayudarte, pero si te daré una guía, un apoyo que puedes usar para buscar y encontrar en lugar de correr y desesperar. Ven a este mismo lugar cuando yo no esté y deja que aquello que buscas te encuentre sin que tú te agites. Olvida todo tu afán y ríndete a la verdad que este lugar oculta. Abre tu espíritu y si la verdad te considera digno de habitar en tí, tú habitarás en la verdad tal y como yo espero habitar un día en los acogedores brazos de su esencia.

Y dicho esto,el viejo sufí se levantó y se alejó del lugar casi flotando, rozando apenas las baldosas con la suave caricia del cayado en el que se  apoyaba con sutileza.

Pasaron los años sin que Rodrigo hiciera remembranza del encuentro hasta que un día,  mientras recorría agitado como siempre las conocidas sendas de los jardines, fueron sus ojos a dar con un viejo cayado abandonado contra un murete que conducía el agua a los parterres gracias al abierto canal que recorría su parte superior.

De golpe, como si fuera un disparo en su cabeza, toda la conversación con el viejo sufí se reprodujo en su mente y de forma automática,tomó el cayado entre sus dedos y dejó que el viejo leño del apoyo le llevara allí donde su vida debía extender las raíces de la calma para dejarse encontrar por la verdad.

Muchos años después, en el mismo lugar en el que el cayado detuvo su camino,Don Rodrigo esperaba poder entregarse a la maravilla ansiada: estaba  apunto de convertirse en luz, en agua, en ánima suspendida y sublimada habitando los amados espacios y lugares que serían su casa para toda la eternidad.

Y desde entonces, cuenta la leyenda que en el aire de los jardines y habitaciones de la Alhambra habita una pareja de ancianos que se dejan ver entre sus fuentes o flotando libres en el aire de sus balcones o bailando con el viento como ramas de granados cargados de flores y frutos sabios como la tierra en la que se levanta la Alhambra de Granada.

Alhambra