domingo. 28.04.2024
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Narrativa | JOSÉ LUIS IBÁÑEZ SALAS | @ibanezsalas

La primera novela de la escritora española Alana S. Portero fue publicada en la primavera de 2023, se titula La mala costumbre y ha conseguido hacerme llorar. No solamente. Porque lo más importante que ha logrado Portero es hacerme comprender una forma de vida, una manera de existir, de sentir y de amar. Todo ello por medio de la mejor de las artes literarias que se pueden encontrar a estas alturas de la humanidad (“nadie tan hermoso como las mujeres que lo han sacrificado todo para alcanzar esa belleza indescifrable a ojos idiotas”).

“Vi caer como ángeles terminales a una generación entera de muchachos. Adolescentes con la piel gris, a los que les faltaban dientes, que olían a amoniaco y a orina. Flanqueaban con sus escorzos la salida del metro de San Blas en la calle Amposta y las praderías del parque El Paraíso como cristos de Mantegna. Cubiertos de agujas como san Sebastián. Sentados o tendidos de cualquier manera. Moviéndose apenas, lentos y sincopados como muñecos rotos. Con la sonrisa elevada de los crucificados. Indefensos pero ya flotando en lugares donde nada podía tocarlos. Los vi brotar y hacerse cada vez más lentos hasta alcanzar la quietud final y descomponerse en el fango que se acumulaba en nuestro barrio con nombre de santo pero dejado de la mano de Dios”.

Así se empieza una novela. Al menos si alguien quiere escribir una novela demoledora. Una novela demoledora sobre sí misma, como La mala costumbre.

“Mis primeros pasos como travesti fueron los de una transformista de metro veinte que invitaba a una anciana bruja y chamarilero que olía a tanatorio”.

La protagonista, que comienza siendo un niño, mejor dicho, una “niña lista, marica encubierta, tartamuda, carnosa”, tiene pronto conciencia de necesitar un armario para esconderse. Ella misma nos lo cuenta, es la narradora de la historia que leemos conmovidos. Esa conciencia de necesitar esconderse, “te hace listísima en lo tocante al juego de la verdad y la mentira, de lo que dejas ver y lo que no”.

“A ser una mezquina hija de la gran puta también se aprende cuando te maquillas a escondidas, bailas las canciones de Raffaella Carrá y de Bonnie Tyler en tu cuarto y sabes que, por todo ello, te espera una vida complicada”.

Es una mujer en ciernes que tardará en aprender que “la violencia machista se dispensa con independencia de lo que hagamos o dejemos de hacer las mujeres”. Una niña que sí sabe que dejará “de habitar las profundidades, la asfixia y el miedo y florecerá como un hada perfecta, dueña del aire”.

No cabe duda de que el aliento vital registrado con una minuciosidad literaria engastada en poesía narrativa que derrama Alana S. Portero en el libro es algo genuino, de artista-artista, de literata-literata. Escritora-escritora. Su protagonista, en su adolescencia, en su niñez, “casi todo lo que hacía en la vida lo hacía desde la ira y desde la congoja”.

“Lo que pasó después fue recuperar tiempo y tomar un préstamo que en algún momento me tocaría devolver multiplicado por cien. El maldito tiempo, lo que se nos arrebata a las mujeres como yo. El tiempo de ser niñas el tiempo de ser adolescentes, el tiempo de los amores torpes, el tiempo de llorar por imbéciles, el tiempo de hacer amigas, discutir con ellas y hacer las paces enseguida, el tiempo de bailar como locas, el tiempo de aprender a ser mujeres sin interrupción. Nada besos en los concede cuando corresponde o se hace en dosis que tenemos que robar al destino y apurar con ansia, como bebiendo de pozos en mitad del desierto, sabiendo que entre uno y otro vamos a morir de sed”.

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La novela de Portero, en la que escuchamos a sus personajes decir glorias benditas populares como “natural pero que se note” (al referirse a un peinado), está salpicada de hallazgos no menores, como el uso de la expresión “tener un buen lejos” o el acabar un párrafo con una frase rotunda como esta, de tantos quilates literarios: “sin más acuerdo con la muerte que la pura quietud”.

El ámbito reconocible de La mala costumbre es la ciudad de Madrid, no solamente, aunque sí de manera especial, el barrio de San Blas. Algunos momentos de la narradora afinan con la habilidad que ya tantos escritores antes han tenido para con los paisajes, las calles, los habitantes de una ciudad tan literaria.

“Ajena a las monumentalidades, toda la reputación madrileña, toda su belleza, recaía en sus habitantes, que en aquellos años ya votaban mal pero seguían acogiendo bien”.

El costumbrismo poético de Alana S. Portero se muestra magnífico en frases como esta: el polvo “es el aliento del tiempo depositándose sobre nuestras cosas para que recordemos que sigue corriendo”.

“Entendí que las hijas estamos siempre en deuda, que no podemos devolver lo que se nos da o lo que nos quedamos porque no es natural hacerlo: nuestra misión es traspasar eso que recibimos a otras, las que sean. Aprendí que la genealogía, al ser un amor heredado, solo funciona en cascada”.

La autora de La mala costumbre es capaz de retratarnos la muerte como algo “simple y sin nada destacable”, con lo que “la materia cambia a un estado de mediocridad cuando el alma cierra las calderas de la pasión, de la angustia, del amor o de la ansiedad y abandona la carne”.

No sé qué novelas escribirá en un futuro Alana S. Portero. Porque la sensación que me queda al finalizar esta suya primera es la de que no podrá contarme ya nada más. (Seguro que estoy equivocado.)

            “¿De verdad podemos ser felices, Margarita?”


ALANA S. PORTERO | La mala costumbre | Seix Barral. 2023. COMPRA ONLINE


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JOSÉ LUIS IBÁÑEZ SALAS.
Escritor, editor y crítico literario

Alana, San Blas, ser mujer y una novela para siempre